Mi liquidación
Escrito por Sonia VLC
Mi nombre es Eva. Tengo veintinueve años y un brillante futuro profesional por delante.
Cuando aquel día de noviembre entré por mi nuevo despacho de directora de marketing me presentaron a mis subordinadas. Todas éramos chicas. Está visto que no iba a encontrar rollo en el trabajo. Bueno, me parecieron todas muy preparadas excepto aquella tonta fea, que me estropeaba el equipo. Pensarán que es injusto, pero yo sé lo que digo. Una chica fea no vende como una guapa.
Soy licenciada en Marketing e hice un master en comercialización de servicios financieros. Me exijo y exijo mucho a los que están a mí alrededor. Soy rubia, alta y elegante. Me cuido y hago deporte. Dicen que estoy un poco creída y es cierto. Soy un poco pechugona y de culo generoso. Mis piernas son largas. Estoy muy buena. Tengo una nariz respingona y unos labios sensuales. Mi cara es redonda. Una muñeca. Soy superior. Por eso, cuando vi a Josefa Sánchez, Rosa, vestida de aquella manera estrafalaria, con el pelo desaliñado y aquellas gafas y aquellos dientes grandes, decidí que sobraba en el equipo.
Rosa era una mujer de treinta y tantos años, solterona, introvertida, ¿eficiente? Tengo que reconocer que sí, pues el despedirla me costó el puesto. Podía ser muy sensual y muchas veces le dije que cambiara de forma de vestir. Reconozco que quizás fui un tanto despectiva al decírselo y tal vez por eso me respondió que no le gustaba provocar. Luego un día me dijo que no le gustaba vestir de puta. ¡Imagínense! ¡Una administrativa a la directora de marketing!. Yo cuido hasta el último detalle en mi forma de vestir y me fastidia tener en mi equipo una mujer que seguro que no se depila.
Lo comuniqué al director y me dijo el muy gilipollas que no me metiera en como venía la gente a trabajar ¡Vaya apoyo!.
Bueno, empecé a fastidiar a Rosa, a mandarle trabajos fastidiosos y de poca importancia. Es que el que yo vista con trajes de minifalda es normal y no me tenía por qué llamar puta. Las otras chicas parecían solidarizarse con Rosa, pero me tenían miedo y no la apoyaban abiertamente. Sabían que podía tomarlas con ellas también, como de hecho, le armé una bronca a más de una amiguita suya. A ella la abroncaba todos los días y la sentía hundirse cada día, y un buen día, después de armarle una bronca, Rosa se despidió con lágrimas en los ojos, me dio un poco de lástima, pero me dio igual en el fondo.
Creo que aquello creó muy mal ambiente en el trabajo, pero me seguían respetando. Pero incomprensiblemente empezaron a bajar las ventas. Las chicas que tenía a mi cargo eran muy buenas comerciales. Vendían todo y más, pero luego, cuando había que mandar los pedidos la empresa fallaba. La fea de Rosa hacía mejor su trabajo de lo que yo pensaba. Mi jefe la quiso llamar y yo me puse como una fiera.
Habló con ella y rechazó entrar en la empresa. Parecía que le iban bien las cosas mientras a mí me iban peor cada vez hasta que un día yo misma probé en mis carnes la crueldad que había cometido con Rosa. Me despidieron.
Ni que decir tiene que pasé unas semanas malas hasta encontrar otro trabajo, y durante estas semanas me encontré a una de mis subordinadas en la calle. Le pedí que tomara un café conmigo en un bar y aceptó.
Aquella chica, Nuria, me puso verde y aguanté estoicamente sus críticas. Le conté mi situación, teniendo que pagar una hipoteca de cien mil euros y en paro. Me oía atentamente y me preguntó si haría cualquier cosa por dinero. Asentí con la cabeza. Estaba realmente desesperada. Nuria me dijo que conocía a una persona, cercana a la empresa, que daría dinero por hacerlo conmigo. Mucho dinero.
Era una persona joven y guapa. No caía en quien podía ser. Tal vez algún compañero de trabajo o algún cliente. Nuria mantuvo su misterio, pero al día siguiente me llamó para decirme que la persona estaba interesada en tener una cita conmigo. Me había puesto un precio muy alto. Curiosamente, lo que ganaba un administrativo en mi antigua empresa yo lo iba a ganar en un rato.
Nuria me dijo que fuera a las ocho de la tarde a un hotel de dos estrellas de las afueras de la ciudad, que allí me esperaría ella. No conocía el hotel. Me dio instrucciones sobre cómo debía vestir, como conocían mi vestuario, me ordenó que me pusiera aquel vestido gris de minifalda y aquella camisa rasa Me sugirió aquellas medias blancas de encaje y una ropa interior provocativa.
Luego me preguntó si estaba depilada. Me ofendió que me lo preguntara y le respondí afirmativamente, aunque luego me aclaró que debía estar depilada completamente, así que ese mismo día me afeité el sexo. Era un cliente realmente exigente el mío.
Mi forma de vestir incluía órdenes sobre el color de la pintura de uñas en pies y manos y mi peinado, pues debía llevar el pelo atado en coleta. Me exigió que me pusiera las siete pulseras de oro que tenía, y una gargantilla que me ponía de vez en cuando, así como dos anillos de oro, que debía ponerme uno en el anular de cada mano. Hasta me ordenaron que llevara pintados los labios de aquel rojo intenso y los ojos de aquellas sombras azules. Y que me pusiera los pendientes en forma de aro, enormes, que ya había desechado por considerarlos demasiado extravagantes.
Esperé expectante el paso de la noche y el día hasta la hora en la que debía aparecer por el hotel. Nuria me esperaba en la puerta. Mi cliente ya estaba en una habitación. Tenía que entrar y alojarme en una habitación. Luego la llamaría a su móvil y me dejaría el dinero que guardaría en mi habitación y la acompañaría hasta la habitación de mi admirador secreto.
Iba vestida, quitando los atuendos que me habían exigido ponerme, con la misma ropa con la que solía ir al trabajo. El recepcionista me dio una habitación y me dirigí a ella con un pequeño bolso que se suponía era el equipaje.
El hotel no tenía grandes lujos, casi destartalado, pero limpio, tal vez porque estaba amueblado con lo mínimo. La solería era fría y aún conservaba algo de brillo, las colchas eran sobrias como los muebles. En el baño destacaba lo anticuado de los sanitarios. Recibí la llamada de Nuria. Le dije que estaba en la número once. Se presentó en mi habitación.
Nuria era una chica de pelo corto, delgada, extremadamente delgada, que hoy vestía de una manera muy convencional. A pesar de su delgadez, tenía un tipo bonito, pues tenía un culillo apañado y algo de pecho. Era de ojos marrones y cuello largo, la cara era alargada y sus labios largos atravesaban su cara. Su nariz era recta y larga. Admiraba en ella sus largos dedos y sus manos estilizadas. Me dejó sobre la cama diez billetes de cincuenta euros, más de lo pactado.
- Te va a exigir mucho.- Dijo sonriendo con una expresión de malicia y dicho esto, casi sin dejar que guardara el dinero en mi bolso y lo metiera en el armario, guardando su llave en mi traje, me cogió del brazo y me condujo por el solitario y oscuro pasillo del hotel hasta la habitación quince. Me llevaba cogida de la mano. Me sentía un poco incómoda, pues no solía ir tan unida a una mujer. Me di cuenta que Nuria era bastante alta, me sacaba, quizás, media cabeza.
Nuria tocó y pasó sin mayores protocolos y yo tras ella. La ventana un poco abierta dejaba pasar una luz que mantenía la habitación en la penumbra. Allí, sentada en un sillón en una esquina, aparecía una persona vestida con un sombrero negro y unas gafas de sol muy oscuras y cuyos rasgos me parecieron de un primer vistazo a Michael Jackson, por el pelo rizado y la mandíbula cuadrada y una nariz preciosa que conformaba todo ello, el aspecto de un joven.
Iba vestido el joven muy bien, con un traje de rayas grises y unos zapatos muy caros con sus calcetines negros, su corbata de seda azul. Su delgadez también le conformaba un aspecto juvenil. Tenía el pelo negro, suave y rizado, con brillantina.
Tenía unos labios muy sensuales. Debía de ser un chico precioso, pensaba en ese momento. Y sus dedos eran largos en una mano muy estilizada. Podía apreciarlo bajo aquellos guantes de color blanco.
Nuria se acercó cuando le hizo una seña y escuchó atentamente lo que le decía en el oído. Entonces, Nuria comenzó a ordenarme.
- El señor desea que te pongas a bailar delante de él.
Me puse a contornearme delante de él, delante de aquella dura cara, de aquellas gafas negras que no me permitían ver su expresión mientras me deshacía de la chaqueta y desabrochaba los botones de mi camisa para dejarle ver la piel de mi vientre y el color blanco de mi sujetador de encaje. Me iba moviendo contorsionando mis caderas, mostrándole a aquel joven mi figura.
Me acerqué a él y le cogí la cara con una mano y me sorprendió la suavidad de su piel. Me quitó la mano de su mandíbula con presteza y aquello me sorprendió. ¿Estaría ante un tipo dominador que no consentía que lo tocaran?
- Quítate el sujetador. Me ordenó Nuria.
Comencé a bajarme el tirante y subírmelo y así hasta que decidí desprenderme de él y me llevé la mano a la espalda para desabrochármelo. Mis tetas botaron libres y aunque no pude percibir nada en aquel rostro que me miraba tras las oscuras gafas, pude ver la admiración de Nuria, que clavó su mirada en mis pezones redondos y prominentes, bien distintos del resto de la piel de mis senos.
Me llevé las manos a mis copas para que el hombre pudiera apreciar bien el tamaño de lo que tenía. Hizo entonces un gesto y Nuria me ordenó que dejara de bailar. Me quedé quieta, con sólo la falda puesta, con las muñecas cargadas por las pulseras de oro y con aquella gargantilla puesta. Sentía el peso de los pendientes puestos en mis orejas.
El hombre hizo un gesto y Nuria me dijo que venía a quitarme la falda. Nuria se agachó un poco y desabrochó el botón y bajó la cremallera, tirando de la falda hacia debajo. Quedé delante de los dos con el panty blanco de encaje puesto, cubriéndome desde mi cintura.
Nuria seguía ordenándome.- Pon las manos detrás y date la vuelta.- obedecí. El hombre, que tenía las piernas cruzadas, las abrió con un gesto de impaciencia.
- Acércate que te vea mejor. Dijo Nuria al mirar sólo a aquel hombre.
Obedecí y me acerqué lentamente. Sentí la suave textura de los guantes en mi vientre medio cubierto por los pantys y luego, como me acariciaba los pechos, entreteniéndose en mis pezones que rozó con la yema de sus dedos un par de veces, provocando que la textura del guante me los excitara ligeramente. Puse mis manos sobre sus hombros.
- ¡Ni se te ocurra quitarle las gafas aún! ¡Ya llegará el momento!
- Siéntate sobre sus piernas.
Me senté en sus muslos, colocando mis piernas por fuera de sus muslos. Me pareció que aquel joven no tenía mucha fuerza, pero con que apetito me agarró de las nalgas y se metió mis pezones en su boca. Su piel se adivinaba fresca y tersa y podía ver unas largas pestañas detrás de los oscuros cristales. Me agarré a su cuello y sentí su boca apretar mis pezones y contenerlos en los labios. Estiraba de ellos y el efecto sobre mí era una excitación mayor y conseguir que los pezones se alargaran.
Sus uñas se me clavaban en las nalgas. Nuria se colocó detrás de mí y me agarró la cabeza. Agradecí su ternura. Sentí sus manos suaves en mis carrillos y luego, tras besarme en las mejillas, alargó sus manos para cogerme el pecho y ofrecérselos así a aquel extraño caballero, que deshizo en un gesto el nudo de su corbata y pude ver la piel suave de su cuello. Me dio ganas de besárselo, pero sólo pude acercar mi cabeza a su cara y oler su perfume varonil y la gomina de su pelo.
Le quité el sombrero y descubrí un peinado al estilo de Charlot. Entonces busqué su boca y fui obsequiada con un dulce beso, un beso jugoso, profundo que fue aprovechado por Nuria para estrujar mis senos, provocándome un dolor agradable.
Me empezaba a mosquear la forma de actuar de Nuria, parecía que disfrutaba tanto como cualquiera de nosotros en aquellas circunstancias. Toqué la pierna de aquel caballero misterioso y pude apreciar una apreciable empalmadura y más que eso, un pene de una consistencia y tamaño envidiable. Nos devorábamos la boca, pues el sentir aquel gran pene cerca de mí me puso cachondísima.
Nuria tiró de mi cabeza hacia detrás y me volvió a besar en la sien mientras el caballero volvió a disfrutar del delicioso manjar que suponían mis senos rematados por aquellas duras guindas que eran mis pezones.
Nuria me cogió de las muñecas y comenzó a manipular en una de las pulseras de oro. Yo pensaba que me la iba a quitar, pero mi sorpresa fue cuando me sentí trabadas las manos. Mientras me entretenía excitada contemplando como aquel desconocido me lamía los pezones. Nuria había introducido un extremo de la pulsera desatada por una de las pulseras que estaba en la otra muñeca.
No le di mayor importancia a aquello y pronto quedaron trabadas tres pares de muñecas entre sí. La verdad es que no intentaba liberarme, pues de haberlo conseguido, seguro que hubiera roto todas las pulseras. Para más seguridad, Nuria ató los anillos que me había ordenado la noche antes que me colocara en los respectivos anulares entre sí con una anilla.
Con las manos amarradas así sólo se me ocurrió rodear con los brazos la cabeza de mi amante que seguía jugando con mis pezones entre sus labios. Aquel desconocido hizo entonces una seña y Nuria me cogió de los brazos para ponerme de píe mientras el casi me tira de sus rodillas. Nuria comenzó entonces a bajarme poco a poco los pantys hasta la altura de las rodillas, y luego me dio media vuelta, de forma que el desconocido me veía las bragas, bastante mal colocadas, que apenas me cubrían. Para colmo, Nuria me agarró de las nalgas y me las separó, haciendo que la suave tela se metiera entre ellas. Me sentía desnuda.
Nuria bajó mis bragas hasta donde había colocado mis pantys y cogiéndome de la gargantilla de oro me obligó a doblar la cintura.- Es para que el señor vea que no tienes pelos. Nuria volvió a separarme los cachetes.
- ¿Está a gusto del señor?.
Sentí detrás de mí una risa casi infantil que se disimuló con una tos.
El desconocido llamó a Nuria y le dijo algo de nuevo. Nuria fue presta al cuarto de baño mientras yo permanecía así, de espaldas a él. Al cabo de un rato, Nuria apareció con la cadena del inodoro. Entonces me la enganchó a la gargantilla y la dejó caer. Sentí el brazo del hombre meterse entre mis piernas y lo vi enganchar la otra parte de la cadena del inodoro y tirar hacia él.
Doble la espalda, pues no deseaba que me rompiera aquella gargantilla comprada con el primer sueldo. Obedecía instintivamente las órdenes mudas que el hombre me daba a través de la cadena del inodoro y pronto quedé a cuatro patas sobre las frías baldosas. Le estaba ofreciendo mi trasero a aquel señor. Me costó agacharme debido a que los pantys y las bragas estaban a la altura de mis rodillas y eso me impedía abrir las piernas demasiado.
Sentí la suave seda de los guantes del señor sobre mis nalgas y de repente, una sensación tierna en mi sexo, que comprendí que eran sus labios, y tras aquello, la humedad de su lengua que me acariciaba el clítoris.
Sus manos me separaban las nalgas y la carne del muslo y la lengua de aquel hombrecillo me lamía justo en la base interior del clítoris. Mi excitación aumentaba. Delante de mí tenía a Nuria, que parecía disfrutar realmente viéndome en este percance.
El hombrecillo tenía agarrada la cadena del inodoro y la movía de vez en cuando. Yo sentía un tirón en el cuello y el roce de la cadena en mi piel, justo en mis senos y a veces, arañando mis pezones. Ahora el goloso me mordisqueaba las nalgas, ahora lamía mi sexo en toda su extensión.
De repente, me agarró el clítoris con los labios y dio un tironcito. Creo que mi sexo debió de ponerse a cien, y desde aquel momento comencé a sentir cada roce de la lengua de mi desconocido amante como multiplicado por mil. Sentía que su lengua se intentaba introducir entre las paredes de mi sexo.
No pude reprimirme más y empecé a jadear lentamente y en voz baja y sentí que un calor y una sensación electrizante recorría mi cuerpo y las piernas me flaqueaban ante la suave sensación de la lengua de aquel desconocido en mi sexo. Me corrí y Nuria parecía tener una expresión de orgullo en su cara.
Creí que iban a dejarme descansar, pero en lugar de eso, sentí una presión entre mis muslos. Me di cuenta de que me iban a penetrar.- ¡Por favor! ¡Ponte un preservativo!.- Nuria se rió y se fue a su bolso y sacó un preservativo que se lo entregó al desconocido. Pude ver tras de mí la funda vacía y tras un momento, empecé a sentir de nuevo la presión de aquel miembro.
El hombre presionaba contra mí y poco a poco iba metiendo aquel miembro de mulo en mi sexo rubricado. Me iba insertando. Nuria se colocó a mi lado y me acariciaba y me cogía la cabeza. Al cabo de unos instantes, el hombre empezó a moverse detrás de mí, empujándome y haciéndome que me moviera. Estaba sobre mis pantys y mis bragas, seguro que dándolas de sí y destrozándolas. De cualquier manera, me tenía cogida y por duras que fueran las envestidas siempre volvía contra su vientre.
Me tenía cogida de la cintura. Había soltado la cadena del inodoro que había recogido Nuria y llevaba en la mano, fuertemente cogida y dejando un trozo muy corto de cadena, con lo que no podía mirar hacia detrás. Miré a un lado y pude ver el perfil de un hombre bellísimo, que se había quitado las gafas y el sombrero. No lo reconocía.
Volví a jadear y me sentía como apareada como una perra caliente. Me ardían todas las zonas erógenas de mi cuerpo, desde los pezones hasta los lóbulos de las orejas, cualquier sitio que tuviera alguna sensibilidad tenían una sobre excitación. Chillé.
Chillé con cortos rugidos agudos que precedieron a mi orgasmo. Nuria me quiso tapar la boca pero no pudo evitar mis chillidos que culminaron en un gemido ronco, intenso y duradero. Me extrañó, porque no me pareció que la minga de mi amante se hubiera inmutado lo más mínimo. Poco a poco la sacó igual de dura que al principio. Quise mirar pero Nuria me lo impidió.
Cuando me di la vuelta, delante de mí tenía al mismo señor misterioso y mudo, con las gafas oscuras puestas y el sombrero, totalmente trajeado. Nuria me obligó tirando de la cadena del inodoro a permanecer de rodillas y luego me dio agua que tuve que beber directamente de la botella.
Estuve así un cuarto de hora. En ese momento, Nuria atendió a una seña del caballero y la vi que comenzaba a desnudarse. Se desnudó completamente, enseñando poco a poco su esbelta y delgada figura. Tenía unas piernas largas y delgadas y unas caderas no demasiado anchas. Su culo era de nalgas pequeñas aunque muy redondas y su vientre liso. Al quitarse el sostén aparecieron sus dos pechos, redondos y algo caídos, aunque rematados por unos pezones puntiagudos.
Nuria agarró la cadena del retrete y tiró de mí hacia la cama en la que estaba recostada. Avancé hacia ella a cuatro patas, con dificultades, pues llevaba las manos trabadas, y me subí junto a ella. Pensé que el hombre nos haría el amor a las dos, pero me equivoqué. El caballero misterioso se incorporó de su asiento y vino hacia nosotras con unos movimientos graciosos y elegantes y se puso a mirarnos a cierta distancia con las manos metidas en los bolsillos.
Nuria me tenía tan cerca de ella y me agarraba tan corto que sentía su puño contra mi cuello y su aliento en mi nariz. Entonces, con una expresión dura y de posesión, Nuria me dio un muerdo en la boca que no supe como encajar. Intenté evitar que se prolongara, pero ella tenía las de ganar y siempre encontraba mi boca.
Era la primera vez en mi vida que tenía una relación lésbica y la iba a sufrir casi por la fuerza. Nuria agarró la cadena del inodoro al cabecero de la cama, dando un par de vueltas a uno de los barrotes y me extendió el extremo para que me lo metiera en la boca. Obedecí, sintiéndome como uno de esos perros que se ven por la calle que llevan su propia correa entre sus dientes.
Luego, se entretuvo en acariciar mi cuerpo y lamerlo. Me acariciaba el costado y la espalda, y las nalgas y los muslos, y aquellas caricias iban seguidas de un montón de besitos que yo soportaba estoicamente colocada a gatas sobre la cama, con las manos trabadas y atadas del cuello al cabecero.
La boca de Nuria jugaba ahora con los pezones de mis tetas aprisionadas por sus estilizadas manos de dedos largos y delgados. Nuria parecía beberse la leche que pretendía ordeñarme. Sus labios me excitaban y el perfume penetrante que utilizaba me embriagaba.
- ¡Ábrete bien de piernas, zorra!. Me ordenó Nuria.
Sentí que extendía sus brazos por detrás de mis nalgas y se apoderaba de mi sexo mojado mientras continuaba besándome, ahora mi oreja, tirando con la lengua de los amplios aros dorados que llevaba por pendientes, para penetrar con su lengua en el interior de mi oído alternando las lamidas sensuales con insultos como "zorra" o "puta caliente".
Me introdujo un dedo en mi sexo, lo sentía dentro, agitarse para arrancarme un orgasmo que no quería regalarle. Hinqué los codos sobre la cama para resistir mejor, colocando la cara frente a la almohada. Entonces sentí que Nuria colocaba un muslo al otro lado de la cabeza y sentía su coño en mi nuca.
Nuria puso sus manos sobre mis nalgas y separó los labios del sexo, y estirándose un poco consiguió poner su lengua en mi sexo. Me movía la cintura de un lado a otro, desestabilizándome, hasta que hizo que me tumbara en la cama, de espaldas a ella. Sentía el calor de sus pechos en mi cintura y su boca en mi sexo, cuando me agarró los cachetes del culo y me los separó con fuerza. Un momento después sentí una húmeda sensación en el ano, que atribuí a un escupitinajo.
Tras aquello, sentí la lengua de Nuria acariciarme el culo. Me intenté resistir pero la tenía encima con todo su peso. Me inmovilizó metiendo sus piernas por detrás de mis hombros y sentí el suave olor de sus pies que estaban cerca de mi cara Pronto volvió a lamerme el sexo y a introducir de nuevo un par de dedos en mi sexo, que se hincaban en mi interior como si quisieran conocer la profundidad de mi sexo.
Me corrí en la mano de Nuria, aquella vendedora eficiente de la que nunca pude sospechar sus secretas aficiones por las mujeres. AL ver que me corría, el caballero misterioso me agarró de la melena y tiró de mi cabeza un poco hacia detrás. Sostuvo mi cabeza por la barbilla y entonces sentí de nuevo el sexo de Nuria en mi nuca. Restregándolo con fuerza, dejándome su aroma y la prueba de que me había poseído.
Nuria comenzó a correrse restregando su sexo contra mi pelo rubia. Al buscar mi nuca, flexionó las rodillas y yo, al ver la suave sensación de la planta de sus pies, rocé mi cara contra ellos y los lamí mientras pasaban los últimos momentos de mi propio orgasmo.
- No está mal...no está mal.
Esa no era la voz de Nuria y tampoco era la de un hombre, era una voz de mujer que yo conocía. Miré hacia detrás como pude, pues seguía atada, y vi que el misterioso caballero se había quitado el sombrero y las gafas. Era ella. Era Rosa Sánchez.
Rosa Sánchez se había arreglado como si fuera un hombre. Su pelo corto, engominado y rizado le daba, ocultando sus ojos y poniéndose aquel traje ancho, un aspecto masculino, aunque algo afeminado tal vez. La había engañado.
- ¿qué haces aquí? Le dije
- Follar. ¿Y tú?. Me respondió Rosa, provocando una sonrisa maliciosa en Nuria. Me di cuenta entonces que me había penetrado antes. Me había follado una mujer y yo no me había dado ni cuenta.
- ¡Suéltame!
- Lo perderás todo entonces.
- ¡Suéltame te digo.
Rosa comenzó a desnudarse quitándose la chaqueta que tiró sobre el sillón en el que había permanecido sentada y se desabrochó la camisa, después de quitarse los guantes con mucha chulería y pasarlos un par de veces por mi vagina todavía húmeda de antes.
Se quitó una camiseta que le disimulaba el sostén ajustado que le apretaba el pecho, que saltó delante de mí libre y furioso. Luego se quitó los zapatos y se desabrochó los pantalones inmensos que bajaron por sí solos, dejando al descubierto unos calzones.
Les pedía que me soltaran, pero ellas no me hacían caso. Rosa se sacó un consolador. Era, efectivamente un pene más grande que el que pudiera tener un hombre normal. Se colocó detrás de mí y comenzó a jugar con el aparato, colocándolo entre mis nalgas. Comencé a gimotear.
- No, pequeña puta...no lo voy a hacer así...quiero verte la cara de zorra para olvidarme de todo lo que me has hecho sufrir.
Rosa tiró de una de mis piernas. Yo me resistía, y entonces Nuria la ayudó tirando de la otra pierna. Quedé tumbada y así fue muy fácil darme la vuelta. Rosa no se anduvo con contemplaciones y se tumbó encima de mí. Sólo llevaba puesta la corbata. Hice un tirón más fuerte de la cuenta intentándome soltar y mis cadenas de oro saltaron rotas de mis muñecas. Me solté liberando entonces uno de mis dedos de un anillo, pero mi libertad fue efímera, pues Nuria trajo mis pantys y me ataron las manos separadas a ambos lados del cabecero, todo lo que los pantys daban de sí.
Nuria me agarraba de las piernas mientras Rosa comenzaba ya a introducir el consolador poco a poco en mi sexo. Sentía aquello meterse dentro con más facilidad de lo que podía suponer. Cerraba los ojos para no ver a Rosa que me miraba disfrutando de verme así, bajo su dominio, poseída por ella. Me besaba, o mejor dicho, me mordía mientras, me agarraba de la cintura y se afanaba en completar de meterme todo su consolador.
Cuando me tuvo totalmente insertada, Rosa comenzó a moverse de arriba a abajo, provocando la fricción en mi interior. Estaba a su merced. Sentía mis pezones erizados rozarse con los suyos cuando me embestía. Nuria me besó en la boca.
- ¡Quítate, que quiero verle la cara!.
Sentía mis piernas desfallecer. Comencé a agitarme sintiendo la inminencia del orgasmo. Para colmo, vi a Nuria arrancar la correa del pantalón del traje masculino y luego la sentí atarme los dos pies detrás de la cintura de Rosa.
Rosa, al ver que me iba a correr, comenzó a embestirme de una manera agresiva, casi violenta. Mi sexo chorreaba. Mis pezones, mi clítoris, hasta mi ano estaban a punto de explotar hasta que comencé a chillar de nuevo, estruendosamente, sin vergüenza, como una gata en verano.
Rosa no se tomó prisa para separase de mí. Creo recordar que después de aquel polvo, deseé que me besara e incluso busqué su boca, peor me rechazó. Todavía jadeaba por el esfuerzo.
- Me he quedado muy caliente. Dijo Rosa.
Me miró y tras quitarse los calzones varoniles y las bragas que tenían injertado el pene artificial, vino avanzando de rodillas hacia mi cara. Me cogió de la cabeza y se sentó ligeramente. Entonces colocó su sexo en mi boca, húmedo y oloroso. No hice nada. Ni siquiera saqué la lengua. A Rosa parecía darle igual. Buscaba la fricción de mis labios y en poco tiempo, después de probar el sabor de sus jugos que aparecían en el suave tacto de su raja entre una maraña de pelos, se corrió en mi cara, Llenándome de su miel.
Rosa se vistió sin ni si quiera mirarme. Estaba follada y humillada. Cuando se fue, Nuria comenzó a soltarme. Me explicó que Rosa había puesto un negocio y se había hecho casi millonaria.
Nuria se llevó mis bragas, mi sujetador y mis pantys, pues una puta, me dijo, no necesitaba todo esto. Yo salí así del hotel, con mis quinientos euros y el coño escocido y me fui a casa a reflexionar sobre lo ocurrido.
Al cabo de una semana, me llegó un paquete con una película de video en la que aparecía yo, como actriz principal, en manos de un misterioso caballero primero, de Nuria y de Rosa después. Y una nota que decía "Espero que esto haya sido, a la vez que una interesante experiencia, una cura de humildad.
Yo por mi parte, considero que ya he cobrado mi finiquito"
|