Tiempo estimado de lectura de 10 a 13 minutos

Políticamente incorrecto 7.2
Escrito por Wilmorgan

Comencé a quitarme mi precioso regalo odiando a esa señora inoportuna. Quería hacerlo rápido, antes de que se diera cuenta que no había nadie atendiendo en la tienda. Pero no pude evitar ponerme a colocar el conjunto perfectamente en su cajita. Ni si quiera me había vestido para hacerlo. Me miré en el espejo desnuda con la cajita en mis manos. Y como una niña tonta lo abrace contra mi pecho. ¿Qué me estaba pasando? Intenté volver en mí. Dejé la caja sobre el banquito y fui a vestirme rápido antes de que preguntasen por mí. En eso se abrió la cortina de golpe. Sus brazos me sacaron del probador en un segundo, para después entrar conmigo en el de al lado.
- He intentado controlarme, pero no podía más. – me dijo.
- ¡Estás loco! Me podrían haber visto. – dije, cerrando nerviosa la cortina de ese nuevo probador.
- Y hubiera sido lo más bonito que hubiera visto esa mujer en su vida.
Me quedé descolocada. ¿Me estaba tirando un piropo? ¿Como podía ser un sádico y cruel pervertido y un chico cariñoso y detallista a la vez? A ver Sofía, aclárate. Estás completamente desnuda con él. Tu ropa en el probador de al lado y una clienta en la tienda. ¿Te quieres centrar?
- Tráeme mi ropa. Tengo que salir. Hay una clienta.
- ¿Y perderme tu cara de vergüenza y excitación?
- No estoy excitada. Que tonterías dices.
- ¿Otra vez con eso Sophie? Tu cuerpo no tiene secretos para mí. – dijo mirando mis pechos.
Tenía los pezones erectos, pero era por el frío o el miedo de ser descubierta. O yo que sé. No estaba excitada. Estaba preocupada por mi trabajo. No por tenerle a él dentro del probador conmigo desnuda.
- Ya está bien la broma. Dame mi ropa. – le dije, tapándome como podía con mis brazos.
- ¡shhh! No hagas ruido que creo que está muy cerca. – me dijo susurrando a la vez que me silenciaba con su dedo en mis labios.
Mantuvo su dedo en mi boca sin sentido. ¿Por qué no lo quitaba? Ya me había callado. ¿Por qué yo no lo apartaba? ¿Por qué me apetecía chuparlo?
Escuchaba como la clienta andaba cerca de los probadores. Estaría mirando la ropa de esta zona. Tenía razón, si me escuchaba allí podría imaginar que la dependienta estaba en los probadores. Lo mejor era estar en silencio hasta que se alejase un poco.
Retiro su dedo de mis labios, pero lo fue descendiendo por mi cuello. Me estremecí con ese contacto por sorpresa. De mi cuello pasó recorriendo mi clavícula y de allí bajó por mi esternón, haciendo que mis brazos cayeran por si solos a cada lado de mi cuerpo. Su dedo cruzó libre entre mis pechos sin tocarlos.
Me estaba poniendo muy cachonda con un solo dedo y sin tocar ninguna parte erógena. ¿Qué coño me pasaba?
Bajó por mi canalillo, recogiendo una gota de sudor. Allí hacia mucho calor, no llegaba el aire acondicionado bien. No era por mi calentón.
Jugando con esa gota de sudor descendió mi canalillo y recorrió con su dedo el surco debajo de mis pechos. ¡Dios que vergüenza! ¡Allí estaba más sudada! Y cuánto más me tocaba más nerviosa me ponía.
Dibujó la circunferencia de mi pecho izquierdo con su dedo. Para luego continuar con el derecho. ¡Todo sin llegar a tocarme nada más! Mis pezones me dolían de lo duros que estaban. ¡Pero si estaba sudando como una cerda de calor! Nada tenía sentido.
Al terminar su circuito por mi pecho derecho, volvió a bajar por el canalillo hacia mi ombligo. Notaba el reguero de sudor que fue dejando por mi vientre. ¡Me quería morir!
Su dedo llego a mi pubis. Me tensé. Caí en la cuenta que entre mis piernas también estaba mojada. Y dudaba mucho que fuese de sudor. Su dedo continuaba su camino descendente. Y llegó. Directo, sin errar en su destino ni un milímetro. Entonces se detuvo allí. Justo en mi clítoris, que estaba ya increíblemente hinchado.
Comenzó a dibujar suaves círculos sobre él, casi sin moverlo, muy poquito. Me derretí. No pude controlarme. Llevaba en un estado de excitación permanente desde aquella noche. Y ahora tenía a ese hombre estimulando mi botoncito.
No pude evitar comenzar a jadear. Mis piernas flaqueaban según incrementaba sus movimientos. ¿Cómo lo hacía tan bien? Ni yo sabía darme tanto placer. Me iba a correr allí mismo en unos segundos. No podía controlarlo.
- ¿Hola? ¿Niña? – escuché a la clienta.
- ¡Shhh! No hagas ruido que te va a oír. – susurró, volviendo a poner su dedo en mis labios.
Ahora sí que me era difícil no abrir la boca y meterme su dedo para hacerle una felación de película. Y sin querer lo estaba haciendo. Mis labios se abrían con mis gemidos incontrolables. Su dedo cada vez entraba más en mi boca. Mis dientes se separaron dándole paso. Ya tocaba su piel con mi lengua.
- ¡Niña! ¿Dónde estás? Que vergüenza de atención…
¡Puta vieja! Una no se puede ni correr tranquila.
- Tengo que salir. – susurré entre jadeos.
- No puedes. Estás desnuda y cachonda. – me dijo al oído mientras seguía masturbándome.
¡Dios estaba a puntito! Pero la maldita vieja no paraba de llamarme.
- ¿Hay alguien? ¿Cómo dejan la tienda abierta sin nadie? Luego se quejan de que hay robos. – decía la clienta.
- Por favor… me van a despedir…
- Esta bien. Yo me encargo. – dijo él, apartando su dedo mágico de mi botoncillo.
- Pero tú sigue. No pares o lo sabré. Y abriré la cortina para que te vea la señora.
Espió fuera corriendo un poco la cortinilla y volvió a mirarme para ver cómo cumplía su orden.
- Y no te corras tú sola. Prohibido. – dijo saliendo rápidamente del probador.
Allí me quedé, desnuda y tocándome sola en aquel probador. Con un calentón monumental y sin poder correrme.
Escuchaba como él hablaba con la mujer. Se estaba haciendo pasar por un trabajador de la tienda. Después dejé de entender lo que decían. Supongo que se alejaron de los probadores. O estaba tan excitada que solo escuchaba mis jadeos.
¿Por qué seguía tocándome? Era una tortura. Tenía que hacerlo súper despacio para no correrme. Estaba a punto y cada vez tenía que ir más lento para no hacerlo. ¿Y si me corría y ya? ¿Porque le obedecía? ¿Porque no salía gritando delante de la mujer que ese hombre me estaba violando?
Escuche sus voces más cerca. Me tapé la boca con mi mano libre para que no escuchase mis jadeos. Mi dedo seguía a un ritmo de tortuga acariciando mi coñito. No podía ir más lento, pero estaba a punto de llegar al orgasmo.
- Pruébese estos y ya me dice. Verá cómo le quedan genial con ese cuerpazo. – escuché que decía él.
- Que halagador eres. Pero me gustaría tu opinión. – decía la señora.
- Por supuesto. Pero quiero que me sorprenda. Pruébese todos y elija el mejor. Con el que se me caigan los pantalones al verla. – decía él.
- ¡Uy! Pues siendo así elegiré bien. – contestó la muy zorra.
¿Estaba ligando con otra mujer mientras me tenía masturbándome allí? Esto era el colmo de la humillación. Se acabó. Paro y no me tocó más. Pero me gustaba tanto… me gustaba ese placer de estar sufriendo por él… No me entendía ni yo.
De repente se abrió la cortina de nuevo. Me hizo un gesto para que no hiciese ruido. Y después para que saliera del probador. Lo hice, dando unos pasos sin dejar de tocarme.
Me hizo girar quedando frente a los probadores. Ella estaba donde yo había dejado mi ropa. Y había dejado un buen trozo de la cortina sin cerrar. Podía ver su espalda reflejada en el espejo.
Yo seguí tocándome muy despacio, mientras veía el reflejo de una mujer de unos 40 años. Se acababa de quitar los pantalones y estaba solo en ropa interior. Tenía buen cuerpo. Lucía un tanga negro, que le quedaba bastante bien en un culo grande pero bien puesto. ¿Qué hacía yo masturbándome mirando a esa señora?
Él se colocó a mi espalda. Podía notar de nuevo su paquete en mi culo a través de sus pantalones, como aquella noche. Llevó sus manos a mis pechos y comenzó a acariciarlos levemente, solo con las yemas de sus dedos.
- No está nada mal la mujer ¿Verdad? – me decía susurrándome al oído.
Mi piel se erizo al sentir su aliento en mi cuello. Me moría de ganas porque sus manos me agarrasen las tetas con fuerza. Pero era tan placentero sentir solo el roce de sus dedos...
La mujer se puso un vestido. Se dio la vuelta y temí que me viese. Pero no. El espejo no me reflejaba a mí que quedaba tras la cortina. Vi como ajustaba sus pechos al escote del vestido. Después volvió a quitárselo. Ahora la vi de frente. Tenía unas buenas tetas. Algo caídas, pero nada para el tamaño de sus senos y la edad de la mujer. ¿Por qué estaba a punto de correrme mirando las tetas de esa señora? No lo sé. Pero no podía más. Deseaba hacerlo.
La mujer se quitó el sujetador antes de probarse el siguiente vestido. Entonces vi sus pechos libres. Tenía unos pezones grandes y muy oscuros. Sus aureolas eran casi el doble que las mías. Parecían chupetes. ¿Por qué pensaba en chupar los pezones de esa señora? No podía más. Necesitaba correrme. Lo iba a hacer a ese ritmo. A ese frustrante y desesperante ritmo.
- Necesito correrme. Por favor... por favor... – le susurré.
- ¿Recuerdas lo que te pedí y no hiciste? – me dijo él al oído. Yo asentí con mi cabeza.
- Puedes correrte aquí. Mirando a esa mujer como se prueba ropa para mí. Pero lo harás así, despacio, sin acelerar el ritmo. Y cuando llegues al orgasmo, harás lo que tenías que haber hecho aquella noche. Y si no lo haces, abriré la cortina de la mujer para que te vea como te corres como una mirona pervertida.
Era imposible hacer lo que me pedía. No iba a correrme en medio de la tienda, con una clienta a menos de un metro de mí. Y mucho menos haciendo lo que quería. Era una locura. Asentí con mi cabeza.
Sus dedos comenzaron a estimular mis pezones muy suavemente. Deseaba frotar mi chochito hasta crear fuego. Pero no podía. Tenía que mantener ese parsimonioso ritmo en mi habita inflada como nunca.
Pero él me estaba volviendo loca. Sus dedos comenzaron a jugar con mis pezoncitos duros como cristales. Tan erectos que sentía pinchazos con sus caricias. Pero me encantaba. Subía y bajaba, como si fuese un interruptor. Pero yo solo me encendía más y más.
La mujer se ajustaba las tetas en el escote. Vi como pellizcaba sus pezones por encima de la tela. Quería marcarlos bien en el vestido. Lo hacía para él. Para salir y mostrarse sexy y apetecible para mí hombre. Mis celos me calentaban más.
Volvió a desnudarse. Pero no se probó otra prenda. Siguió jugando con sus pezones desnuda, solo con su tanga negro. Los estiraba y pellizcaba, dejándolos duros y grandes. Mi boca salivaba pensando en su sabor. Entonces él pellizcó los míos. Fuerte, muy fuerte. Mientras ella estimulaba los suyos para él. A mí me los torturaba. Y no pude más. Con ese sentimiento de celos e inferioridad, comencé a sentir mi orgasmo salir. Quería gemir, pero no podía. No era lo que tenía que hacer.
- ¡Guau, guau, guau! – ladré bien fuerte.
Mi orgasmo llegó entre ladridos. Fue un orgasmo intenso y muy placentero. Pero notaba que no llegaba a su máximo esplendor posible. Necesitaba más fricción en mi coñito, pero él no me lo permitía. Sentía una gran explosión que no llegaba nunca. Una sensación de desear más y más y que no termina de llegar. Continuaba alargando esa sensación con mi dedo, mientras no paraba de ladrar, esperando que se desatase la tormenta perfecta allí abajo. La mujer dio un salto asustada al escucharme.
- Corre, al mostrador. – me susurró él, soltando mis pezones.
Con mi orgasmo sin terminar, tuve que salir corriendo donde me dijo. Me tiré casi de cabeza tras el mostrador de caja, rezando porque la clienta no hubiera visto a una mujer desnuda corriendo por la tienda.
- ¿Qué ha sido eso? – preguntó la clienta.
- Un mensaje. Es mi tono del móvil. Es que me encantan las perritas.
- Ah, ¿sí? Pues yo soy un poco perrita a veces. – le dijo la señora.
- Con ese vestido no tengo ninguna duda. – contestó él.
Él ligando con aquella mujer y yo a cuatro patas escondida detrás del mostrador. Y lo peor de todo, estaba tan cachonda como antes. Aquel orgasmo había sido muy extraño. Había sentido placer. Mucho. Pero era como si hubiera estado contenido. Como que tenía más por salir. De nuevo me quedaba más cachonda que al principio.
Después de un rato de tonteo por parte de aquella madurita zorrona, vinieron hacia el mostrador. Él pasó detrás, como para cobrar sus prendas. Yo tuve que ponerme de rodillas con la espalda pegada a la madera para que él pudiera entrar. Quedé encajada entre el mostrador y su cuerpo, con mi cara en su paquete.
Ellos hablaban de lo bien que le quedaban esos vestidos. Del escote tan bonito que le hacía. Y yo con mi cara en su polla y un vaquero en medio. Deseaba volver a tocarme allí, debajo de la mesa, con mi nariz oliendo su paquete. Pero más deseaba bajar esa cremallera y sacar su polla para meterla en mi boca. La que ya estaba abierta, con la lengua fuera a menos de un centímetro de él. Jugaba a estar lo más cerca posible con mi lengua en su precioso pene, mientras él tonteaba con aquella clienta. ¿Cómo podía estar tan desesperada? ¿Por qué me excitaba tanto tener la polla de aquel chulo en la cara?
Entonces vi su mano por debajo de la mesa. Me acarició el pelo, como una perrita, para después ir a su pantalón. Mi corazón comenzó a excitarse al entrever en la oscuridad como soltaba el botón de su vaquero. Escuché el ruido de la cremallera abrirse. No podía ver claramente lo que pasaba, pero entre sombras vi su mano entrar en sus calzoncillos. Comenzó a acariciar su verga aun escondida en su ropa interior. Su mano acariciaba mi rostro a través de la tela de su bóxer.
- ¿Entonces te gusta el que he elegido? No veo que se te caigan los pantalones. – le dijo la mujer.
- ¿Por qué crees que estoy tras el mostrador? Sería poco profesional que lo viese una clienta. – le contestó él.
- Pues a mí me encantaría ver lo que hay debajo de esos vaqueros tan apretados.
Yo tampoco podía verlo, solo notar en mi cara como se tocaba su tranca mientras hablaba con ella. Entonces su mano salió de su escondite y no lo hizo sola. Agarraba con fuerza aquel bastón de caramelo que deseaba saborear como una niña golosa. Pero no podía. Su mano impedía que mi boca llegase hasta mi ansiado dulce.
- No creo que el lugar de trabajo sea un sitio para mostrarle lo que tengo debajo de la mesa. – le dijo él, mientras seguía pajeándose en mi cara.
- Siempre puedes venir a mi casa. Vivo muy cerca y mi marido no llega hasta tarde.
Esa zorra quería lo que yo tenia en mi cara. Eso que se ponía cada vez más grande y duro mientras sus nudillos me golpeaban con sus meneos. No podía apartarme, aunque quisiera. Estaba entre la polla y la mesa. Solo nos separaba su mano. Podía oler su aroma a hombre. Entonces posó su hinchado miembro sobre mí y retiro su mano.
- Estaría bien poder ver como te quedan los otros 3 vestidos. – le escuché decir.
Oía como pasaba por el lector tres etiquetas, pero eso me daba igual. Tenia su rabo sobre mi cara. Notaba su calor. Su dureza. Su tronco aplastaba mi nariz y cruzaba entre mis ojos. Deseaba saber hasta donde más llegaría.
No podía moverme para llegar a ella con mi lengua. Pero sus huevos quedaban en mi boca. No pude resistirlo. No lo intenté. La abrí y comencé a lamerlos con una devoción inimaginable por ninguno de vosotros.
- Me parece buen plan. Pero yo no tengo probadores donde esconderme de tus ojazos mientras me desnudo.
Escuche decir a la guarra de la señora, mientras yo lamía las pelotas que ella deseaba tanto. Me volvía loca. Jamás lo había hecho. Quizás una pasadita de refilón con Marcos. Pero nunca así. Quería metérmelas entera en la boca. Y lo intenté. Con su polla sobre mi cara, abría la boca, casi desencajándola, para alojar esos cojones morenos y darles todo mi amor.
- No pareces de las vergonzosas. Así, agachada sobre el mostrador, veo que no llevas sujetador. Y no es lo único que veo. – le escuche decir a él, seguido del sonido del escáner.
- Pues ven a mi casa. Veras esto y todo lo demás. – decía ella.
- Me encantaría. Pero salgo tarde de trabajar. Quizás otro día.
- Bueno. Pues tú te lo pierdes. Aquí tienes mi dirección. Mi marido no llega hasta pasadas las diez. Por si cambias de opinión.
Imagino la cara de la mujer cuando escuchó eso. Me rebosaba la felicidad por los poros. Aunque puede que no fuese solo por despreciar la invitación de aquella zorra. Mi lengua no paraba de lamer intentando que sus huevos entrasen en mí. Deseaba tanto tener la boca llena… Pero estaban tan ensalivados que se resbalaban entre mis labios. Escuché el taconeo de la mujer y después la puerta cerrarse. Entonces él se separó de mi un poco, haciendo que su delicioso rabo recorriese mi cara, para quedarse apuntando a mi boca.
- ¿Vas a salir o te gustan las vistas? – me dijo.
Decepcionada vi como enfundaba su arma en sus calzoncillos, que sobresalía por encima. Tuvo que acomodarla, para poder abrochar su pantalón, dejando una sexy y morbosa silueta en su paquete.
No me quedó más remedio que salir de allí, por el escaso espacio que me dejo para hacerlo. Por lo que tuve que salir a gatas quedando él tras el mostrador. Me puse en pie con una falsa muestra de orgullo, quedando de nuevo desnuda en medio de la tienda.
- No te quejarás. 487€ de factura. Si te llevas comisión, hoy te he hecho ganar mucho dinero.
- No me llevo nada. Pero eso no me importa. – le contesté con tono pícaro, mirando su polla aun marcada en los pantalones.
- Ya veo… eres toda una lamehuevos. Que pena que tenga que irme. – me dijo enseñándome el ticket con una dirección escrita a boli.
- ¿Qué? ¿Te vas a ir con ella? ¿Prefieres a esa vieja que a mí? – pregunté indignada.
- Oye que no es vieja. Es madurita. Una madurita muy follable. Si te has corrido viéndola desnuda.
- ¡Pero qué coño dices! ¡Me tienes aquí desnuda a mí! Me pones la polla en la cara. Te chupo las pelotas. ¿Y te vas con ella? Mira déjalo. Vete a la mierda. – dije intentando controlar mi ira.
- No te enfades tonta. Tú eres mi favorita. Y lo sabes.
- ¿Dónde está mi ropa? – le dije con mis ojos lanzando fuego.
- Ah… eso… no me acuerdo. Lo saqué todo del probador para que no lo viese la clienta. Y con las prisas no sé donde lo dejé. Pero tengo esto. – me dijo enseñándome su regalo.
- Pero necesito mi ropa. – dije con un tono menos agresivo, cogiendo mi cajita.
- Sí… lo entiendo. Bueno. Eso ya es tu problema. Yo me tengo que ir. Quizás me dé tiempo a algo antes de que llegue el cornudo de su marido. Me has dejado muy caliente. – decía el muy cabrón.
- ¿Pero como te vas a ir y me vas a dejar así? – le dije, rebajando mi enfado, con los ojos llorosos.
- ¿Has visto cómo está de buena?
- Es una vieja calentorra… – le dije desesperada al ver que me cambiaba por ella.
- Haremos algo pequeña. Si a la hora de cerrar, estás ahí donde estas ahora, arrodillada mirando a los probadores y con tu regalo como única ropa, te haré mía. Pero piensa que, si haces eso, serás mía de verdad. Mi propiedad.
¿Pero qué coño se creía este tío? Me humilló con Natalia. Ahora viene, me calienta y luego se va con otra. ¿Estamos tontos o qué? ¿Piensa que puede jugar conmigo y hacer que le deseé para calentarse y follarse a otras? Yo no soy un trozo de carne. Yo soy una mujer con dignidad. A mí no me podía tratar así. No podía ponerme la polla en la cara y luego irse con otra. Puto cerdo machista y misógino.
- ¡Vete a la mierda! Eres un violador de mierda. Si vuelves a venir a mi tienda te estará esperando la policía. ¡Hijo de puta! – le grité fuera de mí.
- Claro. Eso puedes hacerlo. Tú elijes. Piénsalo bien, pues puede ser la última vez que puedas elegir. – me dijo, para después darme un beso en los labios y un cachete en el culo.
Salió por la puerta dejándome allí, otra vez sin ropa, enfadada, frustrada y muy, muy cachonda.


No estoy seguro si mis relatos están siendo del gusto de los lectores de esta web. Agradecería cualquier comentario ya sea por aquí o a mi correo. No quisiera estar copando la sección de relatos y que no sean del agrado de los lectores.
Saludos.
Wilmorgan.


Licencia de Creative Commons

Políticamente incorrecto 7.2 es un relato escrito por Wilmorgan publicado el 07-08-2022 23:33:54 y bajo licencia de Creative Commons.

Ver todos los relatos de Wilmorgan

 

 

24 No me gusta0
PARTICIPA!! Escribe tu opinión

MÁS RELATOS

 historia de una sumisa 6
 Escrito por joaquín

 Nada volvera a ser igual
 Escrito por dereck

 Amo virtual
 Escrito por Lourdes

 Ariadna
 Escrito por Dark Black



   ACCESO USUARIOS

   
   
   
   BÚSQUEDA AVANZADA