Mi amo me vende
Escrito por Lourdes
Aquella tarde me puse las medias negras con ligero y un vaporoso vestido blanco. Me subí encima de unos zapatos de muy fino tacón que me hacían ladear ostentosamente mis nalgas y cubrí mis ojos con unas gafas oscuras para no ver las miradas que se clavaban en mis tetas, se movían con soltura locuaz y evidente bajo el vestido.
Su llamada había sido muy clara. Escogió mi vestido, elegante por cierto, y me dio las indicaciones que debía cumplir. Me llevó a un bar de carretera lleno de camioneros de paso, donde la única mujer era la camarera que, todo y no ser excesivamente agraciada, lidiaba con todos a la vez. La verdad es que temblaba de entrar. Entré. Se hizo el silencio entre aquellos rudos hombres. Todas las miradas se clavaron en mí. No es que llevara mucha ropa, pero me sentí completamente desnuda.
La camarera, más bien baja y con enormes protuberancias pectorales, me llevó a una mesa cerca de la puerta de la cocina. Se sintió cómplice y me sonrió al decir: "Aquí estará a salvo, señora". Me trajo el güisqui que pedí. Bebí de un sorbo. Nerviosa pedí otro. No sabía que tenía que hacer allí. El celular no sonaba.
Pasé toda una hora siendo el blanco de miradas, de gestos obscenos y alusiones a mí. Me habrían follado todos, lo leía en sus ojos. Cierto que hubo un momento que pensé en que dos o tres de aquellos machos me tomaran, pero cambié de pensamiento atemorizada. Además, estaba allí esperando órdenes de mi Amo.
Por fin sonó el teléfono. Era Rafa. Se reía de cómo me sentía con tanto hombre babeando por follarme. Debía recoger un documento que encontraría debajo de una losa, justo detrás del edificio que había fuera, los servicios. Regresar de prisa a casa que volvería a llamarme.
Pagué con prisa a la camarera. Dejé el cambio y todo. Tenía prisa por salir de aquel antro. Escuché todo tipo de ofrecimientos pero mantenía la serenidad como mejor podía, yendo hacia afuera.
Habían tres losas. Olía muy mal. Un olor muy fuerte y desagradable de orines. Solo debía recoger aquello que encontraría y marchar a toda prisa. La losa del centro no ocultaba nada. La de la derecha tampoco. Quedaba solo la de la izquierda que dejé para el final por estar empapada, con un pequeño charco encima.
Envuelto en una bolsa de plástico, había un sobre. El sobre. Recién solté la losa que una sombra oscureció el sol a mis espaldas. Me giré sin siquiera levantarme. Unas bambas rotas que habían sido de color blanco, sucias, un pantalón de pana agujereados, llenos de grasa. Una grasienta camisa de cuadros me llevó hasta aquel rostro que sonriendo mostraba unos dientes negros. Un hombre corpulento, con una melena enredada, sucia como todo él, de barba descuidada y un ojo medio cubierto por una herida, un derrame tal vez.
Dije que ya me iba, pero él señalaba mi bolso con insistencia. La verdad es que estaba asustada, y mucho. Su gorra con visera jamás había visto el agua. Como no le entregaba el bolso, me lo arrancó de un tirón. Se apercibió de mi tentativa de chillar y me obsequió un cachete, un fuerte cachete en mi mejilla girándome la cara. Obviamente me calle. Tranquilamente se alejó. Decidí quedarme donde estaba hasta que se fuera ido. Le vi montarse en mi coche. Suspiré aliviada. Bien, sí, me acababan de robar pero seguía entera.
Mi coche, mi propio coche hacía marcha atrás y se acercaba. No supe hacer otra cosa que encogerme y apoyarme contra la pared de los servicios. El asqueroso ladrón, un individuo repugnante se bajó. Tenía que haber salido corriendo. Abrió el maletero y señaló dentro. Fue el segundo cachete que me dio, y palabra que no eran caricias, el que me convenció para meterme acurrucada dentro.
Aterrorizada. Esa es la palabra. Temblaba metida dentro del maletero mientras el coche iba circulando. Se me hacía eterno y en mi reloj pude ver que solo pasaron quince minutos. Quien pensaría que era yo para que me secuestrase?
Por fin se paró el auto. Escuché el ruido de una persiana y dio marcha atrás. Olía a aceites, grasas y suciedad. Quizá un taller de reparación de autos. Seguí temblando. Se abrió el portón y la oscuridad era completa. Con un encendedor, aquel resto de hombre me indicó el fin del trayecto haciendo luz para que pudiera salir.
Supliqué que me dejara ir, que se quedara todo, el coche y cuanto había en el bolso, pero que me dejara ir. Lloré. Me arrodillé ensuciando el vestido de gasa. Me cogí a su roto y sucio pantalón implorando piedad. La verdad temí lo peor.
Me agarró del cabello y de un tirón me puso en pie. Grité tanto como pude. Sonreía él. Con un interruptor, encendió una bombilla que daba muy débil luz. Apenas si veía donde ponía los pies, pero le seguía a él que me llevaba del pelo dándome tirones para hacerme chillar.
Que era lo que estaba sucediendo? Que había hecho yo para que me pasara aquello? Y mi Amo? Que diría mi Amo si se lo contaba? Ató mis manos a un banco de trabajo desgastado y se esfumó. Su seguridad, su firmeza me sacaban de quicio, aunque atemorizada, poco más me podía sacar.
Le escuché hablar. Solo sonaba esa voz, hablaría por teléfono, deduje. Solo llegué a entender "mil euros y la puta es tuya.". Lo que me faltaba, estaba siendo vendida. No quería pedir rescate, ni nada parecido, ni quería mi bolso. Me estaba vendiendo como puta.
Casi pierdo el conocimiento de tantas ideas confusas que embotaron mi mente. Se acercó de nuevo. Groseramente manoseó mis tetas. Mil euros los tenía yo. Muy bajo mi precio. Se los ofrecí, le dije de comprar mi libertad. Se divertía metiéndome mano, ignorando cuanto le decía. Miró mi reloj. Me lo sacó. Lo estuvo observando asintiendo con la cabeza.
Intuí que acababa de tomar una determinación. Me desató. Yo también tomé mi determinación. Sobrevivir. A parte del miedo que sentía, aquel ser repugnante me daba asco, un asco indecible. Esperaba a mi comprador y yo fui elegida para distraerle la espera. Debía sobrevivir por mis hijos, por mi Amo, que narices por mí misma. Así que igual que me tragué el asco, tragué su polla cuando la saco del grasiento pantalón.
Caían lágrimas de mis ojos. Y a pesar de todo, me esmeré por seguir viva mamando y chupando cuanto mejor sabía. De nuevo en pie, destrozó el escote del vestido para sacarme las tetas. Continuaba siendo grosero mientras me tocaba y sobaba. Cogió los pezones. Tiró de ellos. Yo quieta. Cerré los ojos. Siguió tirando. Me dolía. Parecía que los quisiera arrancar de las tetas.
Para hacer más soportable la vejación de aquel cabrón de mierda, imaginaba que estaba con mi Amo. Otro cabrón, pensé, ya que por su culpa estaba en aquella situación, yo jamás me hubiera detenido en aquel antro. Siguió maltratando mis tetas, las abofeteaba, con un punzón las fue pinchando. Parecía como si me clavara agujas.
Fui llevada frente a una larga mesa llena de herramientas y que se yo que más chatarra había sobre ella. Me colocó una correa de ventilador de coche al cuello y anudando una cadena a la correa, desde el otro extremo de la mesa, fue tirando hasta dejarme doblada por la cintura encima de las herramientas y demás hierros que ahí había. Sentía todo aquel metal en mis carnes y a él lo sentí levantando mi vestido.
A partir de ahí, agradecí a mi Amo su obsesión por tenerme por detrás. El caso es que aquel individuo se lió a azotarme el culo desnudo. Lloré de nuevo. En mi teta izquierda sentía algo que pudiera ser un destornillador y en mi vientre, algo afilado me hacía contener la respiración. Aun así lloraba y a cada azote probaba de levantar la cabeza que se mantenía sujeta a la mesa por aquella correa áspera. Y a cada golpe gimoteaba un grito que ahogaba en mi garganta, no fuera el hijo de puta este a excitarse más con mis gritos. Agradecí la obsesión de mi Amo, pues este cabrón se apostó entre mis nalgas, las abrió y sin demasiado cuidado, ninguno, insertó en mi culo su polla.
No pude resistirme. Grité. Di un fuerte alarido. Por eso di gracias a mi Amo. Por haber puesto en algo más ancho mi culo, que aun así, el mamón ese me horadaba crudamente. El caso era que ese hijo de la gran puta me estaba partiendo el culo con una polla que sentía enorme. No cesé de gritar, desplomada sobre los hierros, llenos de lágrimas los ojos, sufrí aquella dolorosa enculada.
Me había destrozado el culo, el culo de mi Amo. Lloraba por él, y porqué quizá no lo volvería a ver más. Que narices, lloraba por mí. Estaba a punto de ser vendida como puta. A saber que me depara el destino si no conseguía huir de allí.
Sonó la melodía de mi celular. Sería él. Llamaba para darme más órdenes. Estaba yo para juegos. Claro que tampoco podía descolgar. Seguía sobre la mesa expuesta. Mi raptor había salido de mi trasero y me escocía. Cojeaba mientras andaba tras él. Un zapato tenía roto un tacón. Con la misma cadena me llevaba.
Fui tendida sobre el capó del auto. Se tocaba la polla para mantenerla en forma. Por el brillo de su ojo adiviné que debía abrir las piernas. Las abrí. Manoseó primero mi coño con desdén. Me folló. Ya poco aguantó. Con su asquerosa corrida dentro de mi vientre, sentí que terminaba aquello. Aun me tocó limpiarle la polla con mi lengua, la restregó en mi cabello dejándolo pringado y ahí fue donde todo cambió de golpe.
Despeinada, con grasa en las tetas, por todo mi cuerpo, el vestido roto y lleno de mugre, los ojos llorosos, destrozado mi culo y un asco indecible revoloteando en mi vientre. Me puso en pie. Me acarició la cara con dulzura impensable en aquel animal y con una sola palabra me meé encima. Me llamó "CERDA". Quise parar la meada, como si pudiera, con las manos, pero entre los dedos se salía toda mi orina. Mi cuerpo se había soltado del todo.
Era imposible. No podía ser. Había perdido el juicio. Aquella voz grave llamándome cerda. Alucinaba. Se quitó la gorra y con la gorra cayó la peluca. Todas las sensaciones me abrumaron de golpe. Rompí a llorar histérica. Mi cuerpo tembló después de toda la tensión soportada. Le propiné un bofetón en su cara. Me fue debidamente devuelto y me abrazó. Meada, sucia, ultrajada, me abracé a él. Repetí un montón de veces "Eres un cabrón" dándole patadas. Sonreía.
Rafa, mi Rafa, mi Dueño, mi Amo. Se estuvo una semana, preparó todo y simplemente me hizo sentir verdaderamente aterrorizada, pánico y, en aquel momento, un alivio tan y tan intenso que me corrí, sin más.
Camino de casa, reía como una loca. Ahora que todo había terminado, admití como me había gustado y sobretodo sorprendido. Aunque le reproché el poco cuidado observado al darme por el culo que aún me escocía.
Estaba agotada pero muy orgullosa del Amo al cual pertenecía. Pertenezco.
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