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Intercambio de sumisas
Escrito por dereck

Fran tiene 35 años. Mide 1,79, de cabello negro y piel muy morena. Delgado, mas de una vez le han indicado de tener rasgos afeminados, cosa que nunca le ha gustado. No obstante, es atractivo, y su sonrisa ha logrado llevar a la cama a mas de una chica. Sin embargo Fran siempre ha tenido tendencias por la dominación. Lo que empezó siendo una curiosidad, le llevo a descubrir un mundo que le apasiona. Acostumbrado a investigar por páginas especializadas y foros, su gran pena es no haber logrado nunca encontrar una pareja con la cual llevar a la práctica todas sus fantasías. Pequeños juegos con cuerdas, suaves azotes y poco mas. Frustrado, acabo registrándose en un foro de búsqueda y citas. Si bien lo hizo casi por aburrimiento, su sorpresa fue encontrar a Cristina.
Cristina tiene 25 años. Una chica preciosa. Con una altura de 1,75 y una preciosa melena de color caoba. Con un cuerpo sano y firme esculpido en largas sesiones de gimnasio. Su pecho, mas bien discreto, queda en segundo plano con un culo perfecto. Aunque posiblemente, el rasgo que más destaca en ella, sea su pierna derecha, completamente tatuada desde el tobillo hasta la cintura, con un tapiz de diferentes motivos sobre la naturaleza, el cual queda precioso en contraste con su blanquecina piel. Cristina da un aspecto de chica guerrera, muy opuesto a su actitud sumisa respecto al sexo.
Fran y Cristina congeniaron desde que intercambiaron los primeros emails. Al vivir en la misma zona, con el tiempo se citaron y surgió una buena amistad, ya que ambos tenían mucho en común. Cristina se sentía igual de frustrada que Fran respecto a sus prácticas de sumisa, ya que si bien, gracias a su buen físico, podía llevarse a la cama a cualquier hombre, no se atrevía a exponerse como sumisa con nadie que no le ofreciera confianza.
Con el tiempo, la pareja de amigos dieron el paso e iniciaron encuentros de dominación. Al ser ambos novatos, fueron aprendiendo con cada sesión, aumentando los límites y dejándose llevar por prácticas mas intensas. Ambos disfrutaban también del exhibicionismo y el riesgo de ser descubiertos, por lo cual a menudo Fran le ordenaba a Cristina vestir de manera muy provocativa en sitios públicos, realizar ciertas poses u obligarla en sitios poco discretos.
Una noche, tras una sesión especialmente intensa, Fran le comentó a Cristina de un lugar que había leído. Un sitio donde los amos intercambian sumisas para realizar encuentros y prácticas. Fran solo lo comentó como curiosidad, ya que tras sus encuentros, solían hablar largo tiempo. No se esperaba la reacción de Cristina, totalmente maravillada ante la posibilidad. Cristina era decidida y persistente cuando deseaba algo, y Fran acabo aceptando el visitar aquel lugar. La idea no terminaba de convencerle, puesto que comenzaba a sentir algo por su amiga y no terminaba de aceptar el entregarla a otro hombre, si bien la idea de tener tal control sobre Cristina, hasta el punto de enviarla con otro hombre, le excitaba muchísimo.
Había llegado el día. Fran y Cristina se encontraban en una sala de espera. Descansaban en unos cómodos sofás mientras degustaban una copa de champan. Toda la estancia estaba cubierta de una alfombra color carmín, y en las paredes, colgaban algunos cuadros con imágenes del kamasutra. El lugar tenía un aspecto algo rancio de película erótica de los ochenta. Por fin una puerta se abrió, apareciendo la misma mujer que los había atendido en la recepción del lugar donde se encontraban. La mujer llevaba un collar con cadena que, sin mas teatro, pasó a colocarle a Cristina en su cuello. Fran solía utilizar uno en sus sesiones con Cristina, le encantaba la sensación de poder que le otorgaba, y a ella le gustaba sentirse como una posesión de su amo. Tras colocarle el collar, la mujer tomó la cadena y obligó a Cristina a seguirla fuera de la sala, dejando al hombre a solas.
Cristina recorrió un pasillo hasta llegar a un elegante cuarto de baño donde la mujer le indico que pasara a ducharse. Si bien Cristina lo hizo antes de salir de casa, accedió gustosa y complacida, ya que valoraba muchísimo la higiene. Mientras se aseaba, la mujer dobló y guardo la ropa de Cristina en una taquilla, ofreciéndole únicamente una fina bata que cubría mas bien poco.
La espera se le hacía interminable a Fran cuando otra puerta de la estancia se abrió, esta de forma automática. El chico accedió a un balcón, con dos cómodas butacas. Sentado en una de ellas, podía observar plenamente el piso inferior. Justo en el centro del piso había una cama redonda. En una de las paredes se apoyaba una cruz de san Andrés y por otros lados había pequeños muebles auxiliares con diverso material sadomasoquista. Fran pudo comprobar que había mas balcones de idénticas características, por lo que la sala estaba preparada para tener un público más numeroso. En aquel momento una puerta en la sala inferior se abrió. La mujer apareció guiando a Cristina a través de su cadena. La dejo cerca de la cama y se marchó. Fran no pudo si no sentirse mas excitado al ver a Cristina en aquella tesitura.
Al poco la puerta volvió a abrirse para dar el paso a una pareja. En primer lugar apareció una mujer que debía rondar los 50 años. Era menuda, de cabello rubio y corto, con un peinado muy clásico. Vestía una blusa perfectamente abotonada y una chaqueta violeta. Una falta de tubo que le cubría por encima de las rodillas y unos tacones de gran tamaño. Algunas joyas de complemento eran el detalle de lo que a primer avista podía pasar por una señora de alta clase, con un rostro severo y algo avinagrado. Tras de ella, apareció un caballero de gran tamaño. Debía medir casi 2 metros, de espalda ancha y una barriga considerable. Su cabello afeitado no ocultaba que el hombre tenía bastante mas edad que su acompañante. Vestía de impoluto traje de chaqueta.
Fran no dejaba de pensar que podría estar pasando por la cabeza de Cristina. Sentía un pellizco interior de entregarla al capricho y goce de otro hombre, pero su mas que evidente empalme era una prueba de que en el fondo, disfrutaba de la situación.
La señora se adelantó hasta llegar a la vera de Cristina, y sin mayores ceremonias, le quitó la bata dejándola completamente desnuda, con su atractiva figura. No le dedicó demasiado tiempo a observarla, tomó el collar y la condujo hasta el centro de la cama donde la obligó a arrodillarse. Con unas cuerdas que colgaban del techo ató las muñecas de Cristina, dejando los brazos por encima de su cabeza. Cristina se mordió la lengua, llena de miles de preguntas que hacer, pero se mantuvo en su papel de sumisa, dejándose llevar por el morbo de la situación. Una vez la señora terminó con las cuerdas, poso sus manos sobre los pechos de Cristina, pechos pequeños que cabían en una mano, pero firmes y duros. Si la complació o disgustó no pudo saberse, pues su rostro seguía siendo inmutable. La gran sorpresa de Cristina llegó cuando la señora colocó sus manos sobre sus mejillas, y le obsequió con un beso largo y profundo. Cristina se sentía completamente hetero y nunca había tenido intención ni curiosidad de besar a otra mujer, en otro momento se habría resistido, pero la sorpresa la dejó desarmada y se dejó hacer, si bien tras separase sus bocas emitió algunas protestas.
La señora se dio la vuelta y salió de la habitación, sin dedicarle ni una mirada al hombre que esperaba pacientemente.
Fran se sentó, algo incómodo y expectante de lo que ocurriese a continuación. El hombre caminó despacio hacia una de las mesillas auxiliares, sin dedicarle una mirada a Cristina. Fran no llegaba a comprender como un hombre de aquella edad no estaría babeando ante el ángel que tenía delante. Pero el gigantón se mantuvo firme y tranquilo. Se acercó hasta cristina. La chica trató de decir algo, presentarse, pero el hombre la silenció de un sonoro bofetón en la mejilla. Fran le había pegado alguna vez, le gustaba, le excitaba, pero aquella bofetada había sido del todo inesperada, seca, dura. Notaba su cachete picarle. Y fue a protestar pero no pudo pues el hombre aprovecho el momento para introducirle en la boca una bola de mordaza que la dejó sin la posibilidad de hablar, solo de emitir gemidos ahogados.
Fran estaba ensimismado contemplando la escena, ni siquiera era consciente de que empezaba a humedecerse, cuando la puerta del bacón se abrió y pasó la señora que había atado a Cristina. La mujer tomo el asiento contiguo, sin mirar una sola vez a Fran, y se dedicó a observar la escena que sucedía en el piso inferior. Fran se quedó ciertamente incomodo con su presencia, la observó, le recordaba la clásica profesora de colegio algo amargada. Pero lo que ocurría abajo era demasiado interesante para preocuparse ahora por su compañía.
Abajo, el hombre se dirigió con toda calma a un armario. Y fue desprendiéndose de su ropa, la cual doblaba con mimo y la guardaba con delicadeza, como si estuviera solo y sin prisas. Por fin terminó de desnudarse. Cristina comprobó el cuerpo de un hombre de la edad que le suponía, con algunas arrugas, canas en el bosque de pelos que tenía en el pecho y su abultado estómago. Pero se quedó mirando la polla, erecta, y tan gruesa y amplia como el cuerpo del hombretón. Una herramienta muy buena sin duda.
El hombre se dirigió con tranquilidad a otra mesilla y tomo algo con sus manos que nadie pudo ver. Caminó hasta la cama y se subió de rodillas en ella. Con su enorme cuerpo le sacaba al menos casi dos cabezas a cristina que lo miró a los ojos, solo para en ese momento recibir otra sonora bofetada. No tuvo tiempo a reponerse cuando los dedazos del hombretón atraparon el pezón del pecho derecho y lo retorcieron y tiraron de él. Cristina sintió una punzada de dolor, pero fue mas aun lo inesperado y rápido de la acción, cuando aun notaba la mejilla caliente, y todos sus sentidos se volcaron en su pezón y aquel latigazo eléctrico. Eso le provoco que comenzara a mojarse excitada. Pero el hombre, raudo, descubrió en su otra mano un juego de pinzas y sustituyó sus dedos por las pinzas, bien prietas, mas de lo que Fran solía hacer. Cristina se retorció pero nada pudo impedir que el hombre repitiera la operación en su otro pecho, y dejara a cristina unos segundos retorcerse con las pinzas apretando sus pezones.
Fran estaba completamente centrado en la escena. Sentía un ardor tremendo en sus partes por la enorme excitación que le producía ver a su sumisa recibir el castigo a manos de otro hombre. Y aun así, tenía un pellizco de culpabilidad y celos incrustado en su fuero interno. Tan sumido estaba en sus pensamientos, que no se dio cuenta como la señora que lo acompañaba se levantó de su asiento, y se arrodilló frente a él. No fue hasta que notó como unas manos apretaban su entrepierna y se esmeraban en desabrocharle el pantalón. Fran dio un respingo y trató de levantarse asustado, pero con el pantalón medio desabrochado cayó en su asiento. Su pene quedó liberado y sin mas preámbulos, la mujer lo introdujo en su boca, poco a poco, hasta lograr introducirlo de lleno. La cabeza de Fran daba mil vueltas, observando el castigo a Cristina mientras aquella señora se esmeraba en comerle el rabo.
Cristina aun se retorcía notando la presión en sus pezones. Pero aquel castigo, junto con sus manos atadas y el sentirse a merced de aquel desconocido, la había excitado tanto que a estas alturas ya estaba muy húmeda. Si el hombre lo noto, ella no lo supo, pues aquel grandullón parecía comportarse de forma sistemática, casi como un robot. Se colocó a la espalda de Cristina, ajustó la cuerda y empujó la cabeza de cristina contra la cama. Sus brazos siguieron quedando en vertical atados por las muñecas al techo. Y en aquella postura, Cristina recibió el primer tortazo de muchos sobre su perfecto culo. La mano del hombre era enorme, casi tomaba toda su nalga. Y a pesar de su edad, tenía fuerza, mucho. Azotó el culo de forma rítmica, sin mostrar cansancio. La blanquecina piel de Cristina no tardo en tornarse rosada, y cada vez mas intenso a medida que continuaba el castigo. Cristina no podía mirar, con su otra mano, el hombre mantenía la cabeza de la chiquilla prisionera contra el colchón. Solo podía sentir los duros golpes. Cada uno de ellos la hacía contraerse y ese movimiento le producía un tirón en sus pezones. La suma de todo aquello producía que de su boca salieran gemidos lastimeros, pero también apasionados.
Fran contemplaba el duro castigo mientras la mujer seguía enfrascada en su polla. La lamia, le chupaba los huevos y volvía a introducirse todo el miembro en su boca, manteniéndolo por unos instantes. En un rápido vistazo, Fran comprobó que la señora se había desabrochado un par de botones y había dejado sus pechos libres. Estaban algo caídos pero la imagen era puro morbo. Asi como la espectacular mamada, llena de saliva y bien profunda que la señora le estaba regalando.
Con el culo completamente rojo, el hombre decidió que ya había suficiente castigo. Desató las manos de Cristina del techo, solo para amarrarlas en su espalda y la empujó contra la cama. El roce de la sábana en su irritado culo la sorprendió. Estaba muy húmeda y excitada si bien no había podido ejercer de sumisa complaciente, desde el primer momento, no había sido mas que una muñeca para el disfrute de aquel hombre que no había tenido ni un solo gesto afable.
El hombretón, muy empalmado, se lanzó sobre Cristina y le clavo su enorme polla de un solo movimiento de cadera. Gracias a que estaba muy mojada, el miembro entró en su vagina sin encontrar resistencia. Y el hombre comenzó a embestirla de forma salvaje. Le quitó las pinzas de los pezones, provocándole durante un instante un agudo dolor al volver la circulación. Pero enseguida comenzó a recibir azotes en sus pechos y a notar como las enormes manos los estrujaban a su antojo. Las embestidas no paraban, y el hombre las combinaba con bofetadas en la cara y en los pechos. Cristina experimentaba una montaña rusa de sensaciones y en pleno éxtasis las manos del hombre le apretaron el cuello dificultándole la respiración. Otra embestida salvaje, otro bofetón y estallo en un orgasmo salvaje. El orgasmo se prolongó un buen rato hasta que el hombre rompió a correrse dentro de Cristina.
Por su parte Fran se dejó llevar por todo lo que veía y sentía, y la mujer aceleró su mamada, arriba y abajo chupando de forma feroz hasta que comenzó a notar los espasmos de Fran. Se metió la polla hasta lo mas profundo y ante esa visión Fran no pudo si no eyacular como un cerdo. La señora retuvo la corrida en su boca y la tragó. Instantes después sacó unas toallitas del bolso y limpió el pene de Fran con mimo y esmero. Y tras acabar su operación, se puso en pie y se marchó sin decir una palabra
Un minuto después, la mujer apareció, con la mirada gacha, en el piso inferior. El hombre había terminado de vestirse y marcho, con la mujer siguiéndolo sumisamente.
Fran y Cristina salieron del local. Siempre acostumbraban a hablar y hablar tras sus sesiones. Pero en esta ocasión el silencio reinaba. Cada uno aún estaba atrapado por todo lo vivido.




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Intercambio de sumisas es un relato escrito por dereck publicado el 08-11-2022 14:47:41 y bajo licencia de Creative Commons.

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