Mi amiga Marta 3
Escrito por Maria
MI AMIGA MARTA 3
Marta, se apretó contra mi cuerpo. Estábamos en silencio. Yo la besé suavemente en sus hermosos labios, jóvenes y turgentes. Apetecibles. Y durante algunos minutos, ella me correspondió como sabe hacerlo.
-¿Por qué me lees este pequeño secreto confidencial? Tu exmarido era un buen tonto, eso lo tengo muy claro.
-Para que puedas entender más. Para que puedas saber más. Para compartir contigo esta experiencia singular. Y aún para más cosas que te aclararé cuando terminemos esta lectura. Y que te sorprenderán!
Ahora, yo estaba algo excitada, pero presté atención, más involucrada si cabe en aquella ventana inesperada que se había abierto al pasado inmediato de mi nueva amiga.
Marta, prosiguió su lectura, la lectura del diario encontrado, de su exmarido:
“Así que el domingo pasado finalmente nos decidimos, y les preguntamos si tal vez querían venir a ver si las cosas salían bien con Marta. Unos días después lo hicieron. Sentándolos en el sofá frente a nosotros, traté de hacer una pequeña charla con las bebidas, pero ninguno de nosotros era muy bueno en eso. Y antes de que el prólogo se dilatara mucho tiempo, Santi se puso manos a la obra. De repente me preguntó, no, me lo dijo de una manera sorprendentemente autoritaria.
Yo debía desnudar cuidadosamente a Marta delante de ellos, que deseaban presenciarlo.
Ella vaciló cuando la toqué. ¿Se lo había pensado mejor? Pero no, ella no protestó. Temblando levemente, cerró los ojos. Creo que yo también temblé cuando busqué a tientas, durante más tiempo de lo debido, la cremallera de su vestido largo. Pero finalmente lo hice caer a sus pies. Marta abrió los ojos de par en par brevemente, excitada y asustada. Yo la notaba bastante avergonzada, quizá descubriendo una humillación nueva para nosotros.
Sin embargo, ella se mantuvo valientemente de pie en su bonita ropa interior. Me asombró su valentía. Luego me dijeron que le quitara las bragas, que le desabrochara el sostén y luego me arrodillara para quitarle los zapatos. Debería estar descalza. Eso era necesario y obligado.
Noté que Elena colocó su mano sobre el bulto de los jeans de su esposo. Sin duda fue un gesto de cariño entre ellos, y me hizo sentirme excluido de una forma humillante. Pero, curiosamente, cuando me di cuenta de que se estaban complaciendo a sí mismos por lo que le hice a Marta, entonces aumentó mi excitación. Sin duda, Marta lo sintió aún con más fuerza que yo. Se estremeció.
Santi empezó a sonreír. Orgulloso y pícaro. Contempló fascinado el cuerpo deliciosamente desnudo de Marta. El bulto que tenía en los pantalones había crecido, lo que no me sorprendió. De hecho, Marta es extremadamente atractiva cuando está desnuda. Caderas delicadas y redondas, un vientre suave ligeramente inclinado, muslos para morder y senos para chupar, para morder, con esos grandes pezones y grandes aureolas. Y, para colmo, está esa maravilla, esa puerta del amor bellamente cincelada que, coquetamente, mantiene calva como el día en que nació.
Santi estaba hipnotizado, parecía olvidarse por completo de su esposa, que estaba a su lado. Pero ella, Elena, lo trajo de regreso, apretando su bulto con obvio deseo. Le pasó el brazo por los hombros y la apretó contra su costado. Así, ambos permanecieron sentados frente a nosotros en ese sofá. Perdidos en el asombro y en silencio durante mucho tiempo, mirando a mi encantadora esposa como si fuera una obra de arte. Saboreando su vergüenza, su violada timidez y mi sorpresa y mi asombro. Paladeando, superiores, nuestra anunciada humillación voluntaria.
Finalmente, Santi, con voz ronca, le dijo a Marta que se diera la vuelta y les presentara su trasero. Ella, obediente, aunque avergonzada, se dio la vuelta, obedeciendo sumisamente, todavía con el rostro bien enrojecido. Entonces, tras el largo prolegómeno, finalmente, Santi y Elena entraron en acción.
Pronto se encontraron inspeccionándola sin delicadeza, casi con brutalidad, amasando el fino cuerpo de Marta con sus manos transgresoras.
Palpaban y acariciaban su espalda, intercambiaban sus miradas cómplices llenas de vicio, mientras sus manos la recorrían sintiendo la suave carne de sus pechos, diciéndole que abriera los muslos y abriendo la hendidura de sus nalgas para revelar su anillo de culo rosado. Y su raja calva asomando entre sus piernas. La palparon y acariciaron expertamente, calibrando su belleza y su disposición. En silencio. En sumisión.
Noté que estaba húmeda. Se estremecía con cada toque de sus manos deslizándose sobre su cuerpo. Pero ella se mantuvo firme. Esta era su fantasía volviéndose realidad. Y Santi y Elena se rieron agradecidos. Me retiré y me hice a un lado mientras inspeccionaban a Marta. Pero la vista de sus manos tanteando el cuerpo desnudo de mi joven esposa me dio una patada erótica, más violenta de lo que había creído concebible. Mi polla se estaba endureciendo en mis pantalones. Me molestó, pero no pude contenerlo. Estaba atrapado. Estábamos atrapados.”
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