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Don Leandro I
Escrito por Lena

- Date prisa, vamos a llegar tarde a la fiesta de aniversario de Don Leandro,
Quiero que seas amable con él, estoy a punto de cerrar un contrato muy importante.

- No sé por qué me dices esto, siempre intento ser amable con Don Leandro.

- No te estoy diciendo que lo intentes, sino que lo seas de verdad. Más que nunca. Ya habrás notado cuánto le gustas

- Por favor, Juan. ¿Qué me estás pidiendo?

- Ya sabes lo que te estoy pidiendo. Te gusta vivir en esta casa y tener una doncella. ¿No? Pues ya és hora de que aportes algo, además me lo debes o no te acuerdas de cómo te perdoné y recogí tus trocitos cuando volviste a casa, después de estar viviendo un año con aquel?

- Me lo perdonaste, pero por lo visto no lo has olvidado.

- Es difícil olvidarlo llevando su marca en el omoplato, tal y como la llevas.

Blanca bajó la mirada. Sí, era cierto, llevaba su marca. La marca del que fue su AMO hasta que se cansó de usarla. A veces la miraba, reflejada en el espejo y recordaba aquel tiempo, con añoranza y por otra parte ¿Que hubiera sido de ella si Juan no la hubiese aceptado de nuevo? Sí, posiblemente se lo debía, aunque era duro tener que pagarlo de aquella manera, duro y humillante.

Habían llegado puntualmente, a aquella mansión, puesto que de una mansión se trataba, a las ocho, para celebrar los sesenta y cinco años de su propietario, cuatro martinis después, necesarios para soportar lo que sabía que más pronto que tarde llegaría, estaba a punto de sonar la medianoche.
Al llegar había saludado, tan amablemente como sabía a Don Leandro, recibiendo dos besos en sus mejillas y una inevitable mirada a su escote. Estoicamente soportó su discurso y hasta tuvo el detalle de aplaudir, sonriendo.
Allí estaban todos, empresarios, políticos, profesionales, con un cierto renombre. Hasta aquel momento Don Leandro no se había acercado a ella, pero sabía que no tardaría en hacerlo.

- ¿Qué tal lo estás pasando Blanca?

- Muy bien Don Leandro, ha sido muy amable en invitarnos.

- És la primera vez que vienes a mi casa. ¿No? ¿quieres ver la biblioteca? Juan me ha dicho que eras una gran lectora.

- Sería un placer, Don Leandro.

La acompañó hasta lo que él llamaba biblioteca, un auténtico salón de lectura, un perfecto lugar para leer, suponiendo que aquel hombre leyera algún libro, cosa que ella, con razón, dudaba.
Miraba, admiraba, aquellos libros, envidiaba aquel espacio. Estaba extasiada cuando sintió su manaza en su nalga. Instintivamente, sin pensar en lo que se esperaba de ella, se apartó de él.

- ¿Qué te pasa guapa? ¿Te doy asco acaso?

- No. Claro que no, Don Leandro.

- Entonces dejarás que te bese. Lo vengo deseando desde que llegaste.

Sintió su barriga presionando su cuerpo. Vió su cara acercándose, su aliento olía a alcohol y a tabaco. Sí, sentía asco, además para ella un beso era algo íntimo, más aún que follar, era entregar, no su cuerpo, si no su ser, solo su esposo y en contadas ocasiones el que fuese su AMO la besaban, aun así, tuvo la fuerza de voluntad suficiente para, ayudada por los martinis, ofrecer sus labios, su boca, a aquel hombre, del cual nada le agradaba.

La mano que oprimía su nuca se introdujo en su vestido, acariciando su espalda, buscando su marca, recreando sus dedos en ella. Entonces entendió que sabía muy bien lo que era, una mujer que había conocido la sumisión.

- Será mejor que volvamos al salón, no sea que algunos empiecen a murmurar, ya sabes cómo es la gente. Mejor vuelve mañana por la tarde y te enseño todo lo que quiero mostrarte.

- Sí mañana por la tarde, sobre las seis. ¿Sabes? No soy aficionado a según qué prácticas, pero sé muy bien cómo tratar a una mujer como tu.

No supo qué responder. Con la mirada baja solo se le ocurrió decir:

- Si…Señor. Mejor volvamos al salón…

- Recuerda. Mañana a las seis.

. Sí…Si, señor.

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- ¿Vas a ir vestida así? Creo que deberías ponerte algo más sexy. ¿No? Que vea tu predisposición.

- Ya sabe de mi predisposición solo por el hecho de ir, no soy una prostituta ni pienso que me quiera ver como tal.

Blanca llevaba una blusa blanca abotonada y una falda gris que le llegaba justo por debajo de las rodillas.

- Seguro que encima te habrás puesto bragas. Como mínimo ponte un tanga y zapatos de tacón y ve sin sujetadores, que no haya ninguna confusión posible sobre tu ofrecimiento.
- Más que ofrecimiento deberías llamarle sacrificio, pero está bien, haré lo que dices.

Fue su propio esposo quien la llevó hasta la mansión de Don Leandro. Por el camino reinó un tenso silencio. Se le hizo más corto de lo deseado.

- ¿Vendrás a buscarme?

- No, será mejor que llames a un taxi. No sé a qué hora terminareis, espero que entiendas lo que te estoy pidiendo, es muy importante para mí, de hecho, para los dos.

Ni siquiera contestó. Le abrió la puerta una muchacha; debía ser su doncella o su secretaria o ambas cosas a la vez, aunque le sorprendió su juventud, no debería tener ni tan siquiera veinte años. Llevaba un vestido negro, de falda corta, muy ajustado a su cuerpo de post adolescente, de tez morena, se adivinaban unos senos pequeños y duros, al igual que sus nalgas. De tez morena y larga cabellera negra, sus grandes ojos negros la hacían sumamente atractiva.

- ¿Blanca?

- Sí.

- El señor te está esperando en el salón privado. Sígueme, está en el piso superior.

Allí estaba, más que sentado, recostado en el sofá con una copa en la mano de lo que supuso era coñac y fumando un puro. Su cuerpo de obeso solo cubierto por un batín dorado, que denotaba su mal gusto de nuevo rico.

- Vaya, Balca, si que has llegado puntual. ¿Qué te parece, Fátima? Es guapa. ¿Verdad?

- No está nada mal, señor.

- ¿Cuántos años tienes, Blanca?

- Cuarenta, señor.

- Pareces más joven. Se ve que te cuidas.

- Gracias, señor. Sí, procuro cuidarme.

- No te vayas Fátima. Sabes, creo que no le agrado mucho. Me iría bien que me la pusieras a punto, así se le pasarán los escrúpulos.

- Será un placer, señor. ¿Quiere que me desnude?

- No hace falta. Con que la desnudes a ella es suficiente.

Sin brusquedad, pero con firmeza la empujó hasta la pared y empezó a acariciarla por encima de la blusa. Sentía sus. hábiles manos en sus senos.

- No…Por favor…Esto no…

- ¿Qué te pasa, Blanca? ¿Nunca has estado con una mujer?

- No y es muy joven. señor.

- Tiene dieciocho años, ya es toda una mujercita, más que tú por lo que veo. Cobra un buen sueldo, la tengo desde hace un año y está aquí porque quiere, puede irse cuando desee. Aunque no creo que lo haga ¿Verdad Fátima?

- ¡Oh! No. Claro que no, señor.

La respiración de Blanca pronto fue más profunda y entrecortada, cuando, habiéndola quitado su blusa, pasaba sus manos por sus senos, jugaba con sus pezones ya erectos.

- Es muy caliente, señor.

Los chupaba, mordisqueaba sus pezones. Poco a poco la respiración se convirtió en suspiros, ya no parecía importarle que se tratara de una mujer, ni la edad de esta.

Llenaba su cuerpo de caricias y besos. Pronto bajo su falda hasta el suelo, su tanga. Los besos llegaban a su pubis, ni siquiera tuvo que apartarle las piernas, ella misma le entregó su sexo. Sentía su lengua en su clítoris. Mientras sus manos cogían la cabeza de aquella jovencita el placer de Blanca estaba a punto de llegar a su cenit, completamente entregada.

- Para Fátima.

-! No¡¡No! Ahora no. por favor.! Ahora no ¡

- Vete Fátima. Déjanos solos.

- Sí, señor. Toda suya, señor.

- Mira que tengo para ti. La quieres ahora. ¿Verdad?

Ya no veia su barriga, su cuerpo de obeso, sus ojos pequeños, sus labios carnosos, su cara de estúpido baboso, solo aquel más que respetable pene. Sí, lo quería, lo deseaba, pero sobre todo lo necesitaba, No podía dejar de mirarlo, sus ojos clavados en el.

- Sí, sí. Por favor.

- Ven. Arrástrate como lo perra que eres. Ven y lo tendrás.

Volvió a ser la sumisa que siempre había sido. A gatas, ansiosa, se arrastraba hacia aquel falo. Todo lo demás había desaparecido.

- Móntate encima mío. Clávatelo entero, puta.

- Sí. sí. Gracias, señor.

Solo había empezado a sentirlo dentro de ella cuando estalló, entre gemidos, en un incontrolable orgasmo, que llenaba de placer todo su ser.

- Sigue, sigue. la quiero toda dentro. Cabalga. Cabalga, puta sumisa.

- Dios mío. Si. Sí

Sentía aquellas manos, sobar sus senos, entre comentarios soeces.

- Que buenas tetas tienes, cerda.

Apoyaba sus manos en el respaldo del sofá, Subía y bajaba, ni siquiera el que fuese su AMO había hecho que se corriera tantas veces como aquel hombre. Estaba fuera de cualquier autocontrol.


Tardó varios minutos hasta que vio su cara contraerse, escuchó su gruñido porcino. La cabeza le daba vueltas cuando la empujó fuera de sí.

- Necesitabas una buena follada. Ahora ya no te doy asco. ¿Verdad zorrita?

- No. Perdóneme, señor. Siento no haberme portado como debía. De verdad que lo siento.

Recostada en el sofá, en posición fetal, acariciaba aquella barriga vellosa.

- ¿Has pensado lo que sería de ti si no fuese por el bueno de tu esposo? Ahora serias carne de burdel.

- Lo sé, señor.

- Límpiame la polla mientras lo llamo.

Obediente, lamía aquel objeto de deseo mientras oía la llamada.

- Hola Juan.

- Dígame, Don Leandro. ¿Ocurre algo?

- No. No, tranquilo, todo está bien. Muy bien. Quería pedirte si puedes estar aquí en una hora.

- Sí, claro, lo que usted diga, Don Leandro.

- Trae el contrato para firmarlo y de paso recoge a tu esposa.

- Sí. Gracias Don Leandro.

- Hasta dentro de una hora, pues.

- Sí, sí.

Todo había terminado, o al menos esto pensó Blanca. Después de todo había disfrutado.

- ¿Qué haces? ¿A dónde vas?

- A vestirme, señor, para cuando llegue Juan.

- Aún no he terminado contigo. Seguro que sabes cómo volver a ponérmela dura.

- Pero...

- No me vengas con tonterías ahora. Quiero ver cómo te llenas la boca.

Arrodillada delante de él, sintió como se hinchaba y se ponía dura en su boca. Pensó que nunca podría tragarla toda, aun estando entrenada para ello, a duras penas lo consiguió.

- Joder, que buena mamona eres. Tendrías que enseñarle a Fátima a tragar así, a la pobre le dan arcadas.

Sentir aquel gran pene en su boca la excitaba de nuevo. Se veía a sí misma, como si estuviera fuera de su cuerpo. Movía su lengua, sus nalgas, sabiendo que esto le gustaría a Don Leandro. Su actitud había cambiado completamente, ahora solo deseaba complacerle, agradarle, sometiéndose a su voluntad.

- Toma, para de mamarla y ponme este condón. Te quiero postrada ofreciéndome tu culo.

- No…Por favor…Me dolerá…

- ¿No te encula tu esposo? Tu AMO seguro que si lo hacía. Aún lo debes tener dilatado.

- Sí, señor. Sí lo hacía, pero su pene…es muy grande. señor.

- Haz lo que te digo, tendré cuidado, no soy un bruto. Se la clavo a Fátima y le gusta, más te gustará a ti, que eres una viciosa.

- Vaya con cuidado…Por favor, señor.

Desde que su AMO la había abandonado, hacía ya más de un año, no había sido penetrada analmente, su esposo nunca lo hacía. Sentía deseos de volverlo a ser, al tiempo que temía que fuera por un miembro como aquel. Por extraño que pareciera Don Leandro cumplía con su palabra, la penetraba con suavidad, a ello ayudaba el lubricante que previamente le había aplicado. Aun así sentía dolor, dolor y placer al mismo tiempo.

- ¡Dios! ¡Cómo duele!
- ¿Quieres que pare? ¿Realmente lo quieres?

- No. No, señor. Rómpame si quiere. Soy suya ahora, señor.

- Puta sumisa. Te la meteré hasta el fondo.

Sentía su barriga en sus nalgas. El placer podía frente al dolor. Estaba entregada. Cada movimiento de aquel hombre le hacía gemir y no eran gemidos de dolor, aunque lo sintiera, cada vez menos.

Oyó la puerta del salón abrirse.

- ¿Qué quieres ahora? ¿No ves que estoy ocupado?

- Ha llegado el señor Juan.

- Por dios, pareces estúpida. Dile que espere en el despacho, cuando termine bajaré.

- Sí AMO. Perdone AMO.

Quedó tendida en el suelo. A duras penas podía levantarse.

- Túmbate en el sofá y recupérate. Voy a ver a tu maridito. Puedes tomarte tu tiempo, tengo que mirar bien el contrato antes de firmarlo.
En un cuarto de hora vendrá Fátima a buscarte para llevarte con nosotros a mi despacho.


Licencia de Creative Commons

Don Leandro I es un relato escrito por Lena publicado el 27-03-2023 10:30:56 y bajo licencia de Creative Commons.

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