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Crucificadas
Escrito por Dark Black

Laura sintió las últimas oleadas de su orgasmo entre dulces estremecimientos, mientras Sandra continuaba lamiendo insistentemente y besando su clítoris y labios vaginales. Esta vez Sandra se ha portado, pensó Laura entre espasmos cada vez más débiles y espaciados en su entrepierna. Y una vez dueña de sí misma recibió con un beso a su amiga que se deslizaba sobre su delgado cuerpo hacia su boca, buscándola con ansiedad. La besó con calidez e intención, en un beso sincero y húmedo, gimiendo de placer y ambas muchachas se quedaron abrazadas entre las sábanas.
Dos cuerpos desnudos, de piel suave y cálida llenos de pasión y deseo. A los veinte años la pasión entre dos chicas puede ser así tierna y sensual. Sin embargo, junto a la ternura y la pasión, pueden existir otros deseos menos tiernos y confesables. Y esos eran precisamente los que bullían en la cabeza de las dos amantes.
Tras un largo rato de permanecer abrazadas en silencio, Laura dijo.

- Hoy estás muy callada rubita. ¿Te pasa algo?

Sandra no contestó. Era una chica rubia, menuda y delgada, de pechos pequeños y tiernos, ojos azules y una mirada muy bonita, pero en ese momento estaba mustia y triste. De hecho, Sandra estaba a punto de llorar, pues no podía dejar de pensar en lo que le esperaba ese fin de semana y en lo que Laura pensaría de ella si lo supiera. Laura era su amiga del colegio de monjas y ambas eran inseparables desde siempre. Con ella se había iniciado en el sexo y la amaba profundamente. Deseaba su cuerpo, adoraba cómo Laura se movía entre sus brazos. Pero sobre todo le gustaba ver su rostro gimiendo y estremeciéndose de placer, cuando ella la masturbaba o le lamía su sexo. Laura no era una belleza a la manera como lo son las modelos de revista, no tenía cara de muñeca ni nada parecido, pero no se podía negar que era muy atractiva. Con esos ojos castaños tan grandes, y su deliciosa sonrisa, Laura embrujaba a Sandra y entonces ésta ya no podía negarle nada.

- ¿No quieres decirme lo que te pasa cariño?,

le decía Laura melosamente mientras jugueteaba con los dedos en el pelo rubio y corto de su amiga. Sandra levantó sus bellos ojos azules. Unas lágrimas querían asomar por ellos, pero al final se atrevió a decir. Lo nuestro ya no puede ser, Laura. Esta se quedó de una pieza.

- ¿Por qué dices eso?,

le dijo un poco alterada.

- Bueno, podemos seguir, pero será de otra manera,

Y al ver el gesto de de Laura siguió adelante.

- Es José. Este fin de semana me quiere para él sólo, bueno, para él y para sus amigos.
-¿Qué?,

preguntó Laura,

- ¿qué amigos?

Sandra negó con la cabeza, las lágrimas caían ahora francamente por sus mejillas. José era su novio, pero también era mucho más. Laura sabía que José era muy importante para Sandra. Se trataba de un tipo muy dominante, y eso le iba mucho a su amante, pues ésta tenía cierta tendencia a la sumisión y a la obediencia.

- No entiendo nada,

Dijo Laura un poco nerviosa y enfadada.

- Si no entiendo mal estás dispuesta a que te entregue a sus amigos y tú lo aceptas así, sin más, no lo entiendo.
- Tengo que obedecerle, amor mío, no hay más remedio,

Volvió a decir Sandra entre lágrimas.

- Pero ¿por qué?
- No me atrevo a decírtelo, me da un poco de vergüenza.
- Vamos Sandra, después de lo que me has hecho ahí abajo, ¿crees que aún puede sorprenderme algo de lo que digas?
- Así es.
- Cuéntame, por favor.
- Es que José ya no es mi novio.
- ¿Cómo?
- No, ahora José es mi amo, y yo.

Sandra dudó unos momentos antes de seguir hablando.

- Yo soy su esclava.

Laura abrió mucho los ojos.

- Sí Laura, he decidido entregarme a él como esclava.

Laura no se lo podía creer, pero al oír la palabra esclava en labios de su amiga se excitó muchísimo.

- ¿Qué significa eso de que eres su esclava?
- Por ahora no mucho, contestó Sandra. Hasta ayer todo era un juego. A veces me ata las manos mientras hacemos el amor o le hago una felación, y alguna vez me ha hecho un poco de daño, pero ayer me exigió algo distinto.
- ¿Qué te exigió?,

preguntó Laura muy intrigada.

-Tuve que firmar un papel en el que aceptaba entregarme a él y a quien él quisiera sin ningún límite. José me advirtió que si firmaba sería su prisionera durante todo el fin de semana y que me mantendría desnuda y maniatada para hacerme lo que lo que quisiese. También me advirtió que traería a otras personas para que abusaran de mí. Me quiere sodomizar Laura, dijo respirando muy agitada. Eso hace mucho daño ¿verdad?

Laura no contestó pero estaba entre indignada y cachonda con lo que le contaba su amiga.

- De todos modos, eso no es lo peor. Después de hacerme firmar José me obligó a desnudarme, y tras atarme a una silla y amordazarme, se pasó toda la tarde leyéndome algo horrible. Te juro que se me ponían los pelos de punta al oír aquello, era terrible. Sin embargo, luego ocurrió algo extraño, después de media hora estaba muy caliente y hubiera deseado tener una mano libre para masturbarme, al final lo hizo José y me corrí en cuestión de segundos.
- Pero, ¿de qué trataba eso que leía?,

preguntó Laura muy alterada. Sandra la miró fijamente y, casi rompiéndosele la voz, dijo.

- De tortura.
- ¿Qué?,

preguntó Laura.

- Era un relato que trataba de la crucifixión de dos jóvenes esclavas en la antigua Roma. Era super sádico con todo lujo de detalles morbosos y terribles.

Laura oía todo aquello cada vez más caliente.

- ¿Sabes que les clavaban los clavos en las muñecas y no en la palma de las manos?, la crucifixión debe ser una muerte horrible. Cuando terminó el cuento, José me dijo que él y sus amigos no se conformarían con abusar de mí, sino que debería ser atada a una cruz con cuerdas y allí sus sádicos amigos me torturarían de diversas formas, no muy duro pero sí lo suficiente. Estoy acojonada Laura, ¿Qué debo hacer?

Laura no contestó. El corazón le latía con fuerza. A ella volvió de repente la clase de religión del colegio. Recordó cómo su entrepierna se mojaba cada vez que veía las imágenes de la crucifixión de Cristo, o cuando leían el martirio de alguna santa. Nunca mataban a las santas de una forma normal, siempre las torturaban antes, especialmente en sus pechos y en su sexo. También recordó cómo Sandra y ella comenzaron sus juegos sexuales con simulacros de torturas. Se encerraban en su habitación y allí desnudas se ataban las manos a la espalda una a la otra y se acercaban una vela al pecho hasta que no podían soportar el calor, o bien se azotaban con una pequeña goma en el clítoris. Aquello le ponía muy cachonda tanto si actuaba como verdugo como si hacía de víctima.

Repentinamente Laura volvió al mundo real.

- Sigo sin entender, Sandra, si te da tanto miedo basta con que le digas que no.
- Es que no quiero decirle que no,

dijo Sandra, como si fuera una cuestión evidente.

- No me digas que,

y Laura dejó sin terminar la frase. Sandra afirmó con la cabeza con lágrimas en los ojos.

- Sí,

contestó.

- ¿Deseas que te torturen?,

preguntó incrédula Laura.

- Lo deseo ardientemente, es mi fantasía desde hace mucho tiempo,

le dijo Sandra.

- Quiero que lo haga José y otras personas desconocidas. ¿Te das cuenta?

Sandra empezó a masturbarse junto a su amiga y empezó a hablar entre jadeos.

- Harán conmigo lo que quieran, cada hora, cada minuto. Sin descanso, sin piedad, y yo no podré hacer nada por evitarlo, estoy segura de que me correré casi de continuo, qué gusto.

La joven pronunció estas palabras en medio de un orgasmo profundo e intenso, y nuevamente se dejó caer en la cama sudorosa y con los ojos cerrados.
Laura se tumbó entonces sobre su cuerpo cálido y palpitante besándola y abrazándola.

- ¿Lo has pensado bien?,

preguntó Sandra.

- ¿Cómo sabes que tu novio y su grupo no son unos sicópatas? Una cosa es jugar al sado y otro la tortura de verdad. ¿Tanto confías en él?
- Por eso precisamente te lo estoy contando. Ya he pensado en esa posibilidad. Tengo miedo de que se pasen, y por eso me gustaría que alguien supiera dónde estoy y que vigile qué es lo que hacen conmigo.
- ¿Y quieres que ese alguien sea yo?,

dijo Laura.

- Debes estar loca.
- ¿Por qué no? José no lo aceptará,

contestó Laura.

- No perdemos nada con probar,

contestó Sandra,

- te lo pido por favor.
- Pero has quedado con él mañana. ¿Qué puedo hacer yo?
- Lo tengo todo pensado.

Sandra se levantó y empezó a vestirse.

- Mañana hemos quedado en su chalet. A media mañana vendrán sus amigos. Sólo te pido que vayas antes y le digas a José que lo sabes todo y que también quieres formar de la fiesta como verdugo.

Laura no se lo podía creer.

- Pero, ¿por qué me hará caso a mí?,

preguntó Laura aún desnuda desde la cama.

- Por dos razones,

le dijo Sandra mientras terminaba de vestirse.

- Primero, porque lo sabes todo, y puedes amenazarle con ir a la policía y segundo,

Sandra hizo una pausa.

- ¿Segundo?,

dijo Laura impaciente.

- Segundo porque sé que le gustas, si aceptas ser su amante él hará lo que quieras, siempre te ha preferido a mí.

Y diciendo esto Sandra abrió la puerta y se marchó.

- No tardes, le dijo, sabes que confío en ti.

Laura se quedó con la palabra en la boca, la confesión de que José la deseaba le trastornó completamente. Ella también le deseaba a él desde hacía años.


Licencia de Creative Commons

Crucificadas es un relato escrito por Dark Black publicado el 26-02-2021 20:57:56 y bajo licencia de Creative Commons.

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