Don Leandro II
Escrito por Lena
- Pasa Blanca, estamos terminando ya. ¿Aún te duele?
- Solo un poco, señor.
Allí estaba su esposo, sentado delante del despacho de Don Leandro, esbozando una sonrisa que parecía forzada. Ni tan solo la miró.
- Bueno Juan; ya está. Aquí tienes el contrato firmado, mándame una copia al despacho. Estoy seguro de que seguiremos haciendo negocios juntos, esto solo es un principio de una larga colaboración.
- Gracias por la confianza Don Leandro.
Fue Fátima quien los acompañó hasta la salida. Camino de vuelta Blanca, de pronto, arrancó a llorar.
- ¿A qué viene esto? He oído tus gemidos antes de entrar en aquel despacho y no eran precisamente de asco.
- Por esto lloro. Ojalá no hubiese sentido ningún placer. Nunca entenderás lo mal que me siento.
- Ya no pretendo entenderte. La verdad.
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EPÍLOGO
Habían pasado dos semanas, dos semanas durante las cuales no hablaron de aquel día, actuaban como si nunca hubiese existido, cuando recibió aquel paquete, envuelto en papel de regalo.
- ¿No lo abres? El chico que lo ha traído ha dicho que era de parte de Don Leandro.
No le gustaba aquello, no quería abrirlo, no se atrevía a hacerlo. Ojalá nunca lo hubiese hecho. Más de una noche, cuando su esposo dormía ya, se había tocado pensando en él y ahora recibía aquello.
- Vaya, un bonito collar de cuero y hasta lleva una placa con tu nombre. Todo un detalle por su parte. Déjame leer la nota.
Se la arrebató de sus temblorosas manos “Espero que te guste mi regalo. Me encantaría ponértelo yo mismo, con permiso de tu esposo, claro. Un beso”
- Deberías llamarlo para darle las gracias. ¿No crees?
- ¿Llamarle? ¿Sabes lo que querría decir esto? ¿De verdad lo deseas?
- Sí. Tanto como tú. ¿O crees que no te oído cuando te tocas por las noches? Prefiero que sea él que cualquier otro. Tarde o temprano me podrías los cuernos. Llámalo se una vez y pon el altavoz, quiero oírlo todo.
- Ni siquiera sé su número.
- Ya te lo doy yo. Llámalo de una vez.
Sí. Lo iba a llamar, aun sabiendo que pasaría si lo hacía. ¿Que era sino una sumisa?
- Don Leandro
- Hola. Eres Blanquita, imagino.
- Sí, señor. Lo llamaba para darle las gracias por su regalo.
- ¿Ya te lo has puesto? ¿O me dejas este honor para mí?
- Cuando usted quiera Don Leandro.
- Veo que sabes escoger bien a tus amos.
- Sí, señor.
- ¿Solo señor?
- Perdone AMO.
. Así me gusta. Te espero mañana por la tarde. a las cinco, vestida para la ocasión. ya sabes que quiero decir.
- Sí. AMO.
- Pásame al bueno de Juan, supongo que él sabe que me has llamado. ¿No?
- Sí. Sí AMO. Ahora se lo paso.
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- Hola Don Leandro.
- Hola. Espero que no te moleste que disfrute de esposa.
- No. claro que no, ella lo está deseando.
- Ya. También tengo un regalo para ti, solo que este es de ida y vuelta. Es algo que espero que disfrutes durante un par de horas, a ser posible delante de Blanquita.
- Así será Don Leandro. No sé cómo agradecer este detalle.
- Es más que un detalle. Ya lo verás.
Bueno, os dejo los dos. Pronto nos veremos para nuevos contratos.
- Gracias por todo, Don Leandro.
No habían hablado más de aquello, como si nunca hubiese ocurrido. Ella absorta en sus pensamientos, en cómo se había entregado al que ya era su nuevo AMO, de cómo había accedido a ello, no solo por las presiones de su esposo si no, tenía que admitirlo, por su propio deseo. No quería ni imaginar que sería capaz de hacer con ella aquel viejo vicioso. Sabía que nada volvería a ser igual, se preguntaba cómo afectará aquello a la relación con su marido.
Estaba en la cocina, preparando ya la cena, cuando oyó como llamaban al timbre de la puerta, como su esposo la abría y hablaba con alguien. a los pocos minutos oyó su voz llamándola al salón.
- Ven Blanca, ven a ver el regalo que me ha mandado Don Leandro.
- ¡Oh! ¡No! Por dios, és una cría.
Allí estaba Fátima, frente a su esposo, muy cerca de él, con vestida de manera provocativa, con un vestido de licra negro, completamente arrapado a su cuerpo, haciendo evidentes su busto, sus prietas nalgas.
Se giró hacía ella con una sonrisa.
- ¿Una cría? Bien que se te olvidaste de mis dieciocho años cuando te pusiste cachonda conmigo. No querías que parase de comerte el coño.
- Vaya, no sabía esto. ¿Es verdad lo que dice?
Blanca bajó la mirada avergonzada.
- Sí…
- Pues ahora voy a disfrutarla yo, Siéntate en el sillón y disfruta del espectáculo.
- No. No puedo ver esto. De ninguna manera.
- ¿Y no vas a satisfacer los deseos de tu AMO? ¿Quieres que se lo cuente?
- No…por favor.
- Pues haz lo que te digo y tú ven aquí, pequeña, quiero disfrutar de ti.
- ¿Quiere que me desnude o prefiere hacerlo usted, señor?
No podía apartar su mirada de ellos. Ni siquiera habían pasado diez minutos que una lágrima recorria su mejilla de mientras con una mano se acariciaba el sexo, sentada allí, en aquel sillón.
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