La isla de Goree (III)
Escrito por Corocota
El sol te ciega, desnudo, sudas sintiendo la tierra caliente del suelo en tus pies descalzos, los grilletes metálicos de tus tobillos ya te molestan al moverte, al estar quieto, es una sensación de presión constante que aumenta cuando arrastras la cadena que los une con un sonido agudo al ritmo del resto de la cadena de esclavos de la que formas parte. Estas humillantemente empalmado fruto del toqueteo de la esclava que llevas delante, y no ayuda mucho sentir tu polla morcillona golpeando de un muslo a otro, desvergonzada y sin pudor alguno se aprovecha de ti en cada oportunidad. Tu también tratas de aprovecharte intentando tocar el chochito de la esclava detrás tuya, cosa que no consigues sin su complicidad, todos con las muñecas engrilletadas a la espalda.
Estáis cruzando lo que parece el patio principal de la Maison des Esclaves, obedientes, atemorizados por el látigo, que ya habéis probado en vuestra piel, de la ama que os controla y somete. Estáis deseando poder obedecerla. Excitado, ya te sientés esclavo desde que te cerraron el collar y los grilletes en la herrería, grilletes y collar auténticos que no puedes quitarte, ni siquiera aflojarte, aquí no hay juegos ni palabras de seguridad, al entrar aquí sientes que vas a sufrir, y a disfrutar, torturas reales, sometimiento real, esclavitud real.
Tres mujeres y dos hombres tratan de empujar un bloque enorme de piedra del tamaño de una mesa pequeña, apretándose entre ellos, cuerpos sudorosos brillando al mismo sol que te quema. Un negro prácticamente desnudo, con un tanga de cuero y unas sandalias los supervisa aburrido, para en un descuido propinarle un latigazo a una de las mujeres, que sobresaltada agita su cuerpo, ahoga un grito y se desploma en el suelo. Su espalda y culo tienen las marcas de otros latigazos, al igual que sus compañeros, probablemente por delante también esté marcada. De un segundo latigazo se agita para incorporarse, levantando una mano en señal de súplica, antes de que el negro haya terminado de recoger su látigo para volver a azotarla ya está otra vez cuerpo con cuerpo con sus compañeros, moviendo milímetro a milímetro el pasado bloque. No entiendes si es un castigo, una humillación, si es parte del entrenamiento que te han prometido que vas a sufrir tú también mientras estés aquí cautivo o son condenados a trabajos forzados cumpliendo sentencia.
Puedes ver argollas de hierro en las paredes, en los postes de madera dispuestos por el recinto y una cruz en X en la que desfallece una mujer de pelo rubio con su cara mirando al suelo colgando prácticamente de sus muñecas, su coño está rasurado y sus generosas tetas están marcadas por el látigo. Otra esclava sale de la penumbra de la galería próxima y le tira un cubo de agua que le hace agitarse de frescor, su pelo le chorrea ahora agua y puedes ver toda su atractiva belleza mientras se sacude el pelo mojado y abre los ojos mirando a todas partes.
Llegáis a la galería que transcurre por la parte trasera de las escaleras principales que presiden el patio, las paredes están pintadas de un rojo descolorido y una serie de arcos muestran otras tantas puertas entreabiertas o cerradas, una galería se esconde tras la penumbra en el mismo centro de la galería, es la puerta de no retorno, la galería que conduce al embarcadero de donde zarpaban los barcos esclavistas con la mercancía vendida.
Uno por uno la Ama va soltando vuestras muñecas de la espalda para volver a cerraroslas al frente, le indica a la primera que ha de untarse por todo el cuerpo aceite de una tinaja que hay en lo alto de una mesa baja, y todo significa todo, cabello, cara, torso, genitales, todo. Es un aceite con un desinfectante para eliminar posibles parásitos, infecciones y que la mercancía no se deteriore, un esclavo con pulgas, sarna, piojos, sifilis o ladillas pierde valor, o directamente no se puede vender, así que todos nuestros cuerpos tienen que brillar y apestar a aceite. Pero encadenados no es tarea fácil, la primera pide ayuda con gestos a la segunda al darse cuenta que es imposible untarse la espalda, el tercero a la cuarta. y la chica que continúa y tenías delante en la cadena te hace gesto de ayudarla al levantar los brazos mirándote. Vale, entendido, introduces tus manos en el aceite para soltarle una cantidad generosa en el pecho repartiéndolo entre sus tetas, sus brazos, sigues bajando a sus caderas y llegas a su coño. Ella abre sus piernas para permitirte pringarle todos sus rincones más íntimos, el pelo rizado y frondoso de su coño brilla entre el aceite y sus propios fluidos, que tu has extraído de su vagina.continua con sus brazos arriba cuando bajas con otra ración de aceite por sus suaves piernas, ahora toca la espalda, con toda la trasera... luego le haces gesto de ayudarte levantando igualmente los brazos, ella accede procediendo del mismo modo. Dejamos que nos toquemos entre nosotros llegando a los lugares más difíciles sin ningún pudor. Sobre todo la entrepierna ha de quedar completa y concienzudamente cubierta, circunstancia que aprovechamos para masturbarnos mutuamente. Sin darnos cuenta de repente la ama hace restallar el látigo en el aire haciéndonos soltar del susto lo que teníamos en las manos, todos fuera, al patio de nuevo.
Ahora hay otra negra que viste un tanga y sujetador de cuero que realmente no le tapa nada, al estilo de un arnés sus tetas, culo y coño están al aire. Lleva el la mano un azote de varias colas de esparto lleno de nudos que con solo mirarlo da dolor. Nos va asignando donde estar. A una de las chicas, con las tetas más generosas, la encadena con las muñecas en torno a unos de los postes a la espalda, a otra le ata las muñecas a una de las anillas que hay a los lados de la escalera principal dejándola de rodillas, con los brazos muy estirados, forzada a frotar sus tetas en la ardiente pared al sol. A ti te indica que de rodillas, de espalda a la misma pared, de rodillas al lado de la otra, los brazos arriba con las muñecas encadenadas a otra argolla, y las piernas bien abiertas, con un par de patadas. Todos termináis inmovilizados expuestos, brillantes, sudando bajo el sol africano, esperando vuestro turno, ya que podéis ver como uno a uno os van subiendo escaleras arriba no sabéis a qué. Hay quien baja corriendo, hay quien baja arrastrada entre dos negreros, hay quien no baja y no sabéis a donde se la han llevado. No sabrías decir cuánto tiempo esperas, tienes que orinar allí mismo, humillantemente, en el suelo, tal y como ves que hacen el resto, sientes como el aceite se va secando en tu piel haciéndose más y más pringoso, sientes el hormigueo en los brazos, en las piernas, mientras vas perdiendo el riego en las manos, entumecidas, acabas por desfallecer con tu cabeza mirando hacia el suelo.
Baja la negra del azote de esparto, y te suelta los grilletes de la pared, te desmoronas, de un certero latigazo en el culo te encoges de un salto y tratas de levantarte a cuatro patas. Ahora te toca a ti.
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