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Lluvia dorada
Escrito por Natalia Hern

Limpieza absoluta. Me lo exijo a mí misma, esclava, y por ello tengo el completo derecho de exigírtelo a ti. Te presentarás a mí aseada, bien lavada, también en los orificios. No es necesario que te perfumes, es más, no me agrada. Prefiero el olor a gel que me indica claramente que mi puta es una puta limpia.
- ¿Entendido?
La respuesta fue tecleada con prontitud:

- Sí, mi Ama. -

Aquella tarde a Olga le apetecía sesión. Tenía pensado algo especial, una sorpresa. Imaginando los detalles, comió de más en el restaurante. Luego regresó al trabajo, y dos horas más tarde regresó al hogar.

La puerta estaba entreabierta. Alicia ya estaría allí. Entró y dejó las llaves en la cómoda. Una suave música llegaba de su dormitorio.
Tarareando, se quitó la chaqueta y la dejó sobre un paraguas. No consideraba tan chabacano el desorden como la falta de higiene.

- ¿Es usted, mi Ama? - llegó dulce desde la misma habitación la voz de Alicia.

- Sí. - respondió seca Olga. Le molestaban los comedimientos de su sumisa. Se soltó el pelo, que cayó largo, rubio, brillante por sobre los hombros y parte de las mejillas. Para añadir una nota que pusiera a Alicia sobre la pista de la falta leve de no acudir de inmediato a recibir a su dueña, cruzó los brazos.

No se hizo esperar más. Completamente desnuda, salvo por su collar de pertenencia a Olga y un tatuaje con forma de espino rodeando su brazo derecho, gateó desde el pasillo hasta donde la señora aguardaba.

- Suplico disculpe mi retraso señora. - fue lo primero que dijo en cuanto se detuvo a un paso de las piernas de su amada dueña. Enseguida, para certificar su sumisión, y a modo de saludo, agachó la cabeza hasta el suelo y beso el empeine del magnífico zapato blanco. Olga hubiera aguantado un poco más antes de ablandarse, pero en cuanto vio la carita, redonda, enmarcada por el pelo negro, sedoso, hasta los carrillos, de su devota servidora, se rindió y olvidó el detalle.

Los labios de Alicia, pintados de rojo pasión, esbozaron una sonrisa cándida, o traviesa. Y ronroneó para halagar a su Ama.

- Ah, mi gatita, que mala eres a veces. -

La acaricio el mentón, como si verdaderamente se tratase de un minino, y Alicia correspondió cerrando los ojos y levantando la cabeza, para que los dedos tiernos de Olga pudieran hacerle cosquillas.

- Bien gatita, te veo muy limpia. Muy bien, te daré un premio. ¿Un poquito de eso que tanto te gusta? -

Alicia se ruborizó. Calló un instante, pero luego miró a la expectante mujer que dominaba su vida, sintió dentro de sí una fuerte excitación y asintió.

- Pues al baño, corre. -

La "gata" dio media vuelta y meneando el culo para provocar, se metió en el servicio. Allí preparó todo: quitó la tapa de bidet y puso la alfombrilla en el suelo. Se sentó y esperó.

Olga notaba ya que le venían las ganas, pero aún le faltaba un poco. Hizo fuerza, pero no bastó. Alicia tendría que lamer. Se quitó las braguitas por debajo de la minifalda y fue al baño.

- Tienes el inmenso honor de darme un masaje con tu boca, esclava. Hazlo lo mejor que sepas. -

Así fue: de pie, delante de la arrodillada muchacha, Olga se subió la minifalda hasta enseñar su perfectamente depilado coñito. Nada más verlo, Alicia se relamió. Con delicadeza, para que no se notara su estado de lujuria, agarró los muslos del Ama y acercó su boca abierta al tesoro. Y en cuanto sus labios sellaron con un cálido beso la zona, comenzó a mover la cabeza y el cuello en sinuosos movimientos, rítmicos, que hacían gemir, si bien que se reprimía todo lo posible, a Olga. Su sexo agradeció el tratamiento lubricándose.

- El dedo, usa el dedo. - ordenó, y un instante después el índice de Alicia masajeaba los músculos provocando a la vez placer y una creciente sensación.

- ¡Ya, pega tu boca de zorra y bébetelo todo! -

Alicia no quiso mirar. Abrió su preciosa boca y la acercó todo lo que pudo, pero sin llegar a tocar. Un líquido cálido entró en ella y la empezó a llenar. La lluvia dorada de Olga estaba siendo escanciada.

- Ni una gota fuera o te arrepentirás. -

El entrenamiento, duro, cruel, había dado buenos resultados. Alicia tragó todo el orín, y cuando el ama había terminado, pidió permiso para lamer las gotas que sobre el pubis deseado habían quedado.

- Está bien, pero hazlo con pasadas largas, como la gatita que eres. -

Fue extremadamente placentero para ambas ese momento y desde el instante en que la lengua sumisa, esponjosa, se plantaba sobre la piel hasta que se separaba de ella, el ama tenía que morderse los labios para no gritar de placer.

- Perfecto. Si haces esto a mis amigas tan bien, me harás sentir dichosa de tenerte como mascota. -

Eso lleno de ilusión a Alicia, pero estaba hambrienta. Ella, a diferencia de Olga, no había comido. Le estaba vedado alimentarse si no le servía la comida su Ama. Alguna vez había pasado hambre, cuando Olga se "olvidaba" de darle su ración diaria. Pero este no era el día.

- Ve a la cocina, que voy a prepararte algo. -

En el suelo, sobre las baldosas, había un plato para animales, metálico, plateado. Unas letras hechas con brillantina pegada decían el nombre de la usuaria del mismo: "Ali". Junto a él, como siempre a cuatro patas, esperaba la chica. Olga llegó y se hizo de rogar. Alicia tuvo que restregar su carita contra las piernas enfundadas en preciosas medias negras hasta lograr lo que quería.

Olga se colocó sobre el plato, en cuclillas, retiró la minifalda y comenzó a defecar sobre el plato. Alicia miraba con atención, casi hipnotizada. El ama miraba a Alicia divertida por su expresión. Por fin, cuando el plato estuvo lleno con el caviar del ama, ésta se puso en pie. Alicia iba ya a probar la delicatessen, pero Olga la detuvo.

- Ah no. Primero me dejarás bien limpia. Pulcritud, ¿recuerdas? -

Apoyada sobre la encimera de la cocina, Olga dejó que su esclava admirara el festín que se le ofrecía. Sin dejar de mirarse a los ojos, Alicia sacó su lengua, goteando una espesa saliva, y la aproximo lentamente, hasta que entró en contacto con el ano manchado de Olga. Ella sintió un escalofrío, que fue inmediatamente sustituido por el placer fresco de la boca de Alicia aseando las nalgas a ambos lados del ano, para después ingresar en el orificio. Se relajó, y la lengua traviesa llegó bien hondo, recogiendo hasta la última migaja de esencia.

- Ya, ama. - informó Alicia. Olga la miró. Parecía que se había manchado los labios comiendo chocolate. Pero la gatita se lamió y quedo de nuevo su carita limpia.

- Pues... ¡qué aproveche! -

Y dicho esto, Olga se sentó a leer "Las edades de Lulú", por cuyos capítulos más tórridos había ido subrayando frases. A sus pies Alicia hundió los morritos entre las heces y tomó el primer bocado sólido del manjar preparado por su ama. Llenó sus carrillos con él y masticó a conciencia. Fue a meter la cabeza por segunda vez y notó una presión irresistible que hizo que su cara se sumergiera hasta que la nariz quedó aplastada contra el fondo del plato. Su Ama le estaba pisando con el pie desnudo la cabeza, humillándola por completo.

- Mmmm... que glotona. - la oyó decir.

Esas palabras, dichas con un tono de refinado sadismo la llenaron de voluptuosidad, abrió la boca todo lo que pudo y metió unos cuantos dedos en su almejita de golpe para calmar la excitación. Se le llenaron los carrillos hasta que casi le resultaba complicado respirar. Su concha se humedecía por momentos y elevó la cara para mirar al ama.

Olga la vio tan sucia, con los trozos semisólidos cayendo por las comisuras de los labios que sintió lástima. Metió un dedo por debajo del collar y tiró hacia arriba, obligando a Alicia a incorporarse. Olga abrió su boca y besó la de Alicia, intercambiando el delicioso manjar. Y así, besando a la responsable de sus fantasías más bizarras, la sucia gatita tuvo su primer orgasmo aquella tarde.


Licencia de Creative Commons

Lluvia dorada es un relato escrito por Natalia Hern publicado el 25-12-2022 21:02:43 y bajo licencia de Creative Commons.

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