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LAS AVENTURAS Y DESVENTURAS DE V (IV)
Escrito por Lena

LA CAÍDA

No había transcurrido ni una semana de su primera conversación con Montse y allí estaba por segunda vez, un viernes a las cinco de la tarde, en la puerta de su casa, pidiendo por Ricardo, su hijo.

- Pues no está y no sé a qué hora llegará.

Bueno, hasta dentro de una hora no he quedado con Andrea. Voy a esperarlo a ver si llega antes. Es importante que lo vea.
Lo dijo entrando en el recibidor, casi apartándola de su paso, con su voluminoso cuerpo.

- ¿Aquí? ¿Pretendes espéralo aquí?

- No querrás que lo haga en la calle ¿Verdad? Ya he estado llamándolo por teléfono y no me contesta.

No supo qué contestarle o en todo caso prefirió no hacerlo y entrar en una estúpida discusión en la que no podía justificar su negativa a que se esperará allí y lo llevó hasta el salón.

- Siéntate en el sofá a esperarlo, si quieres, yo tengo cosas que hacer.
- ¿No me vas a invitar a una cerveza? No hace falta que me traigas vaso.

¿Cómo podía ser tan impertinente? Lo cierto es que se había colado en su casa y ahora estaba no sentado, sino literalmente espachurrado en el sofá, con las piernas bien separadas, con sus pantalones tejanos ajustados y recortados, en aquella postura, mostrando unos dedos de su barriga por debajo de la camiseta.
¿Qué podía hacer ella, sino traerle una cerveza?

- Aquí te la dejo y a ti con ella.
- Que mala anfitriona eres.
- ¿Anfitriona? No eres mi invitado.
- Bien que me has traído una cerveza. Si fueses más educada traerías algo para picar y alguna cosa para beber tú y te sentarías a mi lado charlar tranquilamente ¿Tanto asco te doy?

“Educada” “Desea educarte” Resonaban en su cabeza las palabras dichas por su amiga.
- No puedes, sino darme asco después de lo que haces con Montse. - Lo decía mientras con una mano cerraba bien la parte superior de su kimono.
- Oye. No soy un violador ni un maltratador. No hago nada a Montse que ella no desee. Pero si quieres hablar de ello lo hacemos tranquilamente. Ve a buscar algo y siéntate aquí, o no quieres oír mi versión. Creo que como mínimo tengo derecho a ello. ¿No te parece?

No sabría nunca explicar por qué, pero lo hizo. Fue hasta la cocina y volvió con unas lonjas de jamón y de queso y una copa de vino blanco. Sentada a su lado, dispuesta a escucharlo. Quizá fuese por qué quería entender. Entender cómo era posible que su amiga hubiese cambiado tanto. O al menos así se justificó a si misma.

- Pero Roberto. No es solo que vayas con ella, es lo que le haces. La obligas a ir con tus amigos, bueno ella dice que no le obligas, sino que se lo ordenas, pero para mí es lo mismo.
- Ni le obligo, ni se lo ordeno, no me hace falta, solo se lo sugiero y bien que le gusta hacerlo y si no te lo crees, pregúntaselo a cualquiera que se la haya follado. Yo no puedo estar siempre con ella, tengo otros asuntos que atender. Deberías agradecerme que lo haga, de lo contrario caería en manos de cualquiera.
- Ella solo lo hace para complacerte.
- ¿Para complacerme? ¿Sabes por qué lo hace? Lo hace porque quiere esto.

Acompañó sus palabras con un gesto, descarado y obsceno, llevándose la mano a la entrepierna. Con su bragueta visiblemente abultada,

- ¿Quieres ver porque lo hace? ¿Quieres ver lo que tanto desea?
- Esto es estúpido. No sería la primera que viera. El sexo no está aquí, está en la cabeza.

Sin embargo, no podía apartar la mirada de aquella bragueta, de aquel exagerado bulto. Lo hacía sin ser consciente de ello, pero lo hacía.

- En esto tienes razón. El sexo está en la cabeza, pero esto ayuda, te lo aseguro. Mira, no pasa nada por mirar, además como tú misma has dicho no sería la primera que ves.

Victoria se mantenía muda, tensa, nerviosa, sin apartar la mirada, cuando él desabrochó su cinturón, y bajándose los pantalones y los calzoncillos, mostrando su pene. Su hermoso pene, nervudo, ancho, grande.
Ya no pensaba, solo deseaba, deseaba tocar aquel pene, el pene de un muchacho veinte tres años más joven que ella, su alumno, el que abusaba de su hijo.

- Vamos, no tengas miedo. Tócala, toca mi polla, verás cómo cobra vida.

Sintió las caricias de él en su nuca, en su cuello. Ya no solo deseaba acariciarla, ver como se endurecía, deseaba besarla, lamerla, llenarse la boca con ella. Lentamente, acercó su cabeza a aquel órgano que se le hacía tan deseado.

- Eso es, ahora lo entiendes ¿Verdad?

Fue como despertar de un sueño, visiblemente alterada

- ¡Dios mío! ¿Qué estoy haciendo? ¿Qué me estás haciendo? ¡Vete de aquí! Vete de mi casa. Vete y no vuelvas jamás. ¡Te odio! ¡Te odio! Eres un cerdo, un hijo de puta.
- Otra vez tengo que volverte a dar la razón. Sí, soy un hijo de puta - Dijo entre risas, mientras componía su ropa. Vamos tranquila tía.
- Nunca más. Nunca más. Nadie debe saber esto. Nadie ¿Me oyes? Vete de una vez.
- Tranquila mujer. Ya me voy.

Fue entonces cuando oyeron la puerta del piso abriéndose.

- ¿Mamá?
- Estoy aquí hijo, en el salón.

La sorpresa de Ricardo fue mayúscula. Ver a su madre, apurando una copa de vino, sentada en el sofá, al lado de Roberto.

- Roberto… ¿Qué haces aquí?
- Te estaba esperando. Mejor vamos a tu habitación. ¿No te parece?

Al poco rato Roberto salía de su piso, sin ni siquiera despedirse de ella.

- Mamá. ¿Qué ha pasado aquí? Y no me digas que nada. Nunca me hubiese imaginado esto. Tú con Roberto, vestida así y sentada a su lado. No me digas que nada, te conozco demasiado como para no notar que estás alterada.
- Nada. No ha pasado nada. Ya sabes que me saca de mis casillas hablar con él.
- Claro y por eso estabas junto a él. ¿Qué te ha hecho? Dime la verdad.
- Nada. No me ha hecho nada. Roberto será lo que quieras, pero no es un violador.
- Encima parece que lo defiendas. Si supieses lo que dice de ti desde que la primera vez que vino aquí te vio con el kimono.
- ¿De mí? ¿Qué dice de mí?
- Lo buena que estás y que quiere follarte. Qué seguro que estás necesitada de un buen polvo. Estas son las cosas que dice.
- Y tú, ¿No me defiendes? No, claro que no. Si tuvieses solo la mitad de hombría que él no permitirías que hablara así de mí.
- Por favor. ¿Te gustaría que fuera como él?
- Déjalo. ¿Qué quería?
- Que le diera dinero…
- ¿Y se lo has dado? ¿Qué le has dado?

- Todo lo que tenía… Cuarenta euros
- ¿Te das cuenta de lo débil que eres? Ya me dirás qué haces mañana, habías quedado de ir a comer con tu amiga Rosa. ¿No? ¿Le vas a contar que no tienes dinero porque se lo has dado a Roberto?
- No… No sé… Le diré que estoy enfermo, que no puedo salir….
- Ya te daré los cuarenta euros. Pero espero que no vuelva a ocurrir. Si pudiese denunciaría a Roberto por todo lo que hace con vosotros, pero no puedo, seguro que acabaría saliendo lo que pasa con Montse y no quiero que salga perjudicada por culpa de vuestras debilidades.
Ya le he dejado claro que no vuelva aquí bajo ningún concepto.

Lo que no le contó a su hijo es que no podía quitárselo de la cabeza. Que en realidad solo pensaba en él, en su polla. En cuanto se arrepentía de haberle dicho que lo odiaba. Su recuerdo volvía una y otra vez a su cabeza.
En la cama no podía conciliar el sueño. Llena de deseo y de arrepentimiento, finalmente llamó a Roberto.
- Hola. Soy Victoria.
- Sí. Ya sé que eres Victoria. ¿Qué coño quieres ahora? Estoy ocupado con mi tía.
- Quería… Quería pedirte disculpas… Disculpas por lo que te he dicho. Por haber dicho que te odiaba…
- Más que disculpas lo que deberías es pedir perdón y ganártelo. ¿Qué te pasa? ¿Vas cachonda o qué?

Se hizo un largo silencio.


- Sí…

- Mañana es sábado. Supongo que el maricón de tu hijo no va a estar todo el día en casa ¿O me equivoco?
- No… Va… va a comer con una amiga… Seguro que llegará tarde,
- Vaya. Hasta tiene una amiga y tú estás deseando hacerte perdonar. Seguir donde lo dejaste. Aunque dudo que seas muy buena en esto. Dime qué coño quieres.
- Ven… ven por favor…
- Bueno, me lo pensaré. Ahora déjame en paz.

Allí estaba, aquel sábado, a las tres de la tarde. En el recibidor, apartando un mechón de cabello de la frente de Victoria. Nerviosa, insegura, con la mirada baja.
- Vaya, veo que te has puesto los zapatos de tacón. Así me gusta.

Sí, recordaba el primer día que se presentó en su casa. Deseaba gustarle. Lo haría bien, se esforzaría en ello.

- ¿Ya no te doy asco?
- Nunca me has dado asco…

Era verdad, siempre tenía una fijación que rayaba lo morboso con los hombres como él. Cuando iba a la playa con su esposo, los buscaba con la mirada, solían ser padres de familia.
Fantaseaba como debería ser hacerlo con un hombre así, chupar sus tetillas de obeso, sentir su peso encima de su cuerpo.

- Seguro que ayer, por la noche, te estuviste tocando, pensando en mi polla.
- Sí…
- ¿No te da vergüenza? ¿Sin ni siquiera pedirme permiso?
- Lo siento…
- Vas acumulando faltas que perdonar.

La cogió por su barbilla levantando su cabeza y acercó sus labios a los de ella, su boca. Sus lenguas se buscaban, en un beso obsceno.
Acariciaba su barriga por debajo de la camiseta, sería sus manos presionándole las nalgas.

Fue allí mismo, en el recibidor. Arrodillada frente a la lamia, su pene, lo besaba, refregaba sus mejillas en ella, antes llenarse la boca con ella. La cogía con una mano mientras la chupaba, la mamaba, moviendo su lengua, lo hacía de una manera que nunca había hecho con su esposa. Miraba como él sonreía, Vencedor, después de todo.
- Pronto la comerás entera. Aprenderás a hacerlo. Te educaré para que seas una buena mamona.

Mojaba su Kimono con sus propias babas. Oyó su rugido. Sintió el chorro de su semen. Lo tragó. Lo tragó todo. Por primera vez tragaba el semen de un hombre.

- Roberto… Yo… Yo nunca he estado con otro hombre que no fuese mi esposo….

Lo decía con miedo. Con el miedo de no hacerlo
suficientemente bien.

- Entonces, en realidad, nunca has estado con un hombre. Desnúdate y llévame hasta tu habitación. Quiero ver si realmente sabes andar con estos tacones.

La miraba andar. A pesar de su edad tenía unas nalgas perfectas, tersas, sin nada de celulitis. Su buen dinero le costaba los masajes semanales para mantener sus senos y sus nalgas en aquel estado, aunque su marido, con el tiempo, dejó de apreciarlo.

- Cuando llegaron a la habitación hizo que lo desnudará. Le ordenó que lo hiciera.

Por fin hacía realidad su sueño. Besar aquella barriga, lamerla, chupar sus tetillas.

- Así me gusta, guarrilla. Vas a volver a ponérmela bien dura con estas tetas tan sensibles que tienes. Estás más buena de lo que pensaba, siempre tan tapada.

Ahora era el quién acariciaba sus senos. Los sobaba.

- ¡Ah!
- ¿Qué te pasa? ¿Nunca te los habían pellizcado?
- No….
- Vaya, tu esposo debía ser un maricón como tu hijo. ¿No te gusta que lo haga?
- Sí… Si….
- Ya veo que estás bien mojada. Vas a saber lo que es ser follada. Te lo aseguro.

La penetró de golpe. Sus embates eran fuertes. Sintió un placer que nunca había sentido. El placer de ser follada por un macho.

- Así es como te gusta. ¿Verdad?
- ¡Sí! ¡Dios mío! ¡Sí! ¡Pégame! ¡Pégame!

Aquella bofetada rompió su alma mientras llegaba a su primer orgasmo. Ni siquiera supo cuántos tuvo. Fuertes. Profundos. Llenándola toda.
- ¡No! ¡No! No salgas ahora. ¡No!
- En el suelo. Te quiero en el suelo. A cuatro patas, como una perra,

Abofeteaba sus nalgas. La cogía por la cintura.
- No eres más que una puta.
- Sí, sí. Una puta. Tu puta.
Tendida en el suelo, al lado de la cama, con su semen en las entrañas. Besaba sus pies.

- Límpiame la polla. Zorra.

Gracias. Gracias. Puedes hacer conmigo lo que quieras. Solo te pido que no digas nada en la escuela. Nadie debe saber esto allí.

- Se lo diré a quien tenga que decírselo. No me gusta andar con mentiras. Andrea y Montse deben saberlo.
- Pero… Me odiarán.
- A Andrea no le va a importar, no le importa que tenga mis putas, siempre que sepan cuál es su sitio. En cuanto a tu amiga. Montse, sabe muy bien que tengo derecho a follar con quien quiera.
- ¿Mi sitio? ¿Y cuál es mi sitio?
- Si no lo sabes, pronto lo sabrás. Ahora tengo que irme.
- ¿Cuándo volveré a verte?

Cuando tenga ganas de ti te lo sabré saber. Mientras no me molestes. Eso sí, pídeme permiso para tocarte. Solo vas a follar conmigo y con yo quiera.
- Sí… Sí… Nadie de la escuela… Por favor… Solo te pido esto.
- Pides mucho, pero te lo concederé. Por cierto, doy por supuesto que no estás enculada.
- No….
- Bien, ya solucionaremos esto en su momento. Ahora descansa.
- Sí…. Gracias.

Estaba atardeciendo. Fue allí donde se encontraron, en el portal del bloque de pisos.

- Deja descansar a tu madre, seguro que está agotada.
- ¿Qué? ¿Qué haces aquí?
- ¿Tú que crees? - Dijo con una cínica sonrisa.

Cuando llegó a su piso fue directamente a la habitación de su madre, Allí estaba, tendida sobre la cama, mostrando, ladeada, su desnudez.

- ¿Qué has hecho? Mamá ¿Qué has hecho?
- Lo que hacen las mujeres, follar con un macho.

Nunca la había oído utilizar aquel lenguaje. No podía creer que aquello fuera posible.

- Pero con él, con Roberto. Dios mío mamá. ¿Qué va a pasar en la escuela? ¿Qué van a decir de ti?
- Por lo visto esto es lo que te preocupa.
- Es Roberto mamá. Mi peor enemigo. Voy a ser el hazmerreír y tú… Tú. ¿No te das cuenta? Después de lo que ha hecho con Montse…
- No te preocupes por esto. No va a decírselo a nadie.
- Pero ¿Tú te lo crees? Se va a pavonear con sus amigos.

Aquella noche no pudo evitar pensar en el cuerpo de su madre, imaginarla con Roberto, Solo temía no haber manchado las sábanas.

FIN DEL EPISODIO


Licencia de Creative Commons

LAS AVENTURAS Y DESVENTURAS DE V (IV) es un relato escrito por Lena publicado el 24-02-2024 20:44:40 y bajo licencia de Creative Commons.

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