Degradación familiar IV
Escrito por Lena
EL EMPUTECIMIENTO
Había transcurrido un mes cuando su madre le contó que iba a separarse. Naturalmente no le explicó las verdaderas razones, solo ambigüedades sobre que su matrimonio, después de tantos años, ya no funcionaba. Ana se hizo la sorprendida y escogió, libremente, seguir viviendo con ella y no irse con su padre. Dos semanas después se consumó la separación.
Durante aquel tiempo Antonio se había dedicado, con habilidad y empeño, a emputecer a aquella mujer y a su hija. Les había hecho conocer la cera derramándose en su cuerpo, las pinzas en sus senos, en sus pezones, el placer de los azotes y la humillación de su lluvia. Podía hacer con ellas todo lo que quisiera.
Era un martes, lo recordaría siempre, cuando la llamó, por la mañana, durante el trabajo.
- Vendré a buscarte esta tarde, a las seis. Quiero que estés preparada. Te haré una perdida cuando este, con mi coche, delante de tu bloque. Viste para mí. ya sabes y no olvides tu collar, aunque doy por hecho que lo llevas siempre contigo.
- Sí, señor, pero ¿Dónde vamos a ir?
Después de decirle que ya lo vería terminó la llamada.
Allí estaban los dos, ella con el collar ya en su cuello, delante de aquella puerta cerrada. Fueron observados por unos ojos, detrás de aquella mirilla, antes de que la puerta se abriera dándoles paso.
- Vaya, Antonio, hacía tiempo que no venías por aquí. Pasad, pasad, a esta hora aún no hay casi nadie.
- Supongo que ella puede entrar, aunque no sea socia. ¿No?
- Claro que sí, ya sabes que viniendo contigo es bien recibida.
El local estaba poco iluminado, con muebles antiguos pero elegantes, con sus sillones y pequeños sofás, hacía pensar más en un club que en un bar. Tomaron asiento en una de las mesas y Antonio pidió una botella de cava y tres copas, por lo visto esperaban a alguien más. Realmente había poca gente, solo un hombre en la barra y un par de parejas. Observó que una de las mujeres llevaba un collar como ella.
- Hola. Perdona el retraso. He tenido un día de locos.
- Hola Jesús.
Era un hombre de unos sesenta años, calvo, con unos ojos de mirada fría que la desnudaban sin ningún reparo. Ni siquiera se presentó a ella, cuando se sentó junto a ellos.
- Así que esta es tu nueva perrita. ¿Cuántos años tiene?
- Cuarenta y cinco. Recién separada.
- ¿Ya no te follas al maricón de su esposo?
- No. Me cansé de él.
- Así que cuarenta y cinco. Pues no está nada mal. Parece tener buenas tetas y tiene cara de mamona.
Marta había sido humillada verbalmente, y no solo verbalmente, muchas veces por Antonio, pero nunca había sentido tanta vergüenza. Su mirada baja, intentando contener sus nervios. Hablaba de ella como de un objeto, peor aún, como de un animal, de una mascota.
- A ver, guapa, ve hasta el lavabo y vuelve, Quiero ver tus nalgas y como te mueves.
- Haz lo que te dice.
- No está mal. Nada mal. ¿Cuánto quieres por ella?
- No está en venta.
- Joder. Antonio. no pretendo comprarla. Solo usarla un par de horas.
- Con los favores que te debo, no te voy a cobrar nada por ella. Faltaría más.
- A mí me gusta pagar por las putas, así tienen claro que deben cumplir. Si no quieres el dinero tú se lo doy a ella.
- Yo…Yo…
- Vaya, si hasta habla la zorrita,
Aquel hombre sacó su cartera, de un bolsillo de la americana.
- Toma, puta. Con esto será suficiente. ¿No?
- Yo no…
- ¡Cógelos! ¿Pretendes hacerme quedar mal?
Sus manos temblaban cuando cogió aquel dinero.
- Por cierto. ¿Cómo se llama?
- Laika. Se llama Laika.
- Vaya. Un nombre muy apropiado. Vamos Laika, aquí cerca alquilan habitaciones. Te la devuelvo en un par de horas.
- No te pases con ella. Quiero que me la devuelvas tal y como está, Sin marcas.
- Por favor, Antonio. No soy tan bruto.
Cuando volvieron al local, Antonio, sentado en la misma mesa, estaba enfrascado leyendo una revista.
- ¿Alguna queja?
- No que va. Nos lo hemos pasado bien. Muy bien ¿Verdad perrita? Hasta le he dado propina, Dile cuantas veces te has corrido. díselo.
- Por favor, señor.
- ¡Que se lo digas, coño!
- Tres veces, señor.
- Y aún quería más la muy viciosa.
Tenía unas visibles ojeras y el cabello húmedo.
- Veo que te has duchado. Podías esperar en casa.
- No pensabas que te la iba a devolver oliendo a meados. ¿No? Limpita y entera te la devuelvo. Bueno me voy. Si te cansas de ella ya sabes, aun se le puede sacar un buen partido por unos años.
Camino de la casa de su dueño, fue Marta la que rompió el silencio dentro del automóvil.
- Dios mío ¿En qué me he convertido? ¿Cómo he podido caer tan bajo?
- No empieces ahora con los lloriqueos. Te has convertido en lo que siempre has sido; una perra sumisa y una puta.
- No soy una puta, señor.
- Ahora sí lo eres ya. Por cierto, dame la mitad, cien euros para mí y cien para ti más la propina. ¿Cuánto te ha dado?
- Cincuenta euros, señor. Se lo puede quedar todo, este dinero me quemará.
- Dame lo que te he dicho y gasta el resto en lo que quieras. Hasta te da para alquilar a algún macarrilla joven, para ti.
- Nunca haría esto, señor.
- Tiempo al tiempo. Ahora dame lo mío.
- Tenga. señor. ¿Voy a poder estar con usted hasta la noche?
- Claro que sí. Se me ha puesto muy dura pensando en lo que deberíais estar haciendo. Conociendo a Jesús hasta le habrás besado el culo. ¿Verdad perra?
-Sí…sí, señor.
- Que cerda eres. Es algo que nunca has hecho conmigo, Tendré que probar que tan bien lo haces.
Aquel día fue el primero que lo hizo. había tocado fondo y lo sabía. Ya no tenía vuelta atrás. Cuando se despidieron, unas horas más tarde, de vuelta a su casa le preguntó si podría pasar el fin de semana con él.
- Sabes que no. Sabes perfectamente que los fines de semana los ocupo con una jovencita. Un día te la presentaré. Ahora vete a descansar, que mañana seguro que tienes trabajo.
- Sí, señor. Gracias, señor.
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MADRE E HIJA
A Ana se le hacía difícil aquella situación. Quería mucho a su madre, pero ya no soportaba más vivir en la mentira. Aquella noche se decidió. Llevando puesto su collar, como hacía cada noche al ponerse a dormir, se dirigió a la habitación de su madre. Sabía que de seguro obedecía, como ella, las órdenes que recibía de Antonio y por tanto, al igual que ella, llevaría puesto el collar de perra.
- ¡Dios mío, hija mía! ¡Tú no! ¡Tú no! Es el ¿Verdad? Es él quien te lo hace llevar.
- Sí mamá. Como a ti.
- ¿Qué te ha hecho? ¿Qué hace contigo?
- Nada que no te haga a ti. Mamá.
- Pero tú…tú eres muy joven…Debes ir con chicos de tu edad. Dejarlo. por favor, hija.
- Ya no puedo mamá. Ya no puedo prescindir de esto. Si no fuese él, sería otro. Al menos él me valora, aunque sea como perra. Mamá.
¿Me seguirás queriendo, aunque me entregue a él, mamá?
- Claro que sí hija. Hagas lo que hagas te seguiré queriendo.
- Debes perdonarme, mamá, desde el primer día supe que hacía contigo y con papá y aun así seguí entregándote a él. No sabes lo mal que lo he pasado este tiempo sin saber cómo miraros.
- Claro que te perdono hija. No debe haber más secretos entre nosotras.
- ¿Me dejas dormir contigo mamá? Como cuando era pequeña.
- Sí, ven aquí, a mi lado, cariño,
Somos sus putas hija, hasta que se canse de nosotras.
- Y cuando se canse de nosotras, seguiremos siéndolo, mamá. Ya no podemos dejar de serlo.
Antes de dormirse aún le dijo, sonriendo.
- ¿Sabes mamá? Ya he adelgazado diez kilos. La doctora dice que aún tengo que perder doce más.
- Que bien hija. Ahora descansemos.
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EPÍLOGO
La bofetada que recibió casi la hace caer al suelo.
- No me vuelvas a faltar al respeto, perra. Tu hija me vino más follada de lo que tú has follado en tu vida.
Si no te gusta lo que hay lárgate. El mundo está lleno de mujeres mejores que tú.
- No…No, perdóneme, señor.
Una vez más se vio arrastrándose a sus pies, suplicando.
- Ahora que lo sabes, el viernes os quiero a las dos aquí. Voy a invitar a dos amigos y quiero que se lo pasen bien. Ya se lo puedes decir a la vaquita.
No sabían si podrían soportar aquello, verse la una a la otra usadas, humilladas. Aun así, estuvieron de acuerdo en ir. Tenían miedo de perderlo.
- Deberíamos ducharnos antes de acostarnos hija.
- Sí mamá. Después de todo no ha estado tan mal. ¿Verdad mamá?
- No. No ha estado tan mal - Marta le sonreía.
¿Sabes mamá? Me he puesto muy caliente cuando aquel hombre te ha obligado a chuparte las tetas.
- Lo sé. hija. Yo también me he excitado.
- Me hubiese gustado probar los tuyos….
- Tómalos. Tómalos ahora.
- ¿De verdad mamá?
- Sí…por favor…
- Sí…Sí…Así. Que bien lo haces. Que bien lo haces vaquita…
A partir de aquel día se siguieron queriendo, aunque de otra manera.
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