Muerte y resurrección de Raquel II
Escrito por Lena
Con aquella dosis le llegó la paz. Dedicó la mañana siguiente a hacer las camas y limpiar, concienzudamente, la casa, a hacer la comida y preparar la mesa. No quería problemas con Nati. Su única misión era complacerlos en todo, lo contrario sería su venta, probablemente a algún prostíbulo de cualquier país.
No fue hasta el tercer día, por la tarde, que la usaron como lo que era.
Después de comer y recoger su mesa y la de sus dueños Nati la llamó desde el salón.
- Nada, ven aquí.
Estaba sentada al borde del sofá, recostando su espalda. Con su blusa blanca desabrochada y sin sujetadores, su esposo, el que ahora se había erigido en su AMO y señor, le acariciaba los senos.
- Desnúdate perra, ya sabes lo que quiero.
Separaba, ostensiblemente, sus piernas. Sí, sabía lo que quería, algo que nunca había hecho. Anduvo, a cuatro patas, hasta ella. Miraba sus ojos, brillantes de lujuria, la mano de Juan acariciando su busto, mientras sonreía cínicamente. Llegó hasta ella, con sus manos acariciaba los muslos de la que había sido su mejor amiga. Despacio le bajó las bragas y acerco su boca a aquel sexo ya húmedo.
- Vas a probar mis jugos. puta.
No tardó mucho en empezar a jadear, a gemir, llenó su rostro cuando orgasmo. Raquel apartó su cara.
- ¿Qué haces perra? Quiero más. Sigue. SIGUE. Fóllate a la puta Juan. Fóllala.
Sintió la fusta en sus nalgas. Recibió la orden de levantar su culo. Aquella polla penetrando de golpe en su ano.
- ¿Te gusta verdad? Nunca te habías dejado y ahora puede entrar un camión.
Estaba tan excitada como ellos, entregada. Sí, ya sólo servía para esto. Quedó tendida en el suelo, mientras Juan se levantaba los pantalones, satisfecho. Vió a Nati recomponiéndose.
No tuvo tiempo de relajarse cuando recibió una patada en su costado.
- Venga levántate y vete a buscar unos whiskys para nosotros. Aún no hemos terminado. toma una pastilla después te daremos más si te lo mereces.
Hicieron que se acurrucara en un rincón del salón, mientras ellos tomaban su whisky, relajándose, fumado un cigarrillo. Estaba en una nube, después de tomar la pastilla mientras oía sus voces sin atender a sus comentarios, que apenas entendía, La volvió a la realidad el chasquido de un látigo en el suelo, justo a su lado. Le vinieron a la mente los azotes recibidos durante su cautiverio. Llegó un momento, cuando ya no era ella misma, en que el solo hecho de oír aquel ruido la excitaba.
- Ponte de pie y apóyate en la pared.
Era la primera vez que Juan hacía algo así, pero gracias a los videos había aprendido cómo hacerlo. Se trataba de mantener la distancia justa y de dar golpes secos, evitar que el látigo se enroscara en su cuerpo, al menos si no querías dañarla de verdad.
- Las manos arriba y no saques el culo, perra. No quiero hacerte una desgraciada.
Cada latigazo era una descarga de dolor agudo que recorría su espalda hasta llegar a su cerebro, una descarga que hacía humedecer su sexo. Su cuerpo se tensionaba por unos instantes, los dedos de sus manos se separaban para volverse a juntar, sus labios se entreabrían, emitiendo pequeños gemidos, que tanto podían ser interpretados como de dolor o de placer.
- Estás chorreando, puta. Quieres polla ¿Verdad?
- Si, AMO. Por favor. Por favor, señor.
Nati, sentada en el sofá, observaba aquellos cuerpos desnudos, en el suelo del salón. Nada, poseída por el placer, cruzaba sus piernas por sobre de los riñones de Juan, para ser profundamente penetrada, aceptando las palabras de su esposo recordándole lo que era, en que se había convertido, gimiendo, jadeando. rogando que no parara. Dos cuerpos entrelazados hasta llegar, al unísono, a un increíble orgasmo. Raquel quedó temblando en el suelo, mientras su mente, en blanco, ni siquiera podía pensar.
- ¿Y yo? ¿Ya solo vas a follar con ella? ¿De esto se trata?
- ¿Qué te pasa Nati? ¿No has visto cómo estaba?
- Sí lo he visto ¿Y qué importa cómo estaba?
- Joder. Es solo un trozo de carne.
- ¿Acaso yo soy de piedra?
- Tu…Tu eres mi mujer. ¿Quieres que me desprenda de ella?
- No. De momento no, pero está aquí para darnos placer, no para satisfacer los suyos.
- Bien que has disfrutado de ella y me has pedido que la follara.
- Antes era antes. A partir de ahora si quiere placer ya es mayorcita para dárselo ella misma. Te aseguro que de mí no lo va a recibir y si necesita que la penetren ya le buscaremos pollas. Esta noche quiero que te la ponga dura, pero dura para mí.
- Está bien, Está bien, pero creo que no deberíamos discutir delante de ella.
- ¿Por qué no? ¿No has dicho que era solo un trozo de carne? ¿Sabes lo que haremos? Este viernes invitaremos a Don Ricardo a cenar y que ella sea su postre. le debemos algunos favores y seguro que le tiene ganas.
- Señora…Por favor…Don Ricardo no…por favor.
- Tu cállate, puta. Dale sus pastillas de mierda y que se retire de aquí, no quiero verla hasta la hora de cenar.
Antes de que las pastillas hicieran su efecto tuvo tiempo de recordar lo que había pasado con Don Ricardo, aquel viejo gordo y vicioso, por el que sentía desprecio y asco. Fue el día en que asistieron, en su caserón, a celebrar sus sesenta y cinco años. Iba algo borracho y aprovechando la ausencia de su esposo, que había salido a airearse en el jardín, pretendió manosearla delante de todos. Le dio una bofetada, delante de todos, mientras le llamaba viejo asqueroso, antes de salir de allí en busca de Juan.
No le contó lo ocurrido pero seguro que a estas alturas ya lo sabía y ahora Nati se había propuesto entregarla a aquel putero, del que se decía que algunos burdeles le avisaban cuando llegaba carne fresca; jovencitas que se prostituían llevadas por la necesidad o bien obligadas a ello, por lo visto le gustaba humillarlas, verlas temblar, llorosas, penetrarlas por, lo que la leyenda urbana decía, su polla de medidas desproporcionadas.
Ahora sabía que tenía que ir con cuidado con Nati, satisfacerla en todo, estaba despertando sus celos y esto no era bueno para ella…Pronto llegó la deseada paz, el vacío absoluto.
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- Buenas noches, Don Ricardo, puede dejar su chaqueta aquí en el recibidor, así estará más cómodo.
- Gracias Nati. Que guapa estás. Os he traído unos postres.
- Vaya, gracias, así usted los tendrá dobles.
- Eso parece y os lo agradezco.
Hola Juan. Oye, espero que no me guardes rencor por lo que pasó en mi aniversario; yo iba algo bebido y además ya sabía que Raquel te estaba poniendo los cuernos.
- Claro que no. Sabiendo lo que sabía es normal que lo hiciera.
- ¿Y dónde está Raquel? ¿Ya sabe que vengo?
- Sí sí lo sabe, está preparando la cena. Ahora ya no se llama Raquel, para nosotros y para usted se llama Nada. Pero pase al salón comedor por favor, pronto nos servirá la comida.
Nati le había ordenado que se pusiera aquel vestido rojo que había adquirido, según dijo, para ocasiones especiales y esta, al parecer, lo era. Que se pusiera aquel vestido de tirantes, que dejaba a la vista el principio de sus nalgas, con un exagerado escote en la espalda y mostrando gran parte de sus senos, esto, un tanga negro y unos zapatos, también rojos de tacón alto. Cuando se vio en el espejo, mientras, siguiendo las indicaciones que había recibido, se maquillaba imaginó lo que le podía esperar. Todo y su estado de sumisión sintió temor y vergüenza.
- ¿No va a cenar con nosotros? Veo que solo hay tres cubiertos.
- No, ella está para servirnos, seguro que ya habrá comido cualquier cosa en la cocina. Voy a avisarla de que ya puede traer la cena.
Haciendo de tripas corazón entró en el salón comedor, con una bandeja de lechal al horno. Lo vió allí, en mangas de camisa, con sus tirantes, la camisa medio desabrochada que mostraba el inicio de su enorme barriga. Sus pequeños ojos la miraban desnudándola.
- Buenas noches, Don Ricardo.
Ni siquiera respondió a su saludo.
- ¡Joder! Que buena está con este vestido, ni en mis más sucias fantasías la había imaginado así y con este collar de perra. Sus cabellos cortos le quedan muy bien y parece que ha perdido algún kilo. ¿Verdad?
- Sí. ¿Le gusta Don Ricardo?
- Cómo no va a gustarme, parece toda una puta, con estos kilos de menos hasta se le ha puesto la cara de mamona.
Fue el primero en ser servido. Aprovechó la cercanía para comprobar la tersura de sus nalgas, por debajo del vestido.
- Tiene un buen culo la perra. Espero que la comida esté tan al punto como sus nalgas. ¿Es cierto lo que me ha contado Nati?
- No sé lo que le ha contado Nati, pero seguro que es verdad. Se puede hacer cualquier cosa con ella, menos scat, seguro que le encantaría hacerlo, pero no le dejamos por un problema de higiene y de salud.
- Os agradezco que me la hagáis ofrecido. Hace tiempo que le tengo ganas. Bueno, primero comamos. ¿Lo ha hecho ella?
- Sí. Cocina muy bien.
- Vamos que lo tiene todo. Habéis hecho un buen trabajo con ella, además seguro que está agradecida, por fuerza tienen que estarlo, después de lo que te hizo.
Sirvió a los tres antes de ir a buscar una ensalada para compartir. Cuidó de llenarles las copas de vino.
- Lárgate a la cocina, ya te avisaré para traernos el postre.
- Sí, señora.
Sentía la mirada de Don Ricardo en su espalda, en sus nalgas, mientras se dirigía a la cocina. El tiempo pasó más deprisa de lo que ella quería. Llegó la hora de servir el postre que había traído Don Ricardo, tres trozos de tiramisú.
- Trae el cava y cambia las copas. Se te tiene que decir todo. Pareces estúpida. Después recoges la mesa y nos sirves la botella de ron y cuatro vasos para el licor.
- ¿Cuatro señora? ¿Va a venir alguien más?
- Qué más quisieras tú, dos mejor que uno ¿Verdad? No te hagas ilusiones; el cuarto vaso es para ti. Lo vas a necesitar.
- Señora, yo no bebo alcohol.
- Pues hoy vas a beberlo - Fueron las primeras palabras que le dirigió Don Ricardo.
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