La confesión de Laura
Escrito por Lena
Escribo estas líneas con la esperanza de que me sirvan para exorcizar mis miedos, mis miedos y mis deseos.
Hace dos años dejé de tener una relación de sumisión de un año y medio. Aprovechando los continuos y largos viajes de mi esposo me entregué totalmente a un compañero de trabajo. Hizo conmigo casi todo lo que se puede hacer con una sumisa, pero no solo era mi AMO, también mi amigo, mi cómplice y mi amante.
Pero no es de esto de lo que quiero hablar, sino del ahora, del presente.
Desde hace unos meses me asalta, cada vez con más frecuencia, una fantasía que temo que un día se haga realidad.
Se cómo empezó todo, fue a raíz de una corta secuencia de una película a la que en aquel momento no le di importancia, por lo que no logro recordar su nombre: Una pobre chica, junto con otras, había caído en una red de tráfico de mujeres y era obligada a prostituirse por primera vez. Recuerdo el primer plano de un hombre, medio desnudo. mostrando su enorme barriga mientras se reía de ella.
A esto se añadió la lectura de una saga de relatos, una lectura que he repetido docenas de veces. Me sentía identificada con la protagonista, una mujer respetable y profesionalmente exitosa, sometida, con astucia y malas artes por un viejo gordo, un auténtico cabrón asqueroso.
Nunca me había sentido, para nada, atraída por hombres de este tipo, tan distintos a el que fue mi AMO. Sin embargo, empecé a obsesionarme, leyendo una y otra vez aquel relato, recordando las imágenes de aquella película, me tocaba pensando en ello. Este verano, en la playa, a veces sola, otras al lado de mi esposo, buscaba con la mirada hombres que me recordaran aquello. Cuando veia uno, la mayoría de las veces padres de familia no podia dejar de fijarme en ellos, en sus barrigas, en sus tetitas de obeso.
Mis fantasías se fueron concretando en alguien concreto y allí empezaron mis miedos, se trata de un pariente cercano, concretamente mi suegro, con su gran barriga, con sus 120 kg, casi calvo a sus sesenta y siete años, separado desde hace diez y precedido de su fama de bebedor y de mujeriego, más que mujeriego putero, son la cara y la cruz de mi esposo, culto y educado.
Me imagino besando su barriga, lamiéndola, chupando sus tetitas, mientras él se ríe de mí, haciendo comentarios vejatorios, chupando su pollita y digo pollita ya que, no sé por qué razón, siempre he pensado que los gordos tienen el pene pequeño. Más de una vez, estando sola, me he sentido tentada de llamarlo por teléfono, con cualquier excusa, solo para oír su ronca voz mientras me toco.
Ahora, cuando hay algún encuentro familiar, intento sentarme lo más lejos posible de él, cruzar el mínimo de palabras, no escuchar sus vulgares palabras, llenas de expresiones machistas, sus risas. Tengo miedo, miedo de que note lo que siento, lo que soy y digo lo que soy porqué creo que cuando una mujer ha saboreado, libremente, la sumisión, como es mi caso, para siempre lleva una sumisa en su interior. Sé que solo con tocarme, con sus enormes manos. conseguiría que me entregase a él.
Los problemas se hacen mayores cuando se autoinvita a cenar con nosotros, en nuestra casa. Entonces, sentada delante de él, viéndole comer, más que comer deglutir, me esfuerzo en contener mi mirada.
Se que vendrá después de la cena. Encenderá su puro y tomará sus whiskys, mejor dicho, nuestros whiskys, desabrochando, si le apetece, su camisa y mostrando, sin ningún rubor sus carnes, hasta que mi esposo le recuerda que nosotros no estamos jubilados y nos levantamos temprano. Que ya es hora de irse retirando.
Hace dos semanas escuché, desde la cocina, sus inoportunas palabras, diciéndole a mi marido la suerte que tenía de estar casado con una hembra como yo. Que tendría que evitar viajar tanto, ya que, seguro que más de cuatro me rondaban y que cualquier día le pondría los cuernos, si es que no lo había hecho ya. Así, de este nivel, tan suyo, fue el comentario, el comentario que recibió, no sin cierta sorpresa y alivio mío, una respuesta indignada.
Pronto tendré que dejar de escribir, pues hoy, viernes, se ha invitado otra vez, sin que yo pudiera impelido, pensando que mi actitud le llevaría a falsas sospechas y a mi marido le sabría mal el desaire. puedo reproducir, al dedillo, la llamada.
- Hola Laura, soy Ricardo.
- Sí, ya lo he visto. - Estoy por vuestro barrio y he pensado en venir a cenar, como es viernes hasta he comprado ginebra y tónicas para hacernos unos gin tónic, después de cenar.
- És que Juan no está. no regresa hasta el martes.
- Vaya, ya veo que tendré que tomarlos sólo, porqué, claro, una mujer como tú, un viernes por la noche, no estando Juan tendrá sus planes.
- ¿Una mujer como yo? No…no tengo planes.
- Entonces podemos compartir nuestras soledades. Si quieres comprar algo para cenar y nos tomamos estos gin mirando una película en la tele, sentados en el sofá.
- No. ya improvisaré algo.
. De acuerdo, pues nos vemos y así charlamos un poco.
- Está bien, Don Ricardo.
Debo guardar el ordenador, está al llegar. Mañana borraré esto, no sea que a Juan se le ocurra usar mi portátil y vea esto.
Estoy segura de que sabía que mi esposo no estaba en casa y, la verdad, escribir estas líneas no me ha servido para expulsar mis fantasmas, cero que, al contrario. No ha hecho más que aumentar mis miedos, mis deseos y mis humedades.
Ya llama…
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