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La conversión de José II
Escrito por Lena

José había ido a que le depilaran el poco vello de su cuerpo.
Se acercaba la hora y estaba nervioso. Su esposa ya estaba vestida para la ocasión, maquillada y con un vestido negro, de tirantes y un exagerado escote, le cubría hasta medio muslo y prescindido de los sujetadores, no así del tanga, las medias y el liguero. Estaba estupenda, deseable, o al menos así se sentía.

- Marta, no sé qué ponerme…

- No tienes mucho donde elegir. Ponte tu ropa interior de Engracia y aquel jersey tan largo que tienes, te cubrirá los muslos y además tiene un cuello de pico que parece un escote.

- ¿Crees que debo maquillarme?

- Solo pintalabios, pero suave. Que no parezcas un zorrón.
Recuerda que debes tratarlo de señor.

- Sí, claro. Estás muy guapa. Solo querrá follarte a ti.

- No creas. a mí ya me tiene.

- ¿Le has dicho que me llamo Engracia?

- Sí, claro. Se lo he contado todo. Hasta que solo descargabas tu colita, de vez en cuando, en el lavabo.

- ¿De verdad le has contado esto?

- Venga. No te sonrojas, es mejor que lo sepa todo. Además, creo, que le ha excitado.

Llegó puntualmente. Estaba muy atractivo, vestido con unos tejanos ajustados, una camisa blanca y una chaqueta de ejecutivo, oscura.

- Hola Marta. He traído una botella de vino negro y una de calvados, para después de la cena. ¿Dónde está Engracia?

- Está terminando de poner la mesa, señor.

- ¿Qué es? ¿Tu chacha? Llámala, guarda esto y ve a preparar la mesa tu. Quiero verla.

Supo en aquel momento que las cosas no serían tan fáciles para ella como había supuesto.

- Vaya, Engracia, que guapa que estás.

- Gracias, señor.

Cuando Marta les avisó de que la mesa ya estaba lista entraron al salón comedor.

- Siéntate a mi lado, Engracia.

- Debo ayudar a Marta a traer la cena y la bebida señor.

- Que lo haga ella.
Ve a buscar la cena y la botella de vino que he traído y sírvenos. Espabila, que vengo con hambre.

Primero le sirvió a él, el invitado y después a Engracia, que la miraba con cierta suficiencia, sintiéndose la preferida. La preferida del macho.

- ¿Cómo es que no te has puesto el collar? Sabes que quiero que lo lleves siempre cuando estés en mi presencia. ¿Qué te ocurre? ¿No quieres que Engracia te vea con él? Se debe creer que és superior a tí, Engracia. También te compraré uno, seguro que te sentará tan bien como a ella.
Ve a buscarlo y tráelo.

- Sí, señor. Perdóneme, señor.

Cuando llegó con el collar Antonio le ordenó que se lo diera.

- Ven aquí, perra. Arrodíllate al lado de Engracia. Ella te lo va a poner. A ver si te enteras de cuál es tu lugar.

- ¿Yo señor?

- Sí tú, que sepa que no está por encima tuyo. A partir de ahora cuando tengas que descargar tu leche no lo vas a hacer a escondidas, que te masturbe o que chupe tu colita. Lo que prefieras. ¿Oyes lo que digo, Marta?

- Sí. Sí señor.

- Bien, ahora ya podemos cenar.

De pronto todo cambió. Durante la cena Antonio llevó la iniciativa de la conversación. Alabó la comida y se interesó por el trabajo de José y de Marta. Se comportaba como un auténtico caballero. Alguien que no conociese la situación, más allá de la manera de vestir y de moverse de José los hubiese tomado por unas personas que cenaban amigablemente.

No fue hasta cuando Marta llevó las copas para servir el calvados que las cosas empezaron a tomar otros derroteros.

Al entrar, de nuevo, en el salón comedor, vió que Antonio había bajado hasta medio hombro una de las mangas del jersey de Engracia y su mano estaba sobando una de sus tetitas.
Engracia tenía entrecerrados sus ojos mientras se mordía los labios. Entregándose al placer de ser magreada por el que ya era su AMO.

- Sirve el calvados y ve a buscar el arnés y la fusta. Compréndelo; te mereces un corrector por tu descuido con el collar.

- Sí. señor. Sé que lo merezco, señor.

Sabía que sería azotada y humillada delante de Engracia. Es lo último que deseaba, pero tenía que obedecer.

- Deja esto aquí. Ya sabes lo que tienes que hacer. ¿Verdad? No te quites los zapatos de tacón, así disfrutaremos de tus andares. Pero antes tómate tu copa. ¡De golpe!

No le fue fácil cumplir aquella orden, pero al menos la bebida le serviría para soportar mejor aquella humillante situación delante de su esposo.
Mientras se desnudaba veía como su AMO acariciaba los muslos de Engracia.
Obediente se dirigió, desnuda, hasta la pared, apoyándose en ella y sacando las nalgas, sus hermosas nalgas.

- Toma esto, quítate el jersey y azótala.

- ¿Yo, señor? ...Yo no puedo hacer esto…Señor.

- Quieres mi polla. ¿No?

- Sí. Sí, señor.

- Pues si la quieres tienes que obedecer. Mira en que te ha convertido esta viciosa. ¡Azótala!

Le temblaba la mano al hacerlo y aun así obedeció, estaba dispuesta a hacer cualquier cosa con tal de volverlo a sentir dentro de él.

- ¡Así no! ¡Más fuerte! Esto la pone cachonda. Se busca los castigos adrede.

Veía como sus nalgas empezaban a enrojecerse. Sí tenía razón, la había convertido en una puta ansiosa de macho. Se lo merecía. Aquello empezaba a gustarle, incluso su pollita se había puesto un poco dura.

- Mira como culea la perra. Seguro que ya está chorreando. Para ahora, ya es suficiente.
Y tú ven acá.

La cogió con fuerza por un brazo y la empujó hacia la mesa.

- Venga. apóyate en la mesa y ofrece tu culo.

Engracia vió como ponía un preservativo en el arnés y se lo ofrecía.

- Toda tuya. Penétrala. Penétrala sin miedo, lo tiene tan abierto como tú. te lo aseguro.

Penetraba a quien hasta aquel momento había sentido como su dueña y señora y ella, en contra de lo que suponía, no se oponía. Al contrario, jadeaba.

- Dile lo que eres. Dile que eres una perra sumisa ¡Díselo!

- Sí. Sí. Soy una perra sumisa.

Fue entonces cuando Engracia sintió aquel pene refregándose en sus nalgas, aquellas manos fuertes, rompiendo sus bragas, cogiéndola por sus hombros y obligándolo a doblar su cintura, a poner su torso encima de la espalda de su esposa.

- ¡Oh! ¡SIIII¡ Gracias. señor.

- No pares. ¡No pares!

Cada vez que se movía dentro de ella, sentía, a la vez, la polla de su amo, entrando y saliendo en su interior.

Pronto el salón se llenó de jadeos, de gemidos de placer, de gruñidos sordos de su AMO

- Mis putas. Mis dos putas, Os follaré siempre que quiera.

No terminó allí la noche, ni los juegos entre los tres. Amanecía cuando Antonio se despidió de ellas,

- Cualquier día de estos os presentaré a unos amigos. Seguro que disfrutarán con vosotras dos.
Ahora a descansar. A ti Engracia te quiero el domingo por la tarde en mi casa. Marta ya sabe mi dirección.

- ¿Y yo, señor?

- A ti te llamaré cuando tenga ganas de ti o de las dos. Además, ahora podré venir aquí siempre que me apetezca.

Y así fue, a partir de aquella noche, en que las cosas no habían sido como Marta esperaba, pero que agradecía.

Las dos lo agradecían.


Licencia de Creative Commons

La conversión de José II es un relato escrito por Lena publicado el 27-04-2023 22:04:53 y bajo licencia de Creative Commons.

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