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Tu sumisa esclava 2
Escrito por Nenapeke

Durante años estuvimos viéndonos en mi casa mientras Raúl estaba en el colegio. Siempre en horario laboral pues aprovechábamos que tenía que acompañarle a visitar a “un cliente”. Era yo quien decidía la frecuencia de nuestros encuentros según mi apetito sexual del momento, normalmente una o dos veces a la semana. En compensación Fito –don Adolfo era solo en la oficina- me compró un piso muy bonito algo más grande que el anterior que puso a mi nombre. No sé cómo se las arregló para que su mujer no se enterara y para conseguir el dinero, pero no me importó. Yo vivía bien pues disponía del doble de dinero y no tenía que pagar alquiler. Además Fito resultó un amante muy considerado que me satisfacía plenamente. No consentía en penetrarme hasta que no había conseguido que yo tuviera mi primer orgasmo con sus manos y su lengua. Después, era toda suya. Me sometía a todos sus deseos y disfrutaba cuando me follaba con rudeza. Me gustaba mucho cuando llegaba a hacerme daño y me sometía a todos sus caprichos y obscenidades.

Pero eso no quitaba para que yo pudiera relacionarme con otros hombres y tener mis encuentros sexuales con ellos más o menos frecuentes.
¡Mi pie! ¡Cómo me duele! Y mi Amo que no viene aún. Si intento relajar la postura me arranco los pezones. ¡Qué tortura! Otras veces el Amo me ha atado en posturas peores, pero nunca tanto tiempo.
¡Eh! Noto una corriente de aire en mi espalda. Tal vez el Amo ha vuelto por fin.
Sí, noto sus manos que recorren mi cuerpo. Ha parado el vibrador… y ahora lo saca. Por favor, mis pezones, ¡libera mis pezones! Por fin, ha escuchado mi súplica no pronunciada y está quitando los anzuelos. Noto como los masajea y los lame. Mi Amo es muy duro pero también justo. Disfruta con mi sufrimiento pero luego me da pequeñas recompensas. Oh, el plug anal… ¡con cuidado! Aagghh… me ha hecho daño al sacarlo. Sí, oh… por fin está desatando el dedo de mi pie, pero está tan agarrotado que gimo al mover la pierna. Rápidamente suelta las cuerdas que me mantienen en pie y me lleva en brazos a la cama. Allí, antes de quitarme la venda y los tapones de los oídos, me masajea enérgicamente para suavizar en lo posible el dolor de los calambres. Cuando me quita la venda la habitación está en total oscuridad y noto como me arropa y me ordena dormir.
Acabo de despertarme al notar el contacto de las manos de mi Amo. La habitación sigue en total oscuridad. Han pasado varias horas, pero me siento muy cansada. Mi Amo me coloca a cuatro patas y, sin ningún preámbulo, me la mete de golpe hasta el fondo por el culo. Ya lo tengo totalmente acostumbrado y apenas me ha dolido. Me folla en esa postura durante un buen rato. Luego me hace tumbarme boca arriba, me sujeta los pies juntos con sus manos y los lleva hasta mi cabeza. Me hace daño pues la postura no es cómoda y menos cuando vuelve a metérmela por el culo. Gracias a Dios unos minutos más tarde consigue correrse permitiendo que baje mis piernas. Noto como se baja de la cama y como cierra la puerta al salir. Vuelvo a arroparme y a dormirme.
Suena mi despertador. Es la hora. Corro a la cocina a prepararle su desayuno. Debo darme prisa pues oigo el sonido de la ducha. Después se afeitará y vendrá a la cocina. Sigo con los preparativos, el zumo de naranja recién exprimido… su café bien cargado… de repente se presenta. Está guapísimo con su pelo largo…

- Esclava, ¿dónde está tu uniforme?

Dios mío, se me olvidó “vestirme”. Me arrodillo a besarle los pies para inmediatamente correr a por mis ropas. Me las pongo muy rápidamente y vuelvo a su presencia.

- Eso está mejor, pero tendré que castigarte. No puedo dejar pasar una falta tan grave ¿lo entiendes?
- Sí Amo. No volverá a pasar.
- Claro que no, de eso ya me encargo yo, de que no se te olvide. Déjame pensar… un castigo adecuado… sí, vas a pasar el día en el sex-shop de mi amigo. Sí, creo que es una buena idea. Además él luego me recompensará por tu “trabajo” en su negocio.

Oh, la maldita sex-shop. Ya he ido algunas veces “a trabajar” allí. La primera vez me pasé seis horas metida en una cabina que llaman el “Glory hole”. Es una habitación muy pequeña con un agujero en la pared. La que está dentro tiene que mamar todas las pollas que salgan por ese agujero. Perdí la cuenta de las pollas que mamé y me dolía la tripa de la cantidad de semen que tuve que tragar. También he tenido que actuar en los espectáculos. La peor vez fue cuando tuve que salir al escenario con dos negros con unas pollas enormes. Fue la primera vez que me hicieron “un sándwich”, los dos me follaron al mismo tiempo por mi vagina y por el ano. Todavía me duele solo de recordar el tamaño de aquellas pollas taladrándome al mismo ritmo.
Hace que me ponga una gabardina encima del “uniforme” y salimos en su coche. Tras unos minutos de viaje llegamos al parking del edificio donde está la sex-shop.

- Hola Antonio, ¿qué tal vas? –dice mi jefe a su amigo.
- Muy bien. Qué bueno verte por aquí. Hacía mucho…
- Sí, es verdad. Bueno, aquí te traigo a Adela para que “trabaje” un poco. Mira a ver si se te ocurre algo que pueda hacer, pero ya sabes, cuídamela y que no coja nada.
- Hombre, tranquilo. Ya sabes que aquí todo es con preservativo y mucha limpieza. Verás, acabo de dar los últimos toques a una novedad. Ven, creo que te gustará.

Yo les sigo muy preocupada por “la novedad” que le va a presentar. Por el pasillo nos cruzamos con algunos clientes que se paran a mirarme. Es normal, mi amo me quitó la gabardina y todos pueden verme a su gusto. Además, a pesar de mis algo más de cuarenta años me conservo muy bien. Siempre he sido más bien delgada, con buen culo y unos pechos por encima de la media. No soy fea y el corte de pelo de media melena que ha elegido mi Amo me favorece. Alguno incluso soba con descaro mi culo al pasar a su lado.
Llegamos a una sala. En el centro hay un artefacto de madera que recuerda a los cepos medievales. Uno tiene tres orificios y el otro uno solo pero más grande. Están separados por medio metro más o menos. Parecen acolchados y están tapizados en una tela de color rojo intenso.
Me hacen abrir la boca y me colocan un aparato de hierro entre los dientes. Me colocan frente al cepo de un solo orificio y me ordenan que me incline. Mis manos y cuello caen exactamente en los orificios del otro cepo. Bajan y cierran los cepos comprobando que no me puedo mover. Ahora me colocan unas correas en los tobillos que cierran con sus hebillas y sujetan a las patas del cepo. Por último el dueño de la sex-shop se acerca a mi cara accionando unos resortes del aparato que está en mi boca. Poco a poco el aparato hace que abra más y más la boca hasta casi desencajármela.

- Ahora ya está lista. ¿Qué te parece? Divertido ¿no? Uno puede follársela mientras otro se la mete hasta la garganta. Ella está firmemente asegurada y no puede evitar que la usen a su antojo. El aparato está acolchado para que no pueda hacerse daño. Para tu tranquilidad, voy a poner a uno de mis empleados aquí permanentemente para que se asegure de que usan preservativo y de que ninguno la lastime. ¿Te parece bien?

- Muy bien, realmente original. Me parece tan bien que te propongo que la estrenemos nosotros. ¿Hace?

Mi Amo se sitúa atrás para follarme mientras que su amigo se acerca a mi boca con su larga polla. Es más larga que la de mi Amo aunque más delgada. Ooggh, me la ha metido hasta la garganta. Ooggh, otra vez. Tengo que aguantar las arcadas. Oooggh…
Me había quedado en la etapa de la oficina. Fue una época agradable. Raúl crecía muy rápido, Fito me tenía satisfecha en la cama y además tenía mis aventuras con hombres ocasionales. Tenía suficiente dinero para vivir sin lujos y todo marchaba bien.
Así pasé 14 años. Hasta que un día todo se vino abajo. Raúl estaba en el instituto y Fito y yo estábamos en casa en una de nuestras sesiones de sexo. Fito me estaba enculando haciéndome llegar a un nuevo orgasmo cuando dio un grito gutural, se agarró al pecho y se desplomó sobre mí. Acababa de darle un infarto. Conseguí salir de debajo de su cuerpo e intenté reanimarle. Cogí el teléfono y llamé a una ambulancia. Aunque llegaron en poco tiempo no pudieron hacer nada por mi amante y firmaron el acta de defunción.
Entonces es cuando todo se desmoronó. La viuda se enteró de nuestra relación y me despidió fulminantemente. “No quiero tener en la empresa a una puta” me dijo delante de todos los demás empleados.
Me encontré en la calle. Tenía que buscar un nuevo empleo y eso, con la grave situación del país, era muy complicado. Presenté solicitudes en cientos de empresas para puestos similares al que había desempeñado, pero nada. Yo tenía experiencia pero me faltaba titulación. Intenté en supermercados, como dependienta en comercios, en todo lo que se me ocurrió y nada. Tan solo me ofrecieron un trabajo por horas para limpiar en una casa. Era muy poco pero acepté. El trabajo era duro y ganaba muy poco. Tuve algo de suerte y dos meses después me ofrecieron una segunda casa a la que limpiar también por horas. Pero seguía ganado muy poco.

Pasaba gran parte del día en las casas y luego seguía presentando solicitudes de trabajo, con lo que llegaba a casa molida. Entonces tenía que ocuparme de mi casa, con lo que no quedaba tiempo para nada más.
Pero lo peor estaba por llegar. Raúl ya tenía 17 años y salía con sus amigos. Amigos poco recomendables, pero cuando me quise dar cuenta se había aficionado tanto a ellos que no me hacía ningún caso. Las notas en el instituto comenzaron a empeorar. Los profesores me avisaban de multitud de faltas de asistencia a clase. Raúl llegaba a casa oliendo a alcohol y muy mareado. La cosa se estaba descontrolando.
Intenté hablar con él. Cuando era pequeño era un niño muy dulce y cariñoso e intenté volver a aquella situación. Pero el niño ya era casi un hombre y no quería entender nada. Se lo pasaba muy bien con sus amigos saliendo de fiesta y bebiendo. Además empezaba a drogarse. No quería dejar esa vida tan fácil e ignoró mis palabras. Cada vez me pedía más dinero para irse con sus amigos. Dinero que yo no le podía dar porque apenas ganaba lo suficiente para mantener los gastos de la casa y comer.

Con el paso del tiempo la situación fue empeorando. Raúl no me pedía dinero, me lo exigía. Me amenazaba con pegarme o romperme una pierna. Estaba como loco. Más tarde empezaron a faltar cosas de la casa. Estoy segura de que se las llevaba para venderlas aunque él lo negara. La situación era muy tensa, tanto que llegó a pegarme. Me dio un bofetón que me tiró al suelo y se marchó, sorprendido él mismo de su infame acción.
Pero Raúl ya no era mi Raúl. Tenía 19 años y la droga se lo estaba comiendo. Trapicheaba para pagar su vicio y no me hacía caso a lo que le decía. Yo sabía que esto terminaría mal, y lo peor era que no podía hacer nada para evitarlo.
Una noche llegó a casa totalmente drogado. Su aspecto era lamentable, sucio y con las ropas rotas. Se había peleado con alguien y tenía un poco de sangre en su cabeza. Hice que se sentara en el borde de su cama y me dispuse a curarle la herida. Me agaché para limpiarle la herida. Mis pechos quedaron justo delante de sus ojos y noté como sus manos me los agarraban. Me eché para atrás al mismo tiempo que le abofeteaba la mejilla mientras le llamaba cerdo. Entonces él se encendió, se puso en pie, me levantó como si fuera una pluma y me tumbó en la cama. En realidad él ya era todo un hombre al menos en tamaño, y muy fuerte. La sorpresa de su acción unida a su fortaleza me vencieron.

- ¿Cerdo, me llamas cerdo? ¿Tú, que no eres más que una puta? ¿Eh? ¿O no eras la puta de tu querido Fito, zorra? Me decías que me comportara como un hombre, pues vas a ver lo hombre que soy.

Cogió el cinturón de la bata que yo llevaba puesta y me ató las manos al cabecero de la cama. Yo le gritaba que me dejara, que era su madre, que no sabía lo que estaba haciendo. Grité mientras pude pues cogió unos calcetines suyos sucios que estaban en el suelo y me amordazó con ellos. Entonces abrió la bata. Era primavera y empezaba a hacer calor. Yo solía estar en casa en ropa interior con tan solo una bata ligera encima, la bata que acababa de abrir. Ante sus ojos se presentó mi cuerpo apenas cubierto por la sencilla ropa interior. El sujetador era de cierre delantero por lo que lo soltó. Mis pechos rebotaron antes de ser atrapados por sus manos y su boca. Me hacía daño porque los apretaba y mordía. Yo gemía de dolor. Entonces noté que sus manos intentaban bajarme las bragas. Apreté mis piernas para evitar que consiguiera sacarlas al mismo tiempo que intentaba darle patadas. No conseguí ni lo uno ni lo otro y al poco veía a mi hijo cómo se las llevaba a su nariz para olerlas.

- Hueles muy bien mamá. Hueles a hembra. Vas a saber lo que es un hombre.

Y diciendo eso se desnudó mientras evitaba las patadas que le lanzaba. No le costó sujetar mis piernas con sus fuertes manos. Lamió levemente me sexo y se puso de rodillas entre mis piernas. Su pene se colocó en la entrada de mi vagina. Yo le rogaba con mi mirada y mis gruñidos que no lo hiciera, que por favor no lo hiciera. Pero él se reía. Y siguió riendo mientras me penetraba una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez. Fueron unos largos minutos, muy largos, eternos. Yo lloraba, solo podía llorar. Llorar porque mi vida era un infierno. Llorar porque lo que más quería en el mundo, mi hijo, estaba perdido, irremisiblemente perdido.
Yo ya no oponía resistencia, era inútil. Raúl cogió mis piernas levantándolas y poniéndoselas en sus hombros. Puso sus manos en la parte interior de mis rodillas llevándolas hacia mi torso. Entonces noté como su pene se introducía en mi culo. Grité de dolor aunque ya todo me daba igual. Siguió follándome hasta que quiso y se corrió en mis intestinos.
Yo tenía los ojos cerrados llorando, noté que se apartaba de mí y se bajaba de la cama. Momentos después oí cerrarse la puerta de la calle. Cuando conseguí calmarme y, tras varios intentos, conseguí desatarme. Me duché largamente mientras sollozaba. Mi hijo me había violado, mi hijo me había violado, no paraba de repetirme. ¿Qué podía hacer, qué podía hacer?
Tomé una decisión: tendría que echarle. Si seguía en casa terminaría por matarme… Pero no hizo falta hacer nada. Raúl no volvió ni al día siguiente ni en dos semanas. Comencé a buscarle por el barrio, por donde solía estar con sus repugnantes amigos, pero nada. Esos malditos amigos no me daban ninguna información. Solo se reían de mí y me insultaban.

Busqué y busqué y no conseguí nada. Lo único que supe es que se había ido a otra ciudad con unos drogadictos como él. La policía tampoco me ayudó. Raúl era mayor de edad y podía hacer su vida. Si le veían intentarían que volviera a casa pero no me daban ninguna garantía.
Y, sí, tuve noticias de la policía. Habían detenido a Raúl en una ciudad de la costa. Estaba acusado del asesinato de otro drogadicto. Si era encontrado culpable pasaría muchos años en la cárcel. Tenía que hacer algo y que fuera efectivo. Contacté con un buen abogado al que conté la situación. Era un buen hombre que me aseguró que lograría sacarle de esta situación. No era barato pero yo tenía los ahorros de los años pasados con Fito y se los entregué.
Se puso a trabajar. Investigó, habló con testigos, con la policía, utilizó detectives, pero cuando llegó el juicio tenía pruebas suficientes para demostrar que mi Raúl no había sido el asesino. Raúl salió absuelto y yo me volví loca de felicidad. Pero el proceso había sido más largo y caro de lo que se preveía. Había más gastos, muchos más gastos y tuve que vender mi casa para poder pagar. Pero no me importaba, ¡Raúl estaba libre y estaba conmigo!
¡Oh, que gorda la tiene este! Llevan más de una hora follándome uno tras otro sin parar, pero este me hace daño por lo grande que es. Voy a hacerle una seña con la mano al empleado que vigila para que me ponga un poco más de lubricante que suavice la penetración.
Otro que se acerca por delante. ¡Va a ser un día muy largo!

Raúl se había recuperado un poco pero todavía estaba mal. Vivía conmigo en un piso de alquiler en otro barrio en un intento de apartarle de sus malas compañías. Pero le encontraron, y yo creí morirme cuando le vi en compañía de esos indeseables. Recurrí a mi abogado porque no tenía a nadie más. Se apiadó de mí y de mi hijo. Me dijo que conocía una institución en Suiza donde podían ayudar a Raúl. Era una especie de internado escolar para niños realmente problemáticos donde enviaban a niños ricos que sus padres querían enderezar. Ellos podrían tener a Raúl primero como interno hasta que se “limpiara” y luego se quedaría a trabajar como instructor educando a su vez a los internos. Ellos costearían la reeducación de Raúl si él se comprometía a trabajar como instructor diez años.
Me pareció una solución perfecta. Le separaba de las malas compañías y le conseguía un trabajo bueno, digno y honrado. Organicé una reunión con Raúl y el abogado. Hizo un trabajo magnífico con mi hijo logrando que firmara el contrato en el que se comprometía a efectuar la desintoxicación y a trabajar al menos diez años en esa institución. Al día siguiente Raúl estaba en un avión camino de Suiza.
Yo estaba feliz. Por fin algo empezaba a marchar bien. Ellos curarían a mi hijo y le darían un trabajo que le mantendría apartado de estas malas influencias por unos cuantos años. Estaba tan feliz que quería agradecerle su ayuda y sus esfuerzos a Arturo, mi abogado. Preparé una gran cena dentro de mis posibilidades para agasajarlo. Me puse lo más elegante y atractiva que pude para recibirle adecuadamente. Y Arturo llegó.
Fue una cena maravillosa y él estuvo encantador. No te he dicho que Arturo es cuatro o cinco años mayor que yo – en ese momento yo tenía cuarenta y uno- alto, moreno y con un pelo precioso. Me encantaban sus ojos y la manera en que siempre me miraba. Cenamos muy agradablemente. Conversamos tomando una copa y me preguntó por mi vida. Le conté por encima, sin entrar en grandes detalles, como había sido hasta ese momento y el momento actual. Le confesé que me encontraba muy cansada de tanto luchar, que estaba feliz por haber encauzado a mi hijo aunque lamentaba haber tenido que gastar todo lo que tenía hasta mi casa y muebles para pagar la libertad de mi hijo. Le dije que en esos momentos no me importaría nada que alguien se ocupara de mí mientras yo me ocupaba de hacerle feliz.

Bailamos, puse música –de la radio- y bailamos. Nuestros cuerpos estaban muy juntos y yo le besé. Le besé con pasión. Le estaba muy agradecida y además era muy guapo. Deseaba hacerle el amor y se lo susurré al oído. Él me miró a los ojos y me dijo mientras bailábamos que no era posible. Nos sentamos mientras le preguntaba que por qué no era posible. Sabía que ninguno de los dos estábamos casados, entonces…

Continuara .......


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Tu sumisa esclava 2 es un relato escrito por Nenapeke publicado el 25-05-2022 23:17:05 y bajo licencia de Creative Commons.

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