Historia de una cerda 1
Escrito por joaquín
Solo había sido un desliz sin importancia, un pequeño momento de debilidad, nada más que eso.
Y no pensaba volver a dejar que ocurriera.
-¿Hija? ¿Estás bien? ¿Te pasa algo?
-No, nada. Estoy bien, mamá.
Metió la cuchara en el plato y se comió el desayuno como si no le pasará nada.
Pero sí que le pasaba algo.
La noche anterior había tenido su primera vez con un hombre.
Y no con su novio o con un chico de su edad en alguna fiesta.
No.
Se había acostado con el abuelo de una amiga suya.
Había ido allí para realizar un trabajo del instituto, algo sencillo y fácil.
Pero terminó abriéndose de piernas para el dueño de la casa.
Aún podía sentir su polla entrando en ella, rompiendo su himen, deslizándose con fuerza y seguridad por su interior mientras la susurraba al oído que no era más que una perra y una puta.
Lejos de molestarla, eso la excitó, hasta el punto de que el anciano acomodó su cuerpo para poder embestirla con más fuerza y dejarlo terminar dentro de ella.
Y luego nada.
Se levantó, se acomodó la ropa y fingió que no había pasado nada.
Pero sí que había pasado algo.
-Por cierto hija, este fin de semana nos ha surgido algo a tu padre y a mi. ¿Te importa si te dejamos sola unos días?
-Ya sabes que no me importa, mamá.
No era en absoluto raro que sus padres la dejaran sola por el todo el fin de semana. Llevaban haciéndolo desde hacía tres años.
Lo que ya no era tan normal es que por un segundo se le pasará por la cabeza invitarle a él a su casa, a su habitación…
Tenía que estar loca para pensar en volver a acostarse con él de nuevo.
-Come, que ya vas tarde.
-Sí, mamá.
Apenas logró concentrarse en las clases y cuando estás terminaron, fue a ver a Michael jugar baloncesto.
El chico era guapísimo.
Alto, fuerte, moreno.
Las traía a todas locas.
No era su novio pero todo el mundo daba por hecho que ambos terminarían juntos más temprano que tarde.
-Deberías ir a decirle algo.
-Él es el chico.
-Pero que antigua. Estamos en el siglo XXI.
-Y eso me lo dice una chica sin novio.
-Si yo tuviera tu cuerpo iría a por él sin pensármelo mucho.
-Ya…
Sí, a eso era a lo que tenía que aspirar, a ser la chica de un joven y no la perra de un viejo.
Esa misma noche deseaba tocarse pensando en Michael.
No logró invocar su imagen.
Por no poder tampoco logró excitarse pensando en él.
A su mente solo venía una y otra vez el anciano.
Sus manos tocándola, su boca susurrando lo guarra que era y su polla entrando y saliendo de ella.
Solo cuando se dejó llevar, solo cuando aceptó que era su perra y su puta, consiguió llegar al orgasmo.
Sí, había obtenido un orgasmo, ¿Pero a qué precio?
Decidió ir a su casa al día siguiente.
No sabía para qué ni con qué intención, pero necesitaba verlo de nuevo.
Se trataba de un hombre normal. Vivía en una gran casa de madera con su esposa y su perro.
Y ella simplemente era una chica asustada.
No se presentó a él hasta asegurarse de que nadie los pudiera ver.
Se encontraba en el jardín, acariciando a su perro.
-Hola.
Ella no contestó.
-Si buscas a mi nieta, hoy no viene.
¿Acaso eso iba a ser todo?
-No la buscó a ella.
-Oh. Pues entonces no sé qué más quieres.
Ahora que lo tenía delante sabía muy bien lo que deseaba: Volverlo a sentir dentro de ella.
-¿Podemos hablar?
El anciano le echó un buen vistazo. La chica llevaba puesto un bonito vestido, un ligero maquillaje y al parecer, no llevaba sostén. Ninguna de estas cosas le desagradaba.
Le indicó que podía entrar con un gesto.
-¿Quieres un refresco? Te daría cerveza, pero aún no tienes edad para ello.
Vanessa no cogió la Coca Cola que le ofrecían, y el hombre la colocó encima de la mesa.
-¿Y bien? - preguntó el hombre sentándose.
Y bien nada, Vanessa no sabía qué hacer.
Estaba allí, de pie, sin poder moverse ni hablar.
Al hombre le llevó un rato terminar la cerveza mientras la chica seguía sin moverse ni abrir la boca.
Siempre había querido introducir una botella por el coño de una chica y estaba seguro de que la perra que tenía delante se dejaría.
-¿No vas a decir nada?
-Es sobre lo nuestro…
-No hay nada nuestro. Lo hicimos y ya, asunto terminado.
-¿Eso es todo lo que significó para ti? ¿Un polvo y ya?
-Sí, salvo que quieras otro. ¿Quieres otro? A mi no me importa volver a meterla en ese coño tan dulce y apretado que tienes.
Ella no contestó.
-Eres demasiado joven para ser mi amante, pero no tengo problema alguno en que seas mi perra.
-Ha sido un error venir aquí - aseguró ella.
Delante de él solo podía ver a un viejo amargado, un machista, un hombre que la veía como un mero trozo de carne.
No pensaba ceder está vez.
Se dio la vuelta e intentó abrir la puerta.
El hombre se lo impidió.
Se había levantado y empujó la puerta para cerrarla de nuevo.
-Gritaré. Si me tocas gritaré.
Apartó suavemente el pelo del hombro de la chica y comenzó a comerle el cuello a besos.
Ella intentó abrir la puerta de nuevo y él volvió a cerrarla.
Su mano empezó a deslizarse suavemente por su muslo, mientras seguía con los besos.
-No, déjame.
Se detuvo y le dio la vuelta.
Y la abofeteó.
A Vanesa no la habían pegado jamás.
Esa primera bofetada que recibió atravesó su cuerpo hasta su coño como si de una descarga eléctrica se tratará.
Sí, le había gustado y no sabría decir el porqué.
A continuación, le agarraron por la coleta y le aplastaron el pecho contra la mesa.
Respiraba agitadamente.
No recordaba haber estado nunca tan ansiosa y tan asustada en toda su vida.
Deseaba lo que le estaba a punto de pasar, pero igualmente, le aterrorizaba.
El hombre se lo estaba tomando con calma.
Sabedor de que la chica estaba en sus manos, de qué podía hacer cualquier cosa con ella, decidió ir despacio.
Lo primero fue despojarla de las bragas.
A continuación, separarle las piernas.
Ambas acciones fueron hechas con rudeza, sin delicadeza alguna.
La penetró sin miramientos.
A pesar de que el cuerpo de Vanessa estaba preparado, no fue agradable.
El hombre tenía todo el control sobre el acto, reduciendo a Vanessa a un mero juguete.
No podía decidir nada ni sobre la posición, ni la fuerza ni el ritmo.
Lo único que pudo hacer fue dejarse las uñas en la mesa.
Notaba que algo se rompía dentro de ella cada vez que la penetraba, como si una parte de ella misma se desgarra cada vez que la polla se clavaba dentro de ella.
El hombre acabó llenando todo su coño de leche, se dirigió a la nevera, cogió otra cerveza y se marchó.
Vanessa respiró aliviada cuando le vio marchar.
Necesitaba recomponerse, volver a sentirse ella misma de nuevo.
Lo primero era enderezarse.
Y ponerse las bragas.
¿Dónde estaban?
No las veía en el piso.
No estaban tiradas por ninguna parte.
¿Las tendría él?
Un fuerte escalofrío recorrió su espalda cuando pensó en entrar al salón para preguntarle por su prenda íntima.
Pero tampoco era como si pudiera volver a su casa en esas condiciones.
Se quedó un rato mirando la puerta como una idiota y al final se decidió a entrar.
El viejo estaba sentado en el sofá viendo la tele, con su perro tumbado a sus pies.
Ni siquiera la miró.
-¿Puede… puede devolverme mis bragas, por favor?
-Ya no son tuyas. Ese vestido, esas zapatillas, incluso tu cuerpo, nada de eso es tuyo ya.
Vanessa sintió en su cuerpo que cada palabra que salía de su boca era cierta.
-Y con respecto a tus bragas, no sé, te las devolveré si vienes a mi a cuatro patas como la perra que eres ahora.
A Vanessa no se le pasó por la cabeza largarse, huir, salir corriendo a pedir ayuda…
Solo obedecer.
Cualquier otra chica que la viera pensaría que estaba loca.
Se llevó un pie atrás y se quitó una de las zapatillas que llevaba y luego la otra, dejando al descubierto sus delicados pies.
Dudo un momento.
No sabía si debía quitarse el vestido o conservarlo.
Miró al perro tumbado a los pies de su amo.
Si ahora ella iba a ser como él, entonces ya sabía lo que debía hacer.
Llevó unas manos temblorosas a la cremallera y comenzó a bajarla.
El vestido no tardó mucho en caer.
Lo arrojó a un lado de la habitación con el pie.
Sí, se había quedado completamente desnuda en mitad del salón.
No, totalmente no.
Aún le quedaba una gargantilla, una esclava en la muñeca, unos pendientes y el adorno para el pelo con el que se sujetaba la coleta que llevaba.
Eran regalos de su abuela y de su madre, cosas que nunca se quitaba, pero no importaba. Quería ir hacía su amo completamente limpia de todo.
Comenzó a quitarse los adornos uno a uno.
Al desprenderse de ellos estaba diciendo adiós a toda su niñez y a todo lo que era en realidad.
La esclava de la muñeca y una gargantilla con un pequeño crucifijo eran de su primera comunión.
Los pendientes de su decimocuarto cumpleaños y el adorno para el pelo se lo regalaron al cumplir los 16, hacía apenas un año.
Sacudió la cabeza y se pasó la mano por el pelo al dejarlo libre.
En cierto sentido, era una liberación para ella.
Resulta complicado entender como una mujer que renuncia voluntariamente a su libertad puede sentirse más libre que nunca.
El hombre no perdía vista de lo que ocurría mientras seguía acariciando a su perro y la verdad es que lo que veía le gustaba mucho.
Le resultaba agradable ver como la chica prácticamente estaba renunciando a quien era delante de sus ojos.
Finalmente se arrodilló y se acercó a él tal y como le habían ordenado, sin levantar los ojos del suelo, hasta llegar a su altura.
Al alcance de su mano tenía uno de los collares de Boby. Uno de adiestramiento. Pensaba dejarle bien claro desde el minuto uno qué era y qué se había convertido por si aún no lo sabía.
Le apartó el pelo del cuello y le colocó el viejo collar de hierro.
-No quiero que pienses que eres como él. Eres algo aún más bajo. Voy a entrenarte para que cualquier macho te pueda usar a placer por cualquier agujero de tu cuerpo, para que comas cosas que ahora mismo te harían vomitar. Pienso darte palizas simplemente por puro capricho. Te pienso humillar y vejar más allá de tu imaginación. Y pienso hacer eso porque tú no eres nada ni significas nada para mi.
Vanessa escuchó todo esto como si se lo estuvieran diciendo a otra, como si no tuviera nada que ver con ella. Y sin embargo sabía muy bien que ella iba a ser la protagonista.
Lo primero que notó fue el frío hocico de Bobby olisqueando su entrepierna.
Lo siguiente, su peso.
Se trataba de un gran dalmata, cerca de los 70 kilos, mucho para una chiquilla como ella.
A punto estuvo de colapsar mientras Bobby buscaba la forma de penetrarla.
Aguantó de rodillas y recibió la primera embestida.
Como el animal del que se trataba, Bobby no pensaba tener consideración alguna por la hembra a la que estaba montando.
Eran penetraciones brutales, muy duras, muy rápidas y muy profundas, acompañadas de embestidas muy fuertes.
Miró a su amo solo para darse cuenta que él lo estaba disfrutando.
Gozaba con su obediencia, su sumisión, su dolor y su humillación.
Pero sobre todo gozaba porque sabía que cada embestida de Bobby la hundía aún más en la miseria.
Vanessa perdió mano con una de las embestidas.
Se quedó en una posición más cómoda para ser penetrada, pero también una donde debía soportar más peso.
El perro no tardó mucho más en terminar.
Vanessa pudo notar como este descargaba chorros de semen muy espeso dentro de coño, inundándola por completo.
-De rodillas - ordenó su amo.
Vanessa apenas tenía fuerzas para mucho más. Estaba completamente agotada por el esfuerzo realizado.
Su amo se levantó del sofá, la agarró del pelo y la obligó a levantarse.
-He dicho que de rodillas. ¿Es qué no me has oído?
Vanessa no dijo nada.
Estaba aterrorizada, pero también extrañamente excitada.
-Contesta.
-Sí.
-¿Sí qué?
-Sí, amo.
Este asintió conformé.
Le colocó los brazos detrás de la espalda, agarrados entre sí.
La abofeteó…
Vanessa no se esperaba para nada este golpe.
La mejilla le ardía y tuvo que reprimir las ganas de acariciarse agarrándose aún más fuerte los brazos.
-Abre las putas piernas.
Vanessa obedeció sin rechistar y separó sus muslos.
El semen del perro chorreaba abundantemente por ellos.
Su amo deslizó su dedo por uno de ellos y se lo colocó delante de la boca.
No tuvo que ordenarle que la abriera porque lo hizo ella solita.
Sacó la lengua y comenzó a lamer el semen de la mano de su amo como una auténtica golosa.
No era al semen a lo que le iba hacer ascos.
Aunque fuera su primera vez probándolo, incluso siendo de un perro, no le haría ascos.
La excitaba en realidad desde que era una pequeña adolescente y veía los vídeos a escondidas.
Se imaginaba a sí misma probándolo y recibiendo las descargas de los hombres en cualquier parte de su cuerpo.
Y siempre la volvía loca.
Su amo retiró la mano y se la limpió con un pañuelo mientras echaba vistazo a lo que tenía delante.
Tenía un cuerpo muy bonito.
Joven, bien formado, sin marcas.
Un cuerpo que pensaba exprimir hasta la última gota de jugo.
Le escupió en la cara.
No había más razón que el simple placer de que podía hacerlo.
El escupitajo comenzó a recorrer su mejilla libremente sin que nadie lo limpiara.
Le escupió en el pelo.
Y la escupió en el interior de la boca.
Se sacó la polla y comenzó a rebozarle la puntita por toda la carita.
Aún la tenía pringada de restos de semen y flujos vaginales, por lo que la cara de Vanessa no tardó mucho en ponerse echa un asco.
Se la puso en los labios y se la metió en la boca.
La tenía morcillona, sin endurecer aún.
Ella comenzó a lamerlo y chuparlo.
Notó como esta se creía y se endurecía por tocarla con la lengua.
Había crecido hasta el punto de tener problemas para mantenerla dentro completa, pero bien sabía ella que ese era su deber.
Aguantó la arcada que le sobrevino.
Su amo sabía lo que se estaba esforzando la perra. Debido a su gran tamaño, su mujer nunca se la había podido tragar entera.
Apretó su cara contra él de tal forma que aplastó su vello púbico.
Y la así mantuvo un momento.
La sacó despacio solo para volver a meterla de un empujón de nuevo.
Lo hizo una, dos, tres veces antes de agarrar la cabeza de la chica con ambas manos para poder follarse esa boquita hasta la garganta.
No iba demasiado deprisa, pero para una completa novata como Vanessa, le costó muchísimo seguir el ritmo.
Durante el acto, se formó un río de babas que nacía en la boca, saltaba al pecho y de ahí al suelo, creando un pequeño charco que se iba haciendo cada vez más grande según se alargaba el acto.
Cuanto notó que estaba a punto de correrse se paró. Sabía exactamente lo que quería hacer y como quería hacerlo.
Se fue en busca de su teléfono y comenzó a grabar.
Primero enfocó su collar, luego su cuerpo cubierto de babas, sus muslos aún manchados de semen, su coñito y por fin su cara manchada de babas y semen.
-Dime, ¿quién eres?
-Me llamó Vanessa García Montes.
-¿Y qué eres?
-Soy… su esclava.
Vanessa había bajado la cabeza cuando declaró lo que era en voz alta.
Fue su amo quien se la subió colocando sus dedos en su barbilla.
-Soy su esclava - repitió esta con el coño palpitando.
El hombre comenzó a pajearse.
Por supuesto era consciente de que no podía inundar su carita de semen, pero no era eso lo que buscaba.
Simplemente con pringarla con lo que fuera a salir de su polla y que ella lo aceptará era más que suficiente.
De su polla saltó un líquido incoloro y apestoso, una mezcla de líquido preseminal y restos de orina, que empapó la cara de su esclava.
Vanessa no cerró los ojos.
Deseaba que su amo se sintiera orgullosa de ella, así que vio todo el acto sin pestañear, forzándose a tenerlos abiertos.
-Vamos.
Su amo había agarrado su collar y la guió fuera de la casa, al jardín.
Se trataba de un jardín privado, claro, pero salir desnuda al aire libre puso a Vanessa muy nerviosa.
Caminaba despacio, pero con paso firme, sin levantar la vista del suelo y con las manos agarradas en la espalda.
Sí su amo decidía sacarla a la calle, la verdad es que no sabía cómo iba a reaccionar.
Sentía que era demasiado pronto, pero en su interior, deseaba que lo hiciera.
Levantó la vista y luego la volvió a bajar.
No era asunto suyo donde la dirigía su amo y señor.
El césped del jardín pronto se transformó en polvo y se llenó de sombras y paja.
Por el fuerte olor a meados y los excrementos esparcidos por ahí, Vanessa adivinó donde estaba. En algún cobertizo donde los perros del amo (sí, tenía varios) hacían sus necesidades.
-Arrodillate.
Vanessa obedeció sin vacilar.
Una mosca y luego otras dos más se posaron en su cara.
Se trataba de moscas negras, gordas, absolutamente asquerosas y repulsivas.
Pero no se movió.
Vanessa entendió que se enfrentaba a un ejercicio de obediencia extrema.
Por supuesto, sentirlas recorriendo su cara, sus muslos o incluso su coño le resultaba algo repugnante.
Pero aguantó.
Al cabo de un ratito, su cuerpo estaba inundado de ellas. No había menos de treinta en su cuerpo.
-Aquí harás tus necesidades todos los días. Apáñatelas como te dé la gana, pero aquí será donde orines y donde cagues todos los días.
Vanessa notó como una de las moscas se introdujo en su coño.
-Sí, amo.
Aún podía sentirla dentro de ella, revoloteando.
Sentía la imperiosa necesidad de meterse los dedos y sacarla de ahí lo antes posible.
Se agarró aún más fuerte los brazos.
-¿Qué te pasa?
-Se me ha metido una dentro, amo.
-Vas a meterte cosas mucho más asquerosas en ese agujero tuyo, así que acostúmbrate.
-Sí, amo.
El hombre comenzó a limpiar el cobertizo mientras Vanessa lidiaba como podía con el dolor, la fatiga y el asco.
Se había introducido una segunda y la anterior aún no había salido.
Podía sentirlo.
Ya no le importaban las demás, ni siquiera las que tenía en la cara, y eran unas cuantas.
Solo quería que salieran de ahí.
Y sin embargo no se movía.
No estaba atada.
Era perfectamente libre de usar las manos, incluso de salir corriendo a lavarse, ducharse o lo que fuera, y aún así, no se movía.
-¿Puedo preguntarle algo, amo?
-Claro.
-¿Tengo que tomar pastillas, amo?
-¿Para el embarazo, dices? Sí, claro, no quiero que te quedes preñada aún.
Todavía tardó un rato más en limpiar el recinto y volvió con ella.
Vanessa se había tranquilizado mucho.
Aunque ya no estaba tan cubierta de moscas como antes, estás aún se podían ver recorriendo su cuerpo.
Y sí, aún tenía alguna dentro de ella.
Su amo se quitó los guantes y metió el dedo desnudo dentro de ella.
Hurgó y sacó una mosca que se había quedado atrapada dentro de una trampa de jugos vaginales.
-Di ah.
Vanessa vio como la mano de su amo se acercaba a ella, despacio, lentamente, pero de forma totalmente inequívoca.
Abrió la boca.
Si en ese momento la hubieran preguntado porque, la respuesta hubiera sido porque soy suya.
No había más razón ni más motivo.
Simplemente era suya.
Su amo introdujo el insecto dentro.
Y Vanessa se lo tragó.
Con todo el asco del mundo, pero se lo tragó.
Su amo volvió a hurgar dentro de ella y sacó otra.
-Amo, por favor, no más.
-Di ah.
-No, por favor, por favor…
-Vamos, vamos, vamos…
Su mano se acercaba de nuevo despacito…
-Di ah.
Abrió la boca de nuevo y su amo la lanzó dentro.
-¿A qué no es tan difícil?
¿Cuántas quedaban?
Había contado un mínimo de cinco moscas entrando dentro de ella, pero no estaba segura de cuántas habían salido.
Si las cinco se habían quedado atrapadas…
Su amo volvió a hurgar dentro de ella.
-Por favor, no más…
Este simplemente sonrió mientras buscaba.
-Oh, aquí está. Ya sabes lo que tienes que hacer.
Sí, sabía lo que debía hacer…
Lentamente abrió la maldita boca solo para esperar que el asqueroso insecto acabará dentro de ella.
Pero su amo iba a jugar un poquito con esta última.
Se levantó y le obligó a alzar la cabeza, solo para dejar caer el insecto desde arriba.
Y Vanessa se lo tragó.
-¿Cómo se dice?
-Gracias, amo, por alimentar a esta esclava.
-Bien. No te olvides de hacer tus necesidades. Ahí está tu rincón. Quiero que lo grabes y lo recojas en aquel cubo. Hoy ni me voy a quedar ni te voy a obligar a comértelo, pero todo se andará.
Vanessa se levantó por fin de donde estaba y diligentemente se dirigió hacía el rincón señalado.
Se colocó en cuclillas, colocó el móvil y esperó.
Que el móvil estuviera grabando le resultaba extremadamente humillante.
Se imaginó a su amo mostrándole el vídeo a algún amigo o conocido.
No, no. Tenía que olvidarse de ello.
Comenzó a mear. En contra de lo que ella misma esperaba, meo muy fácil.
El líquido salió en estampida de ella.
Cagar fue un poco más complicado. No mucho, solo un poco.
Buscó por los rincones algo para limpiar la mierda.
Alguna pala, algún instrumento, algo, lo que fuera…
No había nada.
Se levantó, cogió el cubo y volvió.
Recogió sus propias heces con la mano y…
Bah, a la mierda.
Las moscas daban mucho más asco.
La probó.
Le dio un bocado.
Y casi vomita, pero se lo tragó.
Y otro.
Y otro.
Hasta acabarla.
El resto de las heces las dejó cuidadosamente dentro del cubo tal y como la habían ordenado.
Y por fin salió del cobertizo.
No hubo tiempo para más.
Se limpió, se duchó, se vistió, regresó a su casa, a su habitación y se tumbó en su cama, intentando asimilar lo que le había pasado durante la intensa tarde…
Y se corrió de gusto mientras lo hacía.
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