Mis vacaciones con Sara y sus perros
Escrito por jorgina
Todo empezó cuando yo era adolescente y fui a visitar con mis padres la granja de unos amigos suyos.
Era verano y fuimos a pasar las vacaciones con ellos.
Yo, en aquél tiempo era un chico, pero siempre me sentí femenina. Cuando era niño me iba a dormir imaginaba que a la mañana siguiente despertaría como chica y con unas prendas femeninas sobre la silla que había junto a mi cama. Tendría mis braguitas y mi falda, mis medias y zapatitos de niña, así como una blusa o una camiseta de puntillas con flores y unos lazos para el pelo. Puesto que no sucedió nunca tal cosa, hice que sucediera. Cuando quedaba sola en casa iba al armario donde mami guardaba su ropa interior y me la ponía, me ponía mis lazos y me maquillaba con el arsenal de cosmética que mi mamá tenía en el lavabo. Recuerdo que algunas de sus braguitas eran tan pequeñas que podía ajustármelas a mi tierno traserito. Mi colita la escondía entre las piernas y el efecto era maravilloso. Me encantaba. Era mi reino prohibido donde yo era la princesa prometida.
Estos amigos de mis padres tenían una granja impresionante con ovejas, cabras, perros, caballos, gallinas y cerdos. Pero no sólo eso, también poseían una gran piscina y un laboratorio donde traba-jaban. No eran unos simples campesinos. Se dedicaban a la investigación biomédica y eran especialmente cultos y educados, muy agradables conmigo. Tenían una hija cuatro años mayor que yo, que gustaba de mi compañía y de llevarme a las diferentes zonas de la granja a ver los animales y sus escondites secretos donde me mostraba sus fantasías y fetiches.
Sara, que así se llamaba, era una preciosa chica, rubia y de ojos azules, de senos recién estrenados que apuntaban al cielo y se vestía normalmente con unas prendas provocativas y muy juveniles como correspondía a su edad. Cuando nuestros padres se iban, ella y yo quedábamos solas y me enseñaba a ser una mujercita de verdad.
Cierto día que quedamos en casa, me dijo con una mirada maliciosa; -¿Qué tal si te dejo uno de mi bikinis y vamos a la piscina, Jorgina? La miré complacida y cuando abrió su cajón donde guardaba su ropita interior me dio a elegir entre varios bikinis. Escogí uno de flores de colores llamativos. Cuando me lo puse, ella me observó con complacencia y otorgó: -Francamente, Jorgina, más de una de mis amigas querrían tener el cuerpo tan precioso que tienes tú. Eres una auténtica chica, ¿sabes?
Me sonroje y juntas, cogidas de la mano nos fuimos a la piscina. Tomamos el sol y nos bañamos, riendo como lo harían dos amigas íntimas, jugamos con una pelota y antes de comer, nos tumbamos en el césped. Ella me dijo: - Yo me quitaré la parte de arriba porque quiero que mis tetas se pongan morenitas, pero tú, déjatela, para que se te queden las marcas y tus senitos preciosos queden blan-quitos y se vean bien.
-Pero…- Le inquirí, miedosa –Y si mi madre se diera cuenta…-
No te preocupes- me contestó despreocupadamente- Tu madre seguro que ya sabe lo nuestro, no es tonta, ¿sabes? Me sonrojé muchísimo y me acurruqué.
-No, tonta.- Insistió – Debes ponerte boca arriba para que la marca del sostén se quede en tu piel de niña. Accedí finalmente y me puse con la cara al sol y sintiendo como mi piel se calentaba en todo mi cuerpecito.
Al poco, empecé a notar unas cosquillitas en mi entrepierna y abriendo un poco los ojos, vi a uno de los perros de la casa que me estaba olisqueando en la zona. Hice ademán de levantarme pero Sara me indicó que me estuviera quieta. Temiendo que el perro me mordiera, así lo hice, no sin ciertas reservas, pero como las cosquillitas eran muy agradables, abrí un poco más las piernas y el perro al ver que consentía, empezó a lamerme por encima del bikini.
Sara empezó a ponerse en pié y se acercó a nosotros. – Bájate la braguita, Jorgina. Y ponte boca abajo- me dijo- Y yo, que estaba excitadísima lo hice y quedó mi culito blanquito a su merced.
El perro empezó a lamer todo lo que encontraba a su paso y cada vez más enfervorizado, yo gemía como nunca.
Entonces Sara silbó a los otros dos perros que tenían, para que acudieran y en seguida lo hicieron, jadeando juguetones. Empezó a masturbar a uno y el otro comenzó a lamerme la espalda, deseé girarme y al hacerlo el que estaba lamiendo mi culito se encontró mi colita que estaba totalmente tiesa. Eso era el paraíso. Cada lamida era de un placer maravilloso. Aparté un poco el sostén y dejé mis pezoncitos al aire y como si de una fresita se tratara, el segundo perro lamió mis senos pequeñitos y muy sensibles arrancándome gritos de placer.
Sara que había logrado que el tercer perro se excitara mostrando su pene rojo carmesí, me lo acercó a mi cara y dejó que yo pudiera ver esa polla enorme salpicando pipi todo el tiempo sobre mi rostro.
No tuvo que decírmelo. Acerqué mi boca abierta a su pene y empecé a succionar como si fuera el helado más rico del mundo. Ella se masturbaba mirando enfebrecida el espectáculo que le ofrecía-mos. En aquella ocasión no me penetraron, pero se corrieron y derramaron toda su lechecita encima de mí y en mi entrepierna.
Cuando se fueron, yo quedé avergonzada y excitada aún llena de esperma de los tres perros y mirando a Sara, pidiéndole en silencio que se repitiera mil veces todos los días. Ella me besó en los labios y se abrazó a mí, llenándose también ella de todo el semen y pipi que sus perros me habían regalado.
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