Silvia y Lily en la mansión de los gozos sombríos
Escrito por Anejo
Alguien muy fuerte la lleva en brazos. No tiene puesta la venda pero tampoco quiere abrir los ojos. Es agradable ser transportada así, como una niña pequeña, no sabe a dónde, no sabe por quién; No le importa; Está en buenas manos. Ahora puede descansar.
La han depositado en el suelo, no, no en el suelo, sobre una especie de colchoneta o cojín muy ancho y mullido. Está encorvada dentro de algo, algo parecido a una cesta. Sus piernas y su cabeza se pliegan hacia delante como ovillándose, como recuperando la posición fetal. No se duerme, pero sueña.
Sueña que es de noche y ella camina por los pasadizos de un viejo castillo. Está descalza y sólo lleva puesto un fino camisón. Sus pezones están muy tiesos por el frío, pero su sexo está húmedo y receptivo. Eso no es por el frío seguramente.
Va de habitación en habitación recorriendo corredores inmensos y vacíos, apenas iluminados por luces que proceden de algún lugar desconocido. Busca a alguien. Hay alguien en ese castillo que la apremia a encontrarle. Puede oír su voz dentro de su cabeza. No en sus oídos, en su cabeza. “Silvia. Silvia, Silvia”
- Silvia
Ahora oye su nombre, en sus oídos. Es una voz suave, de mujer. Suena dulce pero firme, casi autoritaria.
- Silvia, ven aquí.
Se incorpora y mira. Es una habitación amplia, un dormitorio. Ahora puede ver la cesta en la que la depositaron hace poco. Es ancha; cabría en ella un pastor alemán, quizás un San Bernardo. Ella cabe perfectamente, desde luego.
- Vamos, sal de tu cesto, perrita.
- No soy su perrita. ¿Quién es…?
- Vaya. La perrita no está del todo adiestrada. ¿Quieres que vuelva a calentarte ese culito de perra caliente?
Ahora reconoce a la mujer. Es la señora anciana, que luego resultó no serlo tanto cuando se quitó el vestido y mostró su body de color morado, su uniforme de dómina. Ahora no lleva puesto ni el uno ni el otro. Lleva un camisón negro calado. Una prenda muy sexy. Y está recostada en una cama – canapé azul marino, cubierta apenas por una sábana del mismo color.
- Tengo entendido que te gusta ser una perra obediente cuando tienes un ama que te trata como te mereces.
Silvia se queda rígida. ¿Cómo sabe aquella mujer…? Sólo puede haber una explicación. Lily. Lily se lo ha contado. ¡Por Dios! Si fue una noche de borrachera, una payasada. Estaban solas Lily y ella en casa de los padres de Lily. Un pequeño palacio en el barrio más selecto de la ciudad. Tenían apenas veinte años. Bebieron, bailaron, hablaron de chicos y siguieron bebiendo. Lily la llevó hasta el despacho de su padre. Conocía un escondite secreto en una librería. Una colección de DVDs. Empezaron a mirarlos al azar. Encontraron unos muy especiales, los que parecían interesar más al señor de la casa. Chicas sometidas a diversos castigos, humillaciones, abusos, violaciones, siempre por parte de otras mujeres. Damas vestidas de cuero negro, con botas de tacones imposibles, corsés, gorros policiales.
Y luego ellas dos reproduciendo aquellos juegos. Lily con las piernas abiertas ordenando a su amiga arrastrarse hasta su sexo y comérselo, comerse la capa de nata instantánea que se había extendido entre los muslos segundos antes.
Ahora aquella noche secreta se había convertido en información accesible a desconocidos, disponible para aquella mujer tan experta con el látigo como buena conversadora.
- ¡Vamos, querida! No hay prisa, pero tampoco pienso dedicarte todo el día. Ven.
Da unos golpecitos con la mano abierta sobre el espacio libre a su lado en la cama. Silvia obedece. Se estremece de excitación, porque recuerda que lo que pasó aquella noche con Lily fue tremendamente placentero, sobre todo para ella. Cuando Lily la zurró con el cepillo, como habían visto en una de las películas, se mojó tanto, que hasta su amiga lo notó cuando sintió la humedad en sus piernas, goteando del sexo de Silvia.
- No te sientes, perrita. A cuatro patas. Así, muy bien. Ya vas aprendiendo. Tienes muy rojo ese culito de zorra. Te voy a dar un premio: aliviaré tus escozores, pero te lo has de ganar, perrita.
La señora extiende la mano y rasca la cabeza de su mascota. Luego le acerca los dedos a la cara y espera su reacción. Silvia se sorprende oliendo aquellos dedos, como una perrita curiosa. Huelen a un perfume penetrante pero no vulgar. Los dedos bajan. Se quedan delante de la boca expectantes. Una perra mala mordería aquellos dedos. Pero ella es una perrita buena, así que los besa. Nota que no es eso lo que se espera de ella. Ahora saca su lengua y los lame con devoción. Luego lame el dorso de la mano y la palma también cuando la señora gira la muñeca.
Aquel juego es inocuo. No hay dolor ni humillación. Sólo roles. Pero sirve para que Silvia inicie su adiestramiento, se meta en su papel.
- Mmmm… Tienes una lengua golosa. Vamos, perrita. Lame el vientre de tu ama – Y separa su camisón calado, dejando al descubierto su vientre redondo, pero liso, con una hermosa y cuidada piel y su sexo cubierto por una braguita tanga a juego.
Silvia vacila, pero una suave palmada en su sensible culo la hace decidirse y empieza a lamer golosamente. Mete la lengua en el profundo orificio del ombligo. Silvia empieza a disfrutar de la situación, empieza a excitarse de verdad esmerándose en complacer a su señora, a su dueña. Empieza a fantasear y a sentirse humilde y abnegada como perra que obedece ciegamente y recibe con igual devoción las caricias o los castigos de su dueña. Tanto se entusiasma, que su boca se desvía hacia el coño de su ama y la lengua se pasea sobre la tela degustando aquel sabroso manjar.
Son cuatro golpes firmes y rápidos. El culo empieza a arderle y se crispa por el dolor y la sorpresa.
- ¡Perra mala! ¿Te he dado y permiso para que me comas el chichi? Vamos, lame los muslos. Bien. Has de aprender a obedecer. Me comerás todo, no te preocupes, pero será cuando yo te lo mande, no cuando a ti te apetezca, pequeña cerda.
Silvia contiene las lágrimas. Y es una sensación dulce, de abandono al dolor y a la dominación. Es cierto; ella se ha precipitado, no debía hacer cosas por su cuenta. Y ahora le arde el culo y le arde aún más el coño, porque necesita el contacto de la mano de la señora allí, sobre su vulva, separando sus labios y frotando su botón del placer. Pero ha de conformarse y esperar. Eso p0asará cuando a su ama le apetezca darle placer y no antes.
- Tengo los pies hinchados. Esos zapatos me matan, aunque son muy sexis. Me encanta zurrar a mis perras con esos zapatos puestos. Sobre todo si luego la perrita me lame los pies agradecida. ¿A qué esperas?
Y no espera más. Acaricia los pies algo deformados aún por la presión del calzado de dómina. Son pies limpios y muy cuidados. Unas plantas desconcertantemente suaves para una mujer que debe pesar sus setenta kilos. Seguro que va a la quiropodia cada semana. Lame entre los dedos gorditos, el empeine y la planta y usa la saliva para masajear aquello que no puede besar y chupar.
- Eso está mejor. Basta, perrita. Ahora voy a jugar contigo un rato. Te gustará, porque eres una perra muy cochina, ya lo he visto. Ven. Túmbate aquí. Voy a atarte a la cama. No te asustes; no voy a azotarte más… hoy. Así. Mira, esto es un arte. Hace años que lo practico y puedo decirte que soy una maestra. Las muñecas primero. Separadas y te las sujeto a los pies de la cama. No podrás tocarte ni tocarme. Ja ,ja, ja. Lo siento. Y las piernas…vamos a ver. Cada tobillo por separado- Así, abiertas y, ahora ¡sorpresa! Arriba. El culo bien arriba y los pies atados al cabezal.
Silvia esta doblada sobre sí misma, boca arriba y con las piernas tensas, muy abiertas y levantadas. Podría completar el escorzo y dar una voltereta hacia atrás, ella es muy ágil gracias a la danza contemporánea que practicó de niña y en la que aún se ejercita un día a la semana. Pero se quedará quieta. Está desenado saber qué le prepara su dueña.
- Ahora – dice mientras se quita las bragas pero no el camisón – vas a tener tu comida favorita. Ya sabes cuál es.
Y se sienta sobre su cara. El ano de la mujer está justo en la nariz de Silvia y la vulva, gruesa y aún bastante pilosa. se adapta a sus labios.
- Mete la lengua primero en mi chichi, cielo. Muy bien. Más adentro, por favor. Ahora sácala y lame el culito. Me gusta que la lengua entre. Espera, no te esfuerces tanto que luego te dolerá. Mira. Me separo los cachetes y verás cómo ahora… Perfecto. Basta. Vuelve adelante. Ahora lame el clítoris. ¿Es grande, eh? Es una suerte. El tuyo es pequeñito, ya veo. ¡Pero qué tieso lo tienes, niña! Bien sigue así. Me gusta que hagas el recorrido en un minuto más o menos. Del clítoris al ano, haciendo círculos y penetrando con la lengua. ¡Oye! Lo haces genial. Voy a darte una recompensa, un premio. Esta loción es fantástica para los culos irritados. Mi cachorrita tiene el culito muy rojo, ya lo veo, pero su mamá la va a aliviar. ¿Te gusta? Voy a extenderla. Y ahora, vamos a preparar el ano de mi perrita. ¡No cierres el agujero, perra mala! Así. Relajada. Ya veo que tu culo está poco usado. Eso lo arreglaremos, no te preocupes. Tengo unos amigos, unos ayudantes, que disfrutarán mucho con tu culo. Lo malo es que son como medio negros, ¿sabes? Pero hoy empiezo a prepararlo.
Silvia no puede contestar. Su boca y su lengua están demasiado ocupadas recorriendo esa raja desprovista de vello, el ano que se abre y se cierra cuando lo lame y abraza amigablemente la punta de su nariz cuando ella hunde la lengua en la vagina de su ama. Ya la llama así en su mente abstraída; siente esa veneración emotiva y gozosa. Se abandona al deseo de la señora, a su capricho. El placer de la mujer es el de Silvia.
- Este aparato es diabólico, cariño. Puede ensanchar un ano en una sola sesión; pero no tengas miedo. Tenemos muchas sesiones por delante y lo iremos abriendo así, poco a poco. No pares, perra desobediente. Ya sé que es una sensación un poco desagradable, pero has de acostumbrarte. Sigue con la lengua, me encanta cómo lo haces. Ahora notarás que el ano se te abre, un poquito sólo, no tengas miedo. Así. Y ahora, una vibración. ¿Esto te gusta más, eh? Claro. Las ondas llegan hasta tu vulva y la vagina tiembla con la pared del recto. ¿Ves? Y ahora, tu ama te va a masturbar.
Los dedos frotan el clítoris mientras el artefacto se abre paso vibrando en el ano. Silvia lanza grititos ahogados por el sexo de su dueña, pierde el control y deja de lamer. Su ama no le tiene en cuenta esta indisciplina. Está demasiado alterada, ¡pobre perrita indefensa!
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