El bar del pueblo 3
Escrito por Jorge Jog
Cuando llegué a casa me miré en el espejo y vi que tenía un considerable moratón en la cara, allí donde la zapatilla de mi amo Jaime había golpeado. Me di en cantidad la pomada que me había dado Tony, pero pensé que, a menos que fuera milagrosa, no iba a disimular mucho aquel cardenal. Después, dolorido y destrozado anímicamente, me fui a dormir. Bueno, más bien a intentarlo, ya que no pegué ojo en toda la noche, con mil ideas y sentimientos en mi cabeza.
Cuando se hizo de día salí de la cama, me duché y, tras desayunar algo, me puse a estudiar. No me apetecía lo más mínimo y, además, era completamente incapaz de concentrarme ni un minuto, pero continué ahí, delante del libro. Era lo que mis amos me habían ordenado y yo allí solo estaba para obedecer. Había conseguido evitar derrumbarme totalmente haciéndome el firme propósito de enmendarme y ser el mejor esclavo que mis amos pudieran soñar.
Las horas se me hicieron larguísimas, solo dejando el libro para comer algo a mediodía, muy poco, porque tenía el estómago encogido y apenas podía tragar. Tampoco me atreví a salir, ni siquiera a pasear un poco y tomar el aire. No tenía permiso para eso. Al fin, aquel día eterno dio paso a la noche y me apresuré a presentarme ante mis amos. Tony me abrió la puerta e inmediatamente me postré en el suelo y besé sus pies. No me atrevía a decir nada sin permiso, ni siquiera a pedir disculpas, así que pensé que esa sería la mejor forma de saludarlo y mostrarle mi devoción hacia él. Le debió agradar, porque sonrió mientras me saludaba y me hacía levantar del suelo. En cuanto me incorporé vi que notaba el moratón de mi cara. Su rostro sonriente se tornó serio y una sombra de piedad y quizás ¿culpabilidad? se asomó a sus hermosos ojos. Avanzó su mano y, en un gesto casi cariñoso, me tocó la mejilla con una cierta pesadumbre. No obstante, enseguida cambió el tono y, volviéndose, me ordenó:
-¡Desnúdate perro, y ya sabes tu posición!
En cuanto estuve desnudo y de rodillas frente a ellos, sentados una vez más en el sofá, Tony me preguntó:
-¿Y bien, esclavo? ¿Cuál va a ser tu castigo por tu desobediencia de anoche?
-Señor… -balbuceé. Había meditado bastante sobre ello, así como consultado páginas de BDSM-. Creo que unos latigazos serían adecuados como castigo. ¿Cuántos? Pues… el número que ustedes estimen conveniente.
Los dos se miraron y rieron levemente. Entonces Jaime repuso con su fuerte acento sevillano:
-Chiquillo, no estás preparado ni “p’atrás” para una cosa así. En lugar de eso te daremos unos azotes, de momento con la mano. Serán 50, te daremos 25 cada uno. ¡Ven aquí!
Me acerqué tembloroso y Jaime me hizo colocarme sobre sus rodillas. Me sentí como un niño travieso al que su padre va a castigar. Fue tan humillante que casi hubiese preferido los latigazos. No obstante, noté cómo mi polla se ponía dura. Cualquier forma en que aquellos machos me degradaban me resultaba tremendamente excitante.
-Quiero que cuentes y que a cada golpe me des las gracias, esclavo -me dijo Jaime-. ¿Listo?
Y sin esperar respuesta me soltó un tremendo manotazo en mis desnudas nalgas. Sentí un terrible dolor. La verdad es que, habiendo pensado en latigazos, los azotes con la mano en el culo me habían parecido cosa de nada cuando me lo dijo. Claro, yo no contaba con la tremenda fuerza de los brazotes de aquel osazo.
-Uno… gracias, Señor -dije como pude. Un nuevo golpe me estremeció:
-Dos… gracias, Señor…
Jaime continuó golpeando mi pobre culo metódicamente y con todas sus fuerzas. El dolor se hizo insoportable. Era como si un terrible fuego subiese de mis nalgas hacia mi cerebro. Cada golpe repercutía en todos los nervios de mi ser. Creía morir. Y sin embargo… junto al dolor sentía un placer extraño, indescriptible, como si el estar ahí, castigado por aquel hombretón, fuera lo correcto para mí. Mi polla no se había bajado lo más mínimo.
-Veinticinco… gracias, Señor…
Mi voz se iba haciendo más y más débil. Jaime me levantó y me vi entonces en las rodillas de Tony. Pude ver su sonrisa diabólica antes de sentir su manaza golpeando mis enrojecidas nalgas.
-Uno… gracias, Señor…
Pese al terrible dolor que sentía, me di cuenta de que Tony no estaba usando ni mucho menos todas sus fuerzas conmigo. Estaba claro que era menos sádico que su marido y que sabía por lo que estaba pasando y no quería hacerme demasiado daño. Sentí un inmenso cariño y un renovado respeto por él. Y, aunque parezca increíble, ya me sentía tremendamente afortunado simplemente por tener contacto con él, aunque solo fuese la palma de su enorme mano en mi pobre culo dolorido.
-Veinticinco… gracias, Señor -mi voz no era más que un hilillo en aquel momento. Tony paró y me acarició las nalgas doloridas. A continuación, me ordenó volver a mi posición. Antes me hizo una caricia en el pelo y me dijo:
-¡Buen perrito!
Sentí una inmensa satisfacción por haber merecido la aprobación de mi amo. No pude evitar una amplia sonrisa mientras volvía a ponerme de rodillas, mareado y dolorido por la terrible experiencia.
-Tenemos algo para ti, perrito… -dijo entonces Tony. A continuación, sacó de una caja un extraño artefacto. Era como una carcasa de plástico-. Esto, por si no has visto una nunca, es una jaula de castidad. Te la voy a poner en la polla y los huevos y ya no podrás tener una erección ni masturbarte. Un esclavo no tiene derecho al placer, a menos que sus dueños se lo permitan.
Me hizo ponerme en pie y tomó en su manaza mis huevos.
-Hemos elegido el XS, pero aún así no sé si te va a quedar grande, jajaja… -dijo, burlándose una vez más del tamaño de mis genitales. El roce de su mano en mis huevos me resultó tremendamente excitante, pero me producía tal desolación perder mi sexualidad que mi polla se quedó completamente fláccida, de forma que Tony no tuvo la menor dificultad en ajustar el aparato.
-¿Ves? -me dijo-, por este orificio puedes mear sin problema. Se cierra con llave y, por supuesto, esa llave estará siempre en nuestro poder. Lo llevarás permanentemente, día y noche, a partir de ahora. No creo que seas tan estúpido de hacer eso, pero si se te ocurriera intentar quitártelo, piensa que puedes hacerte mucho daño, y no es precisamente una parte insensible… -me debió ver tal expresión desolada al escucharlo que añadió: -no te pongas tan triste, perrito… no somos tan malos. Te aseguro que si te lo ganas y nos tienes contentos te dejaremos volver a usar tu pitilín alguna vez…
Aquello me tranquilizó un poco. Ver mis genitales cubiertos por aquel artefacto diabólico me resultaba muy deprimente. Pero entonces Tony sacó otra caja y me dijo:
-No es el único regalo que tenemos para ti…
Entonces sacó un plug anal. Eso sí lo reconocí, lo había visto alguna vez en la red. Me estremecí. Yo apenas había tenido sexo anal, aunque es verdad que las pocas veces que lo había hecho había sido como pasivo. Pero aquel cacharro me pareció enorme. Era negro y con forma de pera. Además, era eléctrico. Tony lo hizo vibrar en su mano mientras me miraba intensamente. Se manejaba desde un mando exterior.
-Vamos a colocártelo. Tenemos que tener ese culito preparado para recibir nuestras pollas. Y te aseguro que eso no es fácil, jajaja… -sacó de un cajón un frasco. Era un spray de espuma lubricante. Se puso una buena cantidad en la mano y me hizo suavemente agacharme hasta casi estar a cuatro patas. Entonces empezó a frotarme el lubricante por el culo mientras uno de sus enormes dedos se abría paso en mi interior. Lo hizo con suma delicadeza, tanta que me sorprendió. Poco a poco fue dilatando, metiendo más dedos. Era tremendamente agradable sentir aquella manaza trabajando mi culo. Me hubiera empalmado al instante de haberlo permitido la jaula. Al fin sentí el frío del plástico abrirse paso y supe que el plug estaba siendo colocado. Gracias al trabajo previo entró por completo y, dada su forma, no se saldría sin ayuda. Quedaba encajado en mi culo hasta que mis amos quisieran. Tony me hizo incorporarme entonces y, con una sonrisa que no supe si era divertida o sádica, me preguntó:
-¿Lo probamos?
Y, sin esperar respuesta, pulsó el mando. El plug empezó a vibrar y me di cuenta de que estaba perfectamente situado para estimular directamente mi próstata. Sentí un placer indescriptible, tan intenso que creí tener un orgasmo sin tocarme. Gemí sin poder contenerme, lo que provocó las risas de los osotes. Tony siguió estimulándome un rato y después empezó a subir la velocidad e intensidad de la vibración. Llegó un momento en que el placer se convirtió en dolor y en agitación. Caí al suelo y comencé a retorcerme, pero eso solo provocó más carcajadas de aquellos machos crueles. Al final la sensación fue tan intensa que me desmayé.
Me despertó Tony dándome pequeñas tortas con su mano y me ayudó a levantarme. En cuanto pude incorporarme me ordenó retornar a mi posición. Así lo hice, aún aturdido y jadeando. Entonces, para mi sorpresa, Tony puso su inmensa bragueta directamente frente a mi cara y me dijo:
-Perrito, te has portado muy bien esta noche y mereces una recompensa.
A continuación, con su mano en mi nuca, me frotó la cara contra su bragueta. Sentí el monstruo detrás del vaquero empezar a endurecerse. Entonces Tony me soltó y poniendo los brazos en jarras me dijo:
-Has estado soñando con esto desde que me viste la primera vez. ¡Adelante! ¡Es tuya!
Sintiendo que la boca se me secaba y temblando, mis manos fueron hacia el cinturón y lo desabrocharon, bajando a continuación la cremallera. Mi corazón latía con fuerza cuando bajé el pantalón y el calzoncillo y aquel monumento a la virilidad apareció ante mis ojos. Aun morcillona era enorme, no demasiado larga pero muy gruesa. Se me hizo la boca agua y tras contemplarla anonadado unos segundos, empapándome en su belleza, cerré los ojos y la rodeé delicadamente con mis labios. Me sentí morir de placer y de excitación. Empecé un suave movimiento de succión y pronto aquella maravilla creció y se endureció hasta llenarme completamente la boca. El placer que sentí teniendo aquel pollón en mi boca es algo imposible de expresar con palabras. De alguna manera percibí que aquel era mi lugar natural en el mundo, adorando la virilidad de aquel macho increíble. Seguí succionando y lamiendo con mi lengua el inmenso capullo como si me fuera la vida en ello. Pronto Tony empezó a gemir:
-Ummmmmm, sí que eres bueno, perrito… Sigue…
Al mismo tiempo empezó a mover su pelvis, metiendo más su pollón en mi boca, llegándome hasta la garganta. Contuve una arcada y comencé a hacer el movimiento de tragar, para masajear su glande, con lo cual mi amo se volvió loco:
-Uffff, sí, cabrón… así, así… -me puso la mano en la nuca y ayudó al movimiento. No obstante, no llegó a follarme literalmente la boca. Siguió dejándome hacer, mientras decía: -Disfruta perrito, no siempre seré tan gentil cuando tengas mi polla en tu boca. Me gusta follar garganta fuerte, pero hoy es un premio y quiero que lo goces a tu antojo.
Continué masajeando el glande con mi garganta, al tiempo que succionaba y hacía trabajar mi lengua en aquella magnífica polla, mientras mi excitación alcanzaba niveles máximos. Fui aumentando la presión y la velocidad, mientras los gemidos de Tony se hacían más fuertes y sus piernas comenzaban a temblar. Entonces hizo algo inesperado. Sentí cómo el vibrador de mi culo se ponía en marcha, estimulándome la próstata en una sensación tan increíble que tuve el primer orgasmo totalmente anal de mi vida, ya que mi polla estaba totalmente atrapada en la jaula. Al mismo tiempo noté que el pollón que llenaba mi boca se ponía aún más tenso y, con un grito gutural, Tony empezó a soltar enormes chorros de semen directamente en mi garganta. Casi me ahogo, era una cantidad increíble, pero me las arreglé para tragar hasta la última gota de aquel delicioso manjar, de aquel sabrosísimo regalo que me hacía mi amo.
Cuando ambos nos relajamos fui a apartarme, pero entonces Tony me lo impidió con su mano aún en mi nuca, mientras me decía:
-¡Quieto perrito! Aún tengo otro regalo para ti…
E inmediatamente sentí unas gotas en mi boca que pronto se convirtieron en un potente chorro. ¡Mi amo se estaba meando en mi boca! Nunca había tenido una experiencia como aquella, pero me pareció tremendamente excitante y me apresuré a tragar el nuevo manjar que me ofrecía mi macho.
-¡Trágatelo todo! -me ordenó. Naturalmente lo hice, hasta la última gota, y finalmente Tony me soltó y, abrumado por tantas y tan intensas sensaciones, caí al suelo, mientras los dos machos reían divertidos...
Continuará?...
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