Historia de una lectora 1
Escrito por joaquín
“Hola. Me llamó Mónica y leo desde hace un tiempo relatos eróticos pero nunca me he puesto en contacto con ningún autor antes. Tus relatos de dominación y sadomasoquismo me hacen sentir cosas que no logro sentir con ningún otro autor. Si no es mucha molestia, ¿Puedes ponerte en contacto conmigo?
P.D. No te preocupes, este correo solo lo conozco yo y lo he creado exclusivamente para hablar contigo”
“Hola. Leyendo tu mensaje me das la impresión de no ser una de las típicas chicas que me escriben. ¿Puedo preguntarte que haces leyendo de dominación y sado?”
“Empecé a leerlos para un trabajo de clase, para reconocer en ellos los hábitos machistas de la sociedad en el ámbito de las parejas.”
La declaración me dejó sin palabras. Puedo entender que alguien lea relatos por curiosidad, por morbo, por pura diversión… Pero me costaba mucho que alguien los leyera para hacer un trabajo de clase.
“¿En serio? ¿Lees relatos porno como trabajo de clase?”
“Sí. Fue nuestra profesora la que nos recomendó a todo el grupo de chicas que estamos con ella leer la página. Luego los comentamos en las reuniones”
“¿Y tú qué dices?”
“Nada. Yo apenas hablo en las reuniones”
“Los relatos que yo escribo son simplemente pura fantasía. Ni más ni menos.”
“Entonces, ¿No hay chicas que se entregan así? ¿O que pasan por eso?”
“Sí que las hay. Existen chicas muy guarras, sumisas y esclavas completas que solo son felices entregándose a su amo completamente”
“¿Y cómo saben lo que son?”
“Esa es una pregunta muy complicada y no me corresponde a mí decírtelo. Como referencia te puedo comentar que son cosas que salen en las fantasías sexuales. Por ejemplo, ¿Cuándo te masturbas, en qué situación te pones? ”
No esperaba que Mónica respondiera a está pregunta. Por lo general, las chicas tímidas e introvertidas como ella suelen cortarse mucho cuando se llega a este punto.
Por eso me sorprendió ver lo pronto que respondió.
“Yo me imaginó siendo una de tus protagonistas.”
“¿No te has masturbado antes manteniendo sexo con el chico guapo de tu clase o manteniendo relaciones con tu profesor?”
“No. No lo había hecho nunca”
No la creí.
“Mis protagonistas follan con animales, se tragan meadas, comen mierda, gusanos y vómitos, las azotan por todas partes y en general hago con ellas lo que me da la gana. ¿Y aún así te masturbas pensando que esas cosas te pasan a ti?”
“Sí.”
Pude notar mucha vergüenza en esta respuesta.
Mire el reloj. Eran las las doce de la noche ya pasadas.
“Hagamos una cosa. Mándame una foto tal y como estás ahora mismo para seguir hablando”
La foto no se hizo esperar.
En ella pude ver a una chica joven, de pelo largo y morena de piel blanca que se mordía ligeramente los labios. Tenía las manos sobre las rodillas y los pies echados hacía atrás.
Llevaba puesto un pijama blanco adornado con un conejo rosa.
Aún estaba mirando la foto cuando me llegó otro mensaje suyo.
“¿Soy una esclava?”
“No debe preocuparte eso. Las esclavas son muy felices”
“Es la primera vez que le mando una foto mía a un hombre y no se quien eres. Y lo he hecho estando en pijama”
“¿Y te ha gustado?”
La respuesta tardó un rato en llegar.
“Sí”
Tenía la sensación de que la chica solo estaba sintiendo morbo por la situación.
“Hagamos una cosa. Desvistete. No entera, solo quítate el pijama y mandame una foto”
El mensaje no tardó mucho en llegar.
Tal y como esperaba Monica me obedeció. Se había quedado en bragas y sujetador en su habitación y apenas podía levantar la mirada de la vergüenza que sentía, pero se la reconocía perfectamente.
Volvía a estar sentada, con las rodillas juntas, las manos sobre ellas, mordiéndose los labios y los pies hacía atrás.
Eran detalles que revelaban no solo que era su primera vez, también una fuerte lucha interior dentro de ella.
Deseaba mostrarse y a la vez esconderse.
“¿Te ha gustado?”
“Mucho, eres una joven preciosa”
“Gracias, amo.”
Sabía que no lo decía en serio, o por lo menos, yo no me lo tomé en serio. Para ser una sumisa y servir a un hay que hacer un largo recorrido. Para ser una esclava mucho más.
“Tienes que soltarte. Ponte de pie, coloca las manos en la espalda y separa las piernas para la siguiente foto”
“Así lo haré, amo”
“Y sonríe un poco”
Disfrute de la sonrisa traviesa y picarona que se dibujó en su bello rostro. También de cómo había movido la cabeza hacía un lado, de como se había agarrado las manos o de ver que ya no escondía el pie, sino que tenía uno de ellos alzado sobre la puntera.
Era una foto sexy y coqueta con la obvia intención de gustarme y seducirme.
Y así se lo dije cuando me preguntó si me había gustado.
“Soy tu amo, no tu novio”
“Lo siento. Creí que le gustaría”
“Y me gusta. Que una chica joven y guapa intente seducirme y coquetear conmigo me gusta. Pero debes tener claro que quieres ser. ¿Mi novia o mi esclava? No puedes ser ambas cosas a la vez”
“No sé lo que quiero ser. Supongo que lo que tú quieras.”
Lo comprendí perfectamente. Después de todo era una chica joven y confundida.
Pero yo sí tenía bastante claro lo que deseaba de ella.
“Hagamos una cosa. Desnúdate. Quítatelo todo y mándame la foto donde pueda verte completa y sin taparte”
“Si, amo. Así lo haré”
La foto no tardó en llegar.
Se había quitado el soso conjunto de ropa interior que llevaba puesto para mostrarme su cuerpo desnudo.
Tenía la cabeza fija, las manos a la espalda, las piernas separadas y los pies fijados al suelo.
No quedaba ni rastro de la coquetería de la foto anterior.
Tampoco me preguntó si me había gustado.
Había algunas cosas que no me gustaron. Mónica no se había quitado ni el pequeño crucifijo que llevaba al cuello ni una pequeña pulsera que adornaba su muñeca. Tampoco me gustaba que llevará el coño peludo.
“Afeitate el coño. Ahora. Si quieres ser mi esclava hazlo ya. Y quítate los adornos. A partir de ahora solo te permitiré que lleves los adornos para los que te de permiso. Mándame la foto cuando lo hagas y ten en cuenta que no quiero saber nada de ti hasta que lo hagas”
Mónica me confesó meses después que este mensaje la aterrorizó, pero que también en cierto sentido la liberó.
Miró el reloj.
Eran ya las dos de la noche y tenía que salir de su habitación, bajar las escaleras, coger la maquinilla de afeitar de su padre, así como jabón y agua y hacer algo que nunca antes había hecho.
Supo que lo iba a hacer cuando sus manos se dirigieron al cuello para quitarse el crucifijo que llevaba siempre desde su primera comunión. Se quitó igualmente la esclava de su pulsera.
Salió desnuda de su habitación.Fue una decisión completamente consciente. Sabía que si sus padres la pillaban así, la detendrían.
Pero no la vieron, ni sus padres ni sus hermanos.
Caminó hasta el cuarto de baño de la planta baja, revolvió los cajones hasta encontrar lo que estaba buscando.
Lo echó todo a un pequeño barreño y volvió a subir.
El corazón le iba a mil cuando volvió a encerrarse en su cuarto.
Cogió el pequeño espejo que utilizaba para maquillarse para hacer algo que nunca antes había hecho en su vida.
Se sentó en la cama y se abrió mucho de piernas simplemente para poder verse bien. Nunca antes había mirado los genitales de esa forma. Para ella esa parte de su cuerpo era bastante tabú.
Comenzó recortando el vello púbico con unas tijeras. Contra más cortés daba, más guarra se sentía. Cuando consideró que ya estaba lo suficientemente corto, se dio jabón y pasó la maquinilla con mucho cuidado.
La imagen que ahora daba el espejo era completamente distinta. Parecía la de una guarra, una cochina salida directamente de los vídeos porno.
Aún con las piernas bien abiertas se hizo la foto.
Por supuesto era la foto más guarra que se había hecho jamás.
“Para mi amo y señor”
“Perfecto. Hagamos una cosa. Conecta la cámara y llámame”
Mónica no se lo pensó.
Se levantó para realizar la videollamada. El corazón le palpitaba mientras sonaba la llamada.
La cara de un hombre mayor apareció al otro lado de la pantalla.
Tenía sentido.
Muchos de los relatos que había leído eran de chicas jóvenes y saludables entregándose a viejos.
— Hola amo.
Le indiqué cómo debía moverse y presentarse ante mí.
Mi esclava, porque en eso se había convertido, se alejó unos pasos para que la cámara pudiera captar completamente su cuerpo desnudo y se arrodilló con la cabeza agachada, la espalda alzada, con las manos a la espalda y las piernas abiertas.
Es una posición difícil de mantener porque el cuerpo no descansa.
También aprendió que debía estar así mientras su amo daba instrucciones. O mientras pensaba en ello.
La mantuve en esa posición unos minutos, mientras me debatía entre que se masturbara para mí o hacer que cumpliera una verdadera salvajada que se me había ocurrido.
— ¿A qué hora debes levantarte mañana, cerda?
— A las 6, mi señor. Debo levantarme a las seis para ir al instituto.
Eran prácticamente las 3 y cuarto de la mañana. Por mi parte yo no tenía prisa, ventajas de estar jubilado.
— ¿Y a qué hora regresas a casa, cerda?
— A las tres, mi señor.
Me gustó que no le molestará que me refiera a ella como cerda.
— Coge el barreño y muestramelo, cerda.
Se levantó, agarró con ambas el barreño que aún seguía encima de su cama y lo mostró a la cámara.
Su interior contenía agua sucia llena de pelos y jabón.
— Vuelve a tu posición inicial y coloca el barreño delante de ti, cerda.
Obedeció.
Dio unos pocos pasos hacía atrás, se arrodilló de nuevo, colocó el barreño en el suelo y volvió a posicionar sus brazos detrás de la espalda.
— Agarralo y bébetelo, cerda
Se trata de una orden extrema para una novata, incluso para una esclava entrenada. No estaba seguro de que lo pudiera hacer.
Mónica alargó sus manos, agarró el barreño y comenzó a alzarlo hasta situarlo por encima de ella.
Levantó la cabeza y abrió la boca.
El líquido empezó a caer sobre ella.
Se lo bebió tal y como le había indicado.
— Ponte a cuatro patas, cerda.
Comenzó a moverse. Puso sus manos en el suelo y no tardó en verse como una cerda de verdad.
Me gustó ver como se veían sus pechos en esa postura. Tenía que reconocer que tenía unas tetas magníficas.
— Puede provocar diarrea y vómitos, pero nada más. Si te sientes mal, mañana te quedas en casa. Y no alejes el barreño de ti, porque lo harás ahí. Será tu retrete y tu plato, cerda.
— Si amo.
— Bien, puedes irte a dormir un poco.
Mónica se puso de pie.
— Amo, ¿Puedo preguntar algo?
— Sí.
— ¿Puedo estar contigo?
Yo sonreí ante su sugerencia.
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