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Andrea (1)
Escrito por joaquín

Le había costado un mundo convencer a su madre para que la dejará ir a su primera fiesta, para convencerla de que se la dejaran comprarse el vestido que deseaba por mucho que enseñara mucho (o demasiado según su padre) y arreglarse como toda una dama para lucir lo mejor posible.
Había quedado a las ocho con sus amigas con la promesa de volver a casa como muy muy tarde a las dos de la mañana, algo que no pensaba cumplir pero ya se disculparía por ello más tarde.
Pero nada estaba saliendo como estaba previsto. Sus amigas, chicas mucho más experimentadas, se encontraban retozando ya por las diferentes esquinas de la sala mientras que ella se había quedado a verlas venir apartada en un sillón.
La única razón por la que aún no se había ido era porque dentro de ella aún existía la esperanza de encontrarse con Pedro, el chico que le gustaba, y por qué no, invitarlo a bailar y quizá a algo más…
Pero todo se fue a la mierda cuando lo vio metiendo mano a la que consideraba su mejor amiga.
Así que se fue sin decir adiós.
No le apetecía volver a casa. Necesitaba caminar, que le diese el aire. La imagen de la pareja besándose estaba demasiado nítida aún en su cabeza.
-Perdone, señorita, ¿No le sobrará algo para un tipo como yo?
El comentario la sacó de sus pensamientos. Se trataba de un negro que pasaba su tiempo bebiendo de una botella sucia.
-¿Qué? no, no. Nada.
-Vamos, tiene toda la pinta de que le sobran las cosas.
-No pienso darte dinero para los vicios.
Por toda respuesta el negro sonrió y echó un trago de su botella.
Andrea avivó el paso. Algo le decía que debía de encontrar lo más pronto posible una parada de autobuses. O por lo menos, gente.
Echó una mirada hacía atrás y no le vio.
No le seguía, pero tampoco estaba donde se suponía que debía estar.
Eso no la tranquilizó en absoluto.
¿Dónde se encontraba la maldita parada de autobús? ¿O un taxi? ¿O un bar donde meterse?
¿Por qué le había respondido así?
Sacó el móvil de su bolso y abrió el navegador.
-Está dos calles más allá.
-Sí se acerca más, gritaré.
-Entonces supongo que lo primero que debo hacer es tapar esa boquita tan linda que tienes.
Una mano en la boca y un fuerte brazo alrededor del vientre. No necesitó nada más para hacerse con ella.
No tardó en conducirla a un callejón, a una puerta que se cerraba detrás de ella y que los aislaba del resto del mundo.
La penetró.
Una y otra vez.
Con violencia y sin miramientos.
Andrea sintió por primera en su vida la contradicción del dolor placentero, la contradicción de sentir un intenso placer proveniente de una acción aberrante, la contradicción de disfrutar ser reducida a nada.
Una vez saciado su apetito, la dejó sola.
Lo primero que hizo esta fue recoger y ponerse de nuevo las bragas que habían arrancado violentamente de su cuerpo.
Lo segundo, salir tras él.
Lo encontró en la cocina, sacando una cerveza del frigorífico.
-Será mejor que te largues.
-Me ha violado.
Decirlo en voz alta no mejoraba en nada la situación.
-Sí, y te meteré una puta paliza si no te vas a tu puta casa y lo olvidas de todo.
Andrea salió a la calle dispuesta a olvidar lo que había pasado.
¿Qué podía decir?
Sí, me ha violado un hombre negro.
No, no sé quién era, es la primera vez que lo veo.
No, no recuerdo nada de él, solo su polla dentro de mí, haciéndome suya.
Llegó tarde a su casa.
Solo deseaba bañarse, quitarse la mierda que llevaba encima, sentirse limpia de nuevo.
Los siguientes días simplemente pasaron.
Una parte de Andrea aún estaba en la cama con ese hombre, disfrutando mientras era penetrada una y otra vez.
La otra deseaba estar ahí también.
Intentó un movimiento desesperado.
Conocía a una amiga que podía ponerla en contacto con un buen chico.
Un chico guapo, bueno, ideal para novio.
Se vistió para él y se presentó a una cita doble.
Pero no era hablar ni salir con él lo que Andrea quería.
Deseaba sexo.
Pero no el sexo normal, dulce amoroso y cariño que el chico le dio.
No, deseaba sexo fuerte, violento, donde ella no fuera más que una hembra al servicio de los deseos de su macho.
Regresó frustrada de nuevo a su casa.
Las náuseas aparecieron a la quinta semana de la violación.
Andrea tenía una postura clara sobre el aborto. No podía hacerlo, pero tampoco podía quedarse en casa.
No en su situación.
Y tomó una decisión, debía volver con él.
Dejó una nota explicando que debía volver al lugar del que nunca se había ido pero al que no había vuelto y se marchó sin volver la vista atrás.
Los recuerdos de lo que le pasó aquella noche la golpearon de lleno mientras recorría el camino.
Recordó como si fuera ayer la conversación, la prisa, la mano en la boca, la puerta…
Era un charco cuando llamó a la puerta.
-¿Qué deseas, blanquita?
-Estar contigo.
-¿Por qué?
-Porque soy tuya.
Por lo que Habib sabía la chica había venido sola, sin polis, ni amigos, ni nada.
Solo ella y una maleta.
Le dio una calada a su cigarrillo.
Presentía que se la podía follar ahí mismo y que ella no protestaría.
-Quítate el vestido.
Ella miró al final de la calle y…
-¿Es qué estás sorda? Quítate el puto vestido o lárgate de aquí.
Andrea llevó unas manos temblorosas a la cremallera de su vestido y comenzó a bajarla
No pudo evitar echar una mirada más a la calle cuando llegó al final, pero se terminó de quitar la prenda que cubría su cuerpo.
-Ahora la ropa interior.
-No vengo con nadie.
-Eso ya lo sé. Demuestrame hasta que punto estás dispuesta a entregarte.
Quedarse un momento en ropa interior al aire libre es una cosa. Desnudarse completamente es otra cosa muy distinta.
Pero era lo que había decidido, entregarse a ese hombre en cuerpo y alma porque ya le pertenecía.
Llevó sus manos al enganche del sostén y lo abrió, dejando sus hermosos pechos al aire.
Luego sus dedos fueron a sus caderas y sus bragas comenzaron a deslizarse por sus piernas, quedando completamente desnuda en plena calle a excepción de los zapatos y los calcetines.
El hombre la observó como quien mira un coche antes de comprarlo.
Ya sabía que tenía un cuerpo precioso y muy bien proporcionado, sin defectos visibles. Le gustaba sus pechos, su coño depilado y su hermoso cabello.
Le gustaba también que la chica no había intentado ocultarle nada y que esta de forma voluntaria había entrelazado sus manos en su espalda.
Dio un par de pasos en su dirección y alargó sus manos hasta agarrar los pechos que tenía delante.
Comenzó a manosearlos, a palparlos sin la menor intención de darle placer alguno a la chica.
Podía sentir la incomodidad de esta. No le gustaba, pero tampoco iba a resistirse.
Le escupió en la sara.
Andrea no supo qué hacer mientras la saliva recorría su bello rostro.
Clavó las uñas del índice y del pulgar en ambos pezones con toda la intención de hacerla daño y se divirtió viendo como ella ahogaba el grito que deseaba salir de su garganta.
Se colocó detrás de ella y comenzó a deslizar sus dedos por el cabello de la chica.
Era negro, largo, precioso y muy suave.
-Arrodíllate.
Dispuesta a obedecer hasta en lo más mínimo, Andrea se vio de pronto de rodillas en plena calle.
El hombre se sacó la polla y la orina no tardó en recorrer en mojar el cabello de la chica.
-Deberías irte a tu puta casa ahora mismo pero supongo que no eres más que una perra sadomasoquista. Contra la pared.
Andrea obedeció. Ahí mismo, en pleno callejón, apoyó sus manos en la sucia pared que tenía delante.
No tardó en sentir las manos del hombre acariciando sus muslos, sentir como la separaban las piernas, como la abrían los cachetes y como la rompía el culo en plena calle.
-¿Es esto lo que deseas? - preguntó al tiempo que la penetró. - ¿Ser follada por un negro donde cualquiera puede verte? Porque no te espera otra cosa.
Andrea no respondió a la pregunta, su cuerpo lo hacía por ella.
Apenas si pudo hacer unas pocas penetraciones porque se había formado un corrillo compuesto por una mujer y tres hombres para ver qué estaba pasando.
-¿Y vosotros qué mierda miráis? Esta puta se me ha entregado y haré con ella lo que me dé la puta gana.
Se la clavó hasta el fondo, arrancando un fuerte gemido de ella.
-Tira para dentro y espérame.
Obediente y sumisa a sus deseos, Andrea recogió su ropa del suelo así como su maleta y entró en el interior de la casa.
Intuía que la polla de Habib debía seguir dura y hambrienta de ella, así que no se molestó en vestirse.
Decidió esperar a su hombre arrodillada en posición de sumisión.
Habib no tardó mucho más en entrar solo para soltarle un fuerte bofetón en toda su cara.
-¿Qué quieres? ¿Apestar todo esto con tu olor? Sal al patio, puta.
Se trataba de un pequeño patio de luces perteneciente a un bloque de viviendas. Cualquiera que mirase por el balcón de la terraza podría verla.
Su amo le ordenó que se quitase todo.
No es que quedará mucho por quitarse, solo las zapatillas y los calcetines, pero era la primera vez que estaba desnuda delante de un hombre.
Y deseaba que la usaran.
Para lo que fuera.
Su amo en cambio no lo hizo, se marchó, dejándola en una esquina hecha un ovillo, sintiéndose culpable mientras esperaba a que su amo la llamase a su lado.
Sentía hambre, sed y frío cuando vino a verla.
No venía solo, ya que otros cuatro hombres como él lo acompañaban.
Se sintió intimidada y llena de vergüenza.
Habib entró en el patio solo.
Lo primero que le exigió fue que le mostrará la devoción que sentía por él besándole los pies.
Ver a esa chica tan guapa besar unos pies tan sucios envueltos simplemente en unas sandalias gusto a los presentes.
-Dime, Blanquita, ¿Por qué estás aquí?
-Porque soy tuya.
-¿En serio? Entonces no te importará si hago esto.
Agarró el pelo de su esclava y se lo comenzó a cortar.
Cortar descuidadamente el cabello de una joven es un gesto extremadamente poderoso. Si alguno tenía alguna duda de que la chica se había entregado a él, se la acaban de quitar.
Mostró el manojo de pelo recién cortado a los otros como si fuera un trofeo de caza. Estos eran cuatro, así que decidió meterla otros tres cortes más.
Regresó con sus amigotes y les dio un trozo a cada uno.
-Ven aquí, blanquita. Muéstrate a mis amigos.
Intentando asimilar aún lo que le había pasado, Andrea se levantó y caminó hacía ellos. Lo hizo con la cabeza baja, sin mirarlos, pero plenamente consciente de que no podía ocultar nada.
Su amo le propinó una fuerte bofetada en la cara para la diversión de sus amigos.
Nunca se había sentido tan humillada en toda su vida.
Levantó la cabeza para mirarlos.
Eran mayores, negros, con los dientes podridos y muy mal vestidos.
Eran vagabundos.
Miró suplicando a su amo para que se parase. Pensar en complacer a esos hombres con su cuerpo era suficiente para que se le revolviese el estómago.
-Tendrás sed. Toma, ten bebe esto.
Le dio una botella de plástico de un litro, solo que no contenía agua. La peste de la orina inundó su nariz en cuanto él abrió la botella.
Eran efectivamente las meadas juntas de todos los presentes.
Se quedó ahí plantada con la botella en la mano y los hombres mirándola.
-Vaya mierda de esclava.
Entendió que le estaba decepcionando.
También que el castigo sería brutal.
Lo que no se le pasó por la cabeza fue abandonarlo.
Era suya.
Acercó la apertura a su boca abierta y echó la cabeza para atrás. El asqueroso y repulsivo líquido comenzó a bajar por su garganta y tragó hasta dejar la botella vacía.
-Vamos, para dentro. Espero que te portes mejor cuando te follen.
La agarró del brazo y el grupo se dirigió hacía una de las habitaciones de la casa. Dentro había un perro muy grande.
-Oh, ¿Pensabas que ibas a follar con estos caballeros? No, solo sirves para aliviar a sus perros, Blanquita.
Se le cayó el alma a los pies. La zoofilia le resulta una práctica aberrante. Podía con lo otro. Podía ser follada, pegada, maltratada, pero no podía dejarse follar por un animal.
-Por favor, no.
-Vamos, no me jodas
La tiró al suelo, se quitó el cinto y comenzó a pegarla con él.
-A cuatro patas, perra.
Gritó de dolor cada vez que el cinto acariciaba su piel.
-A cuatro patas te digo.
Su blanca y fina piel comenzó a marcarse con señales rojizas.
Se cansó para el vigésimo cintazo.
-Bah, recoge tus cosas y lárgate, no me sirves para nada.
Fue cuando llorando y gimoteando, Andrea se colocó finalmente en posición.
-Así que ahora es cuando has decidido hacerlo. Ahora
La pegó un par de veces más y Andrea gimió de dolor.
-Levántate y lárgate de mi vista.
-Alto, alto, yo quiero verlo. Me importan una mierda vuestros juegos y la puta esa, pero yo he venido a ver como mi perro se folla a una blanca.
-¿Has oído? - preguntó mientras la golpeaba de nuevo - Será mejor que está vez te portes bien.
Agarró al perro por el collar y lo situó de tal forma que pudiera oler la entrepierna de la hembra.
Y tras montarla la penetró brutalmente.
Andrea gimió entre sollozos mientras el perro se daba el gustazo de su vida.

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Licencia de Creative Commons

Andrea (1) es un relato escrito por joaquín publicado el 14-03-2022 15:03:39 y bajo licencia de Creative Commons.

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