Degradación familiar III
Escrito por Lena
LA CAZA
Antonio dedicó la mañana del domingo a buscar el perfil de Ana en Facebook, sabía por su padre que ella lo usaba con frecuencia, así como sabía algunas cosas más: Que tenía diecinueve años, que estaba cursando su primer año de derecho, ya que quería ser abogada como su madre y sobre todo lo más importante, lo que la hacía vulnerable, una presa fácil. Un día su padre le había mostrado una foto de ella.Era gorda, casi obesa, con graves problemas de autoestima. No le gustaban las mujeres así, pero a su edad daba por descontado que tendría las carnes aún duras.
Tardó en encontrarla, pero por fin la localizó. Allí estaba ella, con sus fotos, siempre con vestidos oscuros y holgados, intentando disimular su gordura, esconder su cuerpo. Su cabellera, larga y negra, su piel muy blanca, sus ojos grandes, negros, bonitos, pero de mirada triste. Se adivinaban sus anchas caderas y sus enormes ubres.
Le pidió amistad. Tuvo que esperar hasta el martes por la noche a recibir su aceptación y ver que estaba conectada. Era el momento de mandarle un mensaje, de establecer contacto con ella.
- Hola. Gracias por aceptarme como amigo.
- No tiene por qué dármelas. La verdad es que pocas veces me piden amistad personas desconocidas.
- Bueno, yo sí te conozco un poco, soy amigo de tus padres y me han hablado de ti.
- Ah ¿sí? y que le han contado de mí. Espero que nada malo.
- No, que va. Qué estudias primero de derecho, que eres muy inteligente y una buena hija. Algo tímida, eso sí. Creo que te quieren mucho. Además, un día tu padre me mostró una foto tuya, te encontré muy guapa y me dieron ganas de conocerte más. La verdad.
- ¿Muy guapa? Bueno, supongo que lo dice en broma o para quedar bien.
- ¿Por qué dices esto? Te lo digo porque lo eres. espero no haberte molestado por decírtelo.
- No, me halaga, aunque sea una mentirijilla.
- Venga, seguro que tu novio también te lo dice.
- ¿Novio? Ya me gustaría a mi tener novio.
- Bueno, por decirlo de alguna manera. Seguro que algún chico habrá.
- No. Que va. A los chicos les gustan más mis amigas.
- No me dirás que nunca has estado con algún chico, porque no me lo voy a creer.
- Sí, claro que he estado. En las fiestas siempre queda alguno que no ha conseguido nada, pero al día siguiente es como si no me conocieran. Bueno esto era antes, ahora en la universidad soy invisible.
- Pues te diré algo que ya sospechaba. Los jóvenes de hoy son idiotas. Si yo no fuese un viejo te tiraría los tejos JAJAJAJA.
- Usted no es un viejo, en todo caso es un hombre maduro (hubo un largo espacio de tiempo, antes de que Ana siguiera escribiendo). Maduro y de buen ver.
- Estoy seguro de que gustas a los hombres, no a los chavales estos que conoces. Vamos, que se giran a mirarte.
Aunque la verdad parece que quieres ser invisible por la forma en que vistes.
- No quiero ser invisible, pero quiero que no se vea tanto lo gorda que estoy.
- ¿Gorda? No te ofendas por lo que voy a decirte, pero a tu edad eres una mujer apetecible, otra cosa es que quieras adelgazar para cuando te hagas mayor, eso sí deberías cuidarlo, Si quieres tengo una amiga doctora que te puede llevar, te haría un precio especial, pero ahora mismo, ya te digo que eres una bella joven que se hace mirar, aunque se esconda detrás de estos vestidos.
- ¿De verdad cree esto? ¿No se está burlando de mí?
- Nunca haría tal cosa. Mira, te propongo algo. Un día salimos a tomar algo en alguna terraza, vestida sin taparte tanto, nada sexy, solo más, digamos, normal y comprobarás que lo que te estoy diciendo es verdad.
- Se lo agradezco. Pero no creo que a mi madre le gustase que saliera con un señor maduro.
- Esto tiene solución. No se lo decimos, además no se trata de salir conmigo, solo ir a tomar algo, charlar un rato, así nos conocemos mejor y verás como los hombres te miran, o me miran a mi, envidiosos JAJAJAJAJA
- Ufff! No le digo que no.
- Si no me dices que no, es que me dices que sí. Si quieres te recojo donde digas a la hora que digas.
- Mejor una tarde. no sé, El viernes por la tarde, pero si hacemos una apuesta seguro que la gano.
Quedaron donde la recogería y a qué hora. Estaba totalmente seguro de que la tarde terminaría en su casa, aquella chica estaba necesitada y aunque no fuera su tipo, ni mucho menos, seguro que podría disfrutarla.
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LA VACA
Ana se había vestido con lo más atrevido que tenía que, a la vista de cualquiera, no lo era en absoluto; Una falda negra, justo a media rodilla y una blusa ancha, por encima de la falda, de color verde oscuro, abotonada completamente. Dijo a sus padres que salía con unas amigas, que quizá llegara tarde.
- Disfruta hija, hace tiempo que no sales.
Allí estaba él, esperándola, en el lugar establecido, en el centro de la ciudad. Llevaba una camiseta de manga corta, mostrando sus brazos musculosos, a pesar de su edad. Un hombre realmente atractivo.
- Hola Ana, he dejado el coche en el parquin, pensando que podríamos ir a alguna terraza cercana. Con una condición; que te desabroches un par de botones, así sí que no te van a mirar, pareces una monja. No seas tan vergonzosa.
- No soy vergonzosa, señor, solo que no me agrada mi cuerpo y me da cosa mostrarlo.
- Lo que pasa es que quieres ganar la apuesta y estás haciendo trampa.
Aquello la hizo reír. Aquel hombre le transmitía confianza y seguridad. la suficiente para desabrochar algo su camisa, haciendo visible el inicio de sus senos.
Mientras tomaban una jarra de cerveza Antonio desplegó todos sus encantos y su saber hacer, consiguiendo que ella se abriera. Le contó lo mal que lo había pasado en la escuela y en el instituto, como la llamaban por el sobrenombre de vaca. Como ella se esforzaba por complacer a los chicos con los que conseguía salir, siempre por una sola noche, como después hacían como si no hubiese pasado nada entre ellos, de cómo era de invisible en la universidad. El, por su parte, le contó de la empresa de la que era dueño, de cómo había conocido a su padre en el gimnasio y naturalmente de su condición de soltero.
Cada vez se sentía más cómoda, más confiada, sólo tenía ojos para él y, por descontado, no se había dado cuenta de aquel hombre, que desde una mesa cercana la estaba mirando. Un hombre de unos cuarenta años, un hombre que nunca sabría, ni sospecharía. que era un amigo de Antonio, al que le había pedido que le prestara un poco de ayuda para hacerla caer en la telaraña que estaba tejiendo para ella.
- Observa a tu izquierda, mira cómo te está mirando aquel hombre. No está nada mal ¿Verdad? Creo que estas perdiendo tu apuesta.
Era verdad. la estaba mirando sin demasiado disimulo. Aquello la sorprendió. Pensó que la estaba mirando únicamente por su gordura.
- Tu madre me contó que fumabas ocasionalmente. ¿Llevas tabaco en tu bolso?
- Sí, señor. ¿Quiere un cigarrillo?
- No. Lo que quiero es que saques uno y vaya a pedirle fuego. Venga, no tengas miedo, no te va a pasar nada. estoy aquí.
- No tengo miedo, señor. ¿De verdad quiere que lo haga?
- Sí. Que disfrute más de cerca de tu belleza.
- No se ría de mí, por favor.
- No me río de ti. Haz lo que te pido. Verás quien gana la apuesta.
Ana sacó un cigarrillo y, obediente, fue hacia la mesa de aquel hombre.
- ¿Tiene fuego señor?
- Sí guapa.
Le acercó el mechero encendido, obligando a inclinarse para encender el cigarrillo. Los ojos de aquel desconocido se clavaban en su busto.
- Otra cosa te daría guapa, si no estuvieses con tu padre.
- No es mi padre, señor. Es un amigo.
- Joder. Que suerte tienen algunos. Toma te doy estas cerillas que me han regalado en un local que frecuento. A ver si te dejas caer cualquier noche por ahí.
- Gracias, señor.
- Que lo pases bien con tu amigo. Guapa.
- Señor Antonio, creo que ha ganado la apuesta - Ana sonreía.
- Ya te lo dije yo. Bueno es hora de llevarte a casa.
Durante el recorrido hacia el parquin Antonio la llevaba, amigablemente, cogida de su mano. Estuvieron comentando lo que le había dicho aquel desconocido, al menos desconocido para ella, y le mostró las cerillas que le había dado. Él le dijo que conocía aquel local, un sitio un poco truculento; así lo definió.
Ana nunca se había sentido mejor con alguien y así se lo hizo saber dándole las gracias.
Sentada en el coche, a su lado, no hizo nada para evitar que su falda dejase al descubierto parte de sus muslos, aquellos grueso muslos de piel blanca.
- ¿Vas a ir?
- ¿Dónde, señor?
- Al local que dice frecuentar. A ver si lo encuentras.
- No. Claro que no. Solo con usted iría a un sitio así
- Mejor que no. No sé si allí podría controlar mis deseos.
Le hablaba mirándolo a los ojos, con su rostro cerca, cada vez más cerca del de él. Antonio sabía que era el momento de cerrar la trampa, sabía que ya no se escaparía de la telaraña que había estado creando, desde el momento en el que pidió su amistad.
- Sus deseos son mis deseos, señor. Órdenes para mí.
Con una mano recogió sus cabellos colocándolos detrás de la oreja. Acarició por un breve instante su mejilla mientras le daba un corto beso en sus labios.
- ¿Quieres que vayamos a mi casa?
- Sí, por favor. señor. Al menos sé que usted no hará como que no me conoce cuando vuelva a verme. ¿Verdad que no?
- Claro que no. Yo no soy uno de estos estúpidos jovencitos a los que te has ofrecido hasta ahora.
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LA SUMISIÓN DE ANA
Aquella muchacha no era tan tímida como le había dicho su padre. Al menos no lo era cuando sabía que tenía la oportunidad de disfrutar de sexo. Tenía pocas y debía aprovecharlas.
- Lo sé señor, lo supe desde que chateamos. Desde entonces he pensado en usted, deseando estar a la altura de un hombre como usted.
- Seguro que lo estarás. Solo tienes que dejarte ir y llevar.
Acariciaba su muslo y ella ponía una mano encima de la suya, dejándose hacer, deseando llegar a su casa, temiendo solo defraudar.
Nada más cerrar la puerta la cogió por los hombros para besarla. Aquel ya no fue un beso corto, sentía su lengua dentro de su boca, en contacto con la suya. Por fin iba a ser follada por un hombre, por un hombre de verdad. Sentía su mano desabrochando la blusa, acariciando sus grandes pechos por encima del sujetador.
- Pensará que soy una guarrilla…
- Sí, una guarrilla como a mí me gustan. Una guarrilla. Una vaquita. Mi vaquita guarra.
- Sí. Sí. Su vaca, señor.
Aquella palabra sonaba tan distinta a como había sonado siempre…
La llevó hasta el salón. Se quitó la camiseta, mostrando su torso, sus abdominales moldeados por el ejercicio. Le desabrocho, hábilmente, los sujetadores, que pronto estaban en el suelo.
- ¡Dios! ¡Qué duras las tienes! Que ganas tenía de chupar esos pezones.
Los chupaba, los mordisqueaba
- Que hermosas ubres tiene mi vaca. Desnúdate, desnúdate para mí.
Empujaba sus hombros.
- Seguro que sabes lo que quiero. Voy a llenar tu boca, como nunca te la han llenado.
Aquel hombre tan amigable la trataba ahora con una rudeza que desconocía y le gustaba, le gustaba que así fuera, hasta que le llamara vaca. Sonaba tan distinto dicho por él.
Su polla, cada vez más y más dura llenaba toda su boca mientras ella se tocaba. Sus grandes senos en contacto con los musculosos muslos de él.
- Que bien lo haces, guarrilla, se nota que has comido muchas.
Era cierto, sabía que a los chicos les gustaba aquello, aunque. al contrario que él, se corrían enseguida en su boca.
- Para puta. Quieres que te folle ¿No?
Lo hizo allí mismo, sobre la alfombra, como había hecho. la primera vez, con su madre.
- ¡Oh! Dios mío. Dios mío. Dígame lo que soy. Dígamelo, por favor. ¡Por favor!
- Una puta vaca viciosa. Esto es lo que eres. Una guarra.
- Sí. Sí. Su vaca, señor.
Se corrió como nunca se había corrido. Aquello no tenía nada que ver con las experiencias anteriores. Por fin sabía lo que era un hombre.
- ¿Le gusto, señor? ¿De verdad le gusto?
- Claro que me gustas. Ahora tengo que reponerme, ya no tengo veinte años. Voy a tomarme una cerveza y descansar un rato. La noche aún no ha terminado. ¿quieres una?
- No gracias. ya he bebido suficiente.
- Ven. Siéntate aquí, a mi lado, en el sofá.
- Estoy bien aquí, señor, acurrucada a sus pies.
- Bésalos. Chúpalos, vaquita.
Sabía que podía pedirle lo que quisiera. Hacer lo que quisiera con ella. Lo único que deseaba era que aquella no fuese la única vez.
- Levántate y date la vuelta. Quiero ver bien tus nalgas.
Notaba su pene, aun flácido, rozando sus grandes nalgas. mientras sus manos las acariciaban, las apretaban comprobando su dureza. Un dedo en su ano, penetrándolo.
- Veo que ya has sido enculada.
- ¿Enculada? No. No, señor.
- Entonces ¿A qué se debe que lo tengas dilatado?
- Me lo hago yo misma, señor. con un consolador.
- ¿En serio? ¿Tú misma? Debería darte vergüenza. Vergüenza de ser tan puta.
- Lo siento…Señor.
- Seguro que te palmeas las nalgas cuando estás sola, mientras te lo clavas.
- Si, señor.
- Debes estar deseando que te claven una polla de verdad. Ven aquí, zorra. Apóyate en la pared y saca bien tu culo. Venga
Sabía que no podía golpearle fuerte con la fusta, su piel era extremadamente blanca y fina. De vez en cuando paraba para acariciar, masajear aquellas nalgas, cada vez más rojas.
Por su parte, ella nunca había sido azotaba, le sorprendió cuanto la excitaba aquello. sentía sus jugos resbalar por los muslos. No pudo evitar culear, como buscando una polla que la penetrara.
La sensación de poder que le confería el hecho de azotarla. Ver sus ubres, balanceándose, mientras ella culeaba, sus muslos húmedos, su piel ardiendo, enrojecida, hizo que su pene estuviera a punto de estallar, le ordenó postrarse en el suelo, separando con sus propias manos aquellas grandes nalgas, para hacer accesible su dilatado ano.
La cogía por lo que sería su cintura, si su gordura le hubiese permitido algo digno de este nombre.
Ana gemía y no era de dolor mientras penetraba sus entrañas con su polla. Ni siquiera le había aplicado lubricante, era suficiente con el condón que cubría su pene.
- Vas a ser mi vaca. Mi gorda guarra. Solo follarás conmigo y con quien yo quiera.
Aquellas palabras no hacían sino excitarla aún más, hasta que llegó, jadeando, gimiendo, gritando. al clímax, junto con él. Fue en aquel momento y como ya tenía decidido, cuando le dije aquello.
- ¡Joder! Eres más puta que tu madre.
Tumbada en el suelo. silenciosa. intentaba procesar lo que había oído. No fue hasta pasados unos largos minutos, mientras él volvía a estar sentado en el sofá, terminando, satisfecho, su cerveza.
- ¿Mi mamá? Dios mío. ¿Se folla usted a mi mamá?
- Sí, vaquita. ¿Algún problema? A tu mamá y al maricón de tu padre. ¿Qué pasa? ¿Tienes celos? ¿Es esto?
- No… No, es esto. Pero mi mamá y…mi padre…
- No me gusta mentir. Si no puedes soportarlo, será mejor que no volvamos a vernos.
- No. Por favor. Esto no…sí podré soportarlo, aceptarlo. Se lo prometo, señor. Quiero volver a estar con usted. Por favor.
- Así me gusta, que no haya secretos entre nosotros.
- Pero…Pero usted no se lo dirá ¿Verdad?
- No. Claro que no. Al menos hasta que ellos se separen.
- ¿Qué? ¿Se van a separar?
Le dijo que se sentara a su lado y le contó todo. Como había conocido a su padre y a su madre. Como era la relación con ellos y la que había entre ellos dos. Que su madre se sentía traicionada por él y que había decidido separarse. Que aún no se lo habían dicho para no dañarla y que no creía que le contase las verdaderas razones. Le decía todo aquello acariciando su cuerpo. Volvía a ser el hombre amable, amigable.
- No sé cómo podré mirarlos sabiendo todo esto, señor.
- Tendrás que aprender a hacerlo. A llevar esto como si no supieses nada de lo que te he contado. Ahora te llevaré a tu caso ¿O prefieres quedarte a dormir aquí conmigo?
- Me gustaría, pero será mejor que me lleve a casa. ¿Cuándo volveré a verlo, señor? ¿Quiere que vuelva mañana? Es mejor que sean los fines de semana. Lo digo por mis estudios. señor. No se lo tome mal. señor.
- Claro que no. no debes dejar tus estudios. Pero mañana es imposible.
- ¿Va a estar con ella, señor?
- Sí. espero que no te importe.
- No, señor. Supongo que está en su derecho.
- Esto es vaquita. Pero te voy a poner deberes para el próximo viernes y si los haces bien te dedicaré todo el próximo fin de semana.
- Sí. Claro que los haré bien. Haré todo lo que usted me diga. Gracias, señor.
- Irás a ver a la doctora de la que te hablé, ella sabrá como hacerte perder peso manteniendo tus ubres, dile que vas de parte mía, la llamaré para que te haga un precio especial, seguro que tus padres te pagarán el tratamiento.
También quiero que vayas a una tienda, después te daré la tarjeta. La dueña sabrá cómo vestirte para que seas aún más apetecible cuando salgas conmigo. El próximo viernes quiero que ya tengas el vestido, lo guardarás aquí, por el dinero tranquila, lo pagaré yo.
Finalmente te daré treinta euros, para que te compres, en una tienda de mascotas, un collar de perra, de cuero negro, con una placa en la que te harás gravar tu nuevo nombre: “VACA”. Te lo pondré yo cuando vengas y lo llevarás siempre en tu bolso y para dormir por la noche, como hace tu madre.
- ¿Vaca, señor?
- Sí, vaca. Este será tu nombre de sumisa. ¿acaso no te parece bien?
- Sí, señor, Voy a ser su vaca, su vaca obediente señor.
- Así lo espero. Ahora vístete que te llevaré a tu casa. ya te llamaré para quedar el próximo fin de semana.
- Gracias, gracias, señor.
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