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Siete días
Escrito por Lena

PREFACIO

Por fin había conseguido exponer en una galería de arte. Era un pintor muy convencional y el mercado pedía otras cosas. La realidad es que Alba, la galerista, se había apiadado de aquella pareja y estaba dispuesta a darle una oportunidad, sabía de sus apuros económicos, viviendo de las traducciones que ella conseguía. La inauguración estaba más llena de amigos que de posibles clientes, pero quizá vendiera alguna cosa y si no ella estaba dispuesta a quedarse alguna obra. Allí vio a Roberto, hablando con Juan, delante de una de las pinturas. Roberto era un buen cliente, aunque sabía que difícilmente se interesaría en alguno de aquellos cuadros.

- ¿Cuánto pides por este?

- No está en venta señor. Es un retrato de mi compañera.

- Todo está en venta, créeme. Yo te pagaría hasta tres mil euros por él.

- Lo siento, señor, pero a ella le sabría mal que nos desprendiéramos de este cuadro.

- Es aquella mujer de allí. ¿Verdad? Porque no se lo preguntas.

Alba le había hablado de la pareja y su situación económica cuando lo invitó a la exposición.

- Vamos, pregúntaselo. No creo que se moleste por ello. En todo caso dile que yo he insistido.

Alena era la típica mujer eslava, rubia, de ojos claros, debería tener unos treinta y cinco años, alta, con un cuerpo que se podría definir como perfecto, sin ser voluptuoso.
Cuando su compañero la apartó del grupo de amigos para consultarle lo que le había dicho aquel, para él, desconocido señor, dirigió una mirada, acompañada de una franca sonrisa, hacia Roberto.

- Me ha dicho que sí. Que después de todo puedo hacerle otros retratos.

- ¿Ves? Pues le diré a Alba que ponga el punto rojo de vendido.

- Gracias señor.

- ¿Y, por ella? ¿Cuánto pedirías por ella?

- ¿Qué?

Hasta veinte mil le ofreció por una semana. Iba a pasar un mes en su casa de la costa y le gustaría disponer de ella durante una semana. Fué directo, sin rodeos, la quería como esclava sexual durante siete días.

- Por dios, señor, nunca haría esto, ni ella lo permitiría.

- Si cambias de opinión pídele el teléfono de mi asistenta a Alba. Naturalmente ella debería estar de acuerdo. Por cierto, ¿Como se llama?
- Alena. se llama Alena.

- ¿Alena? Curioso nombre.

- És rusa, señor.

- ¡Ah! Vaya. Bueno ya sabes. Veinte mil euros, pensarlo, sería solo una semana y naturalmente no le produciré ningún daño, al menos irreversible. No soy un sádico.
Alba me conoce muy bien.

Fué Alena quien lo convenció. Sería solo una semana y un dinero que necesitaban, lo que no le contó es de sus fantasías de sumisión. Le daba miedo dar aquel paso, se sentía insegura para hacerlo, pero realmente era mucho dinero, al menos para ellos.

- Está bien, pediré el teléfono de la asistenta de Roberto a Alba.

- Si no te sabe mal iré yo misma a pedírselo, por lo visto conoce bien a este hombre y miraré de sonsacarle si es de fiar, tan de fiar como para dar este paso.

Alba enseguida intuyó por qué le pedía aquel teléfono, por lo visto realmente conocía muy bien a aquel hombre.

- Alena. ¿Eres consciente de en qué te metes? Conozco, desde hace años a Roberto e intuyo por qué me pides el teléfono de su asistenta.

Le confesó lo que ella ya adivinaba. No, Roberto no era un psicópata ni mucho menos, pero quizá ella no estaba preparada para satisfacer sus deseos. Sería usada, humillada, azotada. No era la primera ni sería, de seguro, la última. ¿Estaba realmente preparada? y sobre todo ¿Estaba preparada para el después?

- ¿El después? Él dijo que sería solo una semana.

- Sí, solo será una semana. Nunca más te usará, aunque se lo supliques. Pero tú. ¿Tú serás la misma? Lo he visto en otras mujeres, hace años que lo conozco, algunas no han vuelto a ser las mismas.

- Conmigo esto no sucederá, yo amo profundamente a Juan.

- Está bien. Aquí tienes el teléfono y si luego necesitas algo yo estaré aquí.

No sabía muy bien a qué se refería con esto último, como y en que podía ayudarle si tanto le afectaba lo que iba a hacer.

Fué su compañero, Juan quien llamó a la asistenta. Le pidió las tallas que usaba su mujer, por lo visto iba a comprarle vestidos para usar durante la semana que pertenecería a Don Roberto. Así le llamaba, Don Roberto. Será recogida el próximo lunes por el chofer de su jefe y devuelta el siguiente domingo en su domicilio. Antes había de cumplir unos trámites; Alena debía ir al despacho del abogado de Don Roberto, firmar un contrato de confidencialidad y un documento de entrega.

Alena estampó con su firma, sin problemas el primer documento y leyó con mucha atención el documento de entrega.

“Yo, Alena Smirnova, de treinta y seis años de edad, en pleno uso de mis facultades, me entrego como esclava sexual a Don Roberto Gorina, durante el periodo de una semana, por lo cual mi pareja de hecho Juan Ramírez, recibirá la cantidad de 20.000 euros que serán transferidos en dos mitades, una primera mitad el primer dia de la entrega y la segunda al ser devuelta a su domicilio habitual, siempre y cuando haya cumplido con mis obligaciones como esclava. Estas serán:

- Satisfacerlo en todos sus deseos y peticiones siempre que éstas no contemplen prácticas que comporten lesiones ni marcas perennes.

Por su parte el comprador queda obligado a:

- No llevar a término prácticas escatológicas, entendiendo por ello prácticas con heces, ni otras que pongan en riesgo la salud de la esclava.

Derechos del comprador:

- Este se reserva el derecho de repudiar a la esclava si esta no cumple con las obligaciones inherentes a su estado, así como el de aplicar correctivos si lo considera necesario.

Otras consideraciones:

- El comprador y la esclava establecerán una palabra de seguridad, por si se diese el caso de que las prácticas ejercidas sobre ella superasen, de forma evidente, su umbral de dolor.

Acepto y firmo en tal dia como hoy /…/…/…/”

Rellenados los espacios previstos para la fecha, Alena estampó su firma, sin poder evitar un ligero temblor de su mano.
Salió de allí con una copia de cada documento.

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PRIMER DIA

Solo la música clásica, que emanaba de la radio, rompió el silencio, dentro de aquel coche.
Quien lo conducía se había presentado como empleado de Don Roberto. Más tarde supo que se llamaba Manuel. Era un hombre de unos cuarenta años, robusto y por lo visto silencioso, cosa que Alena, sentada en el asiento trasero, agradecía, con sus nervios a flor de piel.
Dejaron la autopista y la comarcal, para adentrarse en una estrecha carretera, llena de curvas, hasta llegar a la mansión del que iba a ser su AMO, durante una semana. Porqué de esto se trataba, de una antigua mansión desde la cual se vislumbraba, a sus pies, el mar.
En la puerta la esperaba aquella mujer.

- Bienvenida Alena, me llamo Raquel y soy la asistente de Don Roberto y quien va a cuidar de ti durante estos días.

- Buenas tardes, señora.

- Sígueme, te voy a mostrar tu habitación.

Desde la ventana podía ver el mar. Se trataba de una habitación sencilla, con una cama con un cabecero de barrotes metálicos, que se repetían en la parte inferior. Contaba con un aseo, con bañera y ducha.

- Puedes abrir tu maleta y dejar la ropa en este armario, aunque he aquí te vestirás según el momento y la que he comprado para ti. Si quieres te la podrás llevar como recuerdo de estos días.
Hoy cenarás con Don Roberto. Te aconsejo que seas amable y obediente con él, procura no hacerle enfadar. Debes tratarle siempre de usted y de señor o AMO. ¡Ah! y agradece la sinceridad. Relájate, sigue mis consejos y todo irá bien.
Desnúdate. Ahora voy a maquillarte y vestirte para la cena. Es un momento trascendental.

Hizo que se mirara en el espejo situado detrás de la puerta del armario. Nunca su cabellera, que le llegaba hasta los hombros, había sido tan cuidadosamente peinada. El maquillaje, discreto, pero perfecto, resaltaba sus ojos y sus labios. Lo que más la impactó fue verse con aquel vestido, sujeto por un solo tirante que pasaba por detrás de su nuca, con algo de escote frontal y con los laterales abiertos hasta la cintura. llegaba hasta la mitad de sus muslos, con los pies desnudos. Pero lo que realmente le turbó, fue aquella tela plateada que transparentaba su cuerpo, solo cubierto por un pequeño tanga negro.

- Tienes unos hermosos senos y el pubis sin depilar. Te aseguro que le vas a gustar. Ahora te llevaré al comedor.

Sentada en aquella larga mesa, con dos cubiertos, uno en cada punta, debía esperar su llegada.

- Buenas noches, Alena.

- Buenas noches, señor.

Solo lo miró por un momento, cuando él entraba en el comedor. Era realmente bien parecido, con sus canas laterales, vestido con un traje de verano. Aquel iba a ser su AMO durante una semana. Bajó la mirada cuando él se sentó. Se sentía nerviosa, insegura, como nunca se había sentido.

- ¿Qué te ocurre esclava? ¿Te sientes incómoda vestida así?

- Un poco si…Señor. - Debía ser sincera. Eso le había indicado Raquel.

- Me gusta que te sientas así. Pero cuando te hable quiero que me mires a la cara.

- Sí…Perdone. señor.

- Vete acostumbrándote, porque a partir de hoy, cuando cenes aquí, conmigo, deberás ir totalmente desnuda. Ahora nos van a servir la cena. espero que la disfrutes y mientras cenamos me cuentas de ti. ¿Es verdad que haces traducciones del ruso para algunas empresas?

- Sí, así es, señor.

- Cuando te haya devuelto hablaremos de ello, puede ser que me interese, tengo negocios con rusos y bielorrusos. Por descontado será un trato exclusivamente profesional.

La cena, más que una cena fue un interrogatorio. Le preguntaba con amabilidad no exenta de la autoridad que tenía sobre ella. Contestaba a todas sus preguntas por incómodas que algunas fuesen: Su primera experiencia sexual fue a los dieciséis años, con su tío, sí, fue consentida, después de él había mantenido relaciones con tres hombres, incluyendo su actual pareja. No, nunca había sido sometida y sí, había mantenido y mantenia sexo anal y le gustaba hacerlo. Hacía diez años que vivía en España, los últimos cuatro conviviendo con Juan. Tenía fantasías, como suponía que tenía todo el mundo, nunca las había contado a nadie, las más recurrentes eran de abuso, en las que terminaba cediendo al placer, así como de prostitución, sí, se tocaba teniéndolas.

- Está bien. Ordenaré a Manuel que haga la primera transferencia a vuestra cuenta.
Antes de hacerla aún estás a tiempo de echarte atrás, si es así, dormirás esta noche en la habitación que te ha sido asignada, romperé el contrato y mañana por la mañana serás devuelta a tu casa, ¿Quieres seguir o no?

- Sí, señor, quiero seguir.

- Entonces termina tu copa de vino con calma, yo voy a la sala de lectura. Dentro de unos diez minutos mi empleado vendrá a buscarte.

- De acuerdo, señor.

Allí estaba él, sentado en un sillón, con una mesita redonda a su lado, fumando un cigarro.

- Aquí la tiene Don Roberto.

- Cierra la puerta y quédate aquí.

Al entrar hizo una rápida mirada a aquel espacio, se trataba de una biblioteca donde las estanterías, llenas de libros, ocupaban dos paredes. Para su sorpresa en una de las paredes libres colgaba su retrato pintado por Juan y a su lado una fusta.

- Ven aquí, acércate. Así. Arrodíllate. Recoge y levanta tus cabellos. Es hora de que te pongas tu collar, el que lleva tu nombre grabado en la placa. Deberás llevarlo siempre mientras no te duches o bañes. ¿Me oyes bien? Siempre.

Un escalofrío recorrió su cuerpo cuando sintió el contacto del cuero en la nuca, en el cuello.

- Te lo llevarás a tu casa para que no olvides estos días.
Ahora pon las manos detrás de tu espalda.

Roberto se levantó y sin ni siquiera desabrochar su cinturón, abrió su bragueta, sacando su pene, aún flácido.

- Supongo que no tengo que decirte que espero de ti.

Sin hacerse de rogar. besó aquella polla, la lamió, la lamió hasta que estuvo a punto para llenar su boca.

- Traga, traga más. No me obligues a follarte la boca. Así. Sí.
Vas a tragar hasta la última gota de mi leche.

La notaba dura en su boca. Se esforzaba en hacerlo Nunca había tragado el semen de ningún hombre. Pensó que vomitaría, pero no fue así.

- ¿Sabes lo que eres ahora? Dilo, di que eres.

- Una esclava. Su esclava, señor.

- ¿Una esclava? Lo que eres es una vulgar ramera, que vende su cuerpo por dinero. Una puta. ¡Dilo!

- Soy una ramera. Una vulgar puta, señor. Eso es lo que soy.

Entonces vio cómo hacía una señal a Manuel, este la cogió con fuerza e hizo que se levantara.

- Desnúdate. Don Roberto quiere ver bien tu cuerpo.

Obediente, se desnudó, delante de aquellos dos hombres y así, desnuda, fue llevada hasta la puerta y obligada a dar la espalda, apoyándose en ella.

- Saca el culo. Levántalo bien.

El primer azote, que le propinó Manuel, la cogió por sorpresa, un gemido de dolor se escapó de su boca. No iba a repetirse, no debía quejarse, tenía aguantar aquellos azotes, que nunca sabía con qué fuerza serían dados, ni cuál de sus nalgas sería castigada, ni siquiera el tiempo que transcurrirá entre azote y azote. Sus ojos se humedecían, aunque no tanto como su sexo. No sabía que le estaba ocurriendo, no sabía porque aquel ardor en sus nalgas, aquellos azotes la excitaban.

- ¿Cómo tiene el coño?

- Mojado, señor. Muy mojado.

- Fóllala. Fóllala fuerte, a cuatro patas. mirando hacia mí, quiero ver su cara de perra corriéndose.

Entre jadeos, con la boca entreabierta, mostraba su rostro a su AMO, sus ojos húmedos, reflejaban lujuria.

- Sabía que eras una perra sumisa. Te dejarías follar por cualquiera, ahora.

- Sí…Sí…Señor…

Se corrió por dos veces antes de que aquel hombre, un perfecto desconocido hasta aquella tarde, con el que no había cruzado ninguna palabra, vaciara dentro de ella.

- Que puta llegas a ser.
Llévatela a su habitación y prepárala.

Allí estaba, sin ni siquiera tiempo para reponerse. Sus muñecas sujetas a los barrotes de la cama, su sexo era acariciado, su clítoris. Volvió a estar excitada, caliente, como pocas veces había estado.

Lo vió entrar a la habitación, ordenar a Manuel que se fuera, desnudarse. La penetró de un solo golpe, estaba tan lubricada que no le costó ningún esfuerzo. La follaba con rudeza.

- Así es como lo quieres ¿Verdad? Así es como siempre lo has querido.

- Sí. Sí, señor. No pare. No pare. Por favor señor.

- Seguro que Juan no sabe lo viciosa que eres.

- No. No lo sabe, señor. Nunca lo ha sabido.

En realidad, ni ella lo sabía, hasta aquel momento.
No le sorprendió que esculpiera en su cara. No era más que una ramera. Así se lo había dicho, así lo sentía ahora.

Se vistió y se fue, dejándola atada en la cama. Agotada. Avergonzada de sí misma.

- ¿Estás bien cariño?

Raquel le limpiaba, con un pañuelo, suavemente la cara.

- Sí, señora, estoy bien.

Mientras desataba sus muñecas le preguntó si había sido azotada.

- Sí, en las nalgas. Nunca me lo habían hecho. Nunca.

- ¿Aún te duelen? - Solo un poco, señora.
- Date la vuelta, te voy a poner un ungüento. Ya verás como te alivia.

Masajeaba sus nalgas con algo frío. La sensación no dejaba de ser agradable y relajante.

- ¿Sabes? Tu AMO me ha dicho que le habías gustado mucho.

- ¿De verdad le ha dicho esto?

- Sí, de lo contrario no te lo diría. Te has portado muy bien, seguro que serás una de las mejores esclavas que ha tenido.

- ¿Han sido muchas?

- Unas cuantas. Solo por una semana, como tú. Cada verano trae una de distinta.
Ahora descansa, mañana vendré a despertarte para vestirte y llevarte a desayunar. Me ha dicho que quería llevarte a comer al pueblo, aún no he pensado cómo vestirte.
Ahora descansa.

- Sí, señora, Gracias por cuidar de mí, señora.

Besó, cariñosamente, una de sus nalgas antes de retirarse.

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SEGUNDO DIA

Desayunaba en una terraza de la mansión, contemplando el mar. Raquel había optado por ponerle un vestido veraniego de tirantes, escotado y cubriéndola hasta la mitad de sus muslos. Rojo, con un estampado de pequeñas flores blancas. Al igual que el día anterior solo un pequeño tanga era su única ropa interior.

Sintió su presencia, la presencia de su AMO, a sus espaldas. Una de sus manos adentrándose en su vestido, acariciaba sus seños, mientras la otra se acercaba a su boca, separando sus labios. Chupaba aquellos dos dedos, mientras sus pezones se endurecían.

De nuevo se estaba humedeciendo. Por un momento pensó en Juan; sentía que su entrega, tan fácil, era una infidelidad, una traición, pero ya no podía ni quería evitarlo.

Con un manotazo tiró todo lo que había en la mesa.

- Levántate, zorra. Levántate y apóyate en la mesa, aún no he probado tu ano.

Le levantó la falda y bajó su tanga, usando un preservativo introdujo, al principio suavemente, su pene. La cogía por la cintura.

- Hasta el fondo te la voy a meter. Pronto empezó a jadear, a gemir.

- Me hubiese gustado estrenarlo, pero ya veo que lo tienes muy dilatado. Se ve que te han dado bien.

- ¡Oh! Señor. Mi señor.

- Tócate el coño. ¡Frota fuerte! Así.

- Sí. Sí. Gracias, señor.

Se corrieron al mismo tiempo. Sus piernas temblaban. Sintió un gran vacío cuando se separó de él.

- Arréglate el vestido. Vamos al pueblo, hoy daremos un paseo.

- Pero…

- ¿Pero qué? ¿Qué te ocurre ahora?

- ¿Con el collar, señor?

- Naturalmente. Debes llevarlo con orgullo. El orgullo de ser mi esclava. La palabra, pero está prohibida, tenlo claro.

- Sí. Perdóneme, AMO.

Se trataba de una localidad costera y como tal llena de comercios, bares y restaurantes. Los hombres la miraban; a sus senos, a su collar, algunos sonreían, como sonreían algunas mujeres. Roberto era saludado por algunos vecinos, por lo visto era una persona conocida y respetada.
En una pequeña joyería compró para ella una cadena de oro para su tobillo. Un complemento más que indicaba su condición.
Era ya el mediodía y se dirigieron a un restaurante. Hora de comer.

- Buenas tardes, Don Roberto. ¿Desean la carta para escoger?

- No hace falta Abbas, sírvenos un arroz con bogavante.

Era un hombre de tez oscura, algo bajo y robusto. Sus ojos, negros, no pudieron evitar dirigirse donde todos; sus senos y su collar.

- Tardará unos minutos, señor. Les traigo la carta de vinos y unas lonchas de jamón para picar.

- ¿Te gustan los pakistaníes?

- No. No, señor.

- Vaya, ya veo, eres una racista.

- No es racismo, señor, pero no me atraen.

- Mejor me lo pones. El pobre hombre hace cuatro años que llegó aquí, solo trabajar y dormir en la habitación de una pensión, esta es su vida.

Alena no entendió el comentario, pero se guardó de hacer cualquier comentario.

Le sirvió primero a ella, se le veía algo nervioso, la presencia de aquella mujer lo turbaba.

- ¿Te gusta mi putita Abbas?

- Es muy guapa, señor.

- Se llama Alena, es rusa. Ya sabes lo que dicen de las rusas.

- Sí…Sí, señor.

- ¿Te gustaría tíratela?

Alena, avergonzada, bajaba los ojos, movía nerviosamente sus piernas. Aquel hombre se ruborizó.

- ¿Que..Que dice, señor?

- Si te gustaria follártela, echarle un polvo. Ya sabes.

- Sí. Claro que me gustaría señor.

- Pues estate atento. cuando terminemos de comer te la mandaré a la cocina.

- Tengo que servir las mesas, señor.

- Está tu compañero y solo serán unos minutos. Toma este condón, quiero que lo uses.
Si no se porta como es debido házmelo saber.

- Sí. Don Roberto. Gracias. Gracias, señor.

- Pero…

- Te he dicho que esta palabra está prohibida. Estás aquí para cumplir con mis deseos, si sigues así me obligarás a tomar medidas.

- Perdón, señor.

- Ahora disfruta de la comida.

Allí, en aquel almacén del restaurante, le manoseaba los senos, torpemente y aun así sus pezones se endurecieron. Aquellos pezones que él chupaba, llenándolos de sus babas.
Acercó los labios a los suyos. Alena giró la cara, no quería, de ningún modo ser besada por aquel hombre.

- Bésame, puta rusa.

- No. No quiero que me beses.

- Se lo diré a Don Roberto. Él ha dicho que podía follarte.

- Dile lo que quieras. Follarme no es besarme.

- Desnúdate y túmbate en esta toalla. Ahora vas a ver lo que es ser follada.

Cuando vio su pene se asustó, se asustó de verdad. Nunca había visto nada así. Ni siquiera había fantaseado con algo como aquello.

- Por favor. por favor, no me hagas daño. te lo ruego.

Se tumbó encima suya sin penetrarla.

- Si no quieres que te la clave entera, si no quieres que te reviente deja que te bese.

- Si…Sí. bésame…pero por favor, fóllame con cuidado.

Sintió asco de aquel beso, ni siquiera sabía besar, pero cumplió con su palabra, la penetró con suavidad sin penetrar aquella polla hasta el final. Aun así le dolía por su anchura, pero no lo suficiente como para no gozar.

- ¡Dios mío!

- Que guarra eres. Como te gusta.

- ¡Sí! ¡Sí!

Entró en el comedor tambaleándose, con los ojos húmedos. Parecía haber llorado.

- ¿Qué te ocurre Alena?

- Señor. ¿Usted sabía que era así? ¿Por esto me ha entregado a él?

- ¿Qué era cómo?

- Su pene, señor. Su pene és…És anormal…Es inmenso.

- ¿De verdad es así? No lo sabía. Si lo hubiese sabido hubiera querido ver cómo te follaba. ¿Te has corrido?

- Sí, señor, me he corrido.

- ¿Entonces de qué te quejas puta?

- Aún me duele señor.

- Relájate. Si tan mal estas alquilamos una habitación y te dejaré dormir hasta las nueve.

- Me haría un favor, señor.

La avisaron de que la esperaban en la recepción. Estaba totalmente repuesta y deseosa de volver a ver a su AMO. Solo llevaba dos días con él y, sin tener conciencia de ello, ya se sentía dependiente.

- Vamos a tomar algo y luego te llevaré a una pequeña discoteca, fuera del pueblo. Quiero verte bailar. Espero que te guste hacerlo.

- Sí, Sí me gusta señor. Suelo hacerlo con Juan.

- Pues esta vez lo harás sola mientras yo te contemplo.

Había bebido dos margaritas y, ya acostumbrada a ello, no era consciente de que aquel collar la ponía en evidencia, ni que era evidente que no llevaba sujetadores. De lo que sí era consciente es de cómo aquellos hombres, mayoritariamente jóvenes, la desnudaban con la mirada, de cómo alguno de ellos se arrimaba a ella, bailaba de una forma sensual y provocativa, sabía que era lo que Roberto esperaba de ella. Se dejaba hacer…
De vez en cuando miraba hacia su AMO, sentado en la barra, observándola, esperando alguna señal de él, señal que vino ofreciéndole una nueva margarita.

- Cuando te lo hayas tomado nos vamos a casa.

Sentada a su lado, en el coche que él conduce. algo acalorada y bajo los efectos de la bebida, notó su mano subiendo por sus muslos.

- Estás mojada ¿Ya sabe Juan lo viciosa que eres? ¿Qué te humedeces solo con que los hombres se acerquen a ti?

- Yo… Nunca me había ocurrido…No soy así…No era así, señor.

- Vaya, solo llevas dos días siendo mi esclava y ya te estás emputeciendo. Deberías avergonzarte.

- Lo siento, señor…

Paró el automóvil y le ordenó bajar.

- Súbete la falda y apóyate en el capó. Te voy a encular. Supongo que Abbas no te lo ha roto.

- No…No señor.

A pesar de los coches que pasaban, por suerte pocos, la tomó allí mismo.

- Mañana podrás dormir hasta la hora que quieras, Tengo cosas que hacer y no llegaré hasta por la noche. Raquel cuidará de ti.

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TERCER DIA

- Ya es mediodía cariño. ¿Prefieres comer en la terraza o en el comedor? Te he hecho preparar unos espaguetis a la marinera para que te repongas. Puedes vestirte como ayer, ya sabes que Don Roberto no estará hoy.

Comió, mejor dicho, devoró, aquel plato en la terraza, sintiendo la brisa del mar. Echaba en falta a su AMO.

- Ven, guapa, acompáñame.

Hasta aquel momento Raquel la había cuidado casi como una hermana. Mayor que ella en todos los aspectos, debía tener unos cuarenta y cinco años. Más alta y voluminosa que ella, incluidos sus senos. Ahora, en aquella habitación, la de la misma Raquel, parecía que las cosas habían cambiado.

- Esperaba este momento desde que te vi, pero no creía que llegara tan pronto.

Sus manos penetraban en su escote, acariciando sus senos.

- Señora…Don Roberto…

- No temas por ello, no hago nada que no sea con su permiso.

- Yo, yo no he estado nunca con otra mujer.

- Yo sí, cariño. Desnúdate para mí, no querrás que me queje a tu AMO. ¿Verdad?

Obedecía, como buena esclava, nerviosa, insegura. No podía escapar del placer que le producían las caricias que recibían sus senos. Fué el segundo beso que recibió en sus labios desde que llegó a aquella mansión, pero este beso era muy distinto del de Abbas, tan distinto como la manera de tocarla. Se entregó a ella dejando que penetrara en su boca.

- Como me gustan tus senos y que sensibles los tienes, ya me ha contado tu AMO que solo con dos días de estar con él te estabas volviendo muy viciosilla. ¿Quieres ver los míos?

Sin esperar ninguna respuesta se desprendió de su blusa y del sujetador.

- Míralos. Tócamelos, a mí también me gusta que me los toquen.

Su mano, temblorosa, se acercó a uno de ellos, hasta tocarlo. los acarició tímidamente. Por primera vez acariciaba los pechos de otra mujer y la sensación que recibió no fue, para nada, desagradable. Vió como sus enormes pezones se ponían erectos.

- Que me los toquen y que los chupen. Sobre todo las esclavas sumisas.
Así. Así. CHUPA.
Me vas a comer entera. Entera. Empezando por mis pies.

Postrada, delante de aquella mujer, le quitaba los zapatos y besaba sus pies. Los lamía. Chupaba sus dedos. ¿Cómo era posible que aquello le excitara? ¿Tan sumisa se había vuelto? ¿O és que siempre lo había sido? Y Joan, ¿Qué pensaría si la viera así? Sus manos acariciaban aquellas piernas, los muslos.

- Eso es. Bésame toda. Lame, esclava. Lame y desnúdame. Vas a saborear mis jugos.

Lamía su coño. Su lengua buscaba el clítoris de Raquel, ahora tendida en la cama, cogiendo con fuerza su cabeza. Le daba placer mientras sus manos acariciaban sus senos.
La oía jadear. gemir mientras llenaba su boca, su cara con sus jugos. Notaba su orgasmo.

- Sigue. Sigue. Quiero más. Quiero más de ti.

Fue entonces cuando sintió las manos de su AMO en su cintura. Levantó sus nalgas para ser tomada. Enculada.

Los tres llegaron al máximo del placer.

La apartó. como quien aparta un fardo. La apartó para acariciar a Raquel. Para besarla.

- Vete, puta. lárgate de aquí. Queremos estar solos. ¿Verdad Raquel?

- Sí. Sí. Roberto. Sí.

Ni siquiera Don Roberto. En su cama, lloró hasta dormirse.

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CUARTO DIA

Se arrastraba a sus pies, llorando, suplicando.

- No me repudie, por favor, señor. No me repudie, AMO.

- ¿Qué te pasa? ¿Temes no cobrar la segunda parte? ¿Es eso?

- No es por el dinero, AMO.

- ¿Entonces por qué?

- Quiero ser su esclava, señor. Haré todo lo que usted quiera, AMO, lo que usted quiera.

- Quizá mañana tendrás la oportunidad de redimirte, veremos. Esta noche vas a dormir aquí.
Ahora abre la boca, puta.

Por primera vez recibió su lluvia. En su rastro, en su boca. Bebía todo lo que podía y aun así no podía evitar que se mojara su cuerpo, sus pechos.

Todo había empezado aquella mañana, en la pequeña cala, situada bajo la mansión. Llevaba solo un pequeñísimo tanga como bañador, un hilo que se metía entre sus nalgas. Saliendo del agua, se tumbó en la toalla, al lado de Don Roberto. Era un día especialmente soleado. Estaba a gusto a su lado, al lado de su AMO y señor y pensaba en que no quería que aquello terminara dentro de pocos días, para volver a su cotidianidad.

- Ponte de nuevo el collar. ¿Has visto cómo te miraban aquellos muchachos cuando salías del agua?

Sí, lo había visto, había visto cómo miraban su cuerpo, aquellos muchachos, que se habían instalado al otro lado de la cala, no demasiado lejos de ellos. Eran tres jóvenes, tres veinteañeros.

- ¿Por qué no vas a pedirles un cigarrillo y les demuestra lo amable que puedes llegar a ser?

- ¿Ahora, señor?

- Sí, ahora. Es una orden. Conozco a un par de ellos, son del pueblo.

Como era de esperar, obedeció, és lo que se esperaba de ella, sabía que estaba obligada a hacerlo.

- Hola…

- Hola. ¿Eres amiga de Don Roberto?

- Sí, así és. Venía a pediros un cigarrillo, por favor.

- ¿Un cigarrillo? ¿No quieres fumarte unos puros antes? Tenemos tres.

El que parecía llevar la voz cantante le ofreció lo que pedía. Tenía que agacharse para cogerlo. Notó su mano agarrándole un seno.

- Tiene unas buenas tetas la perrita. Cada verano las trae más guapas Don Roberto, vete a saber de dónde las saca.

- ¿Qué haces? ¡Déjame!

- ¿Qué pasa? ¿No te gusta que te soben?

- He dicho que me dejes.

- Seguro que no eres más que una puta.


¿Por qué reaccionó de aquella manera? No era lo que su AMO esperaba de ella y lo sabía, o al menos debía suponerlo. Pero lo cierto es que dio una bofetada a aquel muchacho, sorprendido de su actitud y levantándose se fue de allí.

- ¿Qué has hecho? ¿Cómo te has atrevido a esto? Te he dicho que fueras amable con ellos. No eres más que una esclava, mi esclava y debes obedecer. Se terminó la playa. Te voy a aplicar un correctivo. A ver si te enteras de cuál es tu sitio y tu obligación.

- Lo siento…señor…

- Ya lo creo que vas a sentirlo.

Tuvo que subir las escaleras, talladas en la roca, hasta la mansión, detrás de él, a cuatro patas, como le ordenó hacerlo. Era la forma de poner en evidencia su sumisión delante de aquellos jóvenes.

- ¡Raquel! Llévate a la esclava al sótano.

- Al sótano sí. Va a recibir un correctivo. Prepárala, ya sabes como la quiero.

Había sido azotada otras veces aquellos días, pero siempre con una fusta, nunca, como ahora con una vara. Allí, colgando del techo, con sus muñecas atadas, solo sosteniéndose con los dedos de sus pies, recibía aquellos azotes con dolor, un dolor al que no podía evitar responder, cada vez, con un contenido gemido. Por su parte Raquel, además de atarla se había cuidado de poner pinzas de madera en sus senos, sabía que cuando su AMO se las sacara, el dolor sería sufrido, una a una. Podía decir la palabra de seguridad, tenía derecho a ello y sabía que en el momento que la dijera aquel tormento pararía de manera inmediata, pero intuía que las consecuencias podían ser terribles, seguro que sería repudiada por su AMO y esto es lo último que quería.
Lloraba. Lloraba por sus ojos y por su sexo. A cada azote algo se rompía dentro de ella. Sabía que nunca volvería a ser la misma. Los quince azotes a los que fue sometida llegaron a su fin, como a su fin llegó el tormento de que las pinzas fueran retiradas, ni siquiera masajeo sus senos.

Postrada, encima de aquella colchoneta, situada en el suelo del sótano ofrecía su cuerpo, su sexo, su ano a su señor, a su único y verdadero AMO. Sollozando aún esperaba sentir su pene penetrándola por donde él quisiera.

- Di lo que eres. ¡Dilo!

- Soy una perra, señor. Su perra sumisa AMO.

- ¿Una sumisa? No, no eres una sumisa. Una sumisa se siente orgullosa de serlo. Una sumisa tiene dignidad, dignidad y orgullo. Tú no eres más que una esclava, no eres nada.

- Sí AMO, su esclava.

Usada y humildad debería permanecer allí hasta el día siguiente, con su cuerpo oliendo a meados, los meados de su AMO, a oscuras, intentando dormir en aquella colchoneta.

No sabía el tiempo que había transcurrido hasta que llegó Raquel, llevando un abrevadero lleno de agua, como si de una perra se tratara.

- Te dije que no debías contrariarlo. Espero que hayas aprendido la lección.

- ¿No me va a repudiar? ¿Verdad?

- Espero que no. Solo lo ha hecho con una. Aunque esta noche. en la cama, hablaré en tu favor. pero de ti depende.

“Esta noche en la cama” Aquello confirmaba lo que ya sospechaba; Raquel no era solo su asistenta, era además su amante.

- ¿Cuantas han sido?

- Tu eres la octava. Ahora descansa. mañana, por la mañana vendré a buscarte. Lo primero que tendrás que hacer es lavarte bien, hueles muy mal.

- Sí señora. Gracias, señora.

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QUINTO DIA

Había pasado una mala noche, pero el desayuno que le preparó Raquel y una buena ducha la habían ayudado a reponerse.

Que aquellos muchachos estuvieran en la pequeña cala podía ser casual o que alguien, quizá su propio AMO, los hubiera citado. Nunca lo supo. no debía pregunta, las esclavas no preguntaban, solo obedecían y esto es lo que era una esclava y sabía que como tal debe comportarse si seguir con él y sí, sí lo quería.

- Toma esto y ve a disculparte, ya sabes lo que quiero de ti, ahora tienes la oportunidad de rehabilitarte.

- Sí, AMO.

- ¿Qué quieres? ¿Otro cigarrillo, como ayer?

- Venia a disculparme.

El que llevaba la voz cantante, el mismo a quien el día anterior abofeteó, poniéndose de pie se acercó a ella. Ni siquiera se atrevía a mirarle a los ojos, nerviosa y avergonzada de su comportamiento el día anterior.

- ¿Disculparte? Perdón es lo que deberías pedir.

- Sí…Señor.

. Mirad chavales, hasta me habla de usted, a esto se le llama tener respeto. ¿Cómo te llamas?

- Alena, señor.

- ¿Alena? Vaya nombre más raro ¿De dónde eres? Porque tú no eres española. ¿Verdad?

- Soy rusa, señor, pero hace años que vivo aquí.

- Vaya, una perrita rusa. ¿De dónde te ha sacado Don Roberto? ¿De un prostíbulo?

- No soy una prostituta, señor.

- No serás una prostituta, pero se te ve bien puta. ¿Verdad chicos? ¿Qué llevas en la mano?
¡Joder! Una caja de condones. Se ve que Don Roberto quiere que cuidemos de nuestra salud. Supongo que nos los pondrás tú. ¿No? Supongo que nos lo pondrás tú.

- Si es lo que ustedes desean…

La cogió por la anilla del collar acercándola a él, empezó a acariciar sus senos.

- Mírame a los ojos, puta.
¡Mírame a los ojos, te he dicho!

Recibió una bofetada, se la merecía, merecía que le devolviera aquella que le dio ella.

- Eso te pone cachonda. ¿Verdad?
¡Contesta cuando te pregunto algo! ¿Te pone cachonda o no?

- Sí…Sí, señor.

Sus dos amigos se habían puesto de pie y se acercaban a ella.

- Tranquilos, chavales. No vamos a violarla. Que no nos ocurra como la morita del año anterior, que no paraba de lloriquear. mejor uno a uno.

Propuso que fuese ella quien determinara el orden, en función de la longitud de sus penes, por lo visto esto les pareció divertido, sacándose los bañadores y colocándose, uno al lado de otro, delante de ella.

- Venga ¿Quién debe ser el primero?

Acercó su mano temblorosa hacia uno de ellos, tocando su tórax.

- Vaya, Antonio, toda tuya. Supongo que yo seré el segundo:

Alena afirmó con la cabeza, mientras Antonio se acercaba a ella, no sin antes proveerse de un preservativo, y los otros dos se alejaban, para sentarse y contemplar lo que seguro sería un buen espectáculo.

- Antes que nada, deberás ponérmela dura. Seguro que sabes. Alena, haciendo de tripas corazón, empezó a refregar su cuerpo, provocativamente, al de aquel muchacho.
Bajó su mano hasta su pene.

- Así no. Seguro que sabes usar tu boca. Arrodíllate y come, puta mamona.

Fue tomada como una perra, arrodillada y aguantándose con sus manos en la arena, de espaldas a ellos, mirando el mar. A cada envite del joven macho sentía el vaivén de sus senos, colgando. Mantenía la boca fuertemente cerrada para que no salieran de su boca los suspiros, los jadeos, los gemidos de placer. No quería poner en evidencia lo que sentía. Escuchando los comentarios soeces a ella referidos y así se mantuvo hasta que Antonio tiró de sus cabellos, haciendo que se levantara su cabeza. ya no podía esconder más su goce. su orgasmo aproximándose.

- Te gusta mi polla. ¿Verdad perra?

La pregunta no obtuvo respuesta, ni falta que hacía.

Allí se mantuvo, en aquella postura, esperando el próximo, al que, estaba segura, ya no tendría por qué ponérsela a punto.

- Levántate y túmbate en esta toalla, quiero ver tu cara de vicio mientras te follo.

Fue entonces cuando vió que estaba siendo grabada. Intentó protestar, pero podía más el placer que le proporcionaba aquel joven, la excitación que le produce aquella situación.

Cuando terminaron con ella casi no podía levantarse. Ni siquiera sentía vergüenza de su goce, de su entrega y si algo le preocupaba es que su AMO no se lo echara en cara, esto y el hecho de haber sido grabada.

Recogió su tanga e intentó levantarse.

- ¿Qué haces? ¿Ya te vas? Vuelvo a tenerla dura y aún queda un condón por usar.

El que hablaba era el líder de aquellos jóvenes, el mismo al que el día anterior había abofeteado. el que quiso ver su rostro mientras la follaba. Aquel a quien ella había cruzado sus piernas en su espalda mientras la usaba, llevada por el deseo.

- Por favor…ya no puedo más…

- ¿Quieres que me queje a Don Roberto? ¿Eso es lo que quieres?

- No… No… - Entonces ofréceme tu culo. seguro que lo tienes bien usado y que te gusta que lo hagan.
Nunca he enculado a una mujer y tengo ganas de hacerlo. Ofrécemelo y luego podrás irte.

Era una esclava. Nada más que una esclava y por deseos de su AMO estaba en disposición de quien él decidiese y había decidido que lo estuviera para ellos.

Volvía a sentir el placer recorrer su cuerpo. No podía evitar aquella sensación. Ni podía, ni quería hacerlo ya.

Cuando todo terminó solo salió de su boca un “Gracias” dirigido a los tres.

A duras penas, tambaleándose llegó hasta su AMO.

- Te hubieras evitado ser castigada si hubieses actuado como hoy la primera vez.

- Perdóname AMO…Perdóneme.

- Ahora descansa, se me ha puesto muy dura viéndote gozar como una cerda, pero tranquila, puedo aguantarme hasta que regresemos a casa, allí te usaré y descargaré contigo.

- Gracias AMO. Puede hacer conmigo lo que quiera AMO .... AMO, me han grabado…

- Ya lo he visto. Túmbate y descansa, iré a verlos y que borren lo que hayan grabado, no quiero que tengas problemas.

- Gracias AMO.

Agotada como estaba se quedó dormida. No sabía el tiempo que había transcurrido cuando se despertó sintiendo la mano de su AMO acariciando su espalda. Que lejos quedaba Juan y que lejos aquella Alena que accedió a ser vendida, que insistió en que así fuese.

Agradecida de ser usada por Don Roberto. Usada como lo que era: una esclava obligada a satisfacer todas sus órdenes. A besar su ano, a ser penetrada, penetrada y humillada. Solo deseaba seguir siéndolo.

- Después de comer quiero que vaya a hacer una buena siesta, esta noche vendrá un matrimonio amigo mío, quiero que nos sirvas la comida y cenes con nosotros, Raquel vendrá a despertarte y a ponerte a punto. Espero que no me defraudes,

- Sí AMO. No lo defraudaré.

Raquel la sacó de su sueño. Hizo que se duchara y que se maquillara. Por toda ropa, una estrecha cuerda dorada rodeando su cintura, de la que colgaban dos tiras de tela roja, semitransparentes cubriendo su sexo y su parte trasera. Era lo más parecido a una odalisca salida de un harén.

- Tendrás que servir la cena de la bandeja que estará en el centro de la mesa, esto y las copas de vino. Primero servirás al amigo de Don Roberto, seguidamente a él y finalmente a la esposa de su amigo, después, si así lo indica tu AMO, podrás sentarte a su lado, servirte y cenar con ellos.

- Disculpe, señora. ¿No debería servir primero a la esposa?

- No. Además de ser su esposa es su sumisa. Primero se sirve a los AMOS.

- Sí. señora, así lo haré.

- Por tu bien, que te comportes como se espera de una esclava como tu.

- Sí, señora..

Ni siquiera estaba nerviosa, ni avergonzada por su apariencia. parecía como si hubiese perdido toda sensibilidad.

Después de que Alena diera las buenas noches, Roberto, hizo las oportunas presentaciones. Luis y Maria, así se llamaban sus amigos. Lo que más le sorprendió fue el trato que se tenían entre ellos, como un verdadero matrimonio bien avenido, a pesar del collar de ella, que indicaba su condición de sumisa, se dirigía a su esposo tuteándolo y el respondía con cariño. Luis era un hombre bien parecido, con algo de canas cuarenta. En cuanto a Maria, se trataba de una mujer típicamente mediterránea, de cabellos largos y negros, tez morena y formas voluptuosas,

- Así que esta es Alena. No te debe haber salido barata.

- Ya sabes que una vez al año me permito y la verdad es que ha valido la pena.

Mientras conversaban sobre ella Alena empezó a servir el vino, el pescado y las viandas que lo acompañaban.

- Señora…

- No me llames señora hermosa, soy una sumisa como tú.

- Ella no es una sumisa, es una esclava y tiene que tratarte con el debido respeto que debe a cualquiera que esté en esta casa. está a nuestro servicio para lo que queremos de ella.

- ¿Cuántos días lleva aquí?

- Cinco, Luis.

Roberto le indicó que podía sentarse y comer con ellos.

- Tiene que estar agradecida de que le dejes comer con nosotros. Tal como me contaste ¿Nunca había sido sometida? Se la ve muy obediente.

- Y lo és. tuve que castigarla, pero ahora ya ha entendido lo que és.
Ya sabes que siempre compro mujeres que no hayan sido sometidas anteriormente. Se me da bien ver cuáles son potenciales esclavos, quienes llevan una sumisa dentro, solo tuve que repudiar a una.
Esta a la vez que es una buena esclava, es muy caliente, viciosa, diría yo.

- ¿Sabes si volverá a estar en venta después de que la devuelvas a su pareja?

- No creo que por parte de ella hubiese problemas, pero no estoy tan seguro de que él quiera, parece que a Alena le costó convencerle.

- A lo mejor a mí me podría interesar. ¿Te molestaría que lo hiciera cariño?

- ¿Como esclava? No, claro que no, estás en tu derecho. Siempre que no ocupara mi lugar, sabes que no me importaría, al contrario, quizá hasta yo la disfrutaría.

- Comprarla sería una tontería, créeme.

- ¿Por qué dices esto?

- Está totalmente rota, cualquiera que sepa o adivine lo que es podrá hacer con ella lo que le venga en gana. Solo le podría interesar a alguien comprarla para tenerla en un prostíbulo.

- Haces bien en decírmelo, supongo que no me darás su dirección ni su teléfono, porque sé que te has comprometido en respetar los datos personales de la putita esta, pero si alguna vez me la encuentro ya sabré lo que hay.

- Podrás probarla hoy, después de cenar, si quieres. Seguro que ya está húmeda solo de oir como hablamos de ella.

- Ya contaba con ello y en que disfrutases de María, ya sabes cuánto le gustas.

- ¿Es esto verdad Maria?

- Sí, señor.
¿Puedo decir algo, señor?

- Claro que sí Maria.

- No quisiera ofenderlo, señor, pero creo que lo que hace con estas mujeres es algo cruel. ¿No ha pensado en lo que debe ser de ellas cuando las deja? Usted mismo lo ha dicho, pueden caer en manos de cualquiera.

- La verdad es que esto no me incumbe. Son adultas, saben en que se meten, en realidad lo necesitan, si no las hubiera sometido yo lo habría hecho otro o peor aún, nunca se habían realizado como lo que en realidad son.

- Pero usted, como bien ha indicado, no solo las somete, las rompe.

- Se han vendido por dinero. De hecho son unas putas.

- ¿Qué dices tú? .

- Mi AMO tiene razón, señora.

- ¿Pero has pensado que te ocurrirá después? ¿Qué ocurrirá con la relación con tu pareja?

- No quiero pensarlo, señora. Lo único que yo querría es seguir con mi AMO, pero se que esto no es posible. Él no desea esto.

- Maria. No todo el mundo tiene la suerte que tú, ser la esposa de tu AMO y que además de someterte te quiera, como te quiere.

- Es verdad, señor…

- Ahora, tu, esclava, retira la mesa que vamos a tomarnos de postre.

- Si AMO, Gracias AMO.

Obedecer. Obedecer. Obedecer, esto es lo que tenía que hacer una esclava y ella lo era, definitivamente lo era, la esclava de su AMO al que deseaba pertenecer para siempre, aunque sabía que esto era imposible. Sí, estaba rota y lo sabía ya nunca más volvería a ser la misma. Tenía razón su señor; cualquiera que los supiera, que lo adivinara, podría hacer con ella lo que quisiera, como lo estaba haciendo aquel hombre mientras veía a Roberto usar a Maria, tan entregada a la sumisión y al placer como ella misma. Aquella noche terminó con ellas dos retozando juntas, mientras su AMOS, de pie, desnudos y ya satisfechos, las miraban, no sin cierto orgullo de poseerlas. Qué lejos quedaba Juan.

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SEXTO DIA

- Te lo pasaste bien ayer por la noche. ¿Verdad? Termina de desayunar y ve a la sala de lectura, desnuda, allí te está esperando tu AMO.

Cada vez Raquel la trataba con mayor sequedad quizá, pensó, había algo de celos en ello.

Allí estaba su señor, sentado en el sillón como el primer día en que llegó, el retrato de ella, que había pintado Juan, seguía colgando de la pared. Dejó el libro que estaba leyendo en la mesilla.

- Siéntate aquí, en el suelo, a mi lado.

Su mano acariciaba la cabeza de Raquel.

- Mañana, después de comer, serás devuelta. Debes saber que estoy muy contento de ti, finalmente has entendido lo que eres, como premio esta noche dormirás conmigo.

- Gracias AMO, estoy muy agradecida…Pero… ¿Y Raquel?

- ¿Qué pasa con Raquel? Está bien; voy a satisfacer tu curiosidad.

Entonces le contó que Raquel era su asistente, pero también su amante y solo su amante, dado que ella no era, para nada, sumisa. No vivían juntos, pero pasaban largas temporadas los dos en casa de él o de ella. A veces compartían sumisas, no esclavas, si no sumisas. Cada año compraba una mujer como ella para esclavizarla y Raquel estaba totalmente de acuerdo con ello. En cuanto a ella era la segunda esclava que recibe el premio de dormir la última noche con él.

- ¿Tienes algo que objetar?

- No, señor. De verdad que estoy muy agradecida de poder dormir con usted y me tranquiliza que Raquel no se vaya a enfadar con ello.

- Esta tarde te despedirás de ella y espero que le quede un buen recuerdo de ti. Ya sabes a qué me refiero.

- Sí AMO.

Estaba contenta por el hecho de dormir con él, en su cama, pero por otro lado le embargaba la tristeza de ser devuelta, de dejar de ser suya.

- ¿Qué te ocurre? ¿No te alegra la idea? Sí, AMO, claro que me alegra, solo que ya no lo veré más, ¿Verdad? - No, no me verás más, era el trato y si alguna vez nos encontramos o te encuentras con Raquel nos trataremos como simples conocidas.

- Pero, señor, usted me dijo que quizá me daría trabajo.

- Y te lo voy a dar, pero solo trataras con la secretaria de mi empresa. Así es como lo quiero, te guste o no.
No debería preocuparme por ello, pero lo cierto es que te has emputecido mucho, ayer mismo por la noche, Luis hizo lo que quiso contigo y tu disfrutabas, tanto de su polla como de sus humillaciones y temo que Juan no te podrá satisfacer ya, te recomiendo que andes con cuidado con quien te entregues.

- Me cuidaré, se lo prometo, pero, señor, usted siempre será mi AMO, aunque haya otros, usted siempre será mi AMO y me tendrá a su disposición si usted me llama vendré a postrarme a sus pies.

- Esto no ocurrirá. Métetelo en la cabeza.
Mañana por la mañana te daré una buena sesión en el sótano.

- ¿En el sótano, señor?

- Sí en el sótano. Tranquila, no es un castigo. Quiero verte llevada hasta el paroxismo de la lujuria. Así realmente no me olvidarás.
Ahora pónmela dura, como la buena come pollas que eres y después te montas encima mío, quiero que cabalgues y te la claves hasta el fondo.

- Oh! ¡Sí! Gracias AMO.

- Bájame los pantalones y los calzoncillos, no quiero que me llenes la ropa con tus babas.

Las manos de su AMO, sentado en el sillón, sobando sus senos, mientras ella, como le había sido ordenado, cabalgaba, sintiendo su duro peno dentro de su cuerpo. Jadeaba a punto de orgasmar.
- Como osas mirarme a los ojos. No eres más que una puta esclava, un trozo de carne que se compra y se vende.

Sí. Esto era lo que era para él. Lo sabía. Sabía que no era nada. Gemía de placer. Humillada una vez más.

- Sal ya de aquí, puta. Ahora vendrá Raquel a traerte la comida y después irás a tu habitación y te pondrás el vestido rojo que compró para ti y aun no has usado, junto con los zapatos de tacón alto, también rojos, esto y medias, liguero. No quiero que te pongas nada más nada más. Te vas a maquillar como lo que eres e irás a buscarla para despedirte. Te esperará en el salón.

Comió y bebió a sus pies, en los tazones que le trajo Raquel, comió y bebió como una perra, sabiendo que ya lo era.

- Lárgate ya, esta noche cenarás conmigo, ya sabes cómo te quiero y después dormiremos juntos.

- Gracias, AMO.

Allí estaba la amante de su AMO, la que también la había cuidado.

- Vaya; pareces una auténtica furcia. Seguro que ya te has puesto cachonda solo con verte a ti misma así. Es lo que me gusta de ti, te mojas solo con pensar lo que te espera.
Esta noche dormirás en nuestra cama con tu AMO, deberías agradecerme que no no haya puesto impedimentos.

- Gracias. Sí, gracias, señora. Gracias por todo.

- Creo que voy a sugerir a tu AMO que te vistas así para ser devuelta. Así Juan sabrá en que te has convertido.

- No…no me haga esto..Señora…

- ¿Por qué no? Así sabrá a qué atenerse.
Supongo que has venido a despedirte, si te portas bien te llevarás un buen recuerdo de mí. Lástima que no te quedes más días; te presentaría algunas amigas, seguro que disfrutarán de ti.

La cogió de la mano y la llevó hasta su habitación. la habitación de ella y su AMO. La habitación en que aquella noche dormiría con él.

- Por lo que sé te lo pasaste bien con Maria, por lo visto ahora también te gustamos las mujeres. ¿O ya te gustaban antes?

- No, señora…usted…usted fue la primera… He pensado mucho en ello…

- ¿Qué quieres decir? No habrás estado fantaseando conmigo, recordando mi sabor, tocándote.
Alena bajó su mirada antes de admitir que sí.

- Sin pedirme permiso. Sin pedir permiso a tu AMO.

- Lo siento, señora…

- Será mejor que no se entere. No le gustaría saber qué haces estas cosas sin pedir su permiso.

- Quítate el vestido. Solo el vestido. ¡Venga!
Quiero ver cómo te tocas pensando en mí.

No podía apartar la mirada de sus pechos mientras se tocaba. Cada vez más excitada.

- Quieres verlos ¿Verdad? Quieres volver a tocarlos a chuparlos.
Míralos. Tócalos. Sóbalos. Chúpalos, perra bollera. ¿Te gustan más mis tetas que los de Maria?

- Sí, AMA. Sí.

Era cierto, nunca le habían atraído las mujeres. Tan cierto como que ahora deseaba darles placer, tanto como a los hombres.

Volvía a saborear su coño, con la cabeza entre sus piernas. Quería tocarse, pero ella se lo prohibió.

- ¡No te toques! Tócame las tetas mientras me comes. Ya tendrás tu premio después.
Sigue, sigue puta. Haz que me corra. ¡NO PARES!
Lo haces mejor que cualquier hombre, incluido Roberto.

Por tercera vez oyó sus gemidos. Notaba su sabor. El sabor de aquella mujer. aquella mujer a la ahora servía. Aquella mujer que, junto a su AMO, no se podía quitar de la cabeza desde el día en que la usó.

- Quiero que te lleves un buen recuerdo de mí. ¿Sabes lo que es esto?

- Sí, señora.

- Es mejor que cualquier polla. nunca se pone flácido.

No tuvo que usar ningún lubricante para penetrarla con el arnés. solo cuando le dio placer analmente. un orgasmo seguía a otro. Su cabeza, su cuerpo iban a estallar. Nunca había pensado que iba a decir aquello:

- ¡Basta! Basta, por favor, señora. No puedo más.

- Sí, basta, esta noche tienes que dormir con tu AMO. Espero que te queden fuerzas para satisfacerlo.

- Oh. Dios mío, nunca la olvidaré señora. Nunca. Gracias, gracias, señora.

- Ahora sabes lo que puede darte una mujer. Las desearás tanto como a los hombres.

- Vete a descansar hasta la cena. Haré la cama para los dos, ya te despertaré si estás dormida.

- Bésame, esclava. Nunca más podrás disfrutar de mi ni yo de ti.

Agradeció aquel beso, el segundo que recibía desde su llegada, solo ella la había besado y esto, a pesar de ser solo una esclava, la hacía sentir querida.

Cenó con su AMO, totalmente desnuda como le había sido ordenado desde el primer día, en mesa que le hacía recordar la noche anterior, con Juan y Maria. Parecía que había pasado un siglo. El tiempo era distinto desde que había llegado a la mansión, era un tiempo más dilatado, pero que sabía que llegaba a su fin, lo que hacía que le embargara la melancolía, la tristeza.

- ¿Qué te ocurre, esclava?

- Ya lo sabe, señor, hoy es mi última noche aquí.

- ¿No te alegras de dormir conmigo?

- ¡Oh! Sí, señor. Pero irme me llena de tristeza.

Poco más hablaron durante la cena. Había llegado el momento de ir a la cama. Ir a la cama con él. La hizo pasar delante, quería ver sus nalgas mientras andaba. Sentía su mirada como si fueran manos.
Aquella noche todo fue muy distinto. Los dos se entregaron a la pasión como dos amantes. Ninguna humillación, solo caricias y besos. Sí, por fin la besó, por fin sus labios se unieron, conocieron el sabor de sus lenguas, de sus bocas. No olvides que eres una esclava. Mi esclava. Hasta el último momento, en que seas devuelta, lo serás.

- Sí, AMO. Lo sé.

Durmió, hasta que los primeros rayos de luz entraron por la ventana, acurrucada a su lado.


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SÉPTIMO DÍA

- Buenos días, esclava, ve a la cocina y tomate un café y unas tostadas. Te esperaré en el sótano.

- Voy desnuda, señor.

- ¿Y?

- Nada, AMO…

Sus nalgas ardían por los azotes recibidos, esta vez con la fusta. Atada del techo, como el día en que fue castigada, sus pies descansaban en el suelo. Una y otra vez era llevada hasta el límite. Frotaba su sexo, acariciaba, sabiamente su clítoris, sobaba sus senos, también enrojecidos, con sus pezones, durísimos y erectos como dos clavos ardiendo. Ni siquiera podía pensar, solo sentir, desear ser tomada, deseando ser liberada por el orgasmo.

- Deseas polla. ¿Verdad, puta esclava? Mi polla.

- Sí, sí, AMO, por favor.

- Imploraba, desesperadamente.

- La tendrás, esclava. Mi polla y mi lluvia.

- Sí AMO. Por favor. Por favor.

Movía sus nalgas como una perra en celo. Definitivamente era en lo que se había convertido, en una perra, en una esclava, llena de deseo, de lujuria.

- Eres solo ganado. Carne de prostíbulo. Eso es lo que eres. Di lo que eres. Dilo y tendrás mi polla.

- Soy una esclava. Una puta. No soy nada. Ya no soy nada. Carne, carne para ser usada.

La folló con una rudeza inusual. nada tenía que ver con el amante de la pasada noche. recibió su semen, su lluvia, agradecida de ello. Agradecida de poder, por fin, hallar el desahogo, tan esperado, de un intenso orgasmo.

- Ahora vete a duchar, comerás conmigo, vestida como el día que llegaste. Será la última vez que te sientas a la misma mesa que yo. Después te vestirás y te maquillarás como ayer, cuando fuiste a despedirte de Raquel y no quiero que te quites el collar hasta que tu devolución haya sido concluida.

- Pero…señor…

- Te dije que la palabra, pero, te estaba prohibida.

- Perdone. AMO, haré lo que usted ordene. Lo haría siempre.

- Entérate de una vez; no hay después.

- Sí, AMO.

Le inundó la tristeza. La tristeza de que aquello terminara. La tristeza de no verlo más.

- Ve a preparar todas las cosas para irte, antes de comer. Después Manuel te esperará, con el coche, para llevarte a tu casa.

Fue una comida triste para ella, casi sin probar bocado, con los ojos llorosos y la mirada baja.

- Mi secretaria te llamará para el trabajo. Ahora vete a cambiar y sal a buscar el coche. Cuando llegue el momento te despedirás de Manuel. Espero que tengas suerte en tu vida.

Salió del comedor llorando.

Llevaban ya un buen trecho de viaje, Manuel, silencioso, de vez en cuando, la observaba por el espejo retrovisor.

- Para ya, joder, me pones caliente con tanto lloriqueo. Estoy harto de vosotras, todas hacéis lo mismo.
Supongo que no llevarás nada debajo de la falda. ¿No?

- No, señor.

- Me encantará ver la cara de tu parejita cuando te vea así, hecha una verdadera perra. No me gustaría estar en su lugar, pronto le vas a poner los cuernos.

Ella callaba e intentaba contener sus lágrimas. Estaban a punto de llegar a su casa y no quería que Juan la viera llorar. Debía aparentar una alegría, la alegría del reencuentro, que no sentía.

- ¿Qué coño haces?

La cogió por la muñeca para evitar que llamara al timbre de su casa.

- ¿No te acuerdas de que debes despedirte de mí?

- No…Por favor…Aquí no. Los vecinos…Los vecinos pueden oírnos…

- Lo que van a oír son las dos hostias que voy a darte si no te comportas como es debido. Recuerda que aun eres una esclava y que tu AMO quiere que te despidas de mí.

Tenía que obedecer, sabía que debía hacerlo. Era la última orden de su AMO; despedirse de aquel hombre, una orden degradante, una forma de decirle lo que era para él; una simple esclava.
La obligó a apoyarse de cara a la paret, sacando bien sus nalgas, ofreciéndole su sexo, su ano. Le levantó la falda. Sentía aquel pene restregándose en sus nalgas.

- Que puta eres, ya te estás mojando.

Penetrada, mordía su propia mano para contener sus gemidos. Se dio cuenta hasta qué punto de degradación había llegado. Aún en aquella situación, humillante, sentía placer.

- Arréglate la ropa, zorra. Ahora ya puedes llamar si quieres.

- Déjame un momento…Por favor…

Aún le temblaban las piernas y no quería que Juan la viese en aquella situación.

Esbozó una sonrisa, aparentando una supuesta alegría de encontrarse en su casa, de estar de nuevo con él. Juan la miraba con cara taciturna.

- Aquí la tienes. Toma este sobre, es la segunda parte del pago. Puedes contarlo si quieres.

- No hace falta, ya puedes irte.

- Está bien, tú mismo. Puedes sentirte orgulloso, Don Roberto ha quedado muy satisfecho de ella. Bueno y no solo Don Roberto, claro.
Aquello era el final. Se había terminado. De nuevo estaba con Juan, que no hacía ningún gesto de hacia ella.

- ¿Ni un abrazo Juan?

- ¿Un abrazo? ¿De qué coño estás hablando? ¿No te has visto? Pareces una ramera. Ahora sé porque insististe en que te vendiera, deseabas esto. ¿Verdad?

- Juan, por dios, he hecho esto, por los dos.

- Después de lo que he visto, no puedes decirme esto.

- Me ordenó vestirme así…tenía que obedecer…

- No me refiero a esto.

- Entonces. ¿A qué te refieres? ¿A qué viene esto?

- ¿Quieres saberlo? ¿De verdad quieres saberlo?

- Sí, claro que quiero saberlo.

Juan, así se lo contó, había tenido la mala idea de mandar un mensaje a Raquel preguntando por ella, por si estaba bien. quien le respondió, para su sorpresa, fue el mismo Roberto. Le mostró los mensajes: “Sí, tranquilo, está muy adaptada y feliz” “¿Seguro?” “Claro que sí. ¿Quieres verlo?”.
Alena palideció cuando vió lo que le había mandado: El vídeo que habían grabado aquellos chicos en la playa. De esto se trataba.

- Por dios Juan. me obligó a ello. era su esclava. Yo no quería, te lo juro Juan.

- ¿Te obligó dices? Pues no parecías muy obligada. Corriéndote como una perra. Disfrutando de ello.

- No…No pude evitarlo…Juan…Lo siento…

- Después de esto no sé cómo podré dormir contigo. Espero, al menos, que este vídeo no lo tenga nadie más. Ahora ve y quítate ese vestido de zorra. Tira este collar y dúchate, hueles a puta…

- Juan…Yo te quiero. Olvidemos todo esto…Por favor.

- Lo intentaré. Ahora haz lo que te he dicho. No puedo soportar verte así.

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EPÍLOGO

Habían pasado dos meses desde su vuelta a casa. Las cosas no iban bien con Juan; las pocas veces que tenían sexo ella simulaba un placer que no sentia y él, por su parte parecía responder a una necesidad biológica. Vestía con recato y evitaba la mirada de los hombres, temía, a la vez que deseaba, que algo se diera cuenta de lo que era, de lo que sentía. pensaba mucho en aquellos días, en su AMO, en Raquel. A veces, cuando estaba sola, o despertándose a medianoche, no podía evitar tocarse. Al fondo de su bolso guardaba aquel collar, del que no había podido desprenderse.

Aquella mañana se dirigía a entregar una de las traducciones a un cliente, cuando oyó la voz de una mujer, a sus espaldas, llamándola.

- Hola Alba.

- Alena. Cuánto tiempo sin verte. ¿Estás bien?

- Sí…Sí, estoy bien.

- ¿Seguro? Pareces triste. Antes solías venir a la galería con Juan y estos últimos tiempos no te dejas ver. ¿Por qué no vienes a la galería y tomamos un café juntas? Recuerda que te dije que si necesitabas algo podías contar conmigo.

- Sí. Lo recuerdo. Pero estoy bien, no necesito nada. Gracias.

- Yo creo que sí que lo necesitas. ¿Sabes? me siento culpable por haberte dado aquel teléfono, no tendría que haberlo hecho.

- Tú no tienes la culpa de nada Alba. Fui yo…

- Vamos, ven conmigo, solo será un café en mi despacho y un poco de charla, entre amigas.

- Está bien Alba, pero no puedo estar mucho tiempo, tengo que entregar un trabajo.

Sentada delante de la mesa del despacho de Alba, oía a sus espaldas la cafetera llenando las tazas de café cuando sintió la mano de Alba en su hombro.

- Sé lo que te ocurre Alena, lo he visto en otras mujeres que han pasado por lo mismo, yo puedo ayudarte a tener lo que necesitas.

Aquella mano, posada en sus hombros se deslizaba lentamente hacia su blusa.

- Se de personas importantes, personas que desean discreción y que pagarían porque les dieras placer como sumisa.

- No soy una puta. Alba, no lo soy.

- ¿Seguro que no? Además, el dinero forma parte de la humillación y suele evitar que se crean lazos afectivos.

Había desabrochado un botón de su blusa y lentamente introducía su mano dentro de ella.

- No…Por favor…No me hagas esto…

- ¿No te gusta? ¿No te gustó con Raquel?

- Por favor…Por favor…Juan…

- Juan es un hombre débil que no puede satisfacerte. No te preocupes por él, en una semana lo tendría besándome los pies, comiendo de mi mano, haría que sintiese lo que tu sientes. Así te comprendería y serías libre de buscar tu propio placer.

- Harías esto….

- Lo haría por ti. serias mi puta, mi amiga. mi amante, mi sumisa. Cuidaría de ti y sabría muy bien a quien entregarte.

- No…No puedo hacer esto…Por favor…señora.

Sí Alba hubiese estado frente a ella habría visto su sonrisa al oír que le llamaba señora. Ni siquiera se daba cuenta de que esto era tanto como la aceptación de sus verdaderos deseos.

- Está bien Alena. No quiero forzarte a hacer nada que tu no desees, solo te pido que pienses en ello. Yo estaré aquí. Esperándote si decides entregarte a mí. Solo tienes que venir cualquier día antes de que cierre la galería y tendrás lo que tanto necesitas.

- Tengo que irme…

- Sí. Tómate el café y ve a entregar tu trabajo y discúlpame si te he molestado en algo.

- No…No me ha molestado…

La tarde llegaba a su fin cuando Alena golpeaba la puerta cerrada del despacho de Alba, pidiendo permiso para acceder a él

Con la mirada baja, en señal de sumisión, entró, una vez le fue indicado que podía hacerlo.

- Señora…

- Pensé que tardarías más en decidirte. Será mejor que vaya cerrando la galería y nos vayamos a mi casa. ¿No te parece?

- Sí, AMA, como usted desee.

- Pero antes voy a hacer una llamada.

- Juan, soy Alba.

- Sí, Alba, dime.

- ¿Puedes pasar mañana por la galería? He pensado en hacer una nueva exposición de tu obra.

- ¡Oh! Sí. Claro que sí. Muchas gracias, Alba.

- Por cierto; no esperes a Alena hasta tarde. Nos hemos encontrado casualmente y vamos a cenar juntas y quizá a tomar algo. Si no te importa claro.

- No, claro que no y de nuevo muchas gracias, Alba.

- Hasta mañana pues Juan,

- Hasta mañana.


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Siete días es un relato escrito por Lena publicado el 01-02-2023 22:32:39 y bajo licencia de Creative Commons.

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