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La perra de Vanessa 1
Escrito por joaquín

No podía apartar la vista de ella. No era capaz de recordar cuándo fue la última vez que una joven le atraía tanto.
— Buenas, soy Enrique. — Mencionó cuando ella se percató de su presencia. — Vivo unas casas más abajo.
— Vanessa.
— Disculpa que te mire, pero eres lo más bonito que he visto hoy. Debes tener a los chicos bailando en la palma de tu mano.
Vanessa se sintió halagada a la vez que incómoda. El hombre era un viejo verde de manual, pero no tenía ni idea de cómo quitárselo de encima.
— Oh, y esta debe ser tu hermana.
— Su madre. — Aseguró esta divertida.
— Mi error. Le comentaba a tu hija que vivo aquí al lado, unas casas más abajo. Y creo que debo irme antes de que su marido saque conclusiones precipitadas.
— Estoy divorciada.
— Entiendo. ¿Necesitan ayuda con la mudanza?
— Solo queda mover unas cajas.
— No hay problema. Puedo estar ya jubilado, pero aún sirvo para eso.
Cogió una de las cajas que había en el camión y entró en la casa con ella. Al final, se quedó con ellas todo el resto de la mañana y solo paró cuando Julia le invitó a tomar algo.
Durante el descanso consiguió la información que le faltaba.
Julia había sido trasladada en la empresa, lo que significaba nueva ciudad y nueva casa para ella y su hija. Por supuesto a Vanessa no le había hecho ninguna gracia dejar a su padre y a sus amigas atrás, pero tampoco es como si tuviera otra opción.
— Entiendo. Y disculpe si me meto donde no me llaman, ¿pero que horario tiene?
— Trabajo casi todo el día.
— Sí, eso me imaginaba. Lo que significa que su hija estará sola. Si alguna vez alguna de las dos necesita algo o simplemente necesita compañía, siempre puede venir a mí a buscar ayuda. Ya sabe, estoy jubilado y soy viudo.
— Vaya, lo lamento.
— Nada que lamentar, fue hace ya un tiempo.
Vanessa vio como su madre coqueteaba con él en la puerta antes de que este se despidiera definitivamente.
— Es muy mayor para ti, mamá.
— ¿Estás celosa de que me haga más caso que a ti?
— Un viejo verde es lo que es. Tendrías que haber visto como me miraba.
— Lo he visto, por eso he salido a la puerta.
— Y en lugar de echarle le has invitado a almorzar. ¿Qué será lo siguiente? ¿Invitarle a tu cama?
Subió las escaleras en dirección a su cuarto. No se llevaba bien con su madre, pero nunca antes había discutido con ella por un tío. Por un viejo asqueroso, para ser exactos.
¿Celosa? Puff, ¿Cómo podía su madre haberlo insinuado siquiera? Era completamente imposible que ella estuviera celosa.
No volvió a verla hasta la hora de la cena.
— ¿Estás de mejor humor?
— No he sido yo quien ha metido la pata primero.
— No voy a disculparme. Enrique me cae bien y se ha portado como un caballero.
— Será contigo.
— Y si salgo o no con él no es asunto tuyo.
— Mamá, es muy mayor.
— No tanto. Y ahora cena, que mañana hay que madrugar.
Mientras todo esto pasaba en la casa de las chicas, Enrique se estuvo entreteniendo jugando a las cartas con sus amigotes.
— He conocido a un par de zorritas encantadoras. La hija es un puto cañón y la madre está tan necesitada que creí que me iba a llevar a la cama en nuestro primer encuentro.
— Ja, no saben a quien han dejado entrar en sus vidas.
— Aún no, pero lo sabrán pronto.
— ¿Cuándo crees que podremos usarlas?
— A la madre pronto, a la hija debo educarla primero. Y por cierto, gano esta ronda.
Sí, las dos zorritas le terminarían conociendo íntimamente a él y a sus amigos.
Vanessa se había ido a la cama molesta y se había levantado molesta.
No entendía el porqué.
Sí, había discutido con su madre y tal, pero no era la primera vez que lo hacía. Y no era asunto suyo con quien saliera. Simplemente con mantener la distancia debería ser suficiente.
Pero en primer lugar, ¿Por qué estaba tan segura que esos dos terminarían juntos? ¿Y por qué la molestaba tanto?
Se dijo a sí misma que debía de olvidarse de todo. Hoy era un día importante, su primer día de clases en una nueva escuela y ciudad.
Fue un desastre.
Apenas si pudo concentrarse o conocer a nadie. Llegaba a su casa desanimada.
Fue entonces cuando vio un paquete envuelto en papel de regalo.
“Para la chica más bonita que vi ayer”
— El viejo desde luego tiene agallas.
Pero interiormente estaba contenta.
Subió a su habitación para abrirlo y no pudo creer lo que veían sus ojos.
— ¿Un vibrador a distancia? ¿Ese maldito viejo asqueroso me ha regalado un vibrador a distancia?
En la nota que acompañaba el regalo indicaba que lo iba a encender a las cinco de la tarde.
— ¿Pero qué clase de degenerado le regala a una chica un vibrador y espera que se lo ponga?
Lo cogió con las manos.
Era pequeño, discreto, tenía incluso una pinza para el clítoris, pensado para ser llevado sin que nadie salvo ella y él supieran que lo llevaba.
Y según internet, tremendamente eficaz.
Por lo que pudo averiguar, las sumisas que lo usaban quedaban encantadas cuando sus amos apretaban el botón.
Podían hacerlo en cualquier parte. En un parque, en plena calle, en un centro comercial… en cualquier lugar donde estuvieran juntos.
O no, porque el aparato en cuestión tenía mucho alcance, de tal forma que el amo podía apretar el botón sin conocer la situación de su sumisa, lo que al parecer aumentaba el riesgo y la excitación.
También se informó de que tenía varios niveles, que los más bajos te dejaban bien caliente todo el día y que los más intensos arrancaban del cuerpo un orgasmo detrás de otro.
Orgasmos realmente intensos…
Vanessa bajó la pantalla del portátil y dejó de leer.
Eran las cuatro y media, así que solo tenía media hora para decidir si… No, espera, ¿No había decidido que no lo iba a usar?
Miró de nuevo al vibrador. ¿Qué había realmente de malo en usarlo? Si se lo pusiera, el viejo apretaría el botón y ella disfrutaría de un orgasmo.
Y se acabó, nada más.
Y nada menos.
— Solo hoy.
Vanessa se quitó las bragas.
Se sintió como una furcia.
Con su uniforme escolar y sin bragas, una completa furcia.
Nada mal para empezar.
Se introdujo el aparato en su coño y se sentó en el suelo de su habitación, recostada contra la pared.
Y espero.
Tenía la sensación de que estaba haciendo algo muy malo. Algo como fumar o beber a escondidas.
Miró el reloj para comprobar que aún quedaban cinco minutos.
Cinco minutos larguísimos.
Apenas notaba que llevaba el vibrador dentro de ella, pero no podía olvidarse que estaba ahí.
Ni de que alguien lo iba a hacer vibrar de un momento para otro.
— Pero qué estoy haciendo.
Aún estaba a tiempo para quitarselo. Pero no, no iba a hacerlo. Quería probarlo al menos una vez.
Una única vez.
Miró al reloj.
Faltaban aún un par de minutos.
— Pero qué coño estoy haciendo.
No perdió de vista el segundero ni un solo segundo.
Cuando dieron las cinco cerró los ojos y… nada pasó. Durante un minuto interminable nada pasó.
Se levantó.
Pensó en arrancarse esa cosa y lanzarla bien lejos justo cuando la vibración llegó de golpe.
Tal y como aseguraban las críticas, era terriblemente intenso.
No pudo permanecer en pie.
El orgasmo la pilló a cuatro patas sobre el suelo, poniéndolo perdido.
Nunca en su vida se había corrido tanto.
El vibrador seguía vibrando, trabajando su zona más sensible.
Vanessa no sabía si quería seguir o que se parase.
Solo sabía que el segundo orgasmo de la tarde le iba a llegar bien pronto.
Se corrió por segunda vez.
No pudo aguantar y se cayó sobre el charco que su propio cuerpo había formado.
El problema es que el vibrador seguía funcionando.
Vanessa estaba convencida de que si seguía así tendría un tercero. Lo que no sabía era si el vibrador se iba a detener antes o después.
Ahora no quería que se detuviese.
Pero lo hizo.
Vanessa llevó su dedos a su coño y comenzó a frotarse frenéticamente.
Deseaba correrse una vez más.
Alguien llamó a la puerta y Vanessa sabía exactamente quién era.
No, no pensaba ir a abrir.
Estaba sucia, despeinada, con los muslos pringosos, olía mal.
¿Quién querría verla así?
Volvieron a llamar a la puerta.
Él, claro, él querría verla así. La verdadera pregunta era si ella quería que él la viera así.
Se levantó y caminó hasta la puerta.
— ¿Quién es?
— Soy yo. Solo he venido a comprobar que todo estuviera bien.
— Estoy bien.
— No suenas como si estuvieras bien.
— Pues lo… estoy.
El maldito vibrador comenzó a funcionar de nuevo en mitad de la frase. Vanessa, ya en su límite, apenas pudo terminarla.
Se cayó al suelo del salón.
Notó que iba a volver a correrse sin remedio en mitad de la puerta de entrada si ese maldito instrumento que llevaba entre las piernas no se detenía.
— Con respecto a lo de ayer…
— No pasa nada — respondió ella entre jadeos.
— Me alegro, porque me gusta tu madre.
“Será hijo de…”
El vibrador aumentó la intensidad. Lo que antes pensaba que era el máximo, no lo era.
— ¿Puedo pasar?
Se tapó la boca con ambas manos y se corrió aún más fuerte que antes.
— ¿Puedo pasar? — repitió él.
— No.
— Vaya, no pensé que fueras una niña pequeña.
Eso le dolió.
— No estoy presentable.
— Solo quería decirte que voy a invitarla a salir esta noche. Pero por lo visto tengo que decírtelo a través de una puerta.
“Y sabes muy bien el porqué…” pensó ella.
Vanessa se sacó el maldito cachorro del infierno de su entrepierna. No sabía si el hombre lo iba a usar más o no, pero ella desde luego no podía más.
Estaba agotada, sudada, pringada, apestaba a coño y aún tenía mucho trabajo por delante.
Tenía que ducharse, limpiar su habitación, el salón, airear la casa y lavar su uniforme.
Y todo ello antes de que viniera su madre.
Su madre.
Se preguntó si Enrique pensaba regalarle algo como lo que sostenía en la mano a su madre.
Y sintió celos.
No quería que Enrique jugará con el coño de su madre. Quería que Enrique jugará solo con el suyo.
— Mierda. Puta mierda.
Se levantó al cabo de un rato y comenzó a realizar todas las tareas que tenía pendientes. De vez en cuando echaba ojeadas al vibrador para ver si este se encendía, pero al parecer ya había terminado de jugar con ella.
Porque ahora estaba jugando con su madre.
Nunca en toda su vida se había sentido tan estúpidamente celosa. Quería llamarla para confirmar si venía o si se iba a ir a una cita.
Pero no hizo falta porque fue ella quien le confirmó que no la esperase despierta.
No logró dormirse hasta que no oyó abrirse la puerta ¿Y todo para qué? Los vio a los dos besándose.
Vio como Enrique la besaba, le metía mano en el culo, incluso le plantaba un chupetón en el cuello.
— Dios, no sigas.
— ¿No te gusta?
— No, no es eso. Parecemos un par de quinceañeros.
— ¿Y qué tiene de malo?
— Para ya… — repitió Julia mientras Enrique se la seguía comiendo a besos.
— Tienes tantas ganas como yo.
— Nos va a oír.
— Pues que nos oiga. Ya es mayorcita.
— No solo es eso. Además, creo que está celosa.
— ¿De mí? Me halaga.
Volvieron a besarse.
Vanessa no podía quitar ojo de la escena.
Deseaba tanto ser ella.
Era ridículo, por supuesto, pero de verdad deseaba estar ahí abajo, entre sus brazos, siendo besada, y tocada, y…
— Entonces, ¿Me tengo qué ir?
Julia lo besó por toda respuesta.
Este le agarró en brazos y la llevó hasta el interior de la habitación.
Vanessa les siguió despacio.
No habían cerrado la puerta de la habitación.
Vio como su madre era follada a cuatro patas como una perra, mordiendo algo para no gemir, como Enrique la penetraba desde atrás con mucha fuerza y como le pegaba nalgadas de vez en cuando.
Y si sintió que ella debía estar ahí.
Enrique la descubrió.
En un primer momento se sintió avergonzada por estar donde no debía y por ir con un camisón corto.
Pero eso solo le duró un segundo.
Hizo algo que le resultaba hasta hace poco completamente impensable.
En lugar de largarse, dio unos ligeros pasos en la dirección de la pareja.
Enrique seguía follándose bien duro a su madre, pero eso no tenía remedio ya.
Se acercó lo que pudo a él y comenzó a quitarse la ropa que llevaba puesta hasta quedarse desnuda.
— Espera arriba — susurro.
Volvió por donde había venido y se metió en su habitación, a esperar.
No sabía si iba a venir, ni como ni cuando.
Solo sabía que debía esperar.
Enrique se coló en su habitación a la una en punto de la noche.
Vanessa se encontraba a oscuras, sentada en la cama agarrándose las piernas.
— Dejemos clara una cosa. Para follar ya tengo a tu madre. Contigo solo quiero divertirme. Serás mi perra. Mía y de mis amigos. Asiente si lo entiendes y estás de acuerdo.
Vanessa asintió.
No podía hacer otra cosa.
Deseaba ser de ese hombre, pertenecerle completamente. Durante este tiempo de espera se había hecho a la idea de que tenía que ser mucho más puta que su madre, porque eso era lo único que tenía.
Él encendió la luz y Vanessa se levantó de la cama a un gesto suyo.
Era la primera vez que se mostraba completamente desnuda a un hombre. Para evitar taparse sus partes íntimas se había agarrado las manos en la espalda.
No sabía qué más hacer ni qué debía hacer.
Pero no le pedían nada salvo obediencia y sumisión.
Fue Enrique quien se acercó a ella.
La mirada que tanto había detestado el primer día ahora la adoraba.
La miró por delante y por detrás.
Soltó sobre ella un fuerte azote en el culo y sonrió cuando vio que no hizo nada para defenderse.
Se situó delante de ella y la examinó el coño.
Y sonrió.
A continuación le palpó ambos pechos. Se los había agarrado con fuerza.
Los sobó, los manoseo, los magreo… Jugó a golpear y retorcer sus durísimos pezones.
Los chupó como si de un bebé hambriento de leche materna se tratará.
Durante el proceso Vanessa no se resistió ni se quejó. Si ese debía ser su papel, que así fuera.
Recibió un mordisco salvaje que a punto estuvo de hacerle sangre. Necesitó de toda su fuerza de voluntad para no gritar.
— Bien.
Se encaminó a sus cajones y los abrió hasta encontrar sus medias.
Colocó un par en su boca y con el otro le ató las manos para colocarla como boca arriba en la cama.
Y la violó.
Vanessa sintió que algo no iba bien desde el principio. El hombre al que se había entregado estaba siendo demasiado duro, brutal y cruel.
Cada vez que entraba en ella, ardía de dolor.
Quería gritar, pero no podía.
Quería arañarle, pero no podía.
Intentó resistirse y revolverse, solo para recibir un fuerte par de bofetadas.
Estaba completamente a su disposición.
El dolor se fue convirtiendo en placer.
Un placer asqueroso y malsano, pero placer al fin y al cabo.
— ¿Ves? Sabía que lo disfrutarías.
Vanessa terminó corriéndose entre lágrimas.
Enrique, tras terminar en su interior, le retiró la media de la boca.
— Te odio — Aseguró ella.
Él simplemente la beso con lengua mientras le acariciaba su coño.

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La perra de Vanessa 1 es un relato escrito por joaquín publicado el 06-01-2023 11:59:49 y bajo licencia de Creative Commons.

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