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La saga de Laika VI
Escrito por Lena

DON ROMERO

- Te veo muy bien Montse. vamos, enséñame el piso. Mientras que Carmen prepare la mesa y cenamos. ¿No?

- Sí, señora.

Carmen había arrinconado la mesa en una pared del salón comedor, de manera que cada una se sentara en una esquina, así la señora tenía a cada una de ellas a su lado.

- Quiero que sepáis que me gustáis mucho las dos, creo que durante estos meses no desearé ni necesitaré a nadie más.
Disfrutaré, cuando podáis, de vosotras, eso sí, de una en una. - Dijo sonriendo.

- Gracias señora. Seguro que estaremos orgullosas de darle placer. ¿Verdad Carmen?

- Sí, por supuesto.

- Bueno, ya sé que necesitáis otras cosas, sobre todo tu Kira, estás deseosa de unos buenos azotes. ¿No es así?

- Sí, señora, sueño con ello.

- Por esto este viernes os voy a llevar a cenar a las dos con un señor muy importante. Así tendréis dos días para reponedores hasta el lunes.
Espero que estéis a la altura, sobre todo tú, Kira y confío en vuestra más que absoluta confidencialidad.
Por lo que me ha contado tu amiga también te gustan los hombres, aunque no creo que este sea precisamente tu tipo, pero a él esto le tiene sin cuidado, más bien al contrario, se suele recrear en ello.

- ¿Podemos saber de quién es, señora?

- Sí, es mejor que lo sepáis antes de aceptar. Se trata de Don Romero Fernández.

- ¿Roberto Fernández el ministro?

- Sí el mismo. pensad que lleva esto en el más absoluto secreto y que cualquier indiscreción vuestra me va a costar mi reputación.

Les contó. mientras daban cuenta de la comida, todos los detalles. Tenían que ir vestidas de manera comedida, dado que habría guardaespaldas en la puerta. Les indicó que fueran sin sujetadores y con una chaqueta por encima para que no se notara. La cena sería una cena fría para poder prescindir de servicio y cocinero. Cada una tenía que sentarse a los lados de la mesa, quedando cercanas y accesibles a él y siempre, siempre, debían de tratarlo de usted y de Don Romero. Habría, como no, una palabra de seguridad, pero tenían que estar preparadas para un trato duro y soez. Por otra parte, no sabía si las querría usar juntas o por separado.

- Espero que ahora me deis algo de placer. Quiero ver como os queréis.

- Pero…señora…esto es muy íntimo.

- Me decepcionas Laika. No he venido solo a cenar y a charlar con vosotras. Empiezo a dudar que sea buena idea llevarlos a cenar con Don Romero si ni tan solo sois capaces de satisfacerme en algo como esto. ¿De verdad no vais a obedecerme?

- Si…Señora…Discúlpeme, por favor.

- Entonces levantaros y empezad, putitas.

- Déjeme poner algo de música suave y bajar la intensidad de la luz, señora.

- Sí, por supuesto.

Laika cogió de la mano a Kira y la llevó algo separada de la mesa. Diana, por su parte, se acomodó en la silla, para ver el espectáculo de aquellas dos bellas mujeres queriéndose.

No tardaron en olvidar su presencia. Besándose, acariciándose, desnudándose la una a la otra, las manos recorriendo sus cuerpos, recreándose en sus senos, besándolos, chupándolos, buscaban sus correspondientes sexos, cada vez más entregadas, más excitadas. Suspirando. Queriéndose.

Diana se había desprendido de sus bragas, dejándolas en el suelo.

- Laika; ven aquí, a gatas. Ven; que tu amiga vea lo perra que eres.
Ya sabes lo que quiero de ti.
Eso es, putita, dame placer, dame placer con tus labios, con tu boca, con tu lengua.
Sí, sí. Tócate ¡TOCATE!
Mira, mira Kira, mira a tu amante. Mira lo obediente que és.
Tócate tú también, quiero ver como lo haces. Acaricia tu coño para mí. clávate tus dedos.

Pronto el salón comedor se llenó de suspiros de jadeos y de palabras humillantes.

- Di lo que eres Kira. ¡DILO! - Soy una perra, una perra sumisa, una gossa. una meuca, bagassa, barjaula, una puta, señora, esto es lo que soy.

Eran sus primeras palabras en catalán.

Los suspiros se convirtieron en gemidos, en gemidos de placer hasta que las tres consiguieron el cenit del placer.

Kira, de rodillas, postrada frente a la señora le rogaba que dejara besarle sus pies mientras le dedicaba palabras de agradecimiento.

- Ahora sí, ahora puedo retirarme a mi casa a descansar tranquila. Cuidaros la una a la otra. El viernes os quiero en casa a las seis de la tarde
La casa que tenía Don Romero en Barcelona no quedaba lejos de la mansión de Diana. Dos hombres les cerraron el paso delante de la puerta.

- ¿Qué desean?

- Venimos a ver a Don Romero. Dile que soy Diana sus dos acompañantes, nos está esperando.

Llamaron por el interfono para anunciar la visita. La puerta se abrió dejándoles paso y cerrándose a sus espaldas.

- Dejad las chaquetas en los colgadores y seguidme, Don Romero estará esperando en el comedor.

Sentado en la punta de la mesa, no parecía el señor que aparecía en las fotos de los periódicos ni en la televisión. Con su camisa media desabrochada, mostrando parte de su inmensa barriga, sus ojos pequeños y su mirada vidriosa, aquel sesentón, casi calvo, parecía un vulgar viejo vicioso,

- Hola querida. Vaya par de yeguas me has traído.

- Tal y como le prometí, Don Romero.

- Sentaros aquí cerca de mí, perritas.
Te deben haber costado tu buen dinero.

- No señor, nada de esto, no son dos prostitutas, ni mucho menos.
Esta es Laika y es propietaria, aquí en Barcelona, de una empresa de distribución de material para la construcción y esta, Kira, es filóloga, es de Málaga y está en aquí, por unos meses, haciendo un postdoctorado.
Las dos viven juntas y están deseosas de conocerlo y ser usadas por usted, Don Romero.

- Vaya. Bonitos nombre y material de primera calidad por lo que veo. ¿Solo viven juntas o algo más?

- Algo más, señor.

- Dos sumisas bolleras. ¿De esto se trata?

Hablaban como si ellas no estuviesen presentes. Don Romero empezó a comer, con lo cual ellas tres hicieron lo mismo.

- No exactamente, también se lo hacen con hombres, sobre todo Laika.

- Una pena. La única bollera que me he tirado gimoteaba y lloraba llena de miedo y de asco, solo de pensar que le iba a clavar mi polla. Al final ya no le pareció tan mal a la puta.
A ver qué dia me traes una, que tú seguro que conoces a muchas.

- Ya sabe, Don Romero, cuando usted quiera.

- Bien ¿Y por cual me aconsejas que empiece’

- Esto debe decidirlo usted, señor.
Laika está muy emputecida. Ha sido usada ya por bastantes hombres. Aún que lo lleva con discreción creo que se dejaría someter por cualquiera que adivinase lo que és. Si no fuese empresaria sería carne de prostíbulo. De esto estoy segura.

Por fin se dirigió a una de ellas.

- ¿Es verdad esto Laika?

Acariciaba uno de sus muslos mientras le hablaba. Ella, bajando la mirada constó que sí, que era verdad.

- Así que has sido sometida por más de uno, pero seguro que ninguno como yo. ¿verdad?

- No, señor. Como usted no.

- ¿Qué pasa? ¿No te gustan los gordos?

- No lo sé, señor, nunca he estado con un hombre así.

- ¡Joder! Di la verdad. ¿Te gustan o no?

- No, señor, pero con usted es distinto.

- Ten por seguro que lo és. Terminarás besando y lamiendo mí barriga. Además, debajo de ella tengo algo que te va a gustar mucho.

- ¿Y qué límites tiene?

- Solo scat y, bueno, marcas.

- Las marcas que yo le pueda dejar se le irán en unos días.
¿Tienes algún problema con ello, puta?

- No. No. señor.

- Bien. ¿Y qué me dices de Kira? Así a primera vista está más buena.

- Solo ha sido sometida por mí y nunca ha sido azotada ni castigada. Pero dice que está dispuesta a ello. Es más, que lo está deseando.

- ¿Estás segura de ello? No me vayas a salir con la palabreja de seguridad al primer azote.

- Sí, señor. Estoy segura de ello, muy segura.

- ¿Pones los mismos límites que tu amiga?

- Sí, señor.

- ¿Te han enculado ya?

- Sí, eso sí señor.

- Un apena de no estrenarte. Seguro que gritaste y hasta te cayeron lágrimas la primera vez.

- Sí, señor, pero ahora ya me gusta.

Le ordenó que desabrochara su blusa, quería ver sus tetas, así las llamó. Las sobó un momento, el suficiente para poner sus pezones erectos y arrancarle un suspiro.

- Sí, ganas parece que no le faltan. Creo que empezaré por ella. pero ahora terminemos de cenar. Ya tengo ganas de catar el material.
Supongo que están sanas. ¿No? Por qué ya sabes que eso del condón no es lo mío, salvo para dar por el culo.

- Sí. Claro que estan sanas, Don Romero.

Cuando terminaron de cenar Don Romero ordenó a Kira que fuera con él. Ella lo siguió obediente. Aparentemente serena y tranquila.

- Podéis asistir a la sesión si lo deseáis, pero no vengáis hasta dentro de un cuarto de hora.

Diana tranquilizó a Laika. Don Romero era un amo duro, pero para no un sádico, sabía muy bien cómo tratar a una sumisa.

- Eso sí, cuando termine con ella no volverá a ser la misma, como te ocurrió a ti con Nico.

Lo primero que oyeron, nada más abrir la puerta de aquella habitación fueron los ruegos de de Kira; ya no podía más, suplicaba ser follada, haría todo lo que quisiera, pero le pedía por favor que la follara.

- Ya no te doy asco. ¿Verdad? Solo quieres mi polla.

- Sí, sí, por favor. Por favor, señor.

La habitación, insonorizada y acolchonada, era de paredes negras. La frontal estaba cubierta por gran espejo, que a Laika le recordó el que tenía Nico en su local, solo que, en este caso, ocupaba todo el espacio. En él se reflejaba la imagen de su amada. su mirada brillando de deseo, de lujuria. podía leerse, escrita por encima de sus pechos, la palabra PUTA, escrita al revés, de modo que se leyera correctamente en aquel espejo.
Atada y colgando de las anillas que estaban sujetas al techo mostraba sus nalgas completamente enrojecidas y en su espalda algunas marcas de los azotes recibidos.

- Tu, perra, desnúdate y ven aquí.

Estaba completamente desnudo, lo que hacía aún más evidente su gordura y por debajo de aquella barriga un pene ancho y respetable, al que Laika no pudo evitar dirigir su mirada.

La cogió con fuerza por un brazo y la llevó frente a Kira, mientras Diana contemplaba el espectáculo con una sonrisa en sus labios.

- ¡Tócala! toca sus tetas.

Tenía los pezones exageradamente erectos y enrojecidos, lo que evidenciaba que había sido castigados, probablemente con pinzas. Kira se estremecía al contacto de sus manos.

- Mira cómo está esta guarra, seguro que nunca la has visto tan mojada.

Estaba chorreando. Al acariciar su sexo, Kira no pudo reprimir un jadeo.

- Dios mío, que pare esto. No puedo soportarlo más, necesito ser usada, penetrada. Por favor Laika…por favor señor.

- Al final se va a correr sola. Quítale las muñequeras y llévala hasta el potro.

Aquel potro le dejaba las piernas separadas, abiertas. totalmente ofrecida.

- ¿Sabes lo que es esto?

Se trataba de un arnés, nunca había usado tal cosa haciendo el amor con ella.
Le ordenó que se lo pusiera.

- No puedo hacer esto, señor, no puedo.

Por sorpresa, recibió su primer azote. Fortísimo.

- ¿No quiere ser follada? Pues fóllala, fóllala fuerte. ¿no ves cómo està?¿ No le vas a dar este consuelo a tu amante?

- Perdóname…

- Hazlo. hazlo. por favor. por favor.

- Más fuerte ¡Joder! Hasta el fondo.

- ¡Sí, sí ¡


Gemía como nunca la había oído gemir. Sus manos se abrían y cerraban. Pronto tuvo un fuerte orgasmo, que la dejó suspirando, medio en choc.

- Sal de ella. Ahora me toca a mí. Ponme este condón, seguro que sabes. ¿No?

Tenía el pene completamente erecto.

- Vamos a probar este culito. Seguro que te gusta.

-Sí..Sí…Señor…Gracias señor…

Su barriga chocaba con las nalgas de ella.

-Venga, perra, seguro que te corres de nuevo.

Esta vez tardó más. mucho más a empezar a jadear, a gemir.

- ¡DIOS! ¡Dios mío!

Aquel gordo rugía como un cerdo cuando se corrió. Mientras ella conseguía su segundo orgasmo.

- Ven aquí. Túmbate en el suelo.

Apenas podia ponerse de pie. Toda ella temblaba. Obediente hizo lo que se le decía, Aún le dolían los azotes, los azotes y su ano.

- Méate en ella.

- ¿Qué?

- Que te mees en ella en su cara de puta. ¿No ha dicho que podía hacer con ella lo que quisiera? Pues esto es lo que quiero.

- No puedo, señor. No me sale.

- Yo haré que te salga. Ya lo creo que te saldrá.

Recibió una fuerte bofetada,

¿Quieres más o ya te sale, perra?

Primero fueron unas pequeñas gotas, un chorrito casi imprescindible.

- Ya, ya me sale. señor.

Recibía sus orines en su cara. Pensó que Carmen nunca le perdonaría aquello.

- Abre la boca. Joder.

Aquello era más que humillante, era abyecto y aun así las dos obedecían. Humilladas, vejadas, por aquel sucio gordo.

Kira quedó tendida en el suelo...

- Cuando te repongas allí tienes un trapo y un cubo. Limpia esto.

Había una sola silla en aquella habitación, una silla que ocupo Don Romero.

- Diana, por favor, acércame un puro, el cenicero y el encendedor. Está todo en aquella estantería.

Pronto la habitación se llenó de humo y de olor a tabaco.

Laika, acurrucada en un rincón lloriqueaba, sintiendo vergüenza por lo que había hecho. Nunca se había sentido tan sometida, tan sucia.

- Deja de llorar. pronto disfrutarás de mí. Comprenderás que tengo que recuperarme un poco, esta puta me ha dejado vacío.

El tiempo transcurría con lentitud mientras Don Romero apuraba su puro. había pedido, por favor, a Diana que cuidara de que Kira limpiara el suelo y que la llevara a ducharse y a descansar en el sofá del salón. Él y Laika estaban solos en aquella habitación cuando, por fin, dejó el cenicero en el suelo.

- Ven aquí bonita, siéntate en el regazo de tu papi.

Acariciaba su cara mientras le decía que dejara de llorar.

- Tu amiga te quiere mucho y te perdonará lo que has hecho.
tendrás que arreglar tu maquillaje antes de que te vea, se te ha corrido completamente el rímel.

- Discúlpeme, señor, debo estar horrorosa.

- ¿Por qué horrorosa? A mí me gustas así.
Vas a ser una hijita obediente ¿Verdad que sí?

- Sí, papá.

Se dio cuenta de lo que había dicho, sus recuerdos, su inconsciente, sentada en el regazo de aquel hombre desnudo, la habían traicionado.
Sintió su mano empujando, con suavidad su cabeza.

- Chupa las tetitas de tu papi. Verás como te gusta.
Eso és, lo haces muy bien, se ve que estás acostumbrada a chupar tetas.

Seguía acariciando, amorosamente, su cara, sus cabellos.

- Besa mi barriga. ¿Te gusta la barriga tu papi? ¿Verdad?

- Sí, sí, papá.

La besaba, la lamía.

- ¡Oh! Vaya, cariño, se me está poniendo dura. ¿No te gustaría chuparla?¿Chupar la polla de tu papá?

¿Por qué la trataba así? ¿Le habría contado Diana lo de su padre?

- Sí ¿Me deja que lo haga, papá?

- Claro que sí, hijita. Arrodíllate y llena tu boca con ella.

Estaba excitada, Disfrutaba con aquel ancho pene en su boca.

Que bien que lo haces. Debes haber chupado muchas. Esto no está bien, sabes que debo castigarte por ello. ¿Verdad?

- Sí papá. No me merezco otra cosa. Soy una mala hija, debo ser corregida, papá.

- Eso es, sí. Un buen correctivo.
Apóyate en esta pared. Me sabe mal, pero tengo que hacerlo.

Ella recibía, silenciosamente, con la cabeza baja, aquellos merecidos y deseados azotes.
Estaba muy caliente y pronto empezó a cullera, buscando su pene, deseándolo

- ¿Qué haces? Tu padre no es de piedra, vas a hacer que no pueda evitar follarte.

- Sí, papá, hágalo, por favor, estoy muy excitada, papá. Hágalo, aunque sea pecado, papá, por favor:

- Está bien hija. Ponte a cuatro patas ya verás que bien te lo hace tu papi.

Estaba tan lubricada que su polla entró sin dificultad hasta el fondo de ella.

- Tiene razón, tu mamá, eres una putita.

Sentía su barriga en sus nalgas, su pene dentro de ella, follándola con dureza. Después de aquel comentario tenía la seguridad de que Diana se lo había contado todo, pero ya no le importaba, no le importaba nada que no fuese alcanzar el placer y dárselo a él, a aquel hombre que en un principio le había producido rechazo.

- Límpiame la polla, perra. Limpia bien.

Todo había terminado.

Vió como cogía su móvil de la estantería.

- Voy a llamar a Diana para que te acompañe al lavabo a limpiarte la cara. A estas alturas estoy seguro de que la otra puta sumisa le habrá comido el coño ya. És hora de que os largues de aquí.

Carmen, sentada en el sofá le sonreía.

- Perdóname, amor, perdóname.

- Por favor, Montse, no tengo nada que perdonarte. Hiciste lo que debías; obedecer. Prefiero que lo hicieras tú que él. Nada que venga de ti puede darme asco, amor.

Diana volvió de despedirse de Don Romero, parecía satisfecha y así se lo comunicó a las dos, por lo visto Don Romero había quedado muy contento de ellas.

- ¿Nos volverá a traer otro día, señora?

- Lo siento Kira, pero Don Romero nunca repite con una sumisa, por bien que lo haya pasado con ella.

Se dirigieron las tres a recoger el coche de Montse. Esta estaba sentada en el asiento trasero, mientras al lado de Diana, conduciendo, se había colocado Carmen, que parecía totalmente absorta.

- ¿Qué te ocurre, Kira? ¿No estás bien? . Sí, sí, señora. Solo intento asumir todo lo que ha ocurrido. Me apena saber que no volverá a llevarnos con Don Romero. No sé qué será de mí ahora que se han hecho realidad lo que hasta hoy solo eran fantasías.

- Seguro que encontrarás otros machos dispuestos a usarte como necesitas.
Espero que esto no haga que dejes de atenderme cuando me plazca.

- No señora. Claro que no.

- Señora. ¿Puedo hacerle una pregunta?

- Sí, claro Laika. Pregunta lo que desees:

- ¿Le ha contado a Don Romero algo de mi padre?

- No. Claro que no. Nunca haría nada así. Todo lo que he contado de vosotras ha sido lo que habéis oído durante la cena. ¿Por qué lo preguntas?

- Por nada concreto, señora.

Ya solas, de camino a su casa, su amada Carmen seguía como ida.

. Dime cariño. ¿has dado placer a la señora? Romero lo daba por sentado.

- Sí, amor, me ha obligado a ello, recién duchada. Yo estaba agotada y me resistía a ello. Me ha dicho de todo, como puedes imaginar. Decía que se había excitado mucho viéndome castigada y que debía agradecerle haberme llevado a cenar. No tuve otra opción si no quería que me repudiase. Me apeteciera o no he tenido que hacerlo.

- Estamos para ser usadas, cariño.

- Sí, ahora estoy segura de ello. Me ha dicho que se iba de viaje unos días. que tardaría en llamarnos, para estar con una de las dos. Mejor, necesito un descanso para entender y aceptar todo lo que me ha pasado hasta ahora.

Aquella noche durmieron muy juntas, casi entrelazadas.


Licencia de Creative Commons

La saga de Laika VI es un relato escrito por Lena publicado el 05-07-2023 10:57:40 y bajo licencia de Creative Commons.

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