Martita y la madre de Martita II
Escrito por Lena
- Has estado con él. Dime la verdad.
- ¿con Daniel? ¿Porque supones que he estado con él?
- Hueles a él. Conozco muy bien este olor. No vuelvas a hacerlo. por favor, no vuelvas a hacerlo.
- ¿Qué pasa? ¿Estás celosa? No quieres que te lo quite, es eso ¿Verdad?
- No. no es esto. él va con otras mujeres, no somos las únicas. Pero no debes hacerlo. No tienes ni idea de lo que es capaz de hacer contigo, ya nunca volverás a ser la misma.
- No hará nada que no haya hecho contigo.
- Pero yo ya soy mayor. Tu eres muy joven, un día se cansará de ti y puedes caer en manos de cualquiera. ¿No lo entiendes? Ya solo encontrarás satisfacción en la sumisión.
- Mamá, ya tengo dieciocho años y no me vas a impedir disponer de mí misma.
- Haz lo que quieras, pero te he advertido y si me necesitas aquí estaré hija…
- Está bien mamá, tranquilízate y deja de lloriquear. por favor.
Nunca más volvieron a hablar de aquello.
Habían pasado tres meses, doce fines de semana, treinta y seis tardes en sus manos. Había tardado pocos en pedirlo, en rogarle, en ofrecérselo. Las primeras veces le dolía, sobre todo la primera vez, pero ahora gozaba con ello. Había sabido lo que era sentirse humillada, vejada, castigada, azotada. Su mayor placer era dárselo a él, su señor. Lloró de emoción el día que le puso el collar de perra, de sumisa, esto es lo que era ahora; su sumisa, le pertenecía completamente. Adivinaba que una o dos tardes a la semana usaba a su madre, lo sabía cuándo la veía llegar, cansada, ojerosa pero satisfecha, no ponía en duda que tenía derecho a hacerlo.
- Hola Martita, levanta tu cabellera y deja que te ponga el collar antes de entrar en el salón, quiero presentarte a un amigo. espero que seas complaciente con él.
- Pero…
- Pero. ¿Qué?
- Yo solo quiero ir con usted.
- Tus iras con quien yo te diga o ya puedes irte.
- Está bien…Está bien…
La esperaba de pie en el salón. Lo presentó como Luis, tenía una edad parecida a la de Daniel, su AMO, pero para nada el cuerpo cuidado de este, por el contrario, era algo barrigón, de hombros anchos, totalmente rapado, más alto que él, con un mirar frío en sus ojos claros. A aquel hombre le daba miedo, un miedo compensado por la seguridad que le ofrecía la presencia de su señor.
- Así que tú eres Martita, la hija de Montse. Eres muy guapa y por lo que me ha dicho tu AMO, tan viciosa como ella. Seguro que sí por cómo vas vestida.
Llevaba unos leggins gris claro, ajustadísimos, como una segunda piel y un top negro, de tirantes que dejaba su abdomen al descubierto.
- Te gusta que los hombres te miren. Seguro que te pone cachonda que lo hagan. ¿Verdad?
Se sonrojó, bajando los ojos. Puesta en evidencia.
- Pero si hasta se sonroja la putita. ¡Contéstame cuando te pregunte! y mírame a los ojos.
- Sí…Sí, señor.
- Tendrás que atarla corto Daniel. De lo contrario, cualquier día se dejará follar por algún cabrón.
Acarició sus senos por encima del top.
- Ni siquiera lleva sujetadores. Yo no la dejaría ir así. provocando.
Pasó aquellos grandes dedos por sus labios, apretándolos.
- Los tienes carnosos como tu madre.
No pudo evitar resistirse cuando cogió la anilla de su collar acercándola a él.
- ¿Qué te ocurre, guarrilla? ¿No te gusto?
- No…No es eso, señor.
- ¿Entonces que és?
- Nada…Nada, señor.
Miró hacia su AMO. Tenía el rostro serio, mirándola con dureza. No quería defraudarlo, no quería que se enfadase con ella por nada del mundo.
- Entonces si no es nada desnúdate. Desnúdate para nosotros.
Luís se había quitado la camiseta que llevaba, mostrándonos de medio cuerpo. La miraba, desnudo. La manoseaba, sin ningún cuidado, se daba cuenta que para aquel hombre no era más que un pedazo de carne joven.
- Ah!
- ¿No te gusta que te pellizquen los pezones?
- Sí. Sí me gusta, señor.
Le ordenó que terminara de desnudarlo. Obediente, arrodillada delante de él le quitó los zapatos y los calcetines. Sumisamente seguía sus órdenes.
- Bésame los pies, perra.
Tuvo que postrarse para ello. Los besaba, los lamía, sabiendo que aquello le gustaría, con sus nalguitas levantadas. Después fueron los pantalones y los calzoncillos. Apareció su pene ya erecto.
- Seguro que ya estás mojada y quieres mi leche, pero antes deberás besarme el culo.
¿Qué? Solo había hecho aquello un par de veces a su AMO y le daba un profundo asco solo pensar en lo que le estaba pidiendo, aun así, separó sus nalgas, buscando su ano con los labios Oyó las risas de su AMO.
- ¿Qué haces? Quiero sentir tu lengua hurgando. ¿No te ha enseñado tu AMO como debes hacerlo?
Sintió el azote de la fusta de Daniel en sus nalgas.
- Así, joder. Así. Tócame la polla, verás como la tengo.
La tenía durísima, no solo la tocó, si no que empezó a masturbarle mientras comía su ano.
- Que guarrilla eres. Deja que me dé la vuelta, quiero llenarte la cara con mi leche.
- Sí, así. Sigue bajeándome.
Ella la deseaba en su boca, en su coño. Se sentía vejada y excitada. Miraba a su AMO, que ahora sonreía. Aquellos chorros de semen cayeron sobre su cara, sobre sus cabellos.
- Toda tuya Daniel - Dijo mientras se sentaba en el sofá, satisfecho - Te felicito, has hecho un buen trabajo con esta niña.
A cuatro patas. Así fue tomada por su señor, mientras aquel hombre cogía su barbilla para levantarle la cara. Quería ver su expresión mientras jadeaba y gemía de gusto, hasta que Daniel vació dentro de ella, proporcionándole un fuerte orgasmo.
- Ven siéntate a mi lado pequeña, siéntate y descansa.
Pasó el brazo por detrás de sus hombros, llevándola hacia él, acurrucada, mientras Daniel los observaba, desnudo, sentado en el sillón.
Pronto, sin saber por qué, empezó a acariciar el cuerpo de aquel hombre, su pecho, su barriga, jugando con el vello de su cuerpo. aquel cuerpo, que hacía poco rehuía. Estuvo mucho rato así, mientras sentía su mano acariciándole la mejilla, su cuello. Tuvo miedo de que aquella actitud disgustara a Daniel, pero este sonreía.
- De vez en cuando deberías llevarla al burdel de Doña Lola. Sacarías un buen pellizco de ella.
- No necesito el dinero, ya lo sabes.
- No es por el dinero. Yo a veces lo hago con Sara, cuando se relaja demasiado de su obligación de darme placer. Es una manera de que sean conscientes de cuál es su sitio, de lo que son. Vuelven aún más sumisas. Además, seguro que ella ha fantaseado con ello. ¿Verdad Martita? Venga, sé sincera, no tengas miedo de admitirlo.
- Sí, sí señor...
- Y te has tocado imaginándote satisfaciendo a los clientes.
- Si, señor
- ¿Ves Daniel? Aún le harías un favor.
- Me lo pensaré.
- ¿Sabes pequeña? Tu madre era mía hasta se encoñó de Daniel, fui su primer AMO y la llevé allí un par de veces. Puedes preguntárselo. Verás como es verdad.
Nunca habría pensado que su madre había sido prostituida en un burdel. No cabía en su cabeza.
No supo si por aquella revelación o porque razón, pero lo cierto es que la mano de Marta bajó suavemente por aquella barriga, hasta su pene. No hizo falta que dijese nada, simplemente él, con su mano, llevó aquella carita hasta su polla.
- Que bien la come esta putita, Se ve que le gusta mi polla.
- Parece ser que sí.
- Eso es pónmela dura, que quiero probar tu culito. Tu AMO me ha dicho que te gusta mucho.
¿Tienes un condón Daniel?
Este se levantó para ir a buscar uno y entregárselo. Quería ver Martita usada por otro hombre, pero no pensaba que se entregan tanto a él. Tenía sentimientos contradictorios. Él se había hecho con la sumisa de su amigo, la madre de Marta y empezaba a temer que sucediera justo lo contrario con su sumisa. Veía como, obediente, se postraba en la alfombra, alzando sus nalgas. Como Luis se las palmeaba con fuerza, antes de separarlas y penetrarla. Oía como jadeaba.
- Levanta la cabeza, puta. Vas a tragar mi leche.
Se arrodilló delante de ella llevando su pene a su cara. Iba a mamársela mientras era enculada. No quería que solo fuera para Luis.
Agotada, satisfecha, quedó tendida en el suelo, aún temblorosa.
- Es hora de irte, pero dúchate antes, no puedes salir a la calle así, tienes todo el cabello pringoso y aun te reluce en tu cara la leche seca de Luis.
Cuando los dos hombres quedaron solos. Luis elogió a Marta y felicitó a su AMO por el trabajo hecho con ella.
- ¿Por qué no la traes mañana a mi casa? Allí le podemos dar una buena sesión.
- ¿Estará Raquel?
- Había quedado con ella, pero le diré que no venga.
- ¿Por qué no? Sería divertido cruzarlas.
- Más divertido sería invitar a Montse, que vea cómo usamos a su hijita. Porque ella ya debe estar al corriente de que la usas. ¿No? Además, a las dos las hemos disfrutado juntos.
- Sí lo sabe, pero nunca hablamos de ello. No se…me parece un poco bestia lo que propones.
A pesar de los primeros reparos de Daniel, no fue difícil convencerlo. No podía imaginar cuál sería la reacción de su madre cuando encontrara a Martita allí, ni la de Marta, sin haberlas avisado a las dos previamente.
La llamó antes de ir, con Marta a casa de su amigo. Esperaba tener suerte y encontrarla en su piso. A ella le extrañó que un sábado, por la tarde, le dijera que la esperaba en casa de Luis, suponía que los fines de semana estaba con su hija, pero por lo visto no siempre debía ser así. Obediente se vistió como él le ordenó, con aquel vestido que solo usaba en contadas ocasiones, cuando Daniel se lo exigía, un vestido rojo, muy provocativo, de tirantes, escotado y corto hasta el punto de cubrir justo sus nalgas, sin sujetador, lo tenía prohibido cuando se encontraba con él, no se olvidó de guardar su collar en el bolso. Mientras se maquillaba, frente al espejo, pensó en que parecía una prostituta, decidió ponerse una gabardina, por encima, para que nadie del vecindario la viera así, ya se lo quitaria al llegar.
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