El premio (3)
Escrito por joaquín
A Pablo le bastaron un par de semanas para darse cuenta de que papaíto no iba a venir en busca de su hija. Este quizá podía lidiar con un ludópata, pero estaba claro que no podía lidiar con una hija como Marta.
Pablo había descubierto un placer inesperado al alimentar a su esclava con sobras, insectos, casquería o simplemente la mierda que cagaba.
Ya verla comer vísceras fue la hostia para él. Hablamos de sesos, tripas, corazones, hígados, pulmones crudos y sin cocinar. Cosas que apestan y que muchas veces no querían ni los perros.
Y Marta se lo comía.
Luego pasó a la mierda.
Ver a su joven y bella esclava comerse un plato lleno con su mierda recién cagada fue algo que casi le revienta la polla del pantalón.
Incluso cogió un trozo que había por el suelo y se lo restregó por la cara simplemente porque podía hacerlo, para luego limpiarla con una buena meada.
Este fue el punto de no retorno para ninguno de los dos, si es que ella quería en algún momento volver a su antigua vida.
Ya sintiéndose dueño absoluto de la chica, Pablo decidió que era el momento de tomar una decisión sobre sus órganos reproductores.
Las opciones que tenía delante de él eran básicamente esterilizarla, ligándole las trompas o directamente quitarle el útero y los ovarios. Esto último tiene sus problemas, claro, pero no era decisión de Piggy.
La otra opción era utilizarla como cerda de cría, pero esto tenía sus problemas también, ya que debido a la alimentación de la cerda, no estaba muy seguro de que las crías salieran bien.
-Tenga en cuenta que se venden muy bien y a muy buen precio, sobre todo las hembras. Y si salen mal siempre se los puede dar de comer.
Escuchar esto hizo que el corazón de Marta diera un salto. No, no estaba dispuesta a eso.
-Oiga, eso es canibalismo.
-Hay quien lo hace. Técnicamente puede arrancarle los ojos y dárselos a las cucarachas para que estas engorden. ¿Así por qué no darles de comer restos humanos? Yo conozco a uno que le da ratas crudas.
-Eso es demasiado.
-Usted verá, es su esclava. Entonces, ¿Desea esterilizarla o no?
-¿Cuánto dice que valen esos bebés?
Marta estaba allí desnuda y atada encima de una camilla intentando asimilar todo eso.
Era sumisa, sí, siempre lo había sido. Y una esclava por voluntad propia. Pero era la primera vez que se asomaba al abismo de su sumisión.
Que tomarán decisiones sobre su cuerpo, sobre sus bebés, o que directamente la trataran como nada que si bien buscaba, era ahora cuando se daba cuenta de que significaba realmente.
Su amo había decidido anillarle el coño, los pechos, marcarla con fuego. Y un collar con argolla y una chapa con su nuevo nombre que no se pudiera quitar nunca.
El doctor le aseguró que eso estaba bien, pero que lo mejor era administrar el dolor. Hoy un poco, mañana otro poco, porque todo de golpe resultaba excesivo.
Lo primero, por supuesto, marcarla con la señal de su amo cerca del pubis.
Marta nunca había sentido un dolor semejante.
La habitación se llenó de olor a carne quemada, su propia carne.
No supo cómo no se desmayó del dolor.
-Es muy resistente.
Lo segundo eran un par de aros para adornar su coño.
Son pesados y están pensados para que la esclava recuerde en todo momento lo que es.
El dolor de las perforaciones es diferente al de las quemaduras, pero también es muy intenso y más en un sitio tan delicado.
Su amo decidió que podía aguantar más dolor, así que le dijo al médico que terminará hoy las sesiones.
Marta salió de la consulta completamente rota mental y físicamente.
Caminaba junto con su amo por el campo ya que el médico al que habían ido a ver no ejercía en la ciudad.
Llevaba puesto un vestido blanco y largo, zapatillas, y la resulta imposible olvidar que tenía en los bajos.
Las anillas pesaban, se movían, eran incómodas. Se preguntó qué iba a pasar ahora con ella, como quedaría esa zona.
Tampoco se podía olvidar de los aros de sus pezones.
Ni del collar.
Se llevó su mano al cuello y ahí estaba, recordándole lo que era ahora.
-Desnudate, Peggy.
Y allí, en mitad del campo, Marta se quitó toda la ropa que llevaba puesta.
Su amo la había utilizado delante de gente, pero siempre en su despacho, con conocidos y en sitios privados. Era la primera vez que se desnudaba para él al aire libre.
Su amo examinó su nueva posesión.
Estaba preciosa, muy bonita.
Le colocó la correa y comenzaron a caminar.
Marta nunca se había sentido tan dominada antes.
Paseando por ahí desnuda después de su cambio físico estaba más segura que nunca de la decisión que había tomado.
Su amo se detuvo. Ordenó a Peggy apoyarse contra un árbol, cogió una vara y comenzó a azotar a su esclava.
Y Marta se corrió de puro gusto mientras le dejaban el culo en carne viva.
Y bueno, solo comentar que la serie se termina aquí salvo que reciba peticiones de que siga, porque los objetivos con los que cree este relato están ya más que cumplidos. Espero que lo hayáis disfrutado tanto leyéndolo como yo escribiéndolo.
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