Metamorfosis II
Escrito por Lena
- Te voy a mostrar nuestras instalaciones, pero antes debemos ocuparnos de lo principal.
Habían bajado por aquellas escaleras, ella aun aturdida, siguiendo sus pasos, hasta aquella habitación, que abrió con una llave.
- Este es mi rincón.
Una simple cama de barrotes y una pequeña mesa con dos sillas.
Con un dedo abría el escote de punta de su blusa cruzada.
- Has venido para ser follada, a esto has venido. Lo deseas desde el primer día que me arrimé a ti en el metro. ¿Verdad?
- Yo…Yo…Por favor…
- No me vengas con monsergas y contesta a lo que te pregunto.
- Sí. Lo he estado deseando, pero tengo miedo.
- Haces bien en tenerlo. Sabes que si te follo ahora lo haré siempre que quiera, hasta que me canse de ti. Terminarás siendo la más putita del club.
Bajaba la mirada sin contestar, sin decir nada. Su cabeza daba vueltas. Hacía solo unos minutos había estado mamando la polla de un desconocido.
- Desnúdate. Debes estar chorreando y la próxima vez que vengas prescinde de los sujetadores, debes estar accesible.
No te quites las medias ni el liguero, es lo único que vale la pena de lo que llevas.
Sus manos, expertas, recorrían su cuerpo, comprobando la tersura de sus nalgas, de sus senos. Los pezones totalmente erectos. Ana suspiraba, sin poder apartar su mirada de aquellos ojos.
- Dios mío, qué mojada estás. Cualquiera podría follarte ahora. Eres tan apetecible como imaginaba.
- Hágalo, por favor ...Por favor.
- Pensaba que sabías contenerte mejor. Tiene razón Antonio, ni siquiera has sido enculada.
- No me haga daño…Por favor…
- No temas, esto lo solucionaremos otro día.
Jesús se quitó la ropa, desnudándose completamente. No pudo evitar mirar su pene, Aquel pene que tanto había deseado.
- Te la voy a clavar entera, pero antes quiero ver cómo te tocas, como te has estado tocando, pensando en mí.
- Por favor…Nunca he hecho estas cosas…
- Haz lo que te digo si quieres que te folle. Debes ir aprendiendo a ser complaciente, obediente. Debes ganarte el derecho al goce.
Avergonzada, apoyándose en la pared, empezó a tocarse. Su sexo, totalmente lubricado, su clítoris, sus senos.
- Eso es. Eso es.
Suspiraba, gemía, nunca había estado tan caliente, tan salida y a la vez tan avergonzada, nunca ¿Cómo era posible que estuviera haciendo aquello? Ella, una mujer respetable y respetada.
- Para, para. ¡Joder! Para ya. Vas a correrte.
Su espalda resbalaba en la pared, sus piernas ya no la sostenían. La cogió por un brazo y la tiró sobre la cama. Vio cómo cogía unas cuerdas y ataba sus muñecas en la cama. La penetró de un solo golpe, con dureza, su cuerpo encima del suyo. Nunca olvidaría aquellos momentos, quedarían en su mente para siempre. Si, la follaría siempre que quisiera, ahora estaba segura de ello.
- Venga, vístete, no hace falta que te pongas los sujetadores. Voy a mostrarte todo esto antes de que se llene de gente.
Casi no podía levantarse de la cama, su cuerpo estaba tembloroso.
Casi nada de lo que le mostró le fue extraño, lo había visto en locales que se anunciaban en Internet y que su curiosidad le había hecho visitar, más de una vez. No le sorprendieron los reservados para grupos de cinco o seis personas, la sala grande con espejo en el techo, para grupos. Le inquietó lo que él llamaba “La mazmorra”, se imaginó a ella misma allí, atada y castigada. Le despertó curiosidad una sala con taquillas.
- Hay socias como tú, mujeres casadas, respetables profesionales, aquí se visten de forma más adecuada para mostrarse en el local. Si quieres te asignaré una para ti cuando te dé el carné.
- No sé…No sé si volveré…No debería…
- Bueno esta es tu opción. Aquí puedes tener sexo con quien quieras, eso sí, ya que te regalo un carné por el que los socios pagan ciento cincuenta euros al mes, espero que sea yo quien te rompa el ano.
- Me…Me dolería mucho…
- Sí, así es, pero pronto te viciariás a ello. Como este, mira, a algunos les gusta no cerrar la puerta y que los vean. Aun que de hecho se puede tener sexo en cualquier parte del club. Seguro que a la Vaquilla se la están follando ahora mismo arriba.
La llevó hasta uno de los reservados, la puerta estaba abierta y lo que vió hizo que no pudiese apartar la mirada de aquellos cuerpos desnudos, en la penumbra: Un hombre joven, apoyado en la pared estaba siendo penetrado por otro, maduro y musculoso.
- Que maricona eres. ¡Cómo te gusta, zorra!
- ¡Sí! ¡Sí!
Nunca había visto nada parecido, ni siquiera lo había fantaseado, No podía dejar de mirar.
- Dios mío -Susurró.
- ¿Qué te ocurre viciosilla? Aún te están temblando las piernas y vuelves a ponerte cachonda.
Situado detrás de ella noto su mano en la nalga.
- Quizá deberías invitar un día al cornudito. Igual le gusta esto.
Se giró, mirándole a los ojos.
- No me gusta que hable de él así…
- Ni a mí que sigas sin tutearme.
- Debo irme. Debo. salir de aquí…No quiero terminar…No quiero…
- ¿No quieres que? Te diré lo que quiero yo. Quiero que le pidas a Antonio que te folle. Me gusta que las mujeres que vienen aquí salgan bien saciadas.
- No…No me ordenes esto…por favor.
Tenía los ojos humedecidos, pronta al llanto. Sabía en lo que se convertiría si le obedecía. En lo que en realidad ya era.
- No te voy a obligar, nadie obliga a nadie aquí. Pero estoy seguro de que deseas obedecer.
Sus deseos de que aquel hombre ya no estuviese allí cuando regresaron a la parte superior del local, no se cumplieron, allí estaba, en la barra, hablando con La Vaquita', sonriente. Entonces supo que lo haría. Que obedecería. Avergonzada de sí misma y llorosa, sabía que era algo irreversible, inevitable.
- Vaya. ¿Ya habéis vuelto? ¿Qué tal? ¿Le vas a regalar el carné o qué?
- Creo que si
- Las hay con suerte. Ven, acércate guapa.
Cabizbaja, llorosa, se acercó a él.
- No sabes cómo me pone cuando estais así. Veo que ya no llevas sujetador. Seguro que has disfrutado mucho.
Le puso una mano en el escote de su blusa cruzada, separando uno de sus lados hasta dejarle un seno al descubierto.
- Tienes unas buenas tetas para tu edad y por lo visto muy sensibles. Mira Vaquita que tetas. Muestra las tuyas. Seguro que le gustan. Antes te ha estado mirando todo el rato.
- Sí, ya lo he visto. No paraba de mirarme.
Lo dijo mientras desabrochaba su blusa negra.
- Míralas bien. ¿Te gustan? Tócalas. Seguro que te mueres por hacerlo.
Dirigió sus ojos a Jesús, detrás de la barra sonreía.
- Yo…Yo…
- ¿Nunca has tocado las tetas de otra mujer?
- Unas ubres querrás decir- Apuntó Antonio.
- Eso, unas ubres. Tócalas, veras que duras las tengo.
Acercó su mano temblorosa...Aquellos senos, aquellas ubres…Las areolas exageradamente grandes, los pezones que se endurecieron con el contacto. la mano de Jesús en su cabeza llevándola a sus pechos. Para que Chupara uno de ellos.
- Un día nos vamos a comer enteras. Ya verás qué bien lo pasamos.
Nunca se había imaginado haciendo algo así y menos aún que aquello la excitaba del modo que la estaba excitando.
Hizo un esfuerzo para separar su boca de aquella carne joven.
- Antonio…por favor…fóllame…por favor.
Ahora sí que Jesús sonreía más que satisfecho...
- Será un honor estrenarte como socia.
- Vamos abajo y fóllame…
- ¿Abajo? ¿Lo dices en serio? Crees que voy a bajar y desnudarme, solo para echar un polvo. ¡Ven aquí!
El local estaba más lleno que antes, mujeres y hombres, la mayoría maduros como ella.
Todo le era nuevo; mamar la polla una polla desconocida, haberse entregado a otro que no era su esposo, aquellos hombres follando, la Vaquita entregando sus senos Se decía que no volvería allí, pero mientras estuviera actuaría según sus instintos desatados.
Sintió su mano cogiéndola por un brazo.
- ¿Quieres que te folle o no?
- Sí ¡Sí!
- Entonces arrodíllate en este sofá y apóyate en el respaldo.
Mostrando un seno, descubierto, notó como le levantaba la falda y le bajaba las bragas. Pronto vinieron las palmadas, cada vez más fuertes, en sus nalgas.
- Joder: A esta le van los azotes, Jesús, mira como culea.
- Levanta el culo, viciosa y para de moverte.
Ni siquiera tenía conciencia de que movía sus nalgas como una perra en celo.
- No temas; no te voy a encular, seguro que Jesús se cuidará de reventar tu ano.
Respiraba profundamente, jadeaba, gemía, casi gritaba. Follada, usada, sometida delante de todos.
- No chilles tanto puta, vas a asustar al personal.
Terminó tendida en el sofá sin fuerzas para levantarse, con las bragas aún en los tobillos.
- ¿Estás bien cariño?
Miró sorprendida a su amiga.
- ¿Tu aquí Isabel?
- Ya veo que estás tan sorprendida como yo. ¿Te ayudo a levantarte? Deberías ir al lavabo a arreglarte, no puedes salir con esta cara, tienes todo el rímel corrido.
Cuando se vió en el espejo fue consciente en lo que se había convertido por unas horas. Realmente no podía salir así a la calle y mucho menos presentarse en su casa. Tuvo cuidado en recomponerse.
- Aquí tienes tu carné y la llave de una taquilla, por si quieres usarla.
- No volveré. No puedo volver. No quiero convertirme en una sumisa, en un trozo de carne dispuesta a complacer a cualquiera, deseando hacerlo. Lo siento. No puedo.
- Muy bien. pero por lo que pueda ser guárdate el carné y la llave bien guardados.
Por cierto, por si se te ocurre volver debes saber que los móviles se deben dejar aquí, para evitar fotos y que se admite todo menos el sexo forzado y la prostitución. - Decía todo aquello sonriendo.
No tardó ni dos semanas en volver y menos de tres meses en pedir a Jesús que le dejara ir una tarde a la semana al otro local al “Estrella rosa”, a ofrecer sus servicios aun a riesgo de ser reconocida por alguien. Rogó y suplicó por ello.
- ¿Te das cuenta de que a tu edad tendrías que ofrecer toda clase de servicios para que alguien esté dispuesto a pagar por ti?
- Sí, lo sé. Ya sabes cómo he sido usada aquí, incluso en la mazmorra. Cualquier cosa menos scat y que me dejen marcas. Cualquier cosa.
- Pero aquí puedes negarte si la persona no te gusta o no te apetece hacerlo.
- No quiero negarme…
Al final Jesús cedió.
- Está bien hablar con Raquel. que es quien regenta el local y ella se pondrá en contacto contigo, pero ten claro que no quiero ni una queja sobre ti. No soy siempre tan amable.
- No la tendrás, te lo aseguro.
- Nunca pensé que te convertirías en una prostituta por puro vicio.
Ana sonrió, mientras le daba las gracias, sin preguntarse ya en que se había convertido.
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