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Degradación familiar II
Escrito por Lena

JUAN Y MARTA

Cuando despertó él ya no estaba en la cama. Sentía el olor del cuerpo de Antonio en el suyo, en su piel. Entonces se dio cuenta de que aquel mismo olor lo había notado, algunas veces en Juan y ahora sabía el porqué.

Notaba el plug en su ano, no pudo evitar tocarlo, moverlo, aquello la excitaba, esperaba, al tiempo que temía, la llegada de la tarde, pero tenía que parar, concentrarse en lo que debía hacer; hablar con Juan, sabía que sería duro, pero aún lo sería más para él.
Se duchó y tuvo que sacarse el plug para usar el retrete. Antonio le había provisto de un paquete de preservativos para facilitar su nueva introducción.

Confiaba en que su hija Ana no se hubiese levantado aún, cuando entró en la cocina. Allí estaba él, bebiendo un café y comiendo una tostada, se le veía enfurruñado.

- Buenos días. ¿Quieres que te prepare para ti?

- Sí. Gracias. ¿Ana aún está durmiendo?

- Me llamó para decirme que se iba a pasar todo el fin de semana en la casa de campo de Dania, con sus padres y tú ¿Dónde estuviste ayer por la noche?

- Con tu amigo Antonio. Vino por la tarde pidiendo por ti y me fui con él.

- ¿Como? ¿Con Antonio? ¿Puedo saber que hiciste hasta altas horas con él?

- ¿De verdad quieres saberlo? ¿Qué pasa? ¿Estás celoso? ¿Tienes miedo de que te lo quite?
Vaya; te sonrojas como una colegiala.

- ¿Qué? ¿Qué te contó de mí? .

- Me contó lo que tú no te habías atrevido a decirme, pero tuvo la delicadeza de omitir detalles.

- Yo…yo…

- Tu eres un maricón y un cobarde. Me defrauda más lo segundo que lo primero. Tienes derecho a ser lo que quieras, a lo que no tenías derecho es a no decirme nada. A dejarme abandonada. A traicionarme.

- Lo siento…

. ¿Crees que con esto lo arreglas? ¿Con decir lo siento? Espero que al menos ayer te lo pasaras tan bien como yo. Se ha terminado. Lo entiendes, lo nuestro se ha terminado.

- ¿Quieres que me vaya? ¿Que nos separemos?

- Naturalmente, pero todo a su debido tiempo. Ana no soportaría ahora una separación traumática, sabes como está. Al menos hazlo bien y ayúdame a prepararla para ello.

- ¿Volverás con él? Dime ¿Volverás con él?

- ¿Esto es lo único que te preocupa? Sí, volveré con él, esta misma tarde volveré con él.

- No sabes lo que hará contigo…

- Nada que no te haya hecho a ti. Lo único de lo que me arrepiento es del tiempo perdido sin saber lo que era un hombre.

- Lo sabía. Sabía que lo haría.

- ¿Qué sabías? ¿De qué estás hablando?

- Me lo dijo. me dijo que se iba a follar a las hembras de mi casa.

- ¿Qué? ¿Y tú qué hiciste? ¿Qué le dijiste?

Juan bajó la cabeza. Mudo. Supo que no debía haberle dicho aquello.

- Nada, claro. Estabas demasiado pendiente de su polla. Eres un mierda.
No dejaré que se acerque a Ana. Esto no. Que haga lo que quiera con nosotros, pero a ella no.
Ahora, hazme un favor, déjame sola. Vete a encerrarte en el estudio o a buscar a alguno de tus amigos, pero déjame sola. No quiero verte más en todo el día.
De momento llevaremos esto como podamos, por un tiempo, que espero sea corto.

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LAIKA

Estaba mudando de piel y no todo iba a ser agradable, incluso habría dolor. “No sabes lo que hará contigo”, le había dicho Juan. No, no sabía lo que haría con ella aquel hombre, desconocido hasta el día anterior, aquel hombre que se follaba a su marido. No sabía lo que haría con ella, pero estaba en sus manos. “Solo eres una perra sumisa” ¿Ya lo era?

Se vistió para él, tal y como le había ordenado. No tenía mucha ropa adecuada, siempre vestía de forma apropiada a su oficio de abogada, ocasionalmente alguna prenda para fiestas o salidas Se miraba al espejo con aquel vestido negro, de tirantes, que le cubría por debajo de sus rodillas, con un escote que dejaba al descubierto el principio de sus senos. Arregló su cabellera y se maquilló algo más de lo que era habitual en ella. Se miraba y se gustaba. Finalmente decidió prescindir de sus sujetadores, sus pechos aún eran lo suficientemente tersos como para hacerlo.

Con una mezcla de temor y deseo, notando el plug en su ano, condujo hasta la casa de él, para llegar puntualmente a la cita.

Por primera vez la besó, fue un beso largo, profundo, un beso muy distinto de los que hasta aquel momento había recibido. El solo contacto de su cuerpo hizo que sus pezones se pusieran erectos. Notó su mano introduciéndose en su escote.

- Me gusta que vayas así, sin sujetadores, así te quiero siempre que estés conmigo.
¿Aún lo llevas puesto?

- Sí, señor.

Bajó una de sus manos hasta sus nalgas, hasta el plug, moviéndolo.

- Debes haberte puesto caliente con ello. Seguro que ya estás húmeda.

- Tengo miedo, señor.

- Me agrada que lo tengas. Siempre recordarás esta tarde. No olvidarás al primer hombre que te rompió, como no olvidarás los primeros azotes cuando te los dé.

Cogiéndola de la mano la llevó hasta la habitación.

- Desnúdate y quítatelo.

También él se desnudó. Ella miraba, temerosa, aquella polla. aquella polla que sabía que pronto la penetraría por su agujero virgen, ya no había vuelta atrás en su sumisión, aceptada.
La empujó encima de la cama, no sin antes ordenarle que le pusiera un condón.

- Supongo que sabrás hacerlo. ¿No?

Ella muda. Obediente, ofreciendo su cuerpo.

- Póstrate y ofréceme tu culo de perra.

Sintió su dedo, extendiendo algo frío en su ano.

- No siempre te pondré lubricante, pero, por ser la primera vez te dolerá menos.

Temía su envite, sin embargo, la penetró despacio, al menos al principio.

- ¡DIOS! ¡Cómo duele!

- Muerde la almohada, puta,

Lágrimas de dolor resbalaban por sus mejillas. Notaba su pene penetrando sus entrañas.

- Pronto suplicarás porque te lo haga. Te correrás solo con sentir una polla en tu culo.

Daba palmadas a sus nalgas mientras la follaba.

- ¡AH! ¡AH!

- Tócate mientras te follo! TÓCATE! Mueve el culo. ¡ASÍ!

Se sentía poseída, humillada, el dolor remitió, pero persistía.

No paró hasta correrse. La sacó lentamente, acostándose a su lado.

- Cada vez te dolerá menos. Terminarás viciada, como todas las perras. Ofreciendo tu culo. Haciendo lo que sea para que te posea así. Ofreciéndomelo a mí y a quien yo decida.

- Gracias. Gracies, señor.

¿Cómo era posible? ¿Cómo era posible que le estuviese dando las gracias?

Antonio encendió un cigarrillo, relajándose a su lado. Al rato rompió el silencio.

- Así que vas a separarte del maricón. Hoy me ha llamado para meterme la bronca por habértelo dicho. Ha terminado suplicando por mi polla.

- ¿Va a seguir viéndolo?

- Sí ¿Por qué no? Hasta que me canse de él. ¿Te molesta?

- No…No señor. Solo le ruego que no se acerque a mi hija, por favor. Haré todo lo que usted quiera, pero mi hija no, por favor.

- ¿Tu hija? ¿A qué viene esto?

- Él me ha dicho que…

- Imagino lo que te ha dicho. Nunca haré nada a tu hija, ni a nadie, que ella no quiera.

- Ella es muy joven, señor.

- ¿Prefieres que le pase como a ti? ¿Que pase la mitad de su vida al lado de un medio hombre?

- Por favor, se lo pido por favor, señor

- Ya veremos. Es suficientemente mayorcita para decidir lo que quiere y lo que no quiere. Además, ni siquiera la conozco. Ahora arréglate y vístete, si quieres date una ducha. Vamos a cenar y luego volveremos aquí y te daré tu premio. Te lo has merecido.

- Si, señor. Gracias, señor.

Durante la cena Antonio parecía otro hombre, respetuoso y hasta cariñoso con ella, procurando no hablar, para nada de su esposo y menos aún de su hija. Sabía que solo era objeto de su placer, pero se sentía, a la vez, deseada. Le habló de su trabajo, de su empresa de distribución farmacéutica. Estaba tan cómoda que se atrevió a preguntarle si había otras.

- En estos momentos no, pero las ha habido y puede haberlas. ¿Acaso crees que no tengo derecho a ello?

Claro que lo tenía, sabía de antemano cuál era su lugar.

Una hora después volvían a estar en su casa.

- ¿Aún te duele?

- Un poco, señor. Pero sé que tiene que hacerlo, señor.

- Así és. Ahora voy a darte tu premio.

Sintió un escalofrío cuando le puso aquel collar de cuero. como lo había sentido al ver la placa que llevaba, una placa con el nombre de Laika.

- Este será tu nombre. Tu nombre de perra. Vas a llevarlo siempre en tu bolso, para hacerte memoria de lo que eres y en tu cuello siempre que estés conmigo, sea donde sea. Así mismo para dormir. Que el maricón sepa que me perteneces.

Sus manos hacían deslizar su vestido. Acariciaba sus senos, los sobaba, pellizcaba sus pezones hasta hacerle humedecer sus ojos. Sus ojos y su sexo.

- ¿Quieres que te folle zorra? Puta sumisa.

- Sí. Sí, por favor, señor.

Llegó de madrugada a su casa. La llamaría cuando desease usarla. Tenía que terminar lo que él había empezado y ella lo deseaba.


Licencia de Creative Commons

Degradación familiar II es un relato escrito por Lena publicado el 11-07-2022 22:13:34 y bajo licencia de Creative Commons.

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33 No me gusta0
Comentarios  
Maria
0 #1 Maria 12-07-2022 08:37
¡Excelente! Me encanta el detalle de Laika!
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