SIlvia y Lily en la mansión de los gozos sombríos ( y 6)
Escrito por Anejo
Silvia reposa desnuda sobre una mullida alfombra a los pies de su ama. La señora se ha vestido de nuevo, pero le ha indicado a su perrita que ella debía permanecer desnuda. Probablemente algún invitado querrá disfrutar de alguno de sus agujeros y además su ama quería lucirla en público.
Todo esto era nuevo y sorprendentemente fácil para Silvia. Es cierto que había practicado con Lily en una ocasión el apasionante juego de la dominación, pero no al extremo que ahora estaba asumiendo tan tranquilamente con una mujer desconocida.
Los dueños de la casa parecían muy satisfechos de cómo discurría el fin de semana. Ahora era de día, una mañana de domingo gris, en la que el cielo aparecía enturbiado, como la conciencia de los invitados, que apenas habían dormitado un par de horas seguidas entre encuentro y encuentro.
Lily había cambiado de rol. Con los dos hombres que la forzaron cuando estaba atada se había conducido como una sumisa rebelde, aunque se había corrido tres veces mientras los dos caballeros la masturbaban y mordían sus pezones, sin que ella pudiera oponerse de manera alguna. Eran dos hombres fuertes y le habían mantenido abiertos los muslos sin dificultad. Sus muñecas estaban sujetas a las argollas del collar, lo que mantuvo sus codos levantados e impidió cualquier intento de resistirse, que tampoco se hubiera producido de estar suelta.
Luego había correspondido con sendas mamadas, en las que sus dueños temporales se habían turnado para azotar sus nalgas desnudas mientras ella daba placer con la boca al que descansaba de zurrarla.
Pero ahora Lily había asumido el papel de dómina y se lo estaba pasando teta con la pobrecita Molly, la vaquita que tan sumisamente les había servido a su llegada.
Silvia mira con ojos entornados mientras su ama le acaricia la cabeza y charla animadamente con el dueño de la mansión.
- Esta pequeña perra es realmente fabulosa. Apenas empiezo con ella, pero creo que en un par de meses la podemos llevar al certamen nacional de perras y ganar un premio.
- Eso sería fantástico - reconoce el Señor con moderado entusiasmo. sin perder su flema británica.
- Claro que no bastaría con las reuniones quincenales. La tendré que llevar a mi centro de adiestramiento tres o cuatro veces por lo menos.
Silvia escucha como en un sueño cómo aquella mujer empieza a hacerse cargo de su vida. En dos meses ella ha de estar felizmente casada y se habrá trasladado a vivir al campo, con su flamante marido. No estará en un certamen de perras sumisas ni cosa que se le parezca. Pero ni se le ocurre objetar nada. Flota en una nube de felicidad, abandonada a su sumisión.
Se concentra en observar cómo Lily está atando cuidadosamente a Molly, o como se llame en realidad la pobre gordita deseosa de martirio.
La ha desnudado por completo y la está atando de manera que sus enormes mamas queden expuestas, igual que su sexo peludo y extravagantemente grande. La mitad de su cuerpo está ahora cubierto por las cuerdas que se clavan sin piedad en la piel.
- Has tenido la poca vergüenza de presentarte aquí con esa mata de pelo en el coño - la riñe severa Lily - Los señores de la casa me han encargado que te corrija y ponga remedio a esa marranada.
- ¡Por favor! Le suplico que no me haga daño, señora. No me habían avisado de que...
- ¡No te atrevas a rechistar!¡Vaca inmunda!
Silvia sonríe levemente. La vulva de Molly se contrae como una ostra regada con limón a cada nuevo insulto o exabrupto de su verduga.
Cuando las ataduras están colocadas, Lily hace una señal al cocinero que antes se ha beneficiado a Molly y éste empieza a zurrarle las tetas, que cuelgan pesadamente, grotescas, tapando la cara de la chica. Cada cuatro azotes, le larga otro, más flojo, en medio de la vulva, que han dejado bien expuesta con unas ataduras muy estudiadas.
Molly muge sordamente, no se sabe si es de dolor o de puro gusto. La humedad que empapa la fusta apunta a lo segundo.
Lily está preparando una pequeña olla que se calienta con un pequeño hornillo. Introduce una espátula y la extrae bien untada de cera, verde, espesa, caliente.
- Esto es para ti, ternerita. Verás qué hermoso coñito te voy a dejar.
Se oye un grito nada fingido cuando la cera se funde con la piel de la cara interna del muslo y otro más desgarrado cuando Lily tira con toda su fuerza arrancando una mata de vello.
Hay murmullos de aprobación por el resultado y Lily continúa con su trabajo sistemático y preciso. Las nalgas son su objetivo después de los muslos. Se reserva las ingles y el ano para el final.
Molly intenta parar, pronuncia unas palabras convenidas, que no sirven de nada, puesto que Lily las desconoce.
Aquello ha quedado perfecto. No se distingue ni un pelo. Uno de los hombres se adelanta extrayendo su pene. Lo coloca entre las tetas y las utiliza para darse placer mientras devora con fruición el recién depilado sexo de Molly.
La chica grita, ahora sí, de placer.
Silvia no puede creer que aquello esté ocurriendo. Sobre todo, no puede creer que aquello esté ocurriendo sin que ella salga corriendo insultando a aquellos depravados. Ahora se siente una de ellos.
Domingo por la tarde. Dos amigas vuelven a casa en el coche de una de ellas. Lily conduce en silencio y Silvia teclea en el móvil con ágiles dedos. Su expresión es desolada.
- Para en la estación de servicio, que tengo una sed – pide Silvia...
- De acuerdo. Pondré gasolina mientras. Compra seis cerveza bien frías para mí, que se me han acabado.
Y Lily aprovecha su momentánea soledad para hacer una llamada.
- ¿Ernesto? Sí. No, no sé nada de Silvia, ¿Porqué? ¿Qué te ha dicho que se lo ha de pensar un poco? ¡No me jodas! ¿Qué no se casa? ¡Será burra la tía! Cómo lo siento, cariño. Pero creo que es mejor así. Sí, mejor para los dos. Oye ¿quieres que me pase por tu casa, digamos, en una hora? Y me lo cuentas tranquilamente. No, no importa la hora. Mañana no trabajo hasta la tarde. Claro, tú como eres el jefe…¡jajaja! Llevaré unas cervezas. Si bebemos demasiado me puedo quedar a dormir en el sofá, jajaja! Besis.
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