Mi primer liguero
Escrito por Menudaymona
Era negro, mi primer liguero. Quiso que fuera así, de ese color. La persona que me lo regaló, quiero decir. Para que lo estrenara ante sus ojos. Y me estrenara yo con esa prenda gracias a su decisión, claro.
No voy a decir quien fue. Si era hombre o mujer, cómo nos conocimos… Solo que me sacaba bastantes años, yo entonces solo tenía quince.
Según iba abriendo la cajita blanca, envuelta en papel de regalo, sentí un cosquilleo en la espalda. Pero cuando tuve el liguero en las manos, la cosa fue a más. Un escalofrío muy especial me hizo temblar.
Nunca había visto un liguero, salvo en los comics de mi padre. Quizá en alguna película también. Pero ahora me acababan de regalar uno. Y debía ponérmelo expresamente para cierta persona, que no paraba de mirarme, de saborear mis expresiones con sus ojos tan particulares, inteligentes a la vez que lujuriosos.
Siguiendo la indicación de su mirada, tomé unas medias, igualmente negras, de sus manos. Eran las mismas que me había puesto otras veces, ya era como si fueran mías. Y me dirigí al baño del lujoso apartamento amueblado que esa persona alquilaba siempre para nuestros encuentros. Según cerraba la puerta oí a la persona que me hizo el regalo:
- ¡Todo!
Obedecí, por supuesto, y me fui quitando el uniforme del colegio, la ropa interior, los calcetines… todo, en efecto.
Cuando estuve completamente desnuda, tomé el liguero en mis manos. ¡Era precioso! con sus encajitos, sus adornos, sus monerías… Debió costar un dineral. Pero yo no sabía por dónde empezar, lo juro. Eso sí, pronto entendí el mecanismo, los corchetes, todo… y me lo abroché en la cintura, bien, a la espalda. A continuación, sentada en el borde de la bañera, me puse las medias, y me las abroché al liguero. Una detrás de otra, sin prisa, bien estiradas. Así hasta que lo tuve todo en su sitio, perfectamente puesto.
Me sentí rara, la sensación era un poco embarazosa. Cuando me miré en el espejo, lo que veía casi me pareció ridículo. Pero solo al principio…
- ¿Te queda mucho? – me preguntó desde afuera.
- Casi nada – respondí yo, tras unos segundos de silencio.
Tragué saliva, al notar que poco a poco iba cambiando de impresión. Aquello era increíble. Lo que veía ante mí y lo que sentía me gustaba, más y más. Y comencé a hacer esas posturitas que hacemos las mujeres ante el espejo, cuando nos probamos algo para decidir o rechazar su compra.
Me toqué un poco las tetas, y se me pusieron de punta enseguida. Así quedaba mejor la imagen. Después lo hice con las caderas. Luego, estuve a punto de acariciarme el chichi, que tengo perfectamente depilado desde que empecé a ver a esa persona. Pero resistí la tentación. No sin esfuerzo…
- ¡Vamos, niña!
Una sensación muy especial me estaba dominando, como efectos de alcohol, o algo así. Era mareante, pero deliciosa a la vez. Nunca me había sentido así. Era imposible de explicar, de explicármelo...
Me sentía increíblemente femenina, en suma. Guapísima, sensual. Irresistible. Y tan, tan… puta. No existe otra palabra. Todo, gracias al liguero.
- ¡Estoy impaciente, Candy!
Giré el cuerpo, me dirigí a la puerta, la abrí y me planté ante esa persona tan especial para mí.
Descalza, solo llevaba encima el liguero recién estrenado y las medias, igualmente negras. Contrastando con lo palidita que era yo entonces. Nada más.
Su expresión al verme lo dijo todo. Sin embargo, abrió la boca para valorar:
- Maravillosa.
- Gracias – farfullé, acercándome al centro del salón y situándome ante la persona, cerca de la mesa, con un movimiento de cadera.
Segundos después de admirarme así, en silencio, comentó, con la boca húmeda:
- Está claro que has nacido para llevar lencería de… completa tú la frase.
- Puta – dije, elevando ya un poco la voz.
Sonrió, se me acercó y empezó a toquetearme por todas partes, pero sin besarme, pidiéndome:
- Matiza.
- De puta de lujo.
Disfrutando en las manos del tacto del liguero, de las ligas, de las medias, comentó con entusiasmo:
- ¡Qué bien te estoy enseñando!
- Sí – asentí.
- Cada vez hablas mejor – añadió, situándose detrás de mí, besándome el cuello y sobándome el culo. Las nalgas, la raja, el agujerito… todo.
- Muchas gracias - respondí, orgullosa de mí misma, de lo bien que reaccionaba siempre a lo que esa persona esperaba de mí.
A continuación, me acarició un poco el chichi. Y yo temblé.
- Mojadita – comentó – No podía ser de otra manera.
Sonreí, entornando los ojos. Me sentía tan bien, tan increíblemente bien…
- ¿Desde cuándo?
- Lo noté a medida que me iba poniendo el liguero… ajustándome las medias…
- ¿Sabes una cosa?
- No…
- Esperaba que sucediera eso – me confesó en susurros, al oído.
Asentí con la cabeza, captando que me humedecía más.
Segundos después, dejó de tocarme, se separó de mí y exigió:
- Apoya las manos sobre la mesa, ábrete todo lo posible y pon en pompas ese culito tan divino.
Obedecí, por supuesto. En el acto. A continuación, advirtió:
- Voy a castigarte.
- ¿Por? – me atreví a preguntar.
- Por ser tan femenina. Tan irresistible. Tan perfecta. Y tan… dilo tú.
- Puta – dije, sintiéndome indefensa al abrir las piernas todo lo posible, con mis dos agujeritos tan accesibles…
- Exacto, niña. Repítelo, un poco más alto.
- Tan puta – insistí, sintiendo las medias y el liguero como una parte de mi personalidad.
- ¡Eres inmejorable!.
Sonreí, y el primer correazo llovió enseguida sobre mi culito. En ese preciso momento, descubrí mi feminidad. Me sentí por fin una mujer de verdad. Y para siempre.
El segundo correazo confirmó mi primera impresión, y me arrancó un gemido de dolor y placer a la vez.
Recibí un total de nueve, lo recuerdo perfectamente.
Y esa tarde, gracias al liguero, mi vida entró en una nueva etapa.
¿Es necesario agregar que por más que viva jamás olvidaré aquel momento? Ni dejaré de agradecerlo, claro.
|
me gusta sinceramente