Luisa y marta
Escrito por Lena
Hacía dos años que se conocieron, en un bar, por amigos comunes, pronto congeniaron y se veían con frecuencia. Nunca se había sentido atraída por las otras mujeres. Fue como una revelación. Aquella mujer de cuarenta y cinco años, diez más que ella, morena, con sus grandes pechos la atraía, en secreto la deseaba, quizá por el hecho de saber, desde un principio que era bisexual, o por su voluptuosidad, que desprendía deseo y ahora estaba allí, en la casa de su amiga, confesándose, entre llantos contenidos.
Se sentía sucia y su suciedad la había manchado, no podía soportar por más días aquella sensación, aquel estado que le impedía mirar sus ojos. Se lo contó todo, delante del silencio de ella y de su rostro, que aparecía severo.
Tenía que hacerlo, tenía que confesarse a ella, pedir su perdón.
Le contó cómo su secreto deseo la había llevado a pasar, con frecuencia, por aquella calle, donde se exhibían, sin rubor, las prostitutas. Aun sabiendo que se trataba de mujeres explotadas, la visión de sus cuerpos la excitaba, luego llegaba a su casa y por la noche se tocaba pensando en ella.
No volvió a pasar por allí después de aquella ignominiosa noche. los automóviles, como siempre hacían aquel recorrido a marcha lenta, recreándose. El coche que iba delante de ella se paró para hacer tratos con una de aquellas mujeres, fue entonces cuando aquella mujer se acercó a su ventanilla, abriendo su gabardina, mostraba sus senos, no como los de ella, si no como los de su amiga Luisa. Por cuarenta euros lo llevaría al cielo, no era la primera vez que le veía pasar por allí, afirmó. Dudó, de verdad que dudó. pero el deseo de saber lo que era acariciar unos pechos como aquellos pudo más que sus dudas. La hizo aparcar en un callejón cercano y allí se los ofreció. Sí, sí, esto es lo que quería, tocarlos, acariciarlos, chuparlos imaginando que era ella, su amiga, su amiga deseada. Mientras, la mano, habilidosa, de aquella prostituta, acariciaba su sexo, su clítoris, Le decía lo guapa qué era, lo buena que estaba, lo cachonda que se estaba poniendo. Se corrió. Sí se corrió pensado en ella.
Pensando que quería ser suya, como aquella joven con la que la vió, llena de celos, un día. paseándola por la calle, con un collar que deseaba llevar ella.
- Lo siento…Lo siento, de verdad. Me siento sucia, siento que he manchado tu nombre, estando con una puta, mientras pensaba en ti…Tenía que contártelo…Tenía que contarte esta traición…No podía soportarlo más.
- ¿Por qué no me lo dijiste antes? ¿Por qué nunca evidenciaste tu deseo Marta?
- Por miedo.
- ¿Te doy miedo desde que me viste con aquella perrita sumisa? ¿Es esto? ¿Por qué supiste de mis gustos?
- No. No. por miedo a mi…Por el miedo que me produce desear aquel collar.
- Nunca vencerás este miedo, nunca. Solo llevándolo lo vencerías.
- Perdóname…Por favor…
- No llores más pequeña. Claro que te perdono. Solo espero que no tengas que volver a hacerlo.
Ahora sonreía, mientras acariciaba cariñosamente su cara. Allí, las dos, de pie en el salón, se acercaba a ella buscando sus labios, rozando, besándolos, con suavidad, Nunca había sido besada de aquella manera, aquel beso, pronto se convirtió en algo profundo, compartido, dulce y a la vez intenso.
Cuando sus lenguas dejaron de saborearse, cuando sus cuerpos se separaron. Luisa había desabrochado su blusa, mostrando sus hermosos y grandes senos.
- Son estos lo que quieres. ¿Verdad? Acariciarlos, tocarlos, chuparlos.
Su mano temblorosa se acercó a ellos. pronto estaba besando, chupando pechos, aquellos pezones tan deseados y ahora endurecidos.
- Yo también quiero los tuyos. Desnúdate para mí.
Sonó como una orden. Una orden que ella deseaba cumplir.
- Tienes un precioso cuerpo. Un cuerpo deseando dar placer y me lo vas a dar. ¿Verdad que sí?
- Es lo que más deseo.
No pasaron diez minutos en que ella estaba saboreando sus jugos, sintiendo la mano de su amada cogiendo su cabeza.
- Así. Así. Sigue perrita. perrita mía. No pares. Tócate, tócate. Te quiero bien caliente.
Por fin todo lo que había soñado se estaba haciendo realidad.
Con la boca aun sabiendo a ella, con la cara llena de sus jugos. Sobrecogida por lo que había pasado ella le mostrará aquello.
- ¿Sabes lo que es esto?
- Sí. Mi amor, mi AMA, mi señora.
- Vas a sentir más placer del que nunca te ha podido dar un hombre.
La llevó de nuevo al salón e hizo que se apoyase en el respaldo del sofá, arrodillada encima de él.
- ¿Te gusta verdad? Te gusta esto. Haré que digas basta.
- ¡Sí! ¡Sí!
La cabeza le daba vueltas, No sabía las veces que se había corrido. Ni diez hombres la habrían podido penetrar durante tanto tiempo, mientras gemía de placer y sí, por primera vez en su vida tuvo que decir basta.
- Basta, por favor, ya no puedo más.
- ¿Quieres el collar’ ¿lo quieres de verdad?
- SI. Si lo quiero.
- Entraré de verdad en tu vida, en tu casa. Me haré con tu esposo y tu, solo serás mi esclava. Te usaré y te castigaré cuando me plazca, pero también cuidare de ti, de darte placer, de acompañarte, cogida de mi mano por rincones oscuros que ni siquiera imaginas. ¿No tienes miedo de que te lo ponga?
- No. No, señora. Ya no tengo ningún miedo.
Un escalofrío recorrió su cuerpo cuando sintió el collar de cuero en su cuello.
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