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las sumisas de Bob 4
Escrito por joaquín

Toda la decencia y vergüenza que parecía haberla abandonado el día anterior volvió a ella de golpe cuando despertó con en la cama.
¿Qué había hecho?
O que no había hecho, porque sería mucho más corto decir que le faltaba por hacer que hacer la lista de lo que había hecho.
Que por cierto, se lo había contado a su madre.
¿Pero qué había hecho?
Susan apretó su cuerpo contra el suyo y todas las dudas desaparecieron.
— ¿Sigues dormida?
— No, llevó despierta un rato. Me gusta estar así.
Alice abrazó cariñosamente al amor de su vida. Podía pasarse todo el tiempo del mundo. Todo el tiempo del mundo.
Pero sus tripas tenían otros planes.
— Perdón. — Mencionó ante el repentino gruñido de su estómago.
— No es extraño que te suenen. Solo hemos tragado lefa desde ayer y nuestra última toma fue esta mañana para desayunar.
— Sí, es cierto… Mierda.
Se besaron antes de abandonar la cama. Se vistieron con vaqueros y unas camisetas que tenían por ahí y bajaron a cenar.
Lo primero que vieron fue al padre de Alice viendo el partido en el salón. Pero no era ese su destino, si no la cocina.
En ella se encontraba Marie.
Se sentaron en la mesa mirando preocupadas a la mujer.
— Vaya, así que mi par de guarras favoritas han decidido por fin salir a cenar.
— Mama, por favor.
— Pero es lo que sois, ¿No? Un par de guarras. ¿Y qué os doy de cenar? ¿O tengo que llamar a vuestro amo para preguntarlo?
— Mama, por favor.
— Pero es cómo funcionan las cosas, ¿No? Él decide por vosotras. Por ejemplo, esos collares que lleváis al cuello. ¿Os los vais a quitar?
— No quiero quitármelo — Aseguró Susan.
— ¿Y tú, hija?
— Yo tampoco quiero.
— ¿Pero no queréis por qué no queréis o por qué no os ha dado su permiso?
— No nos ha dicho nada.
— Así que él os los puso y hasta que no diga lo contrario los vais a lucir.
El silencio de las chicas confirmó sus sospechas. No harían nada si él no les decía que lo hicieran.
— Y luego os extraña que quiera llamarle para preguntarle qué queréis para cenar.
Marie se acercó al frigorífico, sacó los platos con la cena que había preparado para ambas y se los puso en la mesa.
— Pues hasta que vuestro amo no confirmé que os lo podéis comer, no lo vais a tocar.
— Mama, por favor, desde ayer solo hemos tragado corridas de tíos, nada más. Me muero de hambre.
— Si vuestro amo os quiere alimentar solo de corridas, allá él. Y ahora llamadlo.
No tenían su número de teléfono. En realidad la única forma de contactarlo que tenían aparte de la esquina era el puti club al que las había llevado la noche anterior.
Y así se lo dijeron a Marie.
— Cariño, me voy al puti club con las chicas. No me esperes levantado.
— Vale, que os lo paséis bien.
George tardó dos minutos en darse cuenta de que su querida esposa le acababa de decir que se iba a un puti club con su hija y la amiga de esta. Por supuesto tenía que ser una mentira, ¿Verdad?
Las tres se encontraban ya en el polígono industrial de la ciudad.
Y lo que ocurrió fue algo que dejó a Marie sin habla.
Las chicas se descalzaron antes de bajar del coche, cogieron sus zapatillas con la mano y le abrieron la puerta a Marie.
No se movieron hasta que esta comenzó a andar.
Iban detrás de ella, con la mirada bajada y sin hablar.
Marie tuvo la sensación de que la seguirán sin protestar hasta donde fuera.
Se sentía incómoda.
¿Cuántos metros de calle podía haber desde el aparcamiento hasta el local? ¿300, 500 metros? ¿Más?
Cientos de metros de asfalto sucio y potencialmente peligroso.
Podían clavarse algo, pisar algo…
— ¿Es esto necesario?
Las chicas no dijeron nada.
Marie se giró para mirarlas. Le bastó un simple vistazo a sus caras para darse cuenta de que ese par de guarras lo estaban disfrutando.
“Andar descalzas detrás de él…”
— Mirad donde pisáis, porque os vais a limpiar los pies con la lengua… la una a la otra. — Añadió
— Sí ama.
Cuando el portero vio al grupo, hizo una pequeña reverencia y les dio pasó por la puerta principal, sin esperas.
— ¿Mesa para una? — Preguntó la camarera.
Marie estuvo a punto de replicar que para tres antes de darse cuenta de que estaba allí como ama y que seguramente las chicas se debían sentar en el suelo.
— Para dos. He venido a esperar a alguien.
— ¿Y se ha puesto en contacto con él o precisa de nuestra ayuda para ello?
— Esperaba que me pudiera ayudar con ello.
— Por supuesto. Pase por aquí, por favor.
La llevo a un reservado. Nunca antes había estado en un sitio así. Sabía de conocidas que habían ido con sus maridos o parejas para tener experiencias únicas y tal. Pero ella nunca había estado en un sitio así.
Y desde luego entrar ella acompañada de su hija y su amiga no pasaba ni por su imaginación más salvaje, o bueno, de sus esclavas, porque ese era el papel que estaban representado, la abrumó un poco. Solo un poco.
Pudo darse cuenta del respeto que había en la mirada de muchos hombres. Y eso la sorprendió para bien, porque había un buen grupo de envidiosos y otros cuantos que deseaban tirarse a las tres.
Algo completamente lógico, por otra parte.
Las chicas se arrodillaron en el suelo antes incluso de que Marie se sentará en una de las sillas.
Como si fuera lo más natural del mundo, Susan comenzó a lamer los pies de su hija.
— ¿Qué desea tomar?
La pregunta de la camarera sacó a Marie de su estupor.
— Una cerveza y algo para picar.
— ¿Y para ellas? ¿Un chupito de semen de macho como la última vez? Invita la casa.
— Sí. ¿Y sirven también orina?
— ¿De hombre, mujer, de perro, de caballo o de sumiso?
— Es para que se limpien la boca de la mierda de la calle, así que, ¿Alguna recomendación?
— Veré qué podemos hacer.
La camarera se fue con una sonrisa resplandeciente.
— Mama, ¿Eres consciente de que nos lo vamos a tener que beber?
— Hum, ahora que lo dices, no, no se me había pasado por la imaginación.
Susan soltó una risita por lo bajo.
Marie se puso cómoda y se relajó. Para su absoluta sorpresa estaba de lo más a gusto en el local.
La camarera no tardó en venir con su pedido, un cerveza con almendras para ella, y dos chupitos de semen y unos cuencos llenos de meado para las chicas.
— Que lo disfrute.
También le dio una carta con todos los servicios que ofrecía el local, así como los precios, la ganancia y la comisión correspondiente.
Marie simplemente alucinó con lo que podía hacerlas y con el dinero que podía sacarles.
Bob estaba en su casa, escuchando música mientras se daba un baño, fumaba un puro y tomaba un copazo de coñac cuando le sonó el móvil.
— Siento molestarte, pero se han presentado en la puerta tus dos chicas y una mujer que desea hablar contigo.
— ¿Me dices que están en el puti club?
— Te lo digo y te lo cuento.
— ¿Y están causando algún tipo de problemas?
— Si fuera así ya les habría echado yo mismo. No, las sumisas se están lamiendo los pies y bebiendo meados tan tranquilas.
Bob se tomó su tiempo para vestirse con un traje blanco, una camisa negra, una corbata roja y un bonito sombrero antes de acercarse al local.
Entró al reservado con una sonrisa en la boca.
— Señora.
Tanto Susan como Alice se lanzaron a por él y agarraron a sus piernas.
— Tranquilas, chicas, no estoy enfadado con vosotras. — Mencionó mientras les daba palmaditas en la cabeza.
Ya más tranquilas, ambas se soltaron y volvieron a sus posiciones.
— Si que son cariñosas contigo. ¿Puede decirme que las da?
— Ni más ni menos que lo que quieren. A la morena sexo, sumisión, dolor y degradación. A la rubia, poder estar con su amada.
— Las ha calado rápido.
— Es parte de mi trabajo. Y bien señora, me encuentro en desventaja porque sabe quién soy, pero yo no sé quién es usted.
— Soy la madre de esta guarra de aquí. Así que supongo que entenderá mis razones para desear conocerlo.
— Sí, lo entiendo muy bien. Lo que me sorprende es la tranquilidad con lo que se lo ha tomado.
Agarró uno de los cuencos que estaban en el suelo y se la llevó a la nariz. Olía a la orina. Por supuesto resultaba muy difícil que el regente del local no le hubiera engañado, pero quería comprobarlo él mismo.
— Ha sido perturbador ver a mi hija beberlo como si de un refresco se tratará.
— Me lo imaginó.
— Casi tanto como enterarme que su amo es, y perdone por mi grosería, un negro entrado en años.
— Me lo imaginó también. Pero como ha podido comprobar su hija y su amiga son chicas bastante especiales. ¿Puedo preguntar qué tiene pensado hacer ahora que lo sabes?
— Eso me lo tienes que decir tú. ¿Cómo quieres que las trate? Por ejemplo, ¿Qué las doy para cenar? ¿Sobras? ¿Corridas de un tío que encuentre por ahí ? ¿O las mandó a la cama con el estómago vacío?
Bob echó un tragó a la cerveza que acababan de traerle. En parte porque quería hacerlo y en gran parte porque estuvo a punto de preguntar si sería capaz de darle sobras a su propia hija.
— Sinceramente, no lo había pensado. Por lo que a mi respecta, son libres mientras no estén conmigo.
— ¿Y cuánto tiempo será eso? Susan es muy dependiente. Es perfectamente capaz de escaparse de casa para irse contigo.
— Admito que es perfectamente capaz.
— Y en cuanto a mi hija se escaparía solo por seguir a la otra.
— Posiblemente.
— Lo harán en caso de que no las dé lo que necesitan.
Bob se echó a reír por lo absurdo de la situación. ¿En serio ese era su problema? ¿Tenía miedo de que las chicas se fueran de su lado por no darles lo que necesitaban?
Estaban sentadas en el suelo de un puti club, descalzas y satisfechas seguramente tras haberse lamido los pies la una a la otra y la madre se preguntaba si no podía darles lo que deseaban.
— Por lo que puedo ver, no necesita un manual de instrucciones para tratarlas. Solo dos consejos. El primero, no dude. Haga lo que haga con ellas, no dude. El segundo, pruebe el filete con patatas acompañado de una buena botella de vino, está delicioso.
Pidieron la cena y algo para las chicas. Marie no supo qué era pues Bob se lo dijo al oído, pero la camarera volvió con un par de platos para perros cargados con lo que parecía un puré.
¿Puré de qué?
Puré de no preguntes.
“Con lo asquerosa que fue de pequeña para comer”
Para el postre pidieron un trozo de tarta mientras las chicas les lamían los pies.
Marie se opuso a la idea de que su hija le lamiera los pies, pero cuando Bob le explicó que era preferible eso a que viera a su hija lamer los pies sucios de un viejo negro, se quitó el zapato y metió decidida el pie en la boca de su hija.
— ¿Se siente bien?
— No lo sé — Mencionó esta entre risas. — Todo es demasiado raro.
— Pruebe a echar nata, chocolate o los restos del puré. Camarera, por favor, un bote de nata batida.
— No, nata, no. Cuando era joven siempre me he querido echar nata por el cuerpo para que mi marido lo lamiera.
— ¿Y nunca lo hizo? Una pena por él, yo lo hubiera hecho encantado.
La camarera trajo el bote que le habían pedido.
— Tenga, diviértase.
Marie cogió el bote, lo sacudió, echó trago, cogió el zapato, le echó unos pegotes aquí y allá y lo acercó a la boca de su hija.
Esta comenzó a limpiarlo con la lengua.
— ¿Pero qué estoy haciendo?
La velada terminó entre risas y la declaración de Marie de que no podía dejar que las chicas fueran al insti sin dormir.
— Adios chicas, hasta mañana. Y Marie, ha sido un placer conocerla.
Solo cuando estuvieron de nuevo en el coche Alice preguntó lo que tenía en la cabeza toda la noche.
— Mama, ¿No irás a tener sexo con él?
— ¿Qué? No, claro que no. ¿Cómo se te ha pasado por la cabeza?
“Porque parecías estar en una cita”
Sin embargo Alice se tragó sus palabras mientras Susan la consolaba.


Licencia de Creative Commons

las sumisas de Bob 4 es un relato escrito por joaquín publicado el 06-10-2023 17:19:40 y bajo licencia de Creative Commons.

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