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La caída II
Escrito por Lena

V

- ¿Qué cariño? ¿Ya te ha escrito Oscar? ¿Habéis concretado algo?

- ¿Eh? ...Sí, sí me ha escrito. Pero es complicado para él ajustar agendas. He pensado que lo mejor sería que nos viéramos en su casa, se lo propondré, pero quiero dejar pasar unos días, que no piense que tengo necesidad de coger su empresa, seguro que me regaría los honorarios.

- Tienes razón. Que lista eres. Aprovecha cuando yo vaya de viaje, así podrás disponer de todo el tiempo necesario para tratar todo lo que tengas que tratar con él.

No podía dejar de pensar en aquella tarde en el cine, en aquel correo. en aquella joven, en su collar, en aquella cama, en su olor, en su mano. cada mañana leía aquellas líneas “Don Oscar”, susurraba. Por las noches le costaba dormirse. Ni ella misma sabía de donde nacía aquel deseo cada vez más envolvente. El lunes, su esposo se iría…

VI

- Pasa, pensaba que ya no vendrías.

Hacía lo posible para aparentar tranquilidad, pero no podía evitar que el temblor de sus manos la pusieran en evidencia.

- Creo que será mejor que tomes algo. Siéntate en el sofá. Ahora vengo con.

Sí, era lo que más falta le hacía para darle valor, un poco de ginebra. Sabía que se metia en la boca del lobo, en un agujero negro del que ya no podría salir y aun así allí estaba, superando sus miedos, acuciada por una necesidad que había ido creciendo en su interior.

- ¿Dónde lo dejamos? ¡Ah! Sí. Ya lo recuerdo, pero ahora no la tengo dura. Será mejor que empecemos por el principio. ¿No te parece?

Allí estaba, sentado a su lado, volviendo a posar la mano en su rodilla, como aquella tarde en el cine.

- Yo…Yo…Dios mío…No puedo hacer esto…No debo…No debería haber venido…

- Vete pues, pero no vuelvas. No me gusta que me hagan perder el tiempo.

- Lo siento... Lo.. Lo siento…

- Te acompañaré hasta la puerta.

Iba a perder la oportunidad de ser ella misma, de renunciar a sus deseos más profundos, aquellos que le despertaban miedo. Dio media vuelta, cabizbaja, antes de llegar a aquella puerta que se cerrará para siempre detrás de ella.

- No me haga daño…Por favor.

- Todo a su tiempo. Ve y siéntate de nuevo en el sofá.

Lo vio quitarse la camisa, de pie delante de ella. Deseaba acariciar aquel cuerpo atlético, sentir su calor, besarlo.

Ni siquiera desabrochó su cinturón, tuvo suficiente con bajar la cremallera de aquellos ceñidos jeans.

- Seguro que estabas deseando verla, que has soñado con ello. ¿Verdad?

- Si…

. ¿Sí? ¿Ni siquiera sabes decir señor?

- Sí. perdone…Señor.

- Tócala. Verás como enseguida se pone dura.

- Así. Ahora hazme una paja. Venga.

- ¿Qué? ¿Una paja?

- Si una paja. ¿Nunca has hecho una paja a tu marido?

- No. No señor…Yo…

- ¿Tu qué? ¿Pensabas que iba a follarte? Todo a su tiempo. quiero saber si al menos sirves para pajarillera. Lame tu mano y hazme una paja. Obedece.

- Así…Suave…

- Más deprisa ahora, putita.

La miraba. deseaba besarla, sentirla en su boca, tenerla dentro de su cuerpo, penetrándola.

- Deja de mirarla. Mírame a los ojos. Mírame a los ojos te digo, a la cara.

Vió como su rostro se contrae. sintió su semen en su rostro. Por primera vez su tez era mancillada por el semen de un hombre, de un macho.

- Ven. Levántate.

En el baño, delante del espejo del lavabo la obligaba a mirarse. Tenía su cara llena de leche, sus cabellos pringosos, su blusa manchada.

- Mira lo que pareces; Una cualquiera. esto es lo que eres, una cualquiera ansiosa de macho. Si no hubiese sido yo hubiera sido otro.
Ahora vete a tu casa y tócate cuando quieras. mañana te quiero aquí a la misma hora, con esta blusa sin lavar. Tócate tanto como quieras, pero no te duches hasta la hora de levantarte.
Ya sabes dónde está la puerta. ¡Lárgate!

Aquella noche, mientras se desahogaba tocándose sus lágrimas bañaban la almohada. Había sido humillada, vejada, como nunca pensaba que podía serlo.

VI

- Desnúdate, quiero saber si realmente vale la pena dedicarte mi tiempo.

Sentado en el sofá la miraba desnudarse. quitarse aquella blusa manchada, sus sujetadores. pieza a pieza su cuerpo iba quedando a la vista de aquel hombre, al que tanto deseaba.
Había pasado la jornada laboral sin poderse concentrar en su trabajo, esperando solo la hora de ir a su casa, la casa de Oscar, esperando que todo fuese distinto que el día anterior, que por fin fuese aceptada y tomada.

- ¿Qué coño haces? Quita las manos de ahí. No es el primer pubis que veo.
Me gusta como lo llevas, como una hembra, no como estas que van depiladas como muñequitas hinchables.

Pronto sus manos la acariciaron, la palparon.

- Tienes unas buenas tetas y nada de celulitis, se ve que te cuidas. seguro que tu marido no lo aprecia.

Sus pezones se habían puesto duros y su sexo chorreaba, aun antes de que él lo tocara.

- Con lo viciosa que eres y seguro que ni siquiera has sido enculada.

- No. No, señor.

- Te lo voy a reventar. Nunca olvidáis el primer macho que os encula. Nunca.
Arrodíllate. Seguro que ya sabes lo que quiero. ¿O tengo que decírtelo?

- No, señor. Mi señor.

Por fin podía besar su pene, lamerlo, sentirlo duro dentro de su boca.

- ¿Ni siquiera sabes hacer una buena mamada y quieres que te follé?

- Por favor, señor. aprenderé. Aprenderé a hacerlo mejor, señor.

- Ya lo creo qué aprenderás. Aprenderás a ser una comepollas.
Antes de que me corra y ponte a cuatro patas, como la perra que eres.

Nunca había sido tomada así, ni nunca sus nalgas palmeadas, ni sus senos estrujados. Sus brazos apenas podían aguantarle mientras gemía de placer.

- Vas a ser mi perra, Mi sumisa. Mi puta.

- ¡Sí! ¡Sí! Mi AMO

Aprenderá, aprenderá a darle placer. Solo quería pertenecerle, ser usada. Podría hacer con ella lo que quisiera, cualquier cosa. por primera vez se sentía hembra, una hembra sumisa.

- Ahora vete a tu casa. Te queda aún mucho para merecer mi collar.

- Sí AMO. Podré volver mañana ¿Verdad, AMO?

- No. Mañana no te quiero aquí ¿Cuándo vuelve el cornudo?

- En dos días, señor.

- Ven cuando vuelvas a estar libre.

- Sí, AMO.

VII

- Debes ir al octavo ¿No?

- Sí. Voy a ver a nuestro AMO.
Me llamo Marta.

- A, vale. - No pudo evitar hablarle con desdén.

- No me hables así, por favor. No soy tu rival. Pronto va a deshacerse de mí.

Se dio cuenta que aquellos ojos, claros, estaban humedecidos, a punto de llorar.

- ¿Por qué dices esto?

- Por Qué ahora te tiene a ti.

- No digas esto. Tu eres más joven y hermosa que yo y ni siquiera se complacerlo como él desea.

- Yo tampoco sabía al principio, aprenderás, seguro, como yo aprendí
Antes de mí había otra y después de ti también habrá otra. Todas aprendemos y ya nunca volveremos a ser las mismas.

- No llores…por favor…Lo siento…

- No es culpa tuya…Ojalá pudiéramos ser amigas, pero no creo que nos volvamos a ver.

- Lo siento…de verdad.

- Deséame suerte. No sé qué será de mí.

- Te la deseo toda. De verdad.

La besó a la mejilla, antes de verla dirigirse a la puerta del AMO.


Licencia de Creative Commons

La caída II es un relato escrito por Lena publicado el 18-02-2023 21:41:56 y bajo licencia de Creative Commons.

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