Una noche con Lorena, la escritora sumisa
Escrito por dereck
Lorena respiró profundamente y se atusó el traje. Se miró en el espejo, había escogido un traje negro, cuyo corte estaba muy por encima de la rodilla, espalda descubierta y un ligero escote para realzar sus pechos. Nunca se maquillaba, por el contrario los tacones la estaban matando, pero tenía que admitir que estaba espléndida. Se reprendió a sí misma, estaba tan nerviosa como una quinceañera. Tras relajarse, entró al bar.
Hacía un año que se conocían. Lorena tenía 33 años, una mujer morena, de 1,74 y ojos oscuros con una bonita figura formada a base de mucho entrenamiento, no se consideraba una mujer top, pero se sabía atractiva y deseable para todos los hombres. Era una mujer de carácter fuerte e independiente, alegre y divertida, y escondía un gran secreto, le encantaba ser sumisa. No le gustaba el sado, ni mucho menos ser la esclava obediente de un amo, su sumisión se limitaba a la alcoba, donde disfrutada dejándose someter por un hombre, siendo atada, amordazada, casi violada. Claro que no todos sus amantes conocían esa faceta suya, necesitaba estar muy segura de su acompañante para dejarse atar y “violar”.
Siempre sintió curiosidad por las prácticas sexuales menos convencionales y leyó muchos relatos. Animada, comenzó a escribir y publicar sus propias fantasías donde mezclaba sus propias experiencias, con sus deseos y junto a todo, aquellas bizarras prácticas que jamás realizaría. Pronto su correo se llenó de admiradores, la mayoría pajilleros que ofrecían sexo, los más atrevidos, hasta le enviaban fotos de sus penes “como si verles las pollas vaya a hacer que me habrá de piernas” pensaba. Pero un día recibió un correo diferente. Su autor, otro escritor, comentaba sus relatos con educación, y con una mezcla de morbo y humor que le resulto muy interesante. Tras contestarle, iniciaron una amistad que perduró un año, en el cual, se intercambiaban mensajes totalmente insustanciales, con otros mas íntimos y fantasiosos. Incluso habían escrito relatos conjuntos, dado la preferencia de su amigo por la dominación sobre las mujeres.
Todo cambió el día que Lorena recibió un peculiar mensaje.
-el próximo sábado me marcho de viaje. Pasaré la noche en tu ciudad, para salir de madrugada hacia el aeropuerto. ¿te atreves a pasar la noche conmigo? Podemos hacer realidad nuestras oscuras perversiones. Te espero en el bar del hotel a las 11. No faltes.
A Lorena le dio un vuelco el corazón. Una cosa era fantasear, en aquel mundillo que se habían construido, y otra muy diferente era quedar en persona. ¡Ni siquiera se habían visto en fotos! Su intimidad siempre había sido blindada. ¿Ponerse en manos de aquel hombre? Pero no pudo negar que la idea le seducía hasta el punto de sentir una fuerte atracción animal. No tendría otra ocasión, y casi temblando, le contesto
-¿Y como te conoceré?
-Envíame una foto tuya, yo seré quien te reconozca
-Anda, claro, que listo. ¿Y si me mandas tu a mi primero una foto tuya?
-Yo haré lo que me de la gana. Y tú vas a mandarme ahora una foto con tu cara de zorra o te quedas sin que te folle.
Aquel mensaje la dejó descolocada, nunca antes había recibido una contestación tan fría y borde. De haber sido otro cualquiera, lo habría mandado a la mierda. Pero por algún motivo, aquel tono amenazador la motivó. Busco una foto sexy, pero no explicita y la envió. Espero y esperó pero no obtuvo respuesta. La semana fue pasando lentamente y el correo seguía mudo. ¿Acaso no le había gustado? Eso era imposible, sabía que era una mujer atractiva. ¿Sería todo una cruel broma de internet? No podía dar crédito a ello. ¿Se había arrepentido? Lorena ya no sabía que pensar, y el sábado estuvo a punto de no acudir a su cita, convencida de que le darían plantón.
Observó a todas las personas del bar. Un chico de su edad parecía absorbido por la pantalla de su portátil. ¿sería él? Por lo que sabía, su amante virtual tenía 39 años. En una mesa, dos mujeres compartían risas y besos. Otro chico jugaba con su teléfono. En una esquina del salón, un hombre fornido, de la edad apropiada, parecía observar todo cuanto pasaba en el bar. Tenía un aura misteriosa. A Lorena le apetecía enormemente caer en los brazos de un hombre con esa planta. En la barra del bar había 3 personas. A los extremos dos hombres, elegantemente vestidos, guapos. En el centro una chica joven, ataviada de un modo sugerente, parecía atraer las miradas de sus compañeros de barra. Lorena caminaba despacio, esperando una señal, un gesto, una palabra que descubriera a su misterioso amigo, pero nadie parecía interesado en ella. Abatida, y sintiéndose decepcionada, se dejó caer en una mesa. De inmediato apareció un camarero, de avanzada edad, que depositó sobre la mesa una copa y un sobre.
-Un caballero la invita, señorita.
Lorena giró rápida su cabeza mirando a todas las personas, buscando un gesto, pero nadie la correspondió.
-¿Quién es?
-No me está permitido revelar esa información señorita.
Antes de que pudiera seguir interrogándolo, el camarero dio media vuelta y se marchó. Lorena giraba el sobre entre sus dedos. Aun podía dejarlo, marcharse a casa y olvidar toda esta locura. Tomó un sorbo de la copa, era una especie de ron dulce que tuvo un efecto embriagador. Abrió el sobre y leyó una sencilla nota que había en su interior
“Levántate. Ve al servicio. Quítate las bragas. Regresa y ponlas sobre la mesa”
Lorena sonrió nerviosa. Era una locura, ella que siempre había llevado con total discreción sus gustos sexuales. ¿Qué se había creido? Y aun asi, noto la punzada de la emoción en lo mas profundo de su ser. Vació la copa y se marcho rauda al lavabo, de pensarlo un minuto mas se habría marchado a casa. Regreso rápido, se sentó y colocó un precioso tanga con encajes sobre la mesa. Aun no se había puesto comoda cuando apareció otro camarero, esta vez un chico de apenas 17 o 18 años, que al igual que el anterior, colocó una copa y un sobre sobre la mesa. Cuando el chico comenzó a hablar, se quedó mudo, sus ojos se había quedado prendidos sobre la íntima prenda que ocupaba la mesa. Lorena sonrió divertida y el chico se marchó balbuceando. Tomó la copa bebiéndola lentamente mientras se tomaba su tiempo para abrir el nuevo sobre. La expresión del chico la había satisfecho, lo buscó con la mirada y lo vio trajinando en la barra, mirándola de soslayo. Claro, no llevaba ropa interior y seguro que el chico trataba de ver algo. Le facilitó la tarea recostándose en la silla y separando levemente sus piernas, lo justo para provocar sin llegar a mostrar. Era divertido ver a aquel chaval cuyos ojos parecían salirse tratando de verla. Se sintió perversa por momentos y abrió el sobre. De su interior salió la llave de la habitación 219. Empezaba el juego. Se terminó la copa, y se marchó rauda, dejando en propina su tanga.
Entró en la habitación, en su mente se dibujaba a su amante esperándola en el cuarto. O quizás la sorprendería por la espalda, lanzándola contra la cama y violándola en el acto. Se estaba excitando mucho, pero para su decepción la habitación estaba desierta, solo destacaba un nuevo sobre en la cama “joder, si que le gustan los juegos” pensó algo molesta. En el sobre había unas nuevas instrucciones:
“Desnúdate al completo. Luego usa la prenda que encontraras en el cajón. Cuando estés lista, túmbate en la cama y ábrete bien de piernas para mi como la perra que eres”
La mente de Lorena bullía, “¿de verdad piensa que me voy a desnudar y abrir de piernas para él? ¡Ni siquiera se a presentado!” Pero a pesar de su calculadora mente, no podía dejar de admitir que a su cuerpo le estaba gustando aquel juego, notaba una excitación naciendo de sus entrañas y aflorando por todo su cuerpo. Aun se debatía sobre que hacer, cuando su vestido cayó al suelo, seguido del sujetador, liberando sus pechos. Caminó hasta la mesilla de noche, abrió el cajón llena de curiosidad y en él se encontró un antifaz aterciopelado. “No, eso si que no”. Odiaba los antifaces. Había estado atada, amordazada, sometida, pero el perder la visión era algo como quedarse totalmente indefensa. No sentía ninguna empatía por ello. Se quedo mirando la prenda, sabiendo que si no cumplía los deseos de él, todo acabaría. Suspiró, su corazón latía deprisa, tenía el pulso acelerado, y finalmente tras colocarse la prenda y quedarse sumida en la oscuridad, se tumbó, abriendo sus piernas, ofreciéndose.
No supo calcular el tiempo que pasó. Posiblemente tan solo unos minutos, pero a ella se le hicieron interminables. Agudizó el oído en busca de una pista que no llegó. No quería admitirlo, pero tenía unas ganas locas de frotarse, tocarse y masturbarse. Al mismo tiempo, la sensación de claustrofobia la aprisionaba. Cansada, trató de quitarse el antifaz. Lo que ocurrió en ese momento fue tan rápido que tan solo le dio tiempo a gritar, no de miedo, si no por lo inesperado. Una mano atrapó su muñeca, como una garra inamovible y tiró de su brazo hasta llevarlo al cabecero de la cama. Un click familiar y cuando la mano la soltó, Lorena constató que no podía mover su brazo, estaba esposado. Casi sin tiempo a reaccionar por el susto, el otro brazo quedó igualmente esposado al otro lado del cabecero. Ahora estaba atrapada.
-Joder, que susto me has dado. No era así como había planeado que…
La bofetada fue suave, apenas un leve roce que no produjo ningún dolor, pero tuvo la facultad de dejar sin habla a Lorena, sorprendida y algo asustada, también emocionada. Por primera vez oyó su voz
-ssshhhh No quiero oírte. No estás aquí para hablar. Estás aquí para mi. Así que cállate la boca.
Lorena enmudeció. Solo oía su propia respiración, agitada, nerviosa, expectante. Notó una peculiar sensación de cosquillas, parecía el tacto de una pluma, que traviesa comenzó a recorrerle la planta de los pies y subió por su pierna. Era agradable, pero no pudo evitar sentir unas fuertes cosquillas al notar aquel roce en sus muslos. Instintivamente cerró las piernas.
-Ah no, de eso nada. Tu debes es estar totalmente abierta para mi disfrute.
Notó un ruido metálico y las manos de su compañero agarrando su tobillo.
-Eh, espera un momento –protestó -¿Qué vas a hacer? Este tenemos que hablarlo.
Lorena recibió otro bofetón, igual de suave, en la otra mejilla.
-Joder, me vas a obligar a ser malo contigo, zorra. Te lo advierto, o te portas bien o te dejo aquí amarrada y me voy. No quiero volverte a oír si no es para suplicarme que te folle.
Lorena notó como un pañuelo le aprisionaba la boca, lo ataba a su cabeza y la dejaba amordazaba.
-Así mejor. ¿Por donde íbamos? Ah si, tu rebeldía con las piernas
De nuevo las manos de aquel hombre se aferraron a su tobillo y enseguida noto el tacto frío y metálico de una argolla aprisionándola. Otra igual en su otro tobillo. Cuando trató de cerrar sus piernas, no podía. Una barra fijada en las argollas de sus tobillos le impedía cerrarlas. Lorena tembló, trató de protestar pero de su boca amordazada solo salieron unos lastimosos gemidos. Había perdido la voz y la visión, no podía mover los brazos y, para colmo, su última línea de defensa natural, la acababa de perder, no podía cerrar sus piernas. Se sentía como una muñeca, son voluntad propia, totalmente expuesta para él. Y a pesar de su miedo, algo en su interior se removía ansioso.
Se le erizaron los vellos cuando notó el cálido aliento pegado en su cuello.
-¿ves? Asi estas mucho mejor. Toda para mi, como la perrita que eres. Voy a disfrutar de tu cuerpo como me plazca, y si te portas bien, tú también gozaras.
Mientras hablaba, golpeaba suavemente con la palma de su mano la vagina. Lorena se sintió humillada ya que le recordaba a los golpes de afecto que se le dan a los perritos en la cabeza. Y sin previo aviso sintió como uno de sus dedos la penetraba hasta el fondo de su vagina, hurgando en su interior. De forma experta encontró su clítoris el cual frotó con intensidad, provocando sobre ella una reacción de placer inmediato. De la misma forma que había introducido de golpe su dedo, lo saco.
-Vaya, vaya.. si ya estas muy mojadita… En el fondo disfrutas siendo una perrita sumisa ¿verdad? Pues solo disfrutaras cuando yo te de permiso.
Los grandes dedos atraparon los pezones de ambos pechos y los retorcieron sin miramiento. Lorena grito y curvó su espalda, jaló inútilmente de sus encadenados brazos y piernas y se retorció mientras el hombre seguía girando sus pezones. Jaló de ambos levantando sus pechos, tirando y soltándolos para que cayeran, y de inmediato, volver a atraparlos y retorcerlos. Cuando creyó que el castigo era suficiente, se llevó los pezones a su boca y los lamió amorosamente. El húmedo tacto de su lengua parecía mas intenso en la dolorida piel.
-Joder, me encantan tus tetas. Sería una pena no darles el trato que se merecen.
Lorena escuchó nuevamente el ruido de trajinar unas bolsas. La falta de visión la aterraba, y el no poder hablar o gritar le producía una gran impotencia. Y ahí sintió como un objeto atrapaba cada uno de sus pezones presionándolos. Pinzas o algo similar le retorcían en un dolor suave pero continuado, molesto pero casi placentero, todo un océano de sensaciones.
-Escuchame atentamente, porque solo lo repetiré una vez. Ahora voy a quitarte esa mordaza, pero una sola palabra…
Por un instante presiono las pinzas, provocando en los pechos un dolor tan intenso como si la abrasara con fuego, Lorena ahogo un grito de dolor con la mordaza.
-Eso solo será una pequeña muestra de lo que pasara, ¿entiendes?. Pero si te portas bien… -La mano acarició la vagina con delicadeza –tendrás tu ansiado premio.
Instantes después la mordaza había desaparecido, Lorena carraspeó con el aire fresco que le recorría la garganta, y en ese momento sintió como donde antes había una mordaza, ahora el espacio lo ocupaba el pene de su captor. Su primer impulso fue escupir aquel trozo de carne y tratar de alejarse.
-No, no, de eso nada. Tu vas a darme placer… o lo sufrirás
Una vez mas, volvió a apretar las pinzas, esta vez Lorena si pudo gritar, y en ese momento el pene volvió a entrar en su boca. Esta vez Lorena, no lo escupió, en vez de ello comenzó a chupar el glande, nerviosa, asustada, y al mismo tiempo excitada. Le incomodaba no poder disponer de sus manos para ayudarse a realizar una mamada como le gustaba a ella, y temía que sus torpes lametazos no fueran suficientes y volviera a castigarla apretando las pinzas, por lo cual se esforzó inclinando el cuello y tragando el pene tanto como podía. Le lamía el tronco con la lengua sintiéndose por momentos una perrita y al pensar en su hombre, ahí sobre ella sintiendo ese placer, ella misma se calentó, se retorcía nerviosa deseando darse a si misma placer pero estando imposibilitada para llegar a su vagina. Fue ese momento cuando las manos de él la tomaron por la cabeza y la forzó a tragarse el pene de forma mucho mas profunda. Por un momento sintió pánico cuando noto como las caderas de él comenzaron a moverse. La estaba follando por la boca y ella no podía hacer nada para impedirlo. La respiración se hizo mas fuerte, y sus movimientos mas rápidos y duros. Casi atragantada entre el pene y la saliva, Lorena trataba de acomodarse a las embestida, temió lo que venía a continuación, trató de evitarlo retorciéndose pero le era imposible, solo podía tragar y tragar y tratar de no ahogarse. Y finalmente, un chorro de esperma salió disparado contra su boca. Un segundo chorro se esparció como lluvia contra su cara, resbalándole por el cuello y cayendo hasta sus tetas. Siempre había odiado que sus amantes se corrieran en su boca, rara vez lo permitía, pero por alguna razón, estando ahí sometida, escupiendo aun el semen de la boca, la hizo sentirse mas y mas cachonda. Estaba a punto de suplicar que la follase cuando la mordaza volvió a ocupar su lugar y dejarla nuevamente sin habla.
De golpe noto como las pinzas desaparecieron de sus pechos, noto una sensación de alivio, pero al recuperar la sangre su circulación fueron otros momentos de un punzante dolor. Mientras no podía mas que pensar en ese dolor, no notó como manipulaban las cadenas de los pies. Y de repente sus piernas comenzaron a elevarse mas y mas, como si una cuerda y una polea en el techo la levantaran. Él siguió levantándola hasta que sus pies quedaron a la altura de sus pechos en una incómoda posición casi en U, así colocada su culo quedaba totalmente expuesto a merced de su amo. Amo, por alguna razón había pensado en ese terminó, nunca antes lo había usado, pero estando ahí atada y sometida se sintió como la perrita de su amo.
La piel se le erizó cuando el tacto carnoso de la lengua comenzó a lamer sus labios vaginales. A saborear sus propios fluidos que ya caían como una cascada. Se relamió como pudo y estaba disfrutando aquellas caricias cuando sin previo aviso notó el azote duro y seco que le propinó en su culo. Otra vez la lengua jugó, sin penetrarla, por el contorno de su vagina, para de nuevo volver a propinarle un duro cachete en su nalga. Siguió jugando, cuando su lengua la lamía recorriendo sus pliegues, saboreando sus gotas, Lorena se movía desesperada tratando de ser penetrada por esa lengua, pero no obtenía el placer que buscaba, a cambio, solo obtenía un nuevo tortazo que iba cambiando de una nalga a otra. Estaba desesperada cuando algo nuevo se apodero de ella. Un dedo de él comenzó a acariciarle suavemente su ano. Eso la puso muy tensa pues jamás había practicado el sexo anal, ni le atraía. De echo, él lo sabía, lo habían hablado varias veces. Notaba la lengua juguetona por su vagina, y el dedo amenazante acariciando la entrada de su ano. Y entre ambos, un nuevo cachete a sus castigadas nalgas. No sabía cuanto tiempo estuvo suportando aquel castigo. No sabía que fue peor, si el dolor de los golpes, la incertidumbre del masaje que el dedo le proporcionaba a su ano con el miedo de ser penetrada, o la ansiedad de esa lengua jugando en sus labios sin terminar de proporcionarle el éxtasis que tanto ansiaba.
Todo lo que ocurrió después fue como un terremoto inmediato y brusco. Su cuerpo, algo acalambrado por la postura, no pudo reaccionar y él la manejo como a una muñeca de trapo. De forma rápida y brusca la liberó de sus cadenas. Sus piernas cayeron sobre la cama como un peso muerto y sus brazos agarrotados apenas respondían. No opuso resistencia cuando la levantó y solo pudo esforzarse en no caer al suelo mientras la empujaba a rastras. Notó claridad a través de su venda. Acto seguido, estando de pie, la hizo inclinarse. Por puro reflejo levantó los brazos pero no pudo evitar que sus pechos y su cara se aplastaran contra una superficie fría. Y aun atontada sintió como la tomaban y una polla entraba en su vagina hasta lo mas profundo. Estaba tan mojada que no puso resistencia alguna, pero aun así, la embestida fue brutal, fuerte, profunda, hasta llegar al fondo de su cavidad. Jadeó en una mezcla de sorpresa, miedo, dolor y mucho placer. Una nueva embestida, y otra y otra mas. Entonces una mano la agarró del pelo tirando y ella tuvo que levantar la cabeza. La polla la llenaba entera y mientras otra mano le quito la venda y la mordaza liberándola por primera vez en toda la noche. La potente luz del cuarto de baño la cegó momentáneamente. Solo pudo verse a si misma frente al espejo. Él continuó sus embestidas con fuerza, una de sus manos seguía agarrándola por el pelo y empujándola sobre la mesa, la otra mano volvió a propinarle algunos azotes a la par que la embestía. Lorena apenas podía ver nada, su cara con restos de semen, sudor y un fuerte color rojizo. Lo vió a él por primera vez, pero no pudo precisar ningún detalle ni rasgo, solo una figura masculina, sudorosa que se mataba por penetrarla una y otra vez como un animal en celo. Tras unos minutos la liberó del pelo y de los azotes, y colocando ambas manos sobre las caderas, aumentó el ritmo de las embestidas, casi subiéndose con todo su peso sobre ella. Lorena no podía mas y notó como un orgasmo la hizo presa, sacudiendo su cuerpo con una descarga eléctrica que la paralizo de arriba abajo, para luego estallar en un volcán de placer como nunca antes había sentido. Sus gritos de pasión fueron acompañados por un chorro caliente de la una nueva corrida de aquel hombre, y juntos llenaron el vacío con gritos salvajes de placer.
La noche aun fue mas larga, y Lorena siguió siendo usada a la voluntad de su amante. Sumisa y complaciente, recibiendo como recompensa mas placer del que nunca antes había sentido. Cuando despertó por la mañana, estaba sola. Él ya se había ido. Había sido una fantasía de noche, había roto barreras que solo era capaz de reflejar en sus relatos. Pensaba que debería dejar por escrito todo lo vivido esta noche. O quizás se lo guardase para ella. O se lo ofrecería a él como un regalo. Sea como fuera, los recuerdos de esa noche eran tan recientes e intensos que Lorena comenzó a tocarse y masturbarse, lamiendo las últimas gotas de placer de su aventura.
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