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LA ESTRICTA ABUELA ISABEL. DISCIPLINA. PARTE IV
Escrito por sumisso

CAPITULO IV: VIDA NUEVA

Estaba completamente arrepentido de todo cuanto había sucedido aquella noche. Esta vez me había equivocado por completo y había cometido un error muy grande. Había mentido a la abuela Isabel fingiendo estar enfermo y me había escapado por la ventana. Me fui hasta la ciudad con amistades que solo me traían problemas, bebí demasiado, fume demasiado y aquello produjo que faltase al respeto a aquella mujer que no tenía culpa de nada y desencadenó una pelea en la discoteca. El resultado ya le conocéis, mi abuela tuvo que salir por la noche de madrugada a rescatarme de la comisaría. Una nueva hazaña para añadir a mi historial delictivo y ahora debería pagar una multa económica bastante grande por el altercado y daños en el local.

Pagué con creces mi error, la abuela me propinó un castigo muy duro, dejó mi culo como una parrilla ardiente y completamente magullado, pero no era suficiente, aquello no solucionaba mi grave error. Aquella mañana descansaba en mi habitación con los pantalones bajados e intentando que el fresco de la ventana me produjese alivio en mi culo destrozado. Sabía que solo tendría un poco de tiempo ya que la abuela Isabel pronto vendría a buscarme para empezar mis tareas diarias.

Así fue como apareció la abuela Isabel en mi habitación. Entro malhumorada, hoy era uno de esos días que estaba especialmente irritada, disgustada y enfurecida. No era para menos después de todo lo sucedido anteriormente. Hoy era uno de los días que era preferible guardar silencio y obedecer en absolutamente todo porque la furia de la abuela Isabel era implacable. Empezó a reprocharme mi lentitud y holgazanería, me ordenó con un tono de voz serio que empezase a organizar toda mi habitación. Antes de marcharse de la habitación requisó todo cuanto llevaba en mis pantalones de aquella noche. Mi paquete de cigarrillos, un poco de hierba y agarró mi teléfono móvil.

- Ya no vas a necesitar el teléfono móvil. Olvídate de tus amigos indeseables como tú – Se guardó el teléfono en el bolsillo de su delantal con su mano enguantada. Había quedado confiscado y me temo que para toda la eternidad.

La abuela Isabel no se separó de mí en toda la mañana, no me dejó ni un momento de respiro. Me dio instrucciones una y otra vez. Estaba deseando que me ordenase ir al supermercado, estaba muy lejos y tendría un momento de descanso. Mi idea de descanso se fue al traste, ya podía olvidarme de ir al supermercado. El supermercado para mí se había terminado. La señora Isabel cerró la puerta de la casa con llave y se la guardó en su escote.

- No vas a salir más de esta casa. No vas a separarte de mí ni un momento, vas a aprender a comportarte te lo prometo - Cuando la abuela prometía algo ya sabéis que siempre lo cumplía. Ahora no podía salir de aquella casa. Ella custodiaba la llave de entrada y salida .

Me ordenaba una y otra cosa, era como su ayudante realizando las tareas domésticas. Su enfado era mayúsculo, en una ocasión no entendí una de sus órdenes debido a mi torpeza e hice lo contrario. La abuela se acercó a mí:

PLAAAAAAAAAAAFFFFFFF PLAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAFFFFFF Me estrelló dos bofetadas con la goma de su guante.

- Presta atención idiota….. cuando te ordene algo lo haces tal cual - PLAAAAAAAAAAFFFFFFF PLAAAAAAAAAAFFFFFFFF volvió a abofetearme duramente de nuevo resonando la goma de su guante en la habitación al chocar en mi cara.

- ¿Has comprendido, o tengo que seguir abofeteándote ¿ - Rápidamente asentí e indique respetuosamente “Si señora Isabel “.

Tras toda la mañana pegada a la abuela Isabel y obedeciéndola en todo llegó la hora de la comida. Por primera vez desde que llegamos a esa casa, mi madre iba a comer con nosotros en la cocina. Ya empezaba a encontrarse mejor y salía de su habitación y por las tardes se iba con la abuela a su paseo diario. Hoy Iba a librarme de comer la terrible papilla marrón que preparaba todos los días la abuela para mí, al estar mi madre delante. Nos sentamos en la mesa y a mi madre la preparó una comida ligera, unas verduras con patatas cocidas. Cuidaba mucho la alimentación de mi madre siguiendo órdenes del doctor. Aquella comida para mí era un manjar después de estar tanto tiempo con la papilla. Quedé sorprendido cuando colocó sobre la mesa el horrible plato de papilla marrón una vez. No la importó lo más mínimo a mi abuela que estuviese mi madre delante. Se enfundó sus guantes de goma y se sentó a mi lado. Acercó la cuchara:

- Abre la boca estúpido y no me hagas enfadar - . Me indicó duramente mientras mi madre miraba con asombro la situación. Pensé que ella me defendería pero no fue así, empezó a reírse. Observé la cara de satisfacción en mi madre, estaba satisfecha observando cómo me humillaba la abuela tal como me merecía. Comenzó a reírse a carcajadas mi madre tras observar cómo se cayó una buena porción de papilla de mi boca y lo recogió la abuela Isabel para introducirlo en mi boca con su dedo enguantado.

- Lame el guante bien, que quede bien limpio – Me ordenó la abuela Isabel mientras lamía con repugnancia su guante sucio. Era peor el guante sucio que la papilla, siempre llevaba los mismos guantes de goma y tenían un aspecto horrible y sabían fatal. La risa destornillante de mi madre llegó a su fin tras la advertencia de mi abuela. Se giró hacia mi madre:


- Y tu….. come todo el plato…. No se te ocurra dejar nada…. O serás la siguiente… te daré de comer las verduras y patatas directamente con mis guantes… sigue riéndote y lo haré - . Rápidamente se borró la sonrisa de mi madre y continuó comiendo su plato ante la amenaza de la abuela Isabel. Mi madre conocía que era mejor no enfadar a la abuela Isabel y tomarse muy en cuenta sus advertencias porque siempre las cumplía, era una mujer de palabra. Aquella mujer era implacable.

Mi madre terminó de comer. La abuela la ayudó a llegar hasta su habitación para descansar. Desde que llegamos a casa de la abuela ella se ocupó a la perfección de mi madre. Según acompañaba a mi madre hasta su habitación, la abuela se giró hacia mí:

- Y tú ni se te ocurra moverte de la silla…. Enseguida regreso y hoy te vas a comer toda la cazuela de puré porque a mí me da la gana – Me reprendió apuntándome con sus dedo de goma y levantando la voz. Estaba terriblemente enfadada conmigo, iban a tardar mucho pero mucho tiempo la abuela en olvidar aquella noche que me escapé. Me quedé obediente esperándola en la cocina observando como la cazuela estaba repleta de puré. Hoy iba a ser muy dura conmigo.

Aquella tarde escuché a la abuela dando pequeños martillazos en su habitación de la planta de arriba. Estaba realizando un pequeño bricolaje en su habitación. Desconocía que estaba haciendo pero pronto lo averiguaría. A media tarde me llamó la abuela Isabel desde su habitación. Entré en la habitación y descubrí como ella estaba terminando de vestirse, había llegado la hora del paseo junto a mi madre. Estaba sentada en la cama colocándose unos zapatos de medio tacón sobre sus medias negras y su falda. Siempre vestía muy elegante. Me encontraba parado en la puerta esperando sus instrucciones ya que ella me había llamado, mientras terminaba de ajustarse sus zapatos.

- De rodillas en el rincón con los pantalones bajados - . Me ordenó. Obedecí de inmediato aunque no entendía que pretendía. La abuela Isabel agarró el collar de perro grueso que había utilizado en mi último castigo. Fue cuando comprendí todo. Colocó el collar en mi cuello apretado y observé como había anclado una anilla de metal justo en el rincón de la pared de su habitación. Ahora entendía aquellos pequeños martillazos. Ancló el collar a la anilla y colocó un candando metálico, de tal forma que permanecía pegado al rincón de rodillas sin poder levantarme anclado al rincón sujeto por el collar.

- No voy a permitir que durante el paseo con tu madre deambules por la casa haciendo cuando te plaza o incluso te vuelvas a escapar con tus amigos - . Sacó las esposas metálicas del cajón de su mesilla y me esposó las manos a la espalda duramente. Quedé arrodillado en el rincón bien pegado por el collar y el candado y con las manos esposadas, no podía moverme de aquel rincón.

No podía observar nada, solo el rincón de la pared, no podía girar el rostro. La abuela Isabel tras de mí, fuera del alcance de mi vista, sacó unas bragas limpias de su armario. Se quitó las usadas que llevaba puestas y se colocó unas nuevas para su paseo. Las bragas usadas acabaron dentro de mi boca y precintadas con la cinta gris. Todavía faltaba un último detalle. Agarró algo que no podía observar, de tamaño pequeño. Fue ella quien me indicó de qué se trataba.

- Estos supositorios los he fabricado yo de forma casera. En su interior llevan una sustancia que pica como el diablo. Se introduce dentro de tu culo…. En unos minutos se derrite y su interior produce un ardor y picor muy fuerte…. Puede durar horas su efecto de picor. En tu caso introduciré un par de supositorios…. Vas a estar entretenido en nuestra ausencia… voy a asegurarme no puedas sacarte los supositorios - . Observé como se enfundó uno de sus guantes de goma rosa y agarró dos supositorios. Se acercó hasta donde estaba arrodillado con los pantalones bajados. Introdujo un supositorio de manera brusca, lo empujó con dureza entrando hasta el fondo. Sentí un fuerte dolor. Hizo lo propio con el siguiente supositorio. Fue brusca conmigo, lo introdujo fuertemente sin importarla mi dolor. Estaba terriblemente enfadada conmigo debido a mi comportamiento. Colocó mi pañal y lo cerró sobre mi trasero. Ahora no había forma de poder quitarme los supositorios.

- Te aseguro que hoy el paseo va a ser muy largo. Voy a hacer todo lo posible porque lleguemos más tarde y hasta que no lleguemos no te sacaré los supositorios - La abuela Isabel cerró la puerta de su habitación y me dejó allí encerrado, inmovilizado en el rincón, amordazado y con los supositorios en mi interior.


Era conocedor que el paseo de mi madre y mi abuela era largo. Mi madre andaba despacio, estaba todavía recuperándose. Llegaban hasta la plaza del pueblo, se sentaban, descansaban y posteriormente volvían. Tal como esperaba tardarían al menos una hora en regresar .Ese día el paseo fue aún más largo, se sentaron a tomar un refresco en una terraza del pueblo. La espera iba a ser muy larga. Puedo asegurar que aquel castigo fue terriblemente doloroso. Los supositorios escocían como guindillas picantes, sentía un fuerte ardor, quemazón y picor dentro de mi culo. El tiempo pasaba y no regresaba la abuela Isabel, no tenía forma de escapar de mi castigo.

La puerta se abrió, ya era de noche. Apareció la abuela Isabel, tan elegante como siempre cuando salía al exterior. Su falda negra, su camisa negra, medias negras y sus inseparables guantes de piel que utilizaba en la calle . Entró sonriendo observando como las lágrimas caían de mi rostro. Se acercó a mí y me tocó ligeramente el rostro con su guante de piel que portaba en la calle.

- Espero hallas disfrutado de tus supositorios…. Mañana habrá más…. Cada vez que salgamos de paseo es lo que te ocurrirá. Aunque mañana fabricaré un supositorio más grande, que entre más cantidad. Ya te dije que tengo muchos castigos para enseñarte a obedecer…. Aprenderás te lo prometo. - . Sus castigos era mucho más estrictos desde aquella noche que cometí el error.


La abuela Isabel me buscó un trabajo no remunerado. Ella era quien debía pagar la multa económica por mi último comportamiento inaceptable. Mi madre no conocía aquel suceso, por tanto debía pagarlo la abuela ya que yo no tenía ingresos al no tener trabajo y ser un holgazán. La abuela Isabel decidió que debía de ayudar a uno de sus vecinos. Este señor, Don Miguel, iba en una silla de ruedas y deseaba arreglar su garaje, estaba lleno de trastos y decidió que quería hacer una habitación en él. Él no podía al estar en una silla de ruedas, así que la abuela Isabel fue quien me dio las instrucciones para ayudarle. Ayudaría a Don Miguel.

No me gustaba la idea, pero puedo asegurar que fue lo mejor que he podido hacer en mi vida. Don Miguel era una persona encantadora con una educación exquisita. Trabajé duramente en su garaje y el a cambio decidió enseñarme a leer y escribir. Apenas sabía leer o escribir, dejé muy pronto los estudios, fueron mis comienzos delictivos. Don Miguel me enseñó a defenderme con las letras y números y yo a cambio convertí su garaje en un despacho muy bonito. Hice una gran amistad con Don Miguel, pasábamos horas hablando de la vida, leyendo, debatiendo. Me di cuenta que había estropeado mi juventud con mis supuestos amigos, los de verdad eran gente como Don Miguel.

La vida en casa de la abuela Isabel comenzó a ser maravillosa. Me gustaba que me tratara de una forma tan estricta. Yo obedecía y acataba todas sus órdenes sin rechistar. Recibía sus castigos y humillaciones día tras día. La abuela Isabel era alguien a quien respetaba y sus castigos eran necesarios para mí. Sentía algo especial por ella. Todo había cambiado para bien. Mi madre y yo hablábamos, ya no discutíamos. Empezábamos a ser madre e hijo. Don Miguel era un pozo de sabiduría, cada día aprendía algo nuevo a su lado. Me gustaba mi nueva vida. Nunca hubiese imaginado tal cambio desde que llegamos a casa de la abuela Isabel. Agradecía haber ido a su casa. Era lo mejor que me había pasado en la vida .

Mi madre se recuperó en casa de la abuela Isabel. Había llegado el día que tanto temía. Mi madre me anunció que volveríamos a nuestra casa, ya estaba preparada para volver a trabajar. Aquella notica fue como recibir un saco de mil kilos en mi espalda. Me hundió por completo. No deseaba marcharme de aquella casa ahora que mi vida había cambiado. Adoraba a las dos mujeres, mi madre y la abuela, cada una a su manera.

Me enfade mucho con aquella noticia. Enfurecido fui hacia el salón, di un completo discurso de época. Hice saber a mi madre y mi abuela que era un grave error volver a casa. Volvería a la ciudad y sería el delincuente que siempre había sido y todo gracias a su decisión. Inconscientemente di un discurso revelador, levanté la voz, pero solo dije verdades. Estaba terriblemente enfadado con tener que volver a mi casa de la ciudad. Ya no estaría con la abuela Isabel, tampoco con Don Miguel. Ahora empezaba a adorar aquel pueblo que tanto odiaba antes. Miré fijamente a la abuela:

- Se acabó tu control sobre mi….. no quiero saber nunca más nada de ti. ¿crees que me has convertido en un hombre con tus castigos estúpidos? - Estaba muy enojado por tener que marcharme de aquella casa. Me di media vuelta y me marché a mi habitación completamente enfadado. Hablé duramente a la abuela Isabel.

Lloré en la habitación, esta vez de un dolor distinto. No quería saber nada del mundo. Hasta que una hora después se abrió la puerta de mi habitación. Entró mi madre:

- He hablado con la abuela Isabel…. Ella está de acuerdo en que te quedes a vivir con ella si tú lo estas…. Yo vendré todos los fines de semana. – Tras escuchar aquellas palabras abrace a mi madre, creo que era la primera vez en toda la vida que lo hice. Sonriendo y llorando ambos la hice prometer que vendría todos los fines de semana. Adoraba a mi madre, estuve a punto de perderla y ahora la había recuperado con más fuerza que nunca. Me prometió que vendría todos los fines de semana.


Fui al salón a hablar con la abuela Isabel y darla las gracias. Me acerqué a ella.


- Gracias Señora Isabel por permitirme quedarme aquí, prometo que me portaré como un hombre - La agradecí educadamente. Nos abrazamos y noté una pequeña lágrima del ojo de la abuela Isabel. Rápidamente disimulo y me hablo autoritariamente.


- No me des las gracias….. tú has decidido quedarte…. Ahora viviremos tú y yo solos en esta casa. Nada va a cambiar, me obedecerás y respetaras. Ante Cualquier falta de comportamiento o desobediencia serás castigado…. Ya no estará tu madre, puedo atarte y amordazarte durante mucho tiempo… nadie vendrá a buscarte…. Puedo azotarte con la correa durante dos días si es necesario…. Te aseguro que tus castigos serán más severos si no me obedeces y respetas, puedo romper la correa en tu culo si es necesario – La abuela Isabel me indicó lo que podría suceder. Debería obedecerla y respetarla de ahora en adelante, no deseaba recibir más correazos tan duros.


Cargué las maletas de mi madre en el taxi de mi madre que esperaba en la puerta. Ella volvería pasada una semana. La di un gran abrazo y se marchó. Muy pronto volvería a verla.

La abuela Isabel y yo entramos en casa tras marcharse mi madre en el taxi. Cerró la puerta y comenzó a enfundarse sus inseparables guantes de goma rosas hasta el codo.

- ¿Te acuerdas como me hablaste ayer?…. Fue un gran discurso… pero me faltaste al respeto… - Me recriminó inmediatamente tras entrar en casa mientras cerraba la puerta con llave tras enfundarse los guantes.

- Yo eh…. Yo….- No sabía que contestar o como disculparme por mis palabras.

- Ni se te ocurra hablar sin mi permiso….. no quiero escuchar una sola queja más – me indico malhumorada. Me cogió suavemente de la barbilla acercando su rostro al mío. Estrujó mi mandíbula apretando con su mano enguantada y acercó su rostro al mío.

- Ahora vives en mi casa. Me vas a obedecer y respetar…. No quiero excusas… Las faltas de respeto se castigan en esta casa – Me indicó su norma mirándome fijamente de forma muy seria.

- Si abuela Isabel…. - Respondí.

- Te enseñaré a respetarme, todavía no has aprendido, no vas a volver a faltarme al respeto como lo hiciste ayer - Insistió en mi comportamiento.

Noté como la abuela Isabel introdujo su mano enguantada por mi pantalón y agarró mis testículos con una fuerza descomunal. Tal como la primera vez, creía que me quedaba sin testículos.

- Vamos a mi habitación…. Ahora puedo atarte y amordazarte en el rincón ….. me encanta el bricolaje que he diseñado… nadie te va a escuchar amordazado y puedo probar la goma como me plazca en tu culo. Recibirás un enema largo y doloroso con la goma nueva y luego…. Supositorios…. Dos horas… tres horas…. Quizás cinco… las que me plazca. No estará tu mamaíta para ayudarte.¡¡¡ Y tengo una sorpresa para ti¡¡¡¡… hace mucho tiempo que deseo cerrarte la boca como te mereces – Quedé aterrado al comprobar cómo me llevaba hasta su habitación bien agarrado de los testículos.¿ y cuál era la sorpresa ?.Estaba completamente intrigado.

En su habitación me inmovilizó en el rincón, anclado el collar de perro a la anilla del rincón y esposó mis manos. Esta vez cerró el collar más apretado y más próximo a la anilla de tal forma que mi sujeción era mucho mayor y no podía girar un milímetro la cara. Colocó un candado entre el collar y la anilla cerrándolo con llave y guardando la llave fuera de mi alcance. Ahhh estaban muy apretadas las esposas y el collar anclado duramente. La abuela Isabel parecía tener un sexto sentido y leerme siempre el pensamiento.

- Hoy estas inmovilizado de forma más eficaz, tengo que asegurarme que no vas a escapar cuando te enseñe tu sorpresa - . cada vez estaba más intrigado.

Se colocó tras de mí en cuclillas y escuché como frotaba algo entre sus manos enguantadas. No podía girar la cara pero la abuela Isabel me mostró su cometido. Se había quitado sus bragas y las había restregado en su culo. Me enseñó sus bragas completamente sucias restregadas en su ano. Desconocía que estaba sucediendo pero olfateé un olor fétido.

- ¡¡ Ahora si están sucias mis bragas¡¡ estarán bien metidas en tu boca degustando sabor a caca – Me indicó bajo mi mirada atemorizada comprobando como sujetaba con el extremo de sus dedos enguantados aquella mordaza pestilente. .

- Ahora abre la boca….. no vas a volver a faltarme al respeto…Calladito y saboreando caca… es lo que te mereces…. Acostúmbrate porque es lo que va a ocurrir a partir de ahora….. tu papilla también llevará un suplemento de orina cada día…. No te preocupes tengo un buen abre-bocas metálico…. – Quedé completamente aterrado. Acercó las bragas mal olientes a mi boca. No podía mover la cara, traté de suplicar perdón.

- No por favor señora Isabel…. Eso no - La supliqué educadamente. La abuela Isabel hizo caso omiso de mis suplicas, se ajustó los guantes tirando del extremo de la goma y acercó a mi boca la mordaza maloliente.


- Ohhhhh siiii.. esto te mantendrá bien calladito y saboreando caca cada vez que intentes gritar. No te va a escuchar nadie y ahora que no está tu madre no tenemos prisa- . . Cerró mi nariz con su mano enguantada izquierda mientras con su otro guante introdujo la pestilente mordaza dentro de mi boca. Abrí la boca para respirar y fue cuando introdujo sus bragas por completo en mi boca. El sabor era completamente repugnante. Agarró la cinta americana y cerró mi boca dando varias vueltas con ella, asegurándose que la cinta quedaba bien apretada y pegada a mi boca para que no pudiese escupir la mordaza.

- Así trato yo a los idiotas como tu que no paran de faltar al respecto…. La boca callada con caca. ¿te gusta el sabor ?... acostúmbrate porque a partir de ahora te amordazaré de esta manera. no vas a poder escupir la cinta…. - Comenzó a reírse. Me sentía completamente humillado.

La abuela Isabel se acercó hasta el cajón situado al lado de su cama y agarró un pequeño objeto de metal entre sus manos. No podía girar el rostro y no podía observar de qué se trataba. Se acercó hasta el rincón donde estaba sujeto de rodillas y me mostró una especie de jaula pequeña. No reparé en ese momento de que se trataba pero la abuela Isabel me indicó su significado mientras lo sujetaba entre su mano enguantada mostrándomelo ante mí.

- He observado que tus sabanas aparecen sucias, de color blanco… sé que te masturbas en tu cama… Eso se ha terminado. En esta casa no vas a volver a tocarte más el pene. ¿ves esta jaula ?.... se introduce el pene dentro y se cierra con llave. ¿te gusta tu sorpresa? – La abuela Isabel agarró mi pene entre una mano enguantada. Sentí una gran vergüenza. Colocó la jaula rodeando mi pene y unas anillas se situaban entre los testículos y posteriormente se cerraban. Cliiicck se escuchó al cerrarse el artefacto metálico en mi pene. La jaula llevaba una pequeña llave, no dudó en echar la llave impidiendo pudiese quitármelo. Sujetó la llave entre su guante y me la mostro:

- Olvídate de esta llave ,va a estar fuera de tu alcance custodiada por mi…. En esta casa no vuelves a masturbarte… - Se guardó la llave y volvió a dirigirse de nuevo al cajón de su mesa de noche situada junto a la cama.

Regresó agarrando su correa gruesa de color marrón entre su mano rosa enguantada. Quedé atemorizado al comprobar como sujetaba su correa, sabía lo estricta y sádica que podía ser la abuela Isabel azotando.


- Ahora me ocuparé que no vuelvas a desobedecerme ni faltarme al respeto, ayer lo volviste a hacer… aumentó tu castigo como te prometí que haría… 150 correazos te ayudaran a aprender la lección. Tengo toda la noche, no va a venir tu mamaíta a buscarte y con tu mordaza con caca nadie te escuchará. - La abuela Isabel comenzó a desnudarse, se quitó su mandil que acostumbraba a llevar en casa y quedó completamente desnuda a excepción de sus medias negras hasta los muslos y sus guantes de goma.

- Esta noche hace calor y va a ser muy larga….. así estaré más cómoda y tu sucio pervertido no puedes observarme pegada tu cara al rincón… estarás calladito y quieto mientras recibes uno a uno cada correazo – Intente disculparme pero ya era tarde, no podía articular palabra alguna con su mordaza fétida dentro de mi boca. Quería girar mi rostro para observar a la abuela Isabel pero no podía anclado al rincón. Arrodillado abriendo las piernas podía observar bajando la mirada solo la parte inferior de la abuela, sus pies descalzos enfundados en las medias negras y la correa colgando de su mano enguantada.

ZAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAASSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSS - uno - .



Mi nueva vida junto a la abuela Isabel iba a ser tremendamente excitante y a la vez una pesadilla. Adoraba a aquella mujer, sus castigos, humillaciones, vejaciones. Nunca he conocido una mujer tan estricta y sádica a la vez como la abuela Isabel.


FIN

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Licencia de Creative Commons

LA ESTRICTA ABUELA ISABEL. DISCIPLINA. PARTE IV es un relato escrito por sumisso publicado el 29-06-2024 21:59:51 y bajo licencia de Creative Commons.

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