El bar del pueblo
Escrito por Jorge Jog
Tenía entonces 23 años y acababa de terminar la carrera de Magisterio. Había decidido preparar oposiciones y, para poder estudiar tranquilamente y libre de distracciones, había pedido a mis padres que me dejasen utilizar la vieja casa de mis abuelos en un pequeño pueblo de Ávila, a una hora y media de Madrid. Llevaba allí un par de meses, tratando de estudiar mucho, aunque no siempre lo conseguía, porque me distraía hasta el vuelo de una mosca. En este tiempo había conocido a casi todo el pueblo (solo tenía poco más de cien habitantes), pero especialmente me había hecho amigo de Mercedes, la mujer que regentaba el bar.
Mercedes era una señora mayor, gordita y siempre alegre, que se había convertido en una especie de madre postiza para mí. Me había tomado bajo su protección y me trataba como a un rey cada vez que iba al bar. Eso hacía, obviamente, que yo fuese allí con mucha más frecuencia de la que hubiera debido. Por eso me disgustó bastante que un día me dijese que se iba a jubilar y que dejaba el bar.
-¡Oh, qué pena! -le dije sinceramente-. ¿Y qué harás con el bar? ¿Lo vas a traspasar?
-El bar no es mío -repuso ella-. Pertenece al Ayuntamiento, que se lo alquila al mejor postor junto con la vivienda adjunta, eso sí, sin cobrarle alquiler. Incluso te dan una ayuda inicial para reformar lo que creas necesario. De esa manera se aseguran de que el bar nunca se cierre, lo que significaría la muerte del pueblo, ya bastante agonizante -sonrió con tristeza-. Se alquila por dos años, renovables si las dos partes están de acuerdo. Yo llevo ya diez años con él y ya es hora de que me jubile y descanse. Pero no te preocupes, creo que ya hay un candidato para la concesión del bar.
-¿De veras? ¿Alguien de aquí?
-No, por lo visto son dos chicos… ya sabes, una pareja gay, como se dice ahora. Creo que vienen de Sevilla.
¡Una pareja gay! ¿Venían dos chicos gays al pueblo? Eso me provocó un gran interés, al ser yo mismo homosexual. No estaba en el armario, aunque es verdad que en el pueblo no había hablado sobre ello y -pienso- nadie lo sabía. Los pocos escarceos sexuales que había tenido desde que llegara al pueblo habían sido en viajes a la capital, al margen totalmente de mi vida rural. Y ahora ya no sería el único gay del pueblo. La noticia me despertó una cierta ilusión mezclada con aprensión. ¿Cómo se tomaría el tema la gente de allí, bastante tradicional? Y lo peor, ¿me afectaría a mí también?
Estuve pensando bastante los siguientes días sobre el asunto, hasta que un día, mientras daba un paseo matutino vi una furgoneta aparcada junto al bar. Me acerqué con curiosidad. Sin duda eran los nuevos arrendatarios. En ese momento no había nadie en la furgoneta, debían estar dentro del bar o de la casa. Esperé un poco y de improviso un hombre salió de la vivienda. Me quedé en shock cuando lo vi. Era un hombre enorme, muy alto y corpulento, con una mezcla de músculo y barriga en su inmenso corpachón. Tendría unos 40 años, moreno, pelo muy corto y barba. Vestía una camiseta ajustada de la que salían dos brazos increíblemente fuertes y poderosos, así como unos vaqueros también ajustados que marcaban de una forma increíble sus piernazas, su claramente abultada entrepierna y su culo, enorme y prieto. Me faltó el aliento ante aquel magnífico ejemplar de masculinidad. Él reparó en mí y me dijo:
-Hola, ¿eres de aquí? -su voz era también inusualmente profunda y viril, así como con un fuerte acento andaluz cautivador. Siempre he encontrado muy morboso ese acento, no sé por qué. Me tendió la mano-. Soy Tony, voy a llevar el bar junto con mi marido Jaime.
En ese momento otro hombre de una complexión similar, igualmente osazo y viril, salió también de la vivienda y me saludó. Tomé la mano que Tony me ofrecía y la estreché tímidamente, mientras que su saludo fue tan fuerte que casi me hace daño. Yo era por entonces lo opuesto a aquellos dos hombretones. Pequeño, de rasgos delicados y delgado. Mientras nos dábamos la mano me fijé más en la cara de Tony. Ojos negros, grandes, labios gruesos y sensuales, y una sonrisa, franca y alegre, que parecía hacer radiar luz de su rostro cada vez que aparecía. Temblé al contacto de su enorme mano. Nunca un hombre me había producido un efecto así. Creo que él lo notó porque su sonrisa se hizo más amplia y adquirió un punto burlón.
-¿Y tú te llamas? -me preguntó con un poco de sorna, viendo cómo estaba totalmente anonadado por su presencia. Me di cuenta de que estaba acostumbrado a provocar aquella reacción.
-Yo… yo… Pedro -balbuceé. Avergonzado por mi comportamiento me sobrepuse y le dije sonriendo: -no soy de aquí, estoy ahora pasando una temporada para preparar oposiciones. Encantado, Tony.
-Igualmente, este es Jaime -una nueva mano gigantesca estrechó amigablemente la mía. Su marido parecía un poco mayor que Tony y sus rasgos eran algo más rudos, aunque también era muy atractivo. Vestía de forma similar, con camiseta y vaqueros ajustados.
-Encantado, Pedro -dijo Jaime-. Nos vendría bien un poco de colaboración. ¿Nos ayudas a colocar todo esto?
-Claro -dije sin dudarlo. Me salió natural obedecer su requerimiento. Estuve toda la mañana ayudándoles a transportar cajas de un lado para otro y a colocar la vivienda y el bar a su gusto. Perdí un montón de tiempo de estudio y lo único que saqué en limpio fue una sonrisa de Tony mientras me daba las gracias apretándome un poco el hombro con cariño. Creedme. Mereció con creces la pena.
Durante los siguientes días Tony y Jaime cautivaron a todo el pueblo como habían hecho conmigo. Su simpatía y su alegría contagiosa se ganaron los corazones de todos los habitantes. Me alegró mucho que, siendo una pareja gay, fueran tan bien acogidos en un pueblo tan tradicional como aquél. Pero es que era imposible no caer rendidos a sus encantos. De hecho, el bar estaba más lleno que nunca, pese a que su anterior concesionaria, Mercedes, también era muy simpática. Yo, por mi parte, de nuevo pasaba allí mucho más tiempo del que hubiera debido por mis estudios y además siempre les estaba ayudando y haciendo pequeños favores que me pedían. Solo recibir un poco de atención de aquellos dos machos era todo un mundo para mí. No tenía ni idea aún de lo que estaba a punto de cambiar mi vida en aquellos días.
En efecto, una tarde me encontraba en el bar. Estaba vacío. Todo el mundo se había ido a comer y aún no era la hora del café. Yo tendría que haberme ido también a casa a comer, pero estaba remoloneando para estar un poco más. Siempre me costaba irme de allí y dejar de ver a sus dueños. En aquel momento estaba sentado en una mesa, tomando una cerveza, Jaime estaba recogiendo cosas en la cocina y Tony se había sentado un rato en mi mesa, enfrente de mí. Entonces me preguntó:
-Bueno, Pedrito -era la primera vez que usaba aquel diminutivo y no supe si me gustó que lo hiciera-. Así que estás aquí estudiando. Y dime, ¿tienes novia?
-Pues…no -repuse-. Yo también soy gay, por si no la habías notado, aunque aquí creo que la gente no lo sabe.
-Pues sí, la verdad es que sí lo había notado -dijo él, con una sonrisa un tanto condescendiente. Y agregó: -¿Novio entonces?
-No, tampoco -dije. Y pensando un poco continué: -La verdad es que aún no tengo claro lo que quiero. Voy dejando la vida fluir.
Entonces ocurrió algo impensable. Aquel hombretón se puso en pie y vino a mi lado. La enorme bragueta de sus vaqueros quedó a la altura de mi cara. Sentí que me faltaba el aliento al tener su entrepierna tan cerca, mucho más con lo siguiente que hizo Tony. Puso su manaza en mi barbilla y su enorme dedo pulgar se posó en mis labios, pidiendo entrar. Completamente aturdido y con el corazón latiendo tan fuerte que pensé que iba a estallar, abrí mis labios y permití que aquel dedo tan deseado penetrara mi boca. Al mismo tiempo empecé a chuparlo como poseído por una pasión inexorable.
-¿No tienes claro lo que quieres? -dijo muy despacio aquella voz tan viril, casi hipnóticamente-. Pues yo creo que sí que tengo muy claro lo que quieres. Te va muy bien el nombre. Pedrito… perrito. Creo que lo que más deseas en el mundo es ser el perrito de un tío como yo…
Sus palabras me produjeron tal efecto que creí que me desmayaría. No sé si de excitación, de placer, de miedo… Nunca había sentido una turbación parecida. Tony sacó el dedo intruso de mi boca y poniendo su manaza en mi nuca me empujó la cara hacia su bragueta, frotándome contra la dura tela de los vaqueros, eso sí, mucho menos dura que el monstruo que se escondía detrás de ella. Lo sentí tan enorme como el resto de su cuerpo. Loco de deseo fui a desabrochar su cinturón, pero él se separó y me dijo:
-¡Quieto! Que yo sepa no te he dado permiso para tocar mis pantalones.
Me quedé allí aturdido y avergonzado mientras él volvía a su silla. Se sentó y empezó a hablar. Me sorprendió su cambio a un tono mucho más serio, un tono que no le había escuchado nunca hasta ahora.
-Escucha Pedrito. A Jaime y a mí nos gusta tener chavalitos guapos a nuestro alrededor que nos atiendan. Pero no te confundas. No se trata de sexo, al menos no solo. Para el sexo ya nos tenemos el uno al otro. Lo que buscamos es un esclavo, una persona que nos sirva en todos los aspectos: que haga las labores de la casa, que esté pendiente de nosotros en todo momento… ¿Entiendes lo que te digo?
-Sí, creo que sí -dije tímidamente. Conocía un poco ese tipo de relaciones, incluso había fantaseado con ellas.
-Pero quiero que lo entiendas bien. El chico que nos sirva, que sea nuestro esclavo, tiene que estar dispuesto a que hagamos con él cualquier cosa que nos apetezca… CUALQUIER COSA -repitió marcando mucho las palabras. Mi cara debió ser un poema al escuchar esto, porque inmediatamente relajó un poco el tono y me dijo:
-No te preocupes. No te haríamos ninguna lesión permanente, ni te mutilaríamos ni nada de eso. Somos gente legal. Pero quiero que entiendas que la entrega que buscamos supone que deberías a estar dispuesto a que lo hiciéramos si ese fuera nuestro deseo, ¿comprendes? Ya no tendrías opinión ni voluntad propia ni ninguna capacidad de decisión. Nos pertenecerías en cuerpo y alma. Serías simplemente un juguete en nuestras manos. Por supuesto sé que te gustamos mucho, no soy tonto, pero, ¿crees que podrías afrontar algo así?
Yo estaba absolutamente sin palabras escuchando aquello. Nunca lo hubiera imaginado y no sabía cómo reaccionar. El torbellino de emociones en mi mente era abrumador. Entonces Tony se levantó y me dijo:
-Marcha ahora a casa, Pedrito y piensa sobre ello. Vamos a hacer una cosa. Hoy cerraremos el bar pronto. Si estás dispuesto a entregarte a nosotros ven a nuestra casa a las 10 esta noche. Si no vienes, sin problema ninguno. Olvidaremos esta conversación y seguiremos tan amigos. Pero si apareces entenderemos que realmente quieres ser nuestro esclavo y que vas a asumir lo que ello conlleva, ¿de acuerdo?
Asentí abrumado y salí del bar. Cuando llegué a casa me dejé caer sobre el sofá, infinitamente perturbado por la increíble experiencia que acababa de vivir y por las dudas sobre mi futuro inmediato…
Continuará?...
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