Silvia y Lily en la mansión de los gozos sombríos 3
Escrito por Anejo
La reunión en la mansión sombría evoluciona hacia un ambiente de fiesta distendida. Parejas y tríos, hombres de aspecto tímido y mujeres mundanas, y viceversa, se reúnen ahora en el amplio salón comedor. Comen emparedados y pinchos, canapés y frutos secos mientras beben combinados, cava, cervezas.
Silvia y Lily, ya vestidas y recompuestas, charlan distendidamente con una mujer mayor que podría pasar por la directora de una escuela y dos hombres de aspecto afectado, vestidos de forma elegante y que transpiran educación y clase por cada poro de su cuerpo.
Se acerca la media noche y el ambiente parece irse electrificando, como si las cargas se fueran polarizando sobre las pieles de los invitados. Son dos docenas de personas de toda edad, género y condición, reunidos por su afición a una sexualidad alternativa y estigmatizada. Hay matrimonios, personas casadas y solteras solas, gente indefinible.
Suenan las campanadas del reloj y el Señor de la casa se pone en pie. Esto basta para que el silencio se extienda entre los presentes.
- Queridos y queridas: Espero os estéis divirtiendo como es habitual en esta casa. Sabéis que trabajamos abnegadamente por vuestro placer. Esta noche, tenemos dos nuevas aspirantes a convertirse en miembros permanentes de nuestra pequeña sociedad. Por favor, Silvia y Lily, venid aquí.
A Silvia se le cae al suelo un canapé de queso y anchoa y tose regurgitando una parte de su gintónic. Pero ¿qué dice aquel iluminado? Ellas han venido a celebrar su despedida de soltera, no a opositar para acceder a una secta de pervertidos. Lily levanta su copa y sonríe encantada. “¡Vaya gilipollas!” Piensa Silvia.” ¿Es que no tiene nada dentro de esa cabeza de chorlito?”
- Y para darles la bienvenida que se merecen, voy a pedirle a mi querida Jessica – la esposa del anfitrión se adelanta desde el fondo del comedor, vestida con un vaporoso vestido de seda que peca un poco de recatado – que acompañe a nuestras nuevas amigas y les haga los honores que merecen. Señoritas…
Lily coge de la mano a Silvia y la conduce tras los pasos de la señora Jessica, que se mueve con soltura y naturalidad, como si no la hubieran taladrado por todas sus oquedades hace apenas media hora.
Se reanudan las conversaciones, risas, susurros. Silvia lo oye desde un cuarto pequeño que lo parece sobre todo por la gran cantidad de vestidos, maletitas, espejos y biombos que lo llenan sin dejar más de cuatro metros cuadrados practicables.
- Chicas – habla con acento británico la dama – es vuestro momento. Desnudaros.
Silvia pone cara de estupor, que se incrementa cuando observa cómo su amiga obedece sin rechistar.
- Vamos, tonta – la apremia Lily – que estamos entre mujeres
La dueña de la casa da una mirada apreciativa, un poco de cortesía, a las ubres siliconadas de la muchacha y a sus adiposidades bronceadas. Luego, su mirada evidencia auténtico interés y admiración ante la desnudez de Silvia. Los pechos son armoniosos y firmes, aunque sólo tienen la mitad del volumen de los de Lily. La cintura es perfecta, marcados los músculos sin exageraciones, definidas las líneas que descienden hasta el pubis, poblado pero con gracia. Las piernas y el culo se ondulan en suaves curvas y los pies…
- Los zapatos también, darling – ordena la dama.
Silvia obedece sin mirar. Sus zapatos de piel se desprenden dócilmente.
- Mmmm. Los pies están en armonía con el resto. Preciosos. – loa la señora.
Después gira en redondo y abre un armario lateral de donde extrae una caja de cartón. De ella escoge unos bodys de licra reforzados en el busto por aros metálicos. Las prendas, de un verde oscuro aterciopelado, entran perfectamente en los cuerpos y elevan los senos de las dos invitadas. Ni siquiera cubren los pezones, más que cubrir, exhiben las tetas como en un escaparate. Silvia observa que la parte inferior está abierta, su vagina queda expuesta a la vista y accesible.
- Este calzado no es cómodo, pero va perfectamente con el conjunto – anuncia Jessica mientras toma el pie de Silvia y acaricia con sus dedos la planta y el empeine sin disimular su admiración.
Luego lo introduce en una sandalia rígida, de talón altísimo y que deja el pie totalmente a la vista, sujeto con finos cordones negros, que se enrollan formando un zigzag hasta unos centímetros por debajo de la rodilla.
Satisfecha, la señora toma ahora unos brazaletes de cuero y dos collares. Silvia retrocede, sus pupilas se dilatan alarmadas.
- Tranquila, cielo - la amansa la dama – todo está controlado. No corres peligro alguno.
- No me gustan esas correas – se queja Silvia.
- No seas aguafiestas, chatita – interviene Lily – Hemos venido a divertirnos y a tener nuevas experiencias ¿no?. Venga, pónmelas a mí.
Las pulseras y los collares tienen adosadas diversas anillas metálicas. Pronto se ve su misión. Jessica sujeta a la espalda las manos de cada muchacha y pasa una correa larga por cada anilla del collar.
Falta un detalle. De la caja salen dos plugs orales, como dos bolas de golf sujetas a unas correas. Están perforados por docenas de agujeros que los atraviesan de parte a parte. Jessica los coloca hábilmente en las bocas de las invitadas. Las babas pueden fluir libremente desde las gargantas de las sumis. Porque ahora, Silvia y Lily se han convertido en dos sumis.
Caminan con dificultad haciendo equilibrios con los brazos rígidos a la espalda. Antes de entrar al salón, Jessica les sujeta el cabello con sendas cintas. Ahora parecen dos yeguas por desbravar caracoleando en el picadero.
Hay un murmullo de admiración cuando entran al gran comedor. El Señor se aproxima a contemplarlas de cerca. Toma las riendas de manos de su esposa y las pasea como dos trofeos alrededor de los invitados.
Silvia tira de su correa, quiere decir que ya basta, pero suena algo así como “mghmgh…pppp…mgmghh” y la saliva se escapa por los agujeros y cae sobre sus tetas desnudas. Una mano se introduce entre sus nalgas y pellizca sus labios mayores. Un hombre alto y fuerte está haciendo lo mismo con Lily, que parece encantada con la situación y gime de gusto. Pero ella tiene miedo ahora. Todo esto es mucho más divertido y excitante si se lo hacen a otra pero no a ella, no a ella.
Se revuelve y lanza una patada que no alcanza a la señora de aspecto venerable, que era la que la estaba sobando descaradamente.
- Esta jovencita necesita un castigo. Eso ha estado muy feo, querida – se lamenta la abuela viciosa con un brillo de deseo en los ojos.
- Claro que sí, doña Herminia – concede de inmediato el Señor – ¿Le parece a usted que un rato con el Crazy Horse bastará?
- Me parece bien. Vamos allá – dice la ancianita entusiasmada
El Crazy Horse es una estructura de madera con patas. La altura se puede regular, de manera que cuando suben a la fuerza a Silvia, sus pies quedan en un equilibrio inestable. Los bordes del “caballo” se clavan en los labios vaginales de Silvia, que intenta salir del artilugio caminando a pequeños pasos hacia delante.
- Nada de eso, muchacha – masculla sádicamente la señora mayor.
Y sujeta por la anilla del collar a Silvia. Hay una cadena un metro por encima de la cabeza de la chica y el Señor sujeta la correa a la cadena e indica a uno de los tipos que accione una palanca que hace subir ésta. Ahora Silvia no puede escapar. Intenta apoyar las manos, pero cambian la atadura y sujetan sus muñequeras a la correa del cuello.
Silvia se debate desesperadamente, pero eso aumenta el roce se du vagina sobre el tronco. Finalmente se queda quieta, llorando y dejando escapar saliva por su plug para deleite de los espectadores.
- Ahora, zorrita rebelde, la abuelita va a calentarte un poco el culo – anuncia la anciana, que ya no parece tan venerable.
Se quita el vestido con soltura y muestra un cuerpo bien conservado, sorprendentemente moreno y fibroso. La vieja luce un body negro muy ceñido que le da apariencia de dómina experta. Toma una fusta de un armarito y se acerca agitándola en el aire. Hay expectación entre el público.
- Vamos a hacer que Silvia disfrute también un poco – indica Jessica acercándose con un enorme dildo vibratorio.
Hay un orificio en la base del lomo del caballo y el consolador cabe perfectamente por él. La señora lo hace girar hasta introducirlo dentro de Silvia.
La señora mayor lanza su primer latigazo. ¡Es una maestra del azote! Silvia emite un gemido largo y agudo, ahogado por el plug y Jessica activa el vibrador a intensidad baja.
Mientras tanto, dos hombres han pillado a Lily, indefensa, con las manos sujetas. Pero la verdad es que ella no hace nada por evitarlo. La sientan sobre ellos y le abren las piernas, la masturban con fuerza y muerden sus tetas expuestas. Bueno, Lily está en la gloria.
Con los ojos entornados y un tremendo temblor recorriéndole el cuerpo, Silvia recapitula sus sensaciones inconscientemente. Primero, la humillación ante aquellos desconocidos; luego, la vulnerabilidad, sentirse como una niña indefensa y dispuesta a soportar cualquier castigo; y de ahí, una fuerte excitación recorriendo su cuerpo, como algo ajeno a ella, imposible de controlar, sólo sentir. Y ahora, un orgasmo agónico, doloroso y liberador, con un espasmo de placer recorriendo su vulva, su útero, con cada latigazo en su culo y la vibración incesante. El dolor en sus pies contraídos, sus gemelos agarrotados, sus muslos temblorosos, se convierten en estímulos que multiplican el placer que parece no va a terminar nunca.
Molly, la mujer-vaquita humillada, reaparece con una bandeja de zumos de frutas que ofrece a los reunidos allí. Mira con cierta envidia a Silvia, convertida en el centro de atención de todos y a Lily, forzada ya por varios de los hombres, recorrida por muchas manos, con una polla en la boca y otra entrando y saliendo de la ranura de su body.
Detrás de Molly, un hombre moreno y delgado de mirada aviesa y andar traicionero. Viste uniforme blanco y se acerca a Silvia sonriente. Debe ser Ricardo, el cocinero. Se interesa por las tetas de la prisionera. Observa las babas que caen de su boca forzada. Con manos expertas de repostero, amasa aquellas hermosas masas de carne, humedeciendo toda su extensión con la saliva caliente, recién vertida. Luego pellizca los pezones mojados que se escurren entre sus dedos. Es un nuevo dolor, una nueva humillación, que hacen que Silvia explote en un orgasmo más intenso de lo que puede soportar.
Luego, todo se vuelve oscuro.
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