Políticamente incorrecto 4.1
Escrito por Wilmorgan
No entendía que me pasaba. Estaba completamente inmóvil. Mi cuerpo no reaccionaba y mi mente prácticamente tampoco. Veía a mi novia abierta de piernas en aquel maldito banco, con su compañera de trabajo encima de ella. Era lo más sensual que había visto en mi vida. Mi espectacular novia con su portentosa amiga, haciendo un 69 frustrado, ya que ninguna llegaba a tocar el sexo de la otra.
Y para frustrado yo. Había vivido la peor noche de mi vida. Una que seguramente me traumatizaría para siempre. Pero también la más excitante. Cada situación vivida había ido aumentando mi libido. Cada tortura o humillación. Cada leve contacto con Sofia o incluso con Natalia. Y cuando estuve a punto de culminar… mi novia no lo hizo. Estaba tan cerca, tantas veces… Era imposible que no lo hiciera apropósito. Pudo hacerme disfrutar después de tantas vejaciones y en cambio, prefirió dejarme cachondo y que aquel cerdo de mierda se corriese en su cara.
Quizás me había hecho un favor. Si me hubiese corrido, seguramente ahora estaría mucho peor. Si algo me mantenía en pie era mi calentón. Si hubiera llegado al orgasmo, seguramente me moriría al verme así y darme cuenta de todo lo que había hecho esa noche.
Hubiera sido imposible dejar que aquel negro asqueroso me atase las manos tras mi espalda con los cordones de mis zapatos, para después unirlas a mis huevos con el otro cordón. Tirado en el suelo, veía su sucia sonrisa mientras agarraba mis pelotas con su enorme mano y ahorcaba mis testículos riéndose. Un hombre tocándome los testículos y atándolos con saña. Y yo con mi polla completamente erecta.
Jacob dejó paso a su amigo. Ni siquiera podía alzar la mirada. Solo veía sus pies desde mi posición, cuando uno de ellos fue directo a mi polla. Pensé que me pisaría mis doloridos huevos, pero no. Solo posó la suela de su calzado e hizo unos pequeños movimientos sobre mi pene erecto. Sin quererlo, comencé a jadear de placer.
- Se que estas muy cachonda Mar. Pero nada de correrte sin permiso. No me interesas. No me gustan los hombres, ni los travestis. Pero debo enseñarte a ser un buen sumiso. Sé que a ti te encanta ser una zorra sumisa como a tu novia. Y si obedeces, disfrutaras mucho. ¿Vas a obedecer?
- Sí, señor. – contesté no por miedo, sino por excitación.
Me hablaba con toda la superioridad que da haber eyaculado sobre la cara de la novia del otro. Unos ligeros movimientos más sobre mi pene y retiró el pie dejándome completamente desesperado por correrme. Deseaba correrme en mi tanga de mujer siendo masturbado por su zapato. Me había convertido en lo que él decía. No quería aceptarlo, pero estaba demasiado cachondo.
Entre los dos me levantaron para volverme a dejar en el suelo. Esta vez de rodillas, con mis manos atadas a la espalda y estas a mis testículos. Tuve que apoyar mi cabeza en el suelo para mantener el equilibrio. Pero allí apareció de nuevo su zapato.
- Bésalo zorrita. – me dijo.
Era la persona más odiosa del mundo. El ser más despreciable que había conocido. Lo odiaba con todas mis fuerzas. Pero mis fuerzas habían desaparecido. Mi hombría se había esfumado. Era como si no quedase testosterona en mi cuerpo. Lo besé. Primero una vez. Para luego seguir haciéndolo de manera repetitiva y desesperada. Justo como me sentía en ese momento: desesperada.
Cuando se aburrió de verme tan patético me dejó allí tirado, cachondo y con los huevos atados a mis manos. Habló con las chicas, algo referido a que tenían que contar, pues al poco empecé a escuchar sus voces.
- 1 – soplido.
- 2 – soplido.
Vi como los dos hombres recogían nuestras cosas y se iban caminando por el sendero que conducía a la salida del parque. Se habían llevado todo, sus bolsos, mi ropa, cartera móvil, llaves... No teníamos nada más allá de la ropa interior que yo llevaba puesta.
Intenté levantarme, pero no pude. Al no poder usar las manos perdía el equilibrio. Por lo que allí me quedé, viendo entre mis piernas a mi novia y su amiga en aquel banco. Era una imagen increíble, de no ser porque entre medias colgaban mis testículos hinchados.
No me quedó más remedio que esperar que las chicas terminaran sin saber hasta que numero les había ordenado contar. La espera era desesperante. Cada vez tardaban más en pasar de un numero a otro, o eso me parecía a mí. Me dolía todo el cuerpo, pero especialmente mis pelotas. Deseaba pajearme mirando a mi novia y su amiga. Pero mis manos estaban firmemente atadas junto a mis nalgas y cada intento de liberarme era más dolor para mis cositas.
- 99 – soplido.
- 100 – soplido.
Por fin acabaron su ritual de contar y soplarse la una a la otra el coño. No había perdido detalle de aquello por lo que estaba tremendamente cachondo imaginando como alguna de las dos acabaría pasando su lengua por el sexo de la otra. Pero no sucedió. Terminaron y lentamente comenzaron a levantarse. Lo primero que hicieron fue buscar a nuestros abusadores. Al no encontrarlos sus miradas se fijaron en mí.
Estaba muy excitado, pero también avergonzado. Todo había acabado, pero yo seguía vestido con su ropa interior y arrodillado con el culo en pompa. Al acercarse a mí vieron claramente mi patética situación, con los huevos hinchados y amoratados por la cuerda que cruzaba entre mis nalgas hasta mis muñecas. Y lo peor de todo, mi pene erecto.
- ¡Que brutos! Se han pasado haciéndote eso. Espera que te desato.- me dijo Natalia con voz cariñosa.
Sabía que no podría desatar esos nudos y menos en la oscuridad, pero la dejé hacer. Se coloco en cuclillas detrás de mí, con la camiseta de mi novia como única prenda. Aún tenía sus pechos por fuera. Me costó bastante poder apartar la vista de ellos y más si cabe, de la increíble visión de su chochito brillante y abierto.
- Han dicho que teníamos que llegar a la salida como estábamos. No creo que quieran que le desates. Podrían estar escondidos vigilando. – dijo mi novia.
- Pero… ¿cómo va a caminar con los huevecillos atados? – preguntó Natalia, mientras seguía manipulando el cordel de mis testículos.
- Pues muy mal. Esa es su intención. – contestó mi novia, sin equivocarse.
- Sí. Quieren que vaya así. No puedo quitármelo.
- Pues te van a doler mucho… Y vamos a tardar una eternidad… - dijo Natalia, acariciándome suavemente la zona.
Con su ayuda conseguí ponerme en pie. Efectivamente, era una tortura. Así iniciamos la marcha por la misma vereda que nos había traído hasta aquel fatal lugar.
Por suerte no nos cruzamos con nadie. Pero en la calle sería distinto. Si aquellos cerdos no cumplían su promesa, no podíamos llegar hasta nuestra casa desnudos.
Cuando vivos la puerta una sensación agridulce me invadió. Por un lado, estábamos cerca de recuperar nuestra ropa e irnos a casa. Pero sí se habían llevado nuestras cosas… ni siquiera teníamos las llaves de casa o el móvil para llamar a nadie.
- ¡Allí! Hay una bolsa colgada de la valla. – dijo Natalia.
Sofia salió corriendo hacia la puerta. Tengo que reconocer que un espectáculo ver a mi novia correr completamente desnuda.
Estaban sus bolsos con todas las cosas de valor dentro. También mi cartera, móvil y demás. En cambio, no había ningún calzado. Las chicas comenzaron a vestirse mientras yo miraba mi móvil. Tenía un mensaje de él:
“Lo siento zorrita, para ti no hay ropa. Quiero que pases la noche con la ropa que llevas. Se una buena chica y no le contaré a tu novia nuestro pequeño secreto”
El muy hijo de puta me haría salir a la calle así. Y no podía hacer nada. Seguramente nos estaban vigilando. Si intentaba quitarme la ropa interior Sofí se enteraría de que todo era por mi culpa.
- No esta tu ropa Mar… cos. – dijo mi novia, dudando mi nombre.
- Ya veo… - contesté escuetamente.
Cuando ellas estuvieron vestidas. Llegó el momento de afrontar la realidad.
- No puedo salir a la calle así. – dije, cuando me armé de valor para hablar.
- No nos vamos a quedar aquí. Nosotras estamos descalzas y sin ropa interior. – replicó mi novia.
- No es lo mismo, cariño…
- Mi casa está a dos calles de aquí. Es muy tarde y seguro que no nos cruzamos con nadie. Lo mejor es que paséis la noche en mi casa y mañana ya arreglaremos lo de la ropa. – intervino Natalia.
Era la mejor opción. Guardé mis cosas en el bolso de Sofí, a excepción del móvil, por si volvía a escribirme. Muerto de vergüenza me acerque a la puerta. La luz del alumbrado público parecía más brillante que nunca. Cualquiera que pasase por la calle me vería travestido, con dos piñas como senos, que ni siquiera podía tapar con mis brazos al ir atado. Cualquiera que estuviera asomado a una ventana. Si mañana no salía en internet era toda una suerte. Tomé aire y me dispuse a salir corriendo.
- ¡Espera! No puedes salir con nosotras. Si alguien nos ve… Puede ser algún vecino mío. – dijo Natalia.
- Tiene razón. Nosotras podemos andar por la calle. Por ir descalzas nadie se va a ruborizar. Pero tú… - dijo mi novia, mirándome de arriba abajo de forma despectiva.
- Es mejor que esperes aquí. Cuando nos veas girar la calle sales corriendo hasta la siguiente esquina. Y así hasta que lleguemos. Cuando entremos en el portal, espera dos minutos para que tengamos tiempo para subir y luego ven. – fueron las instrucciones de Natalia, con la aprobación de mi novia.
No me quedó más que asumir de nuevo mi posición de marginado. Escondido tras el pequeño murete del parque, vi como las dos chicas, ya vestidas, salían caminando calle abajo.
Mi trayecto fue tal y como lo había descrito Natalia. A excepción de que, al ir corriendo, llegaba a la esquina mucho antes de que ellas llegasen a la siguiente. Por lo que tenía que mantenerme en medio de la calle, por unos segundos que a mí se me hacían horas. Mientras ellas continuaban caminando, a un paso que se me antojaba irracionalmente lento. Y más teniendo en cuenta que yo corría con un gran dolor por mis ataduras y de una manera bastante patética.
Cuando por fin llegaron a su casa, esperé los dos minutos y salí corriendo. Tuve que usar mi nariz para llamar. En cuanto abrieron la puerta del portal, subí las escaleras lo más rápido que pude. Llegue a su piso, Natalia abrió la puerta y me hizo entrar tirando de mi sujetador descolocando las piñas.
Me encontré en un pequeño piso con cocina tipo americana. Un sofá, una pequeña mesa y una televisión colgada en la pared. Había dos puertas más, una abierta desde donde salía un sonido de agua correr, deduciendo que era el baño. Por lo que podía suponer que la otra era el dormitorio de Natalia. En ese momento apareció mi novia con un balde lleno de agua y jabón y una esponja.
- ¡Perfecto! No puedo con mi alma. No me apetece ducharme ahora. Pero tengo los pies negros de andar descalza. – dijo Natalia, soltando mi sujetador para meter un dedo en el agua y comprobar su temperatura.
Natalia fue hacia el sofá y se sentó casi derrumbándose en él. Sofí iba detrás suya con el balde y lo coloco en el suelo para que su amiga relajase los pies dentro. Pensé que Natalia había tenido un orgasmo cuando lo hizo. Aunque no era para menos. Parecía lo más placentero del mundo después de aquella noche de torturas.
Sofí cortó mis ataduras con una tijera sin decirme ni una palabra. Después de unos minutos en los que Natalia disfrutaba del agua caliente con una cara de placer indescriptible, hizo el ademán de inclinarse para coger la esponja.
- ¡Uff! Me duele todo el cuerpo. No puedo ni moverme. – se quejó ella.
- No te muevas. Tú no te preocupes. – dijo mi novia arrodillándose y cogiendo la esponja.
- Pero Sofia… no te molestes mujer. – dijo ella, sin hacer ninguna intención de impedírselo.
- Claro que sí. ¡Que menos! Ya que nos dejas quedarnos en tu casa.
- Que gusto… esto es una maravilla… Estáis en vuestra casa… - decía Natalia mientras se recostaba.
Me quedé de pie viendo la escena. Mi novia, de nuevo arrodillada, limpiando los pies de su compañera de trabajo. Puede que no fuese, ni de lejos, lo más raro de aquella noche. Pero cuanto menos tenía su matiz morboso. Mi mente comenzó a desear ser yo quien lavase sus pies.
- ¿Mejor?- preguntó mi novia.
- Sí. Estoy en la gloria. Pero limpia bien que están llenos de mierda.
- Claro. – contestó Sofia, acrecentando su labor.
- ¿Por qué no ayudas a tu novia? Así acabamos antes. – me dijo Natalia, estirándose por completo contra el respaldo del sofá.
- Sí, Sí. ¡Claro! – contesté, como un niño al que invitan a jugar un partido.
Sin pensarlo me arrodillé junto a mi novia y sostuve los pies de aquella preciosa chica, mientras Sofí restregaba con fuerza la esponja. Yo vestido de mujer, arrodillado junto a mi novia, estaba reviviendo el momento del banco. Y comencé a sentir mi pene crecer.
Cuando Natalia consideró que tenía sus pies bien limpios, Sofía buscó algo con qué secarlos. Pero al no haber traído una toalla, lo hizo con su camiseta, que en realidad era la de su amiga. Todo me hacía ver a mi novia sumisa frente a la diosa que era Natalia.
- Muchas gracias Sophie. Están perfectos. – dijo Natalia, llamándola como había hecho él.
- Nada. Un placer. Ahora debería limpiarme yo los míos. – dijo mi novia.
- Seguro que con un novio tan atento como él tuyo, tú también podrás relajarte como yo.
Era una alusión clara para que fuera yo quien lavase los pies a mi novia. Sofí, aún arrodillada junto a mí, me entregó la esponja. Se sentó junto a su amiga y metió sus pies negros como el carbón en el agua.
Comencé a limpiar sus pies con mimo. Ya no la veía sumisa como un momento antes. Ahora me parecía ella la diosa. Cómodamente sentada en el sofá, mientras su novio feminizado le lavaba los pies. No era el héroe que deseaba ser al principio de la noche. Pero me sentía bien. Me gustaba. Y comenzaba a notar como la sangre bajaba hacia mi tanga.
- ¡Qué bien me vendría un masaje de pies ahora! – dijo Natalia.
- Si… si quieres… - dije yo, nervioso y avergonzado, pero también muy excitado de pensar en hacerlo.
- No, no. Estoy muerta. Necesito tumbarme en mi cama. Pero muchas gracias guapo. Eres un cielo. – me contestó, esfumando mis ilusiones.
- La verdad es que yo también estoy muy cansada. – continuó Sofí.
- Pues vámonos a dormir. ¿Duermes conmigo verdad Sophie? No me apetece dormir sola después de lo que ha pasado. Además, solo hay una cama y el sofá. Marcos puede dormir aquí. – dijo Natalia.
- Sí, claro. Como tú quieras.
De nuevo me quedaba solo y frustrado. Aquel momento me había vuelto a excitar para nada. Natalia me dio un beso en la mejilla y mi novia un pico escueto en los labios. Y allí me dejaron arrodillado frente al cubo de agua mientras ellas se iban a dormir juntas en la misma cama.
Solo y todavía arrodillado en el salón, pensé lo que deseaba darme una ducha. Me imaginaba a mí mismo masturbándome en el baño de Natalia. Corriéndome en su ducha y durmiendo completamente relajado y limpio. Pero si ellas no se habían duchado, después de recibir el semen de aquellos hombres, concluí que no era correcto hacerlo yo. Por lo que me limite a lavar mis pies con el mismo agua, ya bastante sucia, que había lavado antes los de las chicas.
Con mis pies limpios, fui a vaciar el agua en el baño. Y entonces me vi reflejado. Era patético. Con tanga y aun con las piñas como relleno de mi sujetador. Volví rápidamente al sofá sacando las piñas, que dejé sobre la mesa.
Cerré los ojos e intenté dormirme lo más rápido posible. Solo quería que esa noche pasase cuanto antes. No quería pensar en lo que había ocurrido. Pero era imposible.
En mi mente no dejaban de pasar escenas de lo vivido. Mis humillaciones. El cuerpo de mi novia desnuda frente a ellos. Como la tocaban. Como ella les obedecía. El coño de Natalia bajando hacia mi cara. Y mi imagen reflejada en el espejo del baño.
No podía relajarme así. Tenía demasiado estrés acumulado. Necesitaba calmarme. Pero no podía masturbarme en casa de Natalia ¿O sí? Ellas estarían destrozadas después de todo. Seguro que se dormirían rápido y no se enterarían de nada. Y pajearme en el sofá de Natalia me daba morbo. Después de todo, estaba muy cachondo.
Me sorprendí a mi mismo acariciando el tanga. Frotándome sin darme cuenta. Mi polla ya estaba dura bajo aquella suavísima tela. Era como si su tacto me diese más placer.
En ese momento recordé a ese cabrón. Le odiaba. Pero temía que le contase la verdad a Sofia. Mi miedo pudo más que mi excitación y tuve que mirar el móvil para saber si tenía más mensajes. Aunque eso no detuvo mi otra mano, que seguía frotando mi erecto pene sobre el tanga.
Efectivamente, tenía otro mensaje de él:
- ¿Qué tal el paseo de vuelta, Mar? ¿Te has puesto cachonda mientras te miraba algún viejo verde? Espero que no se te ocurra correrte sin permiso. O nuestro secreto dejará de serlo.
- Eres un cerdo hijo de puta. Teníamos un trato. Eres un puto pervertido violador. – le contesté fuera de mí.
- ¡Jajajaja! No seas llorona. El único pervertido eres tú. Que querías timar a tu novia. Yo solo le he dado lo que ella deseaba. ¿No has visto lo caliente que estaba con mi amigo y conmigo?
- ¡Vete a la mierda! No vuelvas a acercarte a nosotros, o te juro que te denuncio.
- No seas niñata. No vas a denunciar a nadie. Lo primero porque si lo haces, la verdad saldrá. Y no creo que nuestra pequeña Sophie le guste saber que su novio, además de un perdedor, es un mierda. Y segundo. Porque tanto ella como tú disfrutáis de esto.
- Una mierda disfrutamos. Eres un cerdo.
- ¿No? ¿Seguro? ¿No estas cachonda como una cerda? Seguro que tienes la polla dura pensando en lo que hemos hecho esta noche.
- Tú eres gilipollas. – le contesté, ofendido porque tuviese razón.
- No voy a tolerar más faltas de respeto. Yo soy tu Amo. Y me vas a obedecer. Y si vuelves a faltarme el respeto, le contaré todo a tu novia. Y comprobaremos si se queda con el mentiroso y perdedor de su novio. O con el macho que le pone cachonda como la perra que es.
Tenía mucha rabia acumulada. Le odiaba por todo lo que había hecho. Y sí, temía que le dijese la verdad. Aunque quizás fuese lo mejor. Descubrir las cartas y ser sincero. Nos queríamos. Podíamos superar aquello. Ella no podía preferir a un machista pervertido como él. Era imposible.
No debí frotarme mientras hablaba. Mis conclusiones eran racionales. Pero mi excitación me hacía pensar en la parte que posiblemente había disfrutado. Esas cosas que había hecho y que seguramente jamás volvería a vivir. A no ser… Él había hecho posible ver a mi novia sumisa. Y también verla de una manera dura y cruel conmigo. De una forma morbosamente dominante.
- Lo siento. – le contesté, con mi polla a reventar.
- Lo siento ¿qué?
- Lo siento, Amo.
- Eso esta mejor perrita. Seguro que estas tocándote como una zorra.
- Sí, Amo. – contesté, sintiendo un hormigueo al confesarme.
- ¿Llevas la ropa que he elegido para ti?
- Sí, Amo. Llevo el tanga de Natalia y el sujetador de mi novia. ¿Quiere que le envíe una foto?
No sé porque dije eso. Estaba fuera de mí. No estaba más que hablando con un hombre. El mismo que se había corrido en la cara de mi novia después de habernos humillado a ambos. ¿ Como podía ponerme cachondo tratarle como mi amo? ¿Por qué coño le había ofrecido una foto mía vestido de mujer?
- No guarra. No soy maricón. ¿Para qué quiero ver un travesti como tú empalmado en tanga y sujetador?
- Lo siento, Amo. Tiene razón. – contesté, completamente avergonzado.
- Pero no te quites tu ropa hasta mañana. Quiero que duermas con ella. Y ya sabes. Nada de correrte sin permiso.
- ¿Me daría permiso, Amo?
- ¿Así se piden las cosas? Sin esfuerzo no hay placer.
- Haré lo que quiera, Amo. Cualquier cosa. Estoy muy cachonda. Déjeme demostrarle lo zorra obediente que soy.
No quiero ni pensar la razón por la que me ofrecí a eso. Ni tampoco por qué me trataba a mí mismo en femenino. Pero estoy obligado a reconocer, que me calenté escribiendo ese mensaje.
- Buena zorra. Quiero que te corras sobre algo que vaya a desayunar mañana tu novia. Será la única manera que se trague tu semen a partir de ahora.
- Sí, Amo. Ahora mismo busco algo que Sofia desayune.
- Así me gusta. Y ya no me molestes más. No se te ocurra volver a hablarme para pedir permiso para correrte. Si quiero algo de ti, te lo haré saber.
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