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Atada y amordazada
Escrito por Nenapeke

Me habías dejado amordazada sobre la cama, no se el tiempo que estuve así echada y esperando tu llegada. La eterna noche en mis ojos vendados, el pelo enmarañado por la lucha de querer cambiar de postura, la lluvia que discurría en mi entrepierna, y la soledad, el silencio aterrador que solo dejaba pasar, el sonido del ascensor cuando subía y bajaba. Y el retumbar de mis pensamientos que marcaban en mí, una insistente lucha porque mis manos pudiesen tocar al menos un trocito de tu piel.

Siento el ascensor que para en la planta, mi cuerpo se tensa cuando oigo la puerta al abrirse. Mis ojos tratan de ver a través de la oscuridad del pañuelo que los cubre, pero fue en vano. Deseaba poder ver su expresión cuando me mirara, pero sabía que a aquellas alturas del juego, solo vería lo que él quisiera que viera, solo sentiría lo que él quería hacerme sentir.
Empecé a agitarme, a medida que intuía su presencia ¡cada vez más cerca! Me hubiese gustado que me tocara, que me hablara, pero no lo hizo. Sentía sus pasos por la habitación sin hacerme caso siquiera. El silencio, la espera, la inactividad, empezaban a hacer mella en mí. La espalda me molestaba de estar en la misma postura tantas horas, las muñecas atadas a la espalda, los ojos vendados, y amordazada.

Un sujetador blanco, dejaba mis pechos casi al descubierto y unas bolas chinas llenaban mi vagina; la anilla que permitía extraerlas, colgaba entre mis muslos que se hallaban mojados por mis flujos.
Intentaba reconocer lo que él hacía, y quería adivinar cada uno de sus movimientos, lo sentía ir y venir de un lado a otro. Oía sonidos de plásticos, papeles, puertas y cajones que se abrían y cerraban. Quise adivinar que habría el armario y que cogía su cajita mágica como el la llamaba, donde guardaba las ayudas. Eso me excito más si cabe, se acercó despacio, notaba su aroma cerca de mí, y me quede quieta y expectante. Me rozó un pezón y me lo pellizco, como para recordarme su presencia, y me volvió a dejar tal cual estaba.

Creo que siempre he tenido fantasías sobre la sumisión. Pero nunca supe como canalizar mi placer, mis deseos más ocultos. Tuve que conocerle a él para que me iniciase y me enseñara el verdadero placer de la entrega. Yo había absorbido, cada una de sus palabras, obedecido cada orden y cumplido las correcciones que me había impuesto en la distancia. Él sabía adelantarse a mis deseos, a descubrirme nuevos matices, que por mí misma jamás hubiese llegado a conocer.

Al cabo de unas semanas, mi mayor deseo y mi mayor temor era acudir a él. Entregarle tanto placer, y tanta superación del dolor como pudiese desear de mí. Una sombra de miedo estaba presente en cada uno de los pasos que daba hacia él. Cuando tenía tiempo para pensar, las dudas llenaban mi mente, cuestionaba mis deseos, mis necesidades, mis certezas. Las noches se llenaban de momentos en los que mi cuerpo se desesperaba por estar con él y mi mente juraba que no volvería a contestar a una sola de sus llamadas. En el fondo, siempre fui perfectamente consciente de que, si él decidía llamarme, no podría dejar de resistirme.

Un pellizco en un pezón y el roce de su lengua en mi mejilla me devolvieron a la habitación. Pensé que esta vez sí iba a hacerme caso, pero de nuevo me equivocaba, quizás pensaba que no estaría dispuesta todavía, aunque por momentos dejaba lo que estuviera haciendo y se acercaba a mí. Volví a intentar seguir sus movimientos. Cada vez que lo oía acercarse, mi cuerpo se tensaba, se arqueaba hacia él suplicando su contacto.

Nunca se paraba mucho. Respiraba sobre mi cuello, jugueteaba con la anilla de las bolas chinas, lamía mis mejillas o rozaba cualquier parte de mi cuerpo. La caricia nunca duraba mucho y siempre me dejaba con ganas de más. Empezaba a sentirme impaciente de verdad. Me molestaba el pañuelo sobre los ojos, me picaba la nariz, los hombros empezaban a tirarme de tener las manos atadas a la espalda. Y estaba perdiendo el sentido del tiempo. ¿Cuánto tiempo llevaba allí echada, sin moverme ni hablar? ¿Cuánto hacía que él había entrado? Y sobre todo, ¿cuándo pensaba empezar a hacerme caso? Sin previo aviso, se paró frente a mí y por primera vez me dirigió la palabra.

- "Estás aquí porque quieres ser mi esclava, pero de momento no tengo nada claro que te lo merezcas. De momento no eres nada más que una puta perra y te voy a tratar como a una puta perra hasta que me demuestres que te mereces algo más. ¿Está claro?".

Su tono de voz sonaba entre despectivo e indiferente, pero me sentí tan aliviada de escucharle que contesté casi antes de que terminara de hablar.

- "Sí, mi Amo".
- "Todavía no tengo claro que merezcas que te use. Puede que me limite a masturbarme solo y a dejarte ahí sentada hasta que termine".

Sentí un ataque de pánico. Muy en el fondo de mí sabía que no me habría hecho ir hasta allí si no pensara utilizarme, por lo menos eso esperaba, pero no tenía forma de estar segura y por un momento tuve verdadero miedo de que cumpliera su amenaza. Vacilé unos segundos antes de contestar, y recé para que no tuviera en cuenta ese momento de duda.

- "Si eso es lo que quiere, amo, me sentiré honrada sólo con que me permita estar frente a usted".

Se marchó unos minutos y cuando volvió no lo oí llegar. Sólo le escuché cuando volvió a hablarme.

- "De momento, no me gusta nada lo que veo".

Me preguntaba a qué se refería cuando me puso la mano en la frente y me empujó suavemente hasta hacerme caer sobre la cama. El cambio de postura me forzó a tensar los hombros hacia atrás y me aprisionó los brazos bajo la espalda, levantándome las caderas. De pronto me sentí terriblemente abierta, incluso más expuesta que cinco minutos antes. Sus dedos juguetearon un rato sobre los rizos de mi sexo.

Sin previo aviso, tiró de la anilla que colgaba de mi coño y extrajo de un golpe las cinco bolas chinas que yo había llevado dentro. Estaba tan mojada que el juego de bolas salió sin ningún problema, pero la impresión, la sorpresa, hizo que ahogara un grito. Un dedo ocupó el lugar que las bolas acababan de dejar vacío. Entró hasta el fondo y salió de golpe.
Al momento, el dedo caliente y mojado en mis jugos me rozaba los labios. Abrí la boca para permitir que entrara y succioné al mismo tiempo que recogía mi humedad con la lengua. Retiró el dedo mientras yo trataba de mantener el contacto todo lo posible levantando la cabeza. Repitió el movimiento una y otra vez, hablando junto a mi oído, mientras seguía alimentándome con mis jugos. Después acerco sus labios a los míos y me beso largamente,

Había tratado de hacerme fuerte, pero su capacidad de combate había durado menos de diez segundos. Ese beso, extraña combinación de brutal exigencia y persuasiva ternura, consiguió drogarme y me llevó a un estado de reveladora sumisión. Me había convertido en su presa, mientras con la lengua exploraba las húmedas dulzuras de su boca, llevando la excitación a un límite casi hipnótico, donde sólo imperaba un juego permanente de dar y recibir placer.
Inmersa en la calidez de ese beso, se dejó llevar por el embriagante deseo. De pronto, él despegó sus labios de esa profunda succión y se dedicó a recorrer, lenta y ávidamente, la trémula mejilla que yo le ofrecía, lamió la delicada piel hasta el tierno lóbulo de la oreja, para seguir por el cuello, hasta llegar a los senos, henchidos de deseo. Los dos cuerpos, uno muy junto al otro, parecían revelarse todos los secretos.

Me tenía cogida con las manos firmemente, por la base de la espalda, presionándola contra sí, más y más. Muy suavemente comenzó a acariciarme las nalgas y con gran delicadeza hizo que se levantara un poco, mientras me obligaba a arquear las caderas y abrir las piernas como para que pudiera sentir plenamente la fuerza de su virilidad. Suspiró y me rozó un hombro con los labios; lo mordió suavemente y fui sacudida por temblores que me recorrieron de pies a cabeza, y me dominó una convulsión de desfallecido apasionamiento.
Me paralice por el miedo, y al mismo tiempo ardía de pasión por lo que estaba a punto de ocurrir. El movió una mano en seductora exploración, acarició nuevos contornos y la deslizó tiernamente por el muslo, en busca de lugares secretos. Me di cuenta de que aquello era más de lo que hubiera esperado, más que el placer por el que había mendigado, algo cuya existencia ignoraba, y anhelaba el tembloroso tormento de la culminación...Sin embargo tuve miedo, mucho miedo.
La boca de él se detuvo en mis pezones y los acarició con los dientes, suavemente. La sensación de éxtasis fue tan grande que me dejó sin aliento; su cuerpo se agitó, y a pesar del deseo, el miedo se apoderó de mí.

Mi suspiro se transformó en una súplica...El me soltó tan bruscamente que cayó de espaldas.

- ¡Vete! Ya te he dicho que no pienso forzarte, cuando te sientas mujer puedes regresar.

Se dio la vuelta y me dejó en un confuso estado de humillación y alivio, y salió indignado. Sabía muy bien lo que estaba pasando. Debía haberme hecho suya allí mismo, yo le respondía; y nuestros cuerpos se unían en sublime perfección, la sensualidad crecía instintivamente, al unísono. La atracción que sentíamos, se había hecho evidente... pero, en cambio, allí estaba yo, y todo porque él había descubierto mis temores. ¡Tonta!, me dije disgustada, me había comportado como una verdadera idiota. El probablemente estaría acostumbrado a utilizar esos pequeños trucos muchas veces, y con esa fingida inocencia salía siempre airoso.

Se puso los vaqueros y la camisa con impaciencia. La miró ligeramente con el rabillo del ojo. Yo sentía su mirada, pero estaba desprevenida. Parecía un animal herido, perdido a su suerte en un páramo desolado, azorada por la situación. Mantenía mis brazos cruzados sobre el pecho, como protegiéndome, mientras mi pelo cubría los senos. Quería acercarme a él con absoluta confianza, tenía la extraña certeza de que una vez, nada más, no sería suficiente. Beber ese néctar implicaba volver a hacerlo, una vez, y otra vez, y otra vez.

Se dirigió hacia mí y me cogió de los hombros, mientras me estremecía al sentir esas manos, y me cubrió tímidamente los senos. Cogiéndome de la mejilla para obligarme a mirarlo, y me sonrió con calidez.

- No me gusta que te muestres fría y hosca conmigo. Eres deliciosa, y me imagino que no te gustará que yo sienta eso, y no te lo diga sin esperar respuesta.

Adquirió un tono práctico y expeditivo, y bruscamente empezó a ayudarme a abrocharme el sostén. Permanecí estática, mientras él me ayudaba, y acto seguido terminó de vestirse con rapidez.
Ahí acabo todo, todavía hoy pienso en que momento el noto mi duda. Pero aun siento en mi piel y en mi mente, todas las sensaciones que sentí.


Licencia de Creative Commons

Atada y amordazada es un relato escrito por Nenapeke publicado el 30-10-2022 00:59:11 y bajo licencia de Creative Commons.

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