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La saga de Laika IV
Escrito por Lena

EL RECHAZO Y EL PADRE DE LAIKA

Había pasado un mes y ya no iba para nada al almacén. Sí, efectivamente, tal como había previsto Ramón, fue usada por todos, uno detrás del otro. Siempre con el mismo argumento de acompañar al empleado de turno para visitar a unos supuestos clientes.
No quería ni imaginarse lo que debían comentar entre ellos. Por suerte aquello no había trascendido en las oficinas ni entre los clientes.
Durante aquel tiempo solo dos veces Nico la había llevado a su local para disfrutar sometiéndola.
Su matrimonio iba de mal en peor, en la cama ya no disfrutaba, o al menos no de la manera que ella deseaba, del acto. Su esposo empezaba a sospechar de sus viajes, de sus llegadas tarde. Cada vez discutían más, por cualquier cosa y cada vez más agriamente. Después de doce años aquel matrimonio iba a romperse.

Aquel día, al salir del trabajo recibió una llamada de Nico; la emplazaba en un bar cercano. Por fin volvería a estar con él, después de tantos días como habían pasado desde la última vez.

Cuando llegó él ya la esperaba sentado en una mesa, tomando la consabida cerveza.

- Buenas tardes, señor.

- Pide una para ti. Tengo que hablar contigo.

Esperaba, ansiosamente, sus palabras, esperaba que fuesen para decirle que la iba a llevar a su local.

- Las cosas van a cambiar y mucho a partir de ahora.
No pienso andar con rodeos. me he cansado de esto, me he cansado de ti.

- ¿Qué? ¿Pero qué dice, AMO? Sabe que haré todo lo que usted desee.

- Mira Laika. Estás tan emputecida que me da asco.

- ¿Qué? Ha arruinado mi vida, ya no puedo ni ir al almacén por qué no soportaría sus miradas. He puesto en riesgo todo lo que tengo, por usted. Por usted mi matrimonio está a punto de romperse y ahora me dice esto. Es usted que me ha convertido en lo que soy. Solo usted y ahora me dice que le doy asco.

- Deberías estar agradecida. Solo he hecho que fueras tú misma.

. ¿Agradecida? ¿Después de todo lo que he hecho solo para poder estar con usted? Por favor, por favor, no me haga esto. ¿Qué va a ser de mi ahora?

- Seguro que encontrarás quien satisfaga tus vicios. Hasta podrías cobrar por ello.

- Supongo que no se te ocurrirá volver por la empresa, no soportaría tener que verte. - Me iré si encuentro un trabajo mejor.

- Mientras, si sigues sin ir al almacén, tendrás que soportar mis visitas a tu despacho. Ni se te ocurra despacharme.
Otra cosa; cualquier día de estos La Marquesa se pondrá en contacto contigo, ya le he dicho cuál era la situación. Tu misma decidirás qué haces.

- Eres un cabrón. ¿Cuánto has ganado conmigo? ¿Cuánto a cambio de nada, no como habíamos pactado?

- Tú misma, haz las cuentas. Pero te aconsejo que no me vuelvas a insultar. Ahora lárgate y déjame tomar mi cerveza en paz.

Estaba totalmente rota. Ni siquiera podía despedir a los trabajadores del almacén y empezar de nuevo. Sabía que se jugaba la posibilidad de un escándalo. Con suerte no sería chantajeada por alguno de ellos para usarla a cambio de silencio. No tenían pruebas de nada, pero los rumores no necesitaban pruebas.

Su estado de ánimo no hizo sino agravar la relación con su esposo. Definitivamente iban a separarse.


Esperaba que Diana se pusiese en contacto con ella, solo para decirle que no, quería parar con todo aquello. Quería volver a ser la de antes y sin embargo solo pensaba en ello, en los viajes con los camiones, en cómo había sido usada por todos, pero sobre todo en Nico
Cada vez le era más difícil ir al trabajo y sobre todo mantener las necesarias y periódicas reuniones con quien había sido su AMO y ahora la despreciaba.

Como ya esperaba llegó el mensaje de Diana

“Hola querida, se lo que debes estar pasando, solo quiero que sepas que me tienes aquí para hablar contigo. Me gustaría poder ayudarte, como amiga.
Ya sabes dónde está mi casa, solo tienes que avisarme con un día de antelación para vernos”


Para hablar, para vernos. Sí, necesitaba hablar de todo aquello con alguien y solo podía hacerlo con ella. Después de todo se había portado bien con ella. La persona que mejor se había portado. Aun así tardó dos días en contestar.

Allí estaba, en aquella mansión, delante de aquella mujer. Solo verla sintió respeto por ella y no pudo evitar tratarla como señora, como alguien superior a ella.

- ¿Cómo estás, guapa?

- Mal, señora, muy mal.

- Lo supongo, ya te dije que debías apartarte de él. No es la primera vez que hace esto. Lo conozco muy bien. No eres la primera que pasa por mi cama alquilada a él.
Pero pasa, por favor. vamos a la biblioteca y hablamos tranquilamente. Confía en mí, me lo puedes contar todo.

Y sí, se lo contó. Se lo contó todo. Que ya no podía ir al almacén, que había sido usada como sumisa por todos, sacando Nico dinero por ello para después ser repudiada. Que se había separado de su marido por su causa. Que quería volver a ser la de antes. Lo difícil que le era ir a la empresa, los miedos que sentía.

Lloraba mientras hablaba, cogiéndose a las manos.

- ¿La de antes? Ya eres la de antes. Siempre has sido sumisa, estoy segura de que desde tu adolescencia fantaseas con ello, solo que ahora te has realizado como tal, cosa que muchas no harán nunca. Siéntete afortunada de haber conocido lo que para ti es el verdadero placer y no te avergüences de ello.
Ahora lo que tienes que hacer es pasar el duelo y arreglar tus cosas.

- ¿Y cómo hacer esto, señora? No puedo ni ir al almacén y solo ruego que ninguno de ellos hable.

- Dime. ¿Tienes la empresa saneada?

- Si. La empresa funciona y deja buenos beneficios. Pero no sé hasta cuando podré soportar seguir llevándola.

- Busca un gerente, un buen gerente, que la lleve por un tiempo y que la reestructure. Te costará dinero, pero vale la pena que lo hagas.

- ¿Reestructurarla? No la entiendo, señora.

- Que despida a todos los del almacén. Que los indemnice y contrate a otros. ¿Son buenos como trabajadores?

- Sí lo son, señora.

- Mira. Ni siquiera sé cómo llamarte.

- Montse, señora. Este es mi nombre.

- Poés mira Montse, por mucho que Nico me llame “La Marquesa”, no soy ninguna marquesa, mi dinero viene de una herencia y de mi propio esfuerzo en gestionarla. Tengo un conglomerado de empresas y personas muy competentes trabajando en ellas, podría presentarte quien pudiese hacer de gerente de la tuya, si quieres para siempre o si lo prefieres de manera temporal. No solo los podría despedir si no resituarlos en varias de mis empresas, separándolos entre ellos. Seguro que aceptarían.

- ¿De verdad haría esto por mí?

- Claro que lo haría. Solo tienes que pedírmelo, convencerte de que esto es lo mejor para ti.

Después de lo que había pasado Montse no podía evitar sentir desconfianza.

- Y usted, señora, perdone que le haga esta pregunta. ¿Qué querría de mí? ¿Cómo debería pedírselo?

- Perdonada estás. Comprendo tu desconfianza, pero yo no querría otra cosa para mí que verte bien.

- Pero usted dijo que tenía planes para mí…

- Y los tengo, no renuncio a ellos. Pero no estás bien ahora y en todo caso, estos planes no te obligan y mucho menos tiene que ver con que te ayude.

- Gracias, señora. Gracias por todo lo que está haciendo. Escuchándome y ayudándome. Sí, haré lo que usted dice. Cuando quiera puede presénteme a esta persona, este posible gerente. Mañana mismo si quiere.

- Ahora, tomemos un vino y celebremos nuestra amistad y déjame de llamarme señora y de tratarme de usted.

- No puedo hacer esto, lo siento, me sentiría fuera de lugar. Para mí usted siempre será señora.

- Lo tendré en cuenta para cuando estés bien.

- Dijo sonriendo. ¿Puedo recomendarte una cosa más?

- Sí, claro.

- Te daré una tarjeta. És la dirección de una psicoanalista. No tienes ni idea de lo que puede ayudarte a conocerte y a entenderte a ti misma.

- ¿De verdad cree que puede ayudarme?

- Más de lo que imaginas.

- ¿Puedo saber, por pura curiosidad, cuál es este plan secreto que tiene para mí?

- Sí, claro, pero no sería hasta que tú estuvieses bien y lo aceptases.
Me gustaría invitar a cenar a un hombre, suficientemente conocido y poderoso, como para esconder sus gustos. Pensaba ofrecerte a ti como postres. Pero ya te advierto. por si llegase la ocasión, es un viejo gordo y vicioso.

- Bueno. para cuando esté bien, si llego a estarlo, no le haré quedar mal. Cuente con ello, señora.

Agradeció que fuese una mujer la que le acompañó en aquel proceso. Fue duro, muy duro, hubo mucho sufrimiento, mucha vergüenza, mucho dolor y lágrimas, contarlo todo, no solo recordarlo, explicar, analizar sus sentimientos, desde el presente hasta su niñez, sus realidades y sus fantasías. Darse cuenta de que en su esposo solo había buscado protegerse de sí misma. la salida de la empresa, su cobardía, salió de la empresa como a sus dieciocho años se fue de su casa. Los primeros amores, si así se les podía llamar, sus primeras insatisfacciones, hasta llegar a su infancia. Todo se había iniciado allí. aquello fue el principio, el detonante de lo que era ahora. Su padre, los recuerdos se hacían confusos, algo pasó, algo pasó para que se encerrara en sí misma. El odio que su madre le demostraba. Había sido abusada. abusada y rechazada. Otra vez el rechazo. sin embargo, había algo…algo que se negaba a recordar.

- Tienes que saber la verdad. Toda la verdad y aceptarla, aceptarte a ti misma. a tu sexualidad. Será la única manera que puedas controlarla y gozarla. Ser de verdad tu misma. Yo ya no puedo hacer más.

La verdad. Toda la verdad ¿Pero ¿cómo saberla? Desde que se fue de su casa no había vuelto a ver a su padre, ni siquiera sabía dónde vivía. Tendría ahora sesenta y ocho años. Jubilado ya, de buen seguro.
Solo tenía una posibilidad de localizarlo. Ir a la universidad de la cual había sido catedrático. Allí consiguió información. Se había ido, hacía ya once años a Málaga, había optado por una plaza allí, tenían su dirección, pues aún le mandaban información y su teléfono.

- Papá. Soy yo.

- ¿Tu? ¿de verdad eres tú Montse? ¿Estás bien? Todos estos años pensando en que serbia de ti.

- Sí, estoy bien. Necesito hablar contigo. Si tú quieres, claro.

- Claro que quiero. Daría mi vida para volver a verte.

- Vengo a tu casa ¿Pues?

- Cuando quieras hija. Pero ahora estoy en Málaga.

- Lo sé papá. Cojo el AVE y me presentaré aquí dentro de un par de días. Te llamaré cuando llegue por si te va bien que venga a tu casa.

- Sí, hija. Te estaré esperando. Un beso.

- Un beso. Papá.

La abrazó en el mismo portal.

- Que guapa estás. pasa por favor.

Se pusieron al día. Le contó de la empresa, de que se había casado y separado. Por lo visto su madre seguía viviendo en Barcelona, con otra pareja. Él estaba bien. Cobraba una buena pensión y se dedicaba a estudiar, como había hecho toda su vida. Echaba en falta sus clases, el contacto con los alumnos.

- Pero dime ¿De qué querías hablar, hija?

- Busco la verdad. necesito saberla.

- ¿La verdad? Sí, mereces conocerla. Me he sentido culpable todos estos años de lo que ocurrió.

- ¿Por esto renunciaste a la herencia del abuelo en mi favor?

- És lo mínimo que podía hacer por tí y por sentirme algo menos culpable de aquello.

- Cuéntame ¿Qué fué aquello? Solo tengo sombras y necesito iluminar estas sombras.

- Recién habías cumplido quince años, tu madre salió a hacer unas compras. Yo estaba sentado en la cocina y tú te pusiste en mi regazo. Todo empezó como un juego. Te hacía cosquillas, tú reías y te removías. Tuve una erección y empecé a hacerte cosquillas en tus muslos, por encima de tus braguitas. seguías riendo, pero ya no te movías.
Te dije que tu madre quería que aprovechases el tiempo estudiando, mejor no le digas nada. Claro que no papá me contestaste.
Después, siempre que tu madre salía o yo te pedía si querías que te hiciese cosquillas o eres tú quien me lo pedía. A veces era sentada en mi regazo otras a mi lado, en el sofá. Recuerdo que era la tercera vez que esto ocurría cuando me dijiste que tú también querías hacerme cosquillas. Yo te acariciaba siempre por encima de tus bragas y tú me bajabas la cremallera de los pantalones y me acariciabas por encima de los calzoncillos. Te reías mucho de que mi pene se pusiese duro. Después tenía que masturbarme.
Aquello siguió hasta el día en que te arrodillaste delante mío y. bajándole los calzoncillos besaste mi pene.
Fue como un golpe para mí, de pronto me di cuenta de que no podíamos seguir con aquello, que no estaba bien, que tenías que descubrir el sexo con los chicos de tu edad, de forma natura, dando tiempo al tiempo. Te lo dije, dije que te levantaras, que no podíamos seguir jugando a aquellos juegos, que no estaba bien, que no era bueno para ti.

Después de aquel día tú me buscabas, te arrimabas a mí siempre que podías, tenías una actitud de coqueteo. Te daba igual la presencia o no de tu madre. Siempre te dirigías a mí.
Me pedias que te llevara al cine. Yo te rehuía, me sentía culpable, muy culpable de lo que había hecho.
Tu madre se daba cuenta de tu actitud y empezó a tratarte de malas maneras. Cuando tú no estabas presente me decía que eras una putita. Tendría que haberle contado todo lo que había pasado, que era culpa mía, pero fui un cobarde, siempre he sido un cobarde y no hice lo que debía.
Entre mis rechazos y el trato que tu madre te daba te fuiste retrayendo. Te encerrabas horas en tu cuarto. Cada vez más alejada de mí, de nosotros.
A los dieciocho años, te buscaste un trabajo y te fuiste de casa, dijiste que ibas a compartir un piso con unas amigas.
Nunca más supe de ti. Tus amigas, las pocas que conocía y sabía dónde vivían, no me daban ninguna respuesta, todas decían que hacía tiempo que no te veían.
He llegado a sufrir mucho por todo aquello. Cuando te pasé la empresa del abuelo, habían pasado ya tantos años que pensé que era mejor que vivieras tu vida sin saber nada de mí. Que solo te traería malos recuerdos y también, lo reconozco, fue mi cobardía. La cobardía de que me echaras en cara lo que había hecho.
Lo siento hija. Lo siento mucho.

- Gracias por contármelo papá. No debes sentirte tan culpable, no tenía seis años o nueve, tenía quince años. seguro que sabía que estaba pasando. Los dos hicimos algo que no debíamos.

- Pero yo era tu padre. Era un adulto y tú una cría…

- Ya está papá. De verdad. Ya está. No volvamos a hablar de ello. No más dolor papá. Solo perdón por parte de los dos.

- Gracies hija, gracias. ¿Irás a ver a tu madre?

- No papá, si fuese a verle tendría que contarle la verdad y ella seguiría viéndome como una putita Solo serviría para manchar el recuerdo que pueda tener de ti. ¿Qué puedo decirle? ¿Que en lugar de tratarme como me trató tendría que haberse preocupado por mi actitud y ayudarme a ser distinta?

Había sido rechazada por su padre y por su madre. El rechazo de Nico. siempre el rechazo.

- Será mejor que vayamos a dormir. Mañana, por la mañana me iré y quiero estar descansada.

En la habitación de invitados, la habitación en la iba a dormir, esperó diez minutos para luego desnudarse. Se dirigió, por el pasillo hasta la que ocupaba su padre, dejó la puerta abierta para que la luz invadiera aquel espacio y se dirigió hacia su cama. Allí estaba él, tendido, aun con los ojos abiertos, probablemente pensando en todo lo que habían hablado.

- ¿Qué haces hija?

- Vengo a terminar lo que empecé. Tengo que hacerlo papá. Es necesario que así sea.

Se arrodilló al lado de la cama y apartó la sábana que cubría aquel cuerpo, ahora ya envejecido.

- Tengo que hacerlo papá. Solo te pido, por favor, que no me rechaces. Solo será terminado aquello.

- Si de verdad es necesario que lo hagas no te rechazaré. Esta vez no.

Acarició su pene, lo besó, lo lamió, hasta que se puso erecto, lo suficientemente erecto como para llenar su boca y sí, lo hizo; chupo se pene, con maestría más que con deseo hasta que obtuvo su semen, el semen de su padre, tragó hasta la última gota.

- Gracias papá. Ya está, todo se ha completado. Me voy a dormir papá.

- Te quiero hija.

- Y yo a ti papá.

A la mañana siguiente no hablaron de ello. Se despidieron con un fuerte abrazo, un abrazo de padre a hija.

- ¿Volveré a verte, hija?

- No lo sé papá, pero siempre que quieras puedes venir a verme a Barcelona. Eres mi padre y yo tu hija.


Licencia de Creative Commons

La saga de Laika IV es un relato escrito por Lena publicado el 19-06-2023 10:57:25 y bajo licencia de Creative Commons.

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