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Muerte y resurrección de Raquel III
Escrito por Lena

- Bebe putita, ¡MÁS, JODER! ¡Bébetelo todo! Así no te daré tanto asco. ¿O ya no te lo doy?

Don Ricardo se había puesto de pie delante de ella, bajándose los tirantes y terminando de abrir su camisa.

- No, Don Ricardo. No me da asco…

- Menos te daré cuando veas lo que tengo para ti aquí debajo.

- Deberías pedirle disculpas por lo que le dijiste. ¿No te parece?

- Perdóneme Don Ricardo, por favor.

- El perdón tendrás que ganártelo y la bofetada te la devolveré en el momento oportuno.
Mira mi barriga ¿Te gusta? Di ¿Te gusta?

- Sí, sí, Don Ricardo.

- Pues deja de temblar y bésala, besa y lame. Demuéstrame que te gusta.

Raquel se inclinó para besarla, para besar aquella barriga vellosa. Para esto es para lo que servía, para complacer.

- Chúpame las tetillas. Me gusta, como a ti, que me las chupen.

Obedeció mientras con una mano seguía acariciando su barriga. Se las chupaba como hacía con las de Nati y como las de ella respondían endureciéndose sus pequeños pezones.

- Así. así es como me gusta.

Cogió su mano libre y se la llevó hasta su entrepierna. Ya no podría sacarla de allí, acariciando, por encima de los pantalones aquel enorme pene. Ni siquiera la retiró cuando él, cogiéndole por los cabellos separó su cara e hizo que levantara la mirada.

Pensó que vomitaria cuando la lengua de aquel viejo vicioso penetró en su boca. Se sobrepuso al inevitable asco y la aceptó, entregándose a aquel obsceno morreo.

- ¿Tenéis una cama para mí? Me gusta follar en una cama y tener una cierta intimidad para estas cosas.

No sin sentir cierta frustración por no poder seguir gozando del espectáculo Nati le ordenó a Raquel que lo acompañara hasta su habitación.

- ¿Por qué no deja la puerta abierta? Nos hará un favor, Don Ricardo. Al menos oiremos la retransmisión - Dijo Juan sonriendo.

- Sí, claro. por descontado. ningún problema.

Al principio todo era silencio, hasta que este fue roto por unos sordos quejidos de dolor. Pronto llegó el sonido, inequívoco, de una bofetada. Siguieron los rugidos de macho que emitía Don Ricardo y más silencio, roto, una vez más por aquellas palabras, perfectamente audibles,

- Móntame puta. Monta sobre mí. Clávate mi polla.

- ¡Ah! ¡Ah! ¡Dios mío!

- ¿Qué pasa, perra? ¿No puedes más? ¡HASTA EL FONDO! ¡JODER!

- Sí. Sí.

- Así, muévete. cabalga, cabalga. ¿Te gusta mi polla. verdad?

Los jadeos de Nada, los rugidos de Don Ricardo, todo se mezclaba en las cabezas de Nati y Juan, imaginando lo que debía estar ocurriendo. Ella, completamente excitada, le rogaba que la tocara, mientras con su mano comprobaba la dureza del pene del que era, de hecho, su hombre.

- Di lo que eres. Dilo, mientras cabalgas.

Soy una puta asquerosa, una viciosa, una perra sumisa. ¡PEGUEME. ABOFETÉEME! Por favor. Por favor.

- Toma, guarra. Toma.

Nada cada vez gemía con más fuerza y no eran gemidos de dolor.

Se hizo el silencio, un silencio que duró largo tiempo.

Don Ricardo, terminando de abrochar su camisa, entró en el comedor. No pudo evitar que, por un momento sus ojos se dirigieran a los senos de Nati, ella le dedicó una sonrisa, antes de cerrar su blusa.

- ¿Qué tal, Don Ricardo?

- Joder, Juan, hacía tiempo que no follaba tan a gusto, está totalmente emputecida.
¿Alguna vez te ha hecho lo que en fino se llama beso negro?

- No. Nunca se lo he pedido.

Mientras Don Roberto les contaba lo bien que lo hacía y lo cachonda que se ponía con ello Raquel apareció detrás de él. Llevaba el vestido roto mostrando uno de sus senos. con un incipiente moratón, las piernas, temblorosas, apenas la sostenían, el maquillaje totalmente corrido, como si hubiese llorado, parecía estar en shock, con la mirada perdida.

- Siéntate y tómate un vaso de ron. Te lo has pasado bien ¿Verdad, guarrilla?

- Sí…Gracias, señor.

- Así me gusta. Tómate el ron venga. ¿Por qué no me la alquiláis el próximo fin de semana? La llevaré a mi chalet de la costa, me han quedado cosas por hacer con ella.

- Por favor, Don Ricardo ¿Alquilarla? Se la dejaremos con gusto. ¿Verdad Juan?

- Claro que sí, Don Ricardo.

- No. No. Me agrada pagar por las putas, así tienen claro lo que son. Me encanta verlas recoger el dinero del suelo después de haberlas meado bien. Porque esta debe ser de las que no tiene problemas en abrir la boca, seguro.
Bueno, os dejo. Nati, mañana me llamas y me dices cuanto quieres y añade el coste del vestido. No hace falta que me acompañéis, creo que tenéis ganas de estar solos.
Adiós, guarrilla, nos veremos el viernes. Verás cómo lo pasamos bien.

- Sea discreto, por favor, Don Fernando, podríamos tener problemas…ya sabe.

- Joder, Juan. la duda ofende. Claro que seré discreto. Por si os interesa, conozco personas que también quieren discreción y pagarían bien por unas horas con ella. cuando queráis hablamos y recuerda Nati, no dejes de llamarme mañana.
Nati espero oír que se cerraba la puerta para dirigirse a ella.

- Nada: Siento curiosidad por saber si es verdad lo que se dice de él, ya sabes a qué me refiero,

- Sí, señora, es verdad.

- Te ha gustado. ¿Verdad puta? Seguro que ya estás deseando que vuelva a follarte.

- No. No, señor…

- Vuelves a mentirme como cuando me ponías los cuernos. Dime la verdad, perra.

- Por favor, señor. Va a volverme loca.

- Di la verdad, joder. Te hemos oído. Di que te ha gustado.

Raquel se tapó la cara con sus manos, llorando. Con su cabeza decía que no, pero no fue esto lo que salió de su boca.

- Sí. Sí. Per Dios. Sí. Me ha gustado.

- Venga tomate tus pastillas y lárgate de aquí, solo sirves para esto, solo piensas en esto.

Lo que quedaba en ella de Raquel le decía que debía terminar con aquello, la iban a prostituir, la prostituirían y cuando se cansaran de ella la venderían a Don Ricardo o, aún peor, a un burdel, del que ya no podría salir.

Tenía que huir de allí. ¿Pero cómo hacerlo? No tenía dinero, ni siquiera documentos, un juez la había declarado loca, solo con que fuesen a la policía la devolvería a su casa y esto si no es que no la hacían buscar por aquellos hombres que la habían retenida secuestrada. Seguro que entonces si la venderían. De todos modos, terminarían haciéndolo. Tenía que pensar, pensar en cómo huir.

Pronto las pastillas hicieron su efecto, nublado su mente.

Al día siguiente se despertó con un nombre en su cabeza: “Isabel”. Sí Isabel, era la única persona que la podía ayudar. La había conocido por cuestiones de trabajo, antes de que todo se hundiera, no se podía decir que fuesen amigas, pero habían congeniado. Isabel, la comisaría. “La jefa bollera” Así la llamaban, a sus espaldas, sus subordinados. ella misma se lo había contado, riendo.

Aprovecharía que ya le hacían hacer la compra a ella, para, llamarla. Hacía un esfuerzo para recordar su número particular. Sí, sí, era este. Solo tenía que esperar al lunes por la mañana, y pedir a alguien que le dejara el móvil para llamarla.

No le fue difícil encontrar una buena mujer que le dejara su móvil, con el argumento de que tenía que hacer una llamada urgente y se había olvidado el suyo en casa.

Llamó a Isabel. tenía que hablar urgentemente con ella, en su casa, no podía ir a la comisaría. La necesitaba, necesitaba su ayuda. Le pidió que fuera a verla antes de la una, se lo rogó. Que fuera vestida de paisana, en su coche personal. Isabel notó la alarma en su voz. Iría, iría ahora mismo.

Se lo contó todo, desde el principio, de su infidelidad, de cómo había sido secuestrada por orden de su propio esposo, como un juez la había declarado incapacitada, lo que habían hecho con ella, lo que estaban haciendo y lo que iban a hacer. Isabel la escuchaba en silencio.

- ¿Me crees verdad?

- Sí, sí te creo. De un tiempo a esta parte ha crecido el número de desapariciones y homicidios de mujeres. Lo que me cuentas es muy grave, tenemos que actuar con rapidez, ahora mismo iremos a comisaría. Me has dicho que llegaban a las tres y media ¿Verdad? No tenemos que darles tiempo a que reaccionen.
¿Sabes dónde guardan los videos de los que me has hablado?

- No. No lo sé. Ni las pastillas, las necesito, no podré pasar sin ellas.

- Entonces primero iremos a comisaría y harás una declaración. buscaré un juez de confianza que nos autorice un registro.

- ¿A comisaría? ¿Y luego? Tengo miedo de lo que me puedan hacer, ellos o aquellos hombres.

- Tienes que confiar en mí. Coge lo que puedas de vestir en una bolsa, después de declarar te llevaré a mi piso, es un lugar muy seguro, permanecerás allí un tiempo, hasta que te declaren testigo protegido y te asignen un lugar donde estar mientras dure el juicio Si todo sale bien y seguro que saldrá, no deberás preocuparte más de ellos. Si es necesario, cuando todo termine, te daremos una nueva documentación, una nueva personalidad, en otra ciudad. Nunca te encontrarán, ni cuando salgan de la cárcel.

¿Y las pastillas? No puedo prescindir.

- Nuestro médico forense seguro que sabrá qué coño te han estado dando. Esto sí, te advierto que cuando llegue el juicio tienes que estar limpia y dispuesta a dar testimonio.
Encontraremos los videos y recibirán lo que se merecen. Seguro que en el interrogatorio se hundirán enseguida y localizamos a los cabrones que te tuvieron retenida y abusaron de ti.

Al mediodía ya estaba instalada en el piso de Isabel. Inquieta, esperaba que ella llegara para saber qué había ocurrido, si había logrado la orden de registro y había encontrado los vídeos.

- Sí, tranquila, no solo los videos, también las putas pastillas y los utensilios que usaban contigo. Lo único que no hemos hallado ha sido el collar.

- Me lo llevé yo…Necesito sentirlo…Nunca volveré a ser lo que era…Compréndelo…Soy una sumisa…Lo seré siempre.

- Una sumisa sí. pero una sumisa libre.

- Lo siento…

- ¿Por qué? Hay muchas que lo son y no todas libres como eres tú, ahora. Me gustan las sumisas libres - Lo dijo con una franca sonrisa.
Nunca pensé que tendría una como huésped.

- Ni yo que lo sería de una comisaría bollera.

Las dos rieron, fue una risa sincera y relajante.

- Por cierto; el juez ha decretado prisión provisional para los dos. Mañana iremos a por el juez, que se dejó sobornar y por aquellos cabrones.

- Nunca sabré agradecerte lo que haces por mí.

- Seguro que sí sabrás, si es lo que quieres.

Sintió su mano acariciando, cariñosamente, su cara.

- ¡Ah! Aquí tienes tus pastillas. Ya las puedes tomar, pero ten en cuenta lo que te dije, ve reduciendo las dosis, aunque te cueste. ¿Las quieres tomar ahora o primero cenamos?

- Prefiero cenar y que me pongas el collar.

- ¿De verdad lo quieres?

- Sí…por favor…

Aquella noche se acostaron juntas. Aquella noche y las siguientes, hasta el día de hoy.


Licencia de Creative Commons

Muerte y resurrección de Raquel III es un relato escrito por Lena publicado el 03-11-2022 22:23:09 y bajo licencia de Creative Commons.

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