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El bar del pueblo 6
Escrito por Jorge Jog

Luis y Raúl eran amigos míos desde la infancia. Habíamos estudiado juntos hasta el instituto y, aunque en la universidad habíamos tomado caminos diferentes, seguíamos viéndonos con frecuencia, pues ninguno teníamos pareja aún, y nos encantaba divertirnos juntos. Ellos eran heteros, pero habían acogido con total aceptación mi salida del armario en la adolescencia y no había cambiado en absoluto su actitud hacia mí o nuestra amistad. Yo les tenía un profundo cariño.

Pero ahora su visita me descolocaba totalmente. Por supuesto no era una “autoinvitación”. Yo les había invitado en reiteradas ocasiones a venir a verme cuando me trasladé al pueblo para estudiar las oposiciones. Pero, claro, eso había sido antes de conocer a mis amos. Mi cabeza era un mar de dudas, ya que era la primera vez que mi situación actual, como esclavo de una pareja, podía chocar con lo que hasta entonces había sido mi vida “normal”. Hasta ese momento había mantenido ambas vidas por separado. De hecho, durante las semanas que llevaba sirviendo a Jaime y Tony, ellos me habían permitido ir a ver a mi familia y amigos en Madrid en un par de ocasiones (también había visto esas veces a Luis y a Raúl), pero, naturalmente, yo había mantenido en secreto mi vida en el pueblo con todos mis allegados.

Y ahora, ¿qué hacer? En cualquier caso lo que tenía claro es que ahora mi vida ya no me pertenecía, así que lo primero que tenía que hacer era consultar con mis dueños. Así, esa tarde, tras pedirle permiso, mostré el mensaje a Tony, que estuvo un rato interesándose por mis dos amigos y la relación que me unía a ellos. Después de esto me dijo alegremente:

-Bueno, naturalmente diles que sí, que son bienvenidos aquí. No vas a ser tan maleducado de no recibirles, ¿verdad? Hay que cuidar a los amigos -me guiñó un ojo con complicidad. Sin embargo, a mí no me gustó nada el rumbo que iba tomando aquello. Tony añadió entonces, tras pensar un rato: -Escucha, te voy a decir lo que vamos a hacer…

Llegó el sábado, el día que venían Luis y Raúl. Yo estaba esperándoles en casa, terriblemente nervioso. Sabía que después de aquel fin de semana, mi relación con mis mejores amigos ya no volvería nunca a ser la misma. Poco antes del mediodía, llamaron a la puerta y me apresuré a abrir. Luis y Raúl aparecieron y me abrazaron, mientras me saludaban calurosamente. La verdad es que sentir su cariño era algo que siempre me conmovía.

-Bueno, Pedro, sí que estás bien instalado -dijo jovialmente Raúl, echando un vistazo a la casa. Era el más extrovertido de nosotros, siempre alegre y haciendo bromas. También era un chico muy guapo, de cuerpo atlético, y que siempre había tenido bastante éxito con las chicas. Siempre pensé que era una suerte no haberme enamorado de él, algo frecuente, como sabéis, entre los gays y sus amigos heteros. Luis, por el contrario, era más intelectual, también era guapo pero su aspecto era más bien de empollón y no tenía un cuerpo cuidado. Siempre había sido más retraído, aunque era un chico realmente inteligente.

-Bueno, hago lo que puedo -repuse en su mismo tono jovial. Les estuve enseñando la casa y después comimos en el salón. Después de comer les estuve enseñando un poco el pueblo y los alrededores, aunque me abstuve de entrar al bar, no sé con qué excusa. Durante todo este tiempo estuvimos charlando de mil cosas, recordando viejas experiencias y me sentí realmente bien, muy relajado y alegre, olvidándome un poco de lo que sabía que iba a pasar más tarde.

A la caída de la tarde volvimos a casa y nos relajamos con unas bebidas que preparé. Así estábamos, charlando tranquilamente, cuando sonó el timbre de la puerta. Era ya de noche. Supuse que el bar ya estaría cerrado. Los sábados cerraba a la hora de la cena y luego volvía a abrir para la medianoche. Luis y Raúl me miraron un poco extrañados:

-¿Esperas a alguien? -me preguntó Luis. Sin responderle fui a abrir la puerta e hice pasar a mis amos, Tony y Jaime, que entraron al salón. En cuanto estuvieron dentro, yo me postré de rodillas ante ellos y dije a mis amigos de toda la vida:

-Luis, Raúl, estos son Tony y Jaime. Son mis amos. Yo soy su esclavo y vivo solo para servirles. Son mis superiores. Y no solo ellos, yo soy inferior a cualquier hombre libre, soy inferior también a vosotros y, en este momento, quiero pediros perdón. Perdón por haberme atrevido a trataros todos estos años como iguales, estando muy por debajo de los hombres de verdad como vosotros.

Toda esta parrafada había tenido que memorizarla por orden de mis amos, por supuesto, aunque la dije con todo el convencimiento del mundo. Como podéis imaginar, mis amigos se habían quedado totalmente mudos, con la boca abierta, completamente atónitos ante lo que acababan de escuchar. En ese momento Tony y Jaime les tendieron las manos, que estrecharon aún anonadados, y todos se sentaron, mientras Tony me ordenaba:

-Esclavo, ya sabes cómo tienes que estar en nuestra presencia. Y sírvenos unas copas. ¡Ya!

Me desnudé inmediatamente, sintiéndome morir cuando vi las miradas curiosas de mis amigos a mi jaula de castidad y a mi plug anal. Aproveché la orden de mi amo para quitarme de en medio e ir a la cocina a preparar las copas. Cuando volví, los cuatro estaban charlando animadamente. No hay que olvidar que Tony y Jaime eran magníficos conversadores y seductores natos, por lo que en pocos minutos se habían metido en el bolsillo a mis amigos, como habían hecho con todo el pueblo. Naturalmente, toda la conversación se centraba en aquellos momentos en mí, y mis amigos, vencido el estupor inicial, estaban haciéndoles mil preguntas sobre nuestra relación. Yo, por otra parte, en cuanto les serví las bebidas, me puse en mi posición, de rodillas junto a Tony.

Mis amigos seguían sin creerse lo que veían, y, aunque yo mantenía la mirada baja, podía sentir sus miradas curiosas, muerto de vergüenza. A medida que la conversación avanzaba y, sobre todo, a medida que mis amigos iban bebiendo más, empezaron a desinhibirse, y a dirigirse a mí:

-Así que te gusta servir a otros, Pedrito -me dijo Raúl con una sonrisa burlona. Nunca había usado aquel diminutivo para referirse a mí-. La verdad es que nunca lo hubiese pensado…

-Joder, y para dejarte poner eso tienes que ser realmente obediente… -repuso Luis, señalando mi jaula de castidad.

Entonces Jaime decidió llevar aquello más lejos y dijo:

-Esclavo, ¿qué te parece si te ocupas de relajarnos los pies como tú sabes?

Muerto de vergüenza, me dirigí hacia él y le quité las zapatillas. Empecé a masajear sus enormes pies, ante la mirada fascinada de mis amigos. No contento con ello enseguida me ordenó lamérselos, lo que provocó aún más el estupor de Luis y Raúl. Cerré los ojos y me concentré en mi tarea, tratando de olvidar dónde me encontraba. En pocos minutos Jaime hizo lo que me temía:

-Bueno, no vas a tener desatendidos a tus invitados, ¿verdad? ¡Adelante!

Sintiéndome humillado como nunca antes, me arrastré de rodillas hasta donde estaba Raúl y empecé a desabrochar sus zapatos. Sentía intensamente su mirada clavada en mí mientras se dejaba hacer. Lo descalcé, tenía unos pies realmente bonitos y con un leve olor tremendamente masculino. “Bueno”, pensé, “al menos voy a disfrutarlo”…

Me puse con todas mis ganas a lamer y a masajear con mis dedos los pies de mi mejor amigo, sintiéndome realmente un desecho humano, pero disfrutando de esa sensación. En pocos minutos Raúl empezó a suspirar de placer, y cerrando los ojos, exclamó:

-Ummmmmm, dios, esto es increíble… Joder Pedrito, si llego a saber que sabías hacer esto hace tiempo que te hubiera puesto en buen uso, jajaja…

Sus palabras me hirieron como puñales, pero seguí con mi labor, llevándolo a la gloria. A continuación, me tocó hacer lo mismo con los pies de Luis, que también se dejó hacer, aunque estaba visiblemente más incómodo con aquello que Raúl.

La noche siguió avanzando y ellos bebiendo, hasta que en un momento dado Jaime dijo:

-Tengo que mear -mis amigos esperaban que lo indicara el baño, pero él, naturalmente, solo se puso en pie, chasqueó los dedos y me indicó mi lugar. De nuevo muriendo de vergüenza, me arrodillé ante su bragueta, le abrí la cremallera y saqué su magnífica polla. No se demoró en enchufármela a la boca y empezar a soltar un poderoso chorro de meado, que me esforcé en tragar.

-Dios, ¡no puedo creerlo! ¿Pero que clase de cerdo eres, Pedrito? -dijo entre risas Raúl. Luis, por su parte, contemplaba la escena fascinado.

-Un cerdo de primera -dijo Tony-, le encanta tragar las meadas de los machos.

-Pues esto tengo que probarlo -dijo entonces Raúl, levantándose y abriéndose la bragueta. Me sentí morir cuando él, sin el menor pudor, me puso su polla en los labios y, cerrando los ojos, se relajó y un inmenso chorro maloliente llenó mi boca. ¡No podía creerme lo que estaba ocurriendo! ¡Mi mejor amigo se estaba meando en mi boca! Y además, disfrutando enormemente de ello. Mientras todo esto ocurría, ellos reían estrepitosamente. Incluso Luis, aunque seguía bastante incómodo, se unió a la carcajada general.

Y, claro, después llegó lo inevitable. Tony se levantó y me dijo:

-Bueno perrito, vamos a demostrar a tus amigos que sabes hacer muchas cosas más…

Se sacó su increíble herramienta y me ordenó que se la chupara. Pronto el estar dedicado a mamar aquella maravilla me hizo olvidar mi situación y me dediqué a ello con todo mi corazón. En pocos segundos su polla estaba completamente dura y, poniéndome la mano en la nuca, comenzó a follarse mi boca. Sin duda mis amigos creían estar contemplando una película porno en directo. Tony no tardó en acelerar el ritmo de sus embestidas y pronto me llenó la boca de su maravillosa leche, ordenándome que me la tragara sin dejar ni una gota. A continuación, su marido tomó el relevo y de nuevo me vi con otra polla llenando mi boca y bombeando salvajemente mi garganta hasta descargar toda su esencia de macho en ella. Entonces ambos osotes se relajaron y les dijeron a mis amigos:

-¿No queréis probar la boca del esclavo? Es magnífica…

Luis y Raúl hicieron un leve gesto de disgusto y Luis dijo:

-Bueno, es que nosotros no somos… gays

Me di cuenta de que estuvo a punto de decir otra palabra, y me dolió. Pese a su cariño por mí, estaba claro que preferían tomar distancia con los “maricones”. Jaime repuso:

-No te va a hacer gay para nada el que un tío te la mame. De hecho, se dice los gays la chupan mejor que las mujeres, ya que suelen sentir mayor adoración por la polla de un tío… -esto no era más que un tonto estereotipo, pero funcionó. Raúl se lo pensó un momento y dijo:

-Pues, ¿sabes qué? ¡Tienes razón! -y levantándose me vi de nuevo con su bragueta frente a mi cara. Me di cuenta, no obstante, de que estaba bastante achispado. No creo que hubiera hecho aquello de estar completamente sereno. Esta vez se dejó hacer. Esperó a que yo le desabrochara el cinturón y la cremallera y entonces me la metió en la boca. La tenía ya morcillona, sin duda por la escena que había contemplado poco antes. Pese a que estaba lejos de los pollones de mis amos, tenía una buena herramienta y me puse a mamarla con todas mis ganas. Pronto Raúl se abandonó a mi maestría felatoria y comenzó a gemir:

-Ufff, dios, joder, joder… -en un momento dado puso también su mano en mi nuca y empezó a empujar su polla hasta mi garganta. No me la folló tan violentamente como mis amos, pero no se cortó en usar mi boca a su entero placer. Yo, mientras tanto, seguía trabajando afanosamente con mis labios y con mi lengua, llevándole a extremos desconocidos de placer para él.

-Joder, joder…dios… así, así… no aguanto más, diossssss -y sentí en mi garganta chorro tras chorro de su lefa juvenil. Naturalmente me tragué hasta la última gota, y Raúl se dejó caer en el sofá.

-Dios, nunca me la habían chupado así… Pedrito, ¡qué de años desperdiciados de haber podido usarte, joder! -sus palabras de nuevo me hirieron como puñales.

Jaime le animó entonces a Luis a que hiciera lo propio. Este, sin embargo, se negó amablemente. Era evidente que no se sentía nada cómodo, a pesar de que intentaba contemporizar. A diferencia de Raúl, aquello no iba nada con su naturaleza retraída.

Poco rato después Tony y Jaime anunciaron que tenían que irse a volver a abrir el bar y se despidieron de mis amigos, no sin antes conminarles a que hicieran cualquier uso de mí que se les antojara y mandándome a mí cumplir toda orden que me dieran. Me eché a temblar, pero afortunadamente mis amigos no tenían ni experiencia ni imaginación como para seguir el juego, así que al poco rato me dijeron que se iban a dormir. Antes de salir, Raúl me dijo:

-Bueno Pedrito, espero que lo hayas pasado bien. La verdad es que no sé si podré seguir viéndote como un amigo sabiendo que eres tan cerdo y arrastrado. Lo que sí tengo claro es que esta no va a ser la última vez que use esa boquita tuya, jajaja…

Y dándome una palmadita condescendiente en la mejilla se dirigió a la habitación de invitados. Luis lo siguió, sin decirme nada más que buenas noches con una tímida sonrisa. Me puse a recoger todo con un terrible nudo en el estómago, convencido de que había roto para siempre aquella noche mi relación con mis mejores amigos. Las ultimas palabras de Raúl me habían herido profundamente. Sentí un cierto resentimiento hacia mis amos por haberme llevado a esto. Sin embargo, me di cuenta de que sencillamente no podía odiarles. Me era completamente imposible. Por otra parte, yo había aceptado cumplir su voluntad en todo momento, así que no me podía quejar.

De pronto escuché un ruido a mi espalda. Me volví y me encontré a Luis, que me miraba nervioso. Le devolví la mirada, con expresión interrogante, y él me dijo entonces:

-Pedro… perdona… antes no me atreví, con todos delante, pero lo cierto es que… bueno… que a mí también me encantaría que… -bajó la mirada, avergonzado-, que me la mamaras. Solo me lo han hecho un par de veces y las chicas que lo hicieron no pusieron ningún entusiasmo. La verdad es que me gustaría probarlo… Bueno, por supuesto, si tú quieres…

Sonreí enternecido y, sin decir nada, lo conduje al sofá y lo hice sentarse, mientras bajaba el pantalón de su pijama. Su polla apareció ante mí. No era grande, nada que ver con la de mis amos, tampoco con la de Raúl, pero era muy bonita y tenía un agradable olor a macho que me excitó. Me la metí en la boca y me propuse que aquella fuera una experiencia memorable para mi amigo. De pronto me sentí completamente empoderado y mi aprensión de unos minutos antes desapareció. Comencé a succionar muy despacio, mientras acariciaba sus huevos. Pronto se puso durísima, mientras mi amigo comenzaba a gemir, muy bajito para que Raúl no nos oyese.

Me empleé a fondo en darle placer. Como él en ningún momento me folló la boca, pude controlar en todo momento la mamada, llevándole una y otra vez al límite sin dejarle correrse. Puse mis mejores habilidades en juego y durante mucho rato hice ver a Luis el cielo con mis labios y mi lengua. Él se agitaba, en éxtasis, parecía que iba a desmayarse de gusto. Al fin, aceleré bruscamente el ritmo de mi mamada y, con un gemido de infinito placer, Luis se derramó en mi boca, llenándola de una cantidad increíble de espeso y sabroso semen, que naturalmente me tragué. Cuando se relajó, Luis solo pudo decirme, con voz ahogada:

-Gracias…, gracias, de verdad.

Sonreí y volví a la cocina, mientras él volvía a su habitación. La experiencia me había hecho sentirme mucho mejor y, además de ello, unos minutos después recibí un mensaje de Tony. En él solo me preguntaba: “¿Estás bien?”. Me alegró infinito su preocupación por mi bienestar, sin duda se sentía culpable. Le contesté afirmativamente y me fui a dormir, mucho más libre de preocupaciones.

A la mañana siguiente estaba en la cocina esperando a mis amigos con el desayuno listo, cuando estos aparecieron, con considerable resaca y ojos ojerosos. Al principio solo saludaron, sin añadir nada, y empezaron a comer, evitando mirarme. Me di cuenta de que, ahora sobrios, estaban bastante avergonzados. Al poco rato, Raúl balbució:

-Pedro, escucha… sobre lo de anoche… yo…

-No te preocupes, Raúl -le dije con calidez-. No tenemos por qué hablar de ello si no queréis…

-No, pero… yo… quería decirte que… bueno, que sepas que siento si en algún momento te molestó algo de lo que hice… -me enterneció su embarazo- y que, bueno, que respeto absolutamente que te gusten esas cosas y que sigues siendo mi amigo y lo serás siempre, pase lo que pase…

Luis, a su vez, corroboró todo lo dicho por Raúl y me aseguró que de su boca no iba a salir una sola palabra de aquello, que lo mantendrían siempre en secreto mientras yo quisiera, que para eso éramos amigos. Me conmoví hasta casi las lágrimas y les dije:

-Gracias chicos. No sabéis lo que esto significa para mí. Y me alegra mucho haber podido compartir esta parte de mi vida con vosotros, de verdad. Y, ¿quién sabe? -dije pícaramente-. Igual algún día podemos volver a divertirnos como anoche juntos…

Ellos sonrieron ampliamente y, levantándose, nos fundimos en un espontáneo abrazo. Me sentí de nuevo el hombre más feliz sobre la tierra.

Antes de que Raúl y Luis se marcharan, fuimos a que se despidieran de mis amos. Cuando llegamos al bar, estos salieron con su radiante simpatía y saludaron a mis amigos. Entonces Jaime me ordenó:

-Esclavo, mete en el almacén esas cajas de cerveza que acaban de traer, ¡ya!

Me sorprendió aquella orden, aunque me apresuré a cumplirla. Luego entendí que querían quedarse un momento a solas con mis amigos. Cuando volví, nos despedimos todos finalmente y Raúl y Luis marcharon hacia el coche. Una vez hubieron desaparecido de la vista, Tony se volvió hacia mí y me dijo:

-Perrito, no tienes que preocuparte por lo que puedan decir tus amigos. Son muy buena gente, pero, por si acaso, les hemos insinuado que si se iban de la lengua igual no les hacía mucha gracia que todo el mundo pensara que eran gays, como iba a ser el caso si hacíamos público lo que pasó anoche. No creo que nadie se entere… -puso una sonrisa burlona y cómplice.

Aunque yo ya sabía que mis amigos no iban a contar nada, les agradecí infinito su gesto y, sintiéndome de nuevo muy dichoso, me dispuse a servirles de nuevo en lo que quisieran. Así pasaron un par de semanas más de entrega y felicidad para mí, hasta que una noche, cuando me dirigía a casa de mis amos después de una tarde de estudio, escuché de pasada una conversación entre dos paisanos. Uno le estaba diciendo al otro:

-Pues sí, parece ser que se van ya mismo… una lástima, con lo bien que estaba el bar. Les echaremos de menos…

El corazón me dio un vuelco. ¿Hablaban de lo que yo pensaba? Me acerqué y, educadamente, les pregunté. El que había escuchado hablar me contestó:

-Sí, sí, ya es seguro. Hablé esta mañana con el alcalde y me dijo que ya están buscando sustituto para el bar. Ha sido bastante repentino.

Sentí que la cabeza me daba vueltas y que una terrible angustia me invadía. ¿Mis adorados amos, la razón de mi existencia en aquel momento, se marchaban del pueblo?

Continuará...


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El bar del pueblo 6 es un relato escrito por Jorge Jog publicado el 13-07-2022 21:30:38 y bajo licencia de Creative Commons.

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