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El sobrino I
Escrito por Lena

Todo se desencadenó aquel día que discutieron, aunque en realidad sabía que había empezado antes, de hecho, el primer día que llegó.

A sus cincuenta y un años aún se hacía mirar, a pesar de que su cuerpo ya no era el mismo de antes. Hacía ya tres meses de su última relación, por demás esporádica, una relación que sabía desde un principio que no tenía futuro, un hombre casado, casi un desconocido. Quizá fuese por esto por lo que se sintió atraída por él desde el mismo día en que llegó a su casa, pero no solo era esto, era también su juventud, una juventud que ella ya había perdido. Sí, debía reconocer que todo se había iniciado desde el momento que atravesó la puerta.

Sentir aquel cuerpo cuando estaba cerca de ella, su calor, su olor. Aquel cuerpo musculado, fuerte, joven, no podía evitar cierto desasosiego cuando por las mañanas se presentaba en la cocina, recién duchado, con sus boxers ajustados, su camisa desabrochada. Pero no era solo esto, no era solo su cuerpo, había algo más; era su forma de hablarle, su descaro.

Había accedido a dejarle vivir en su hogar durante los tres meses que iba a estar en Barcelona, estudiando un máster y ahora se iba, volvía a Zaragoza, dentro de pocos días dejaría de verlo. Mike, su sobrino, pronto la dejaría sola. Sola de nuevo. Pero ella ya no era la misma, no sabía si podría soportar su ausencia, Ya no era él, era ella, que necesitaba seguir sintiendo aquello. Se preguntaba qué sería de ella.

Recordaba las primeras semanas, antes de aquella discusión, cuando él se iba a la universidad y se quedaba sola, pensando en él, fantaseando, imaginando cómo sería. aunque nunca había pensado que la realidad fuese la que llegó a ser.

A su memoria venía aquella discusión. Todo había sido por una mujer. Ahora admitía que sí, que detrás de lo que le dijo había celos, envidia de no ser ella, pero en aquel momento lo negó. lo negó porque ni tan sólo lo admitía para sí misma.

Había sido aquel sábado por la mañana, el vestido como siempre, si a aquello se le podía llamar ir vestido, ella con su camisón de satén negro. le recrimino que la noche anterior hubiese llevado a una chica a su cama. No quería que aquel piso se convirtiera en su picadero, así se lo dijo. La discusión fue subiendo de tono hasta que Mike le echó en cara que los hubiese estado escuchando, cosa que ella negó; si los había oído era por los ruidos, por los gemidos.

- ¿Qué pasa? Seguro que te pusiste cachonda. Querías estar en su lugar ¿Verdad vieja celosa?

- Pero ¿Tú qué te has creído?

- ¿Qué me he creído? Que eres una puta reprimida. Esto es lo que me he creído.
¿Pero qué haces? No vuelvas a levantarme la mano jamás.

Le cogió con fuerza de la muñeca, impidiendo que la palma de su mano le alcanzara la cara.

- ¡Hipócrita! Vieja hipócrita. Todo el día paseándote por casa con este ridículo camisón. ¿Crees que no me doy cuenta de nada? No soy un estúpido; se te va la vista a mi bragueta, si hasta tiemblas cuando me acerco a ti, bajando tu mirada. avergonzada de tus humedades. Eres patética. Seguro que te tocas pensando en mi polla.

Estaba a punto de llorar, pero él no cedía en su actitud chulesca. Cogida por la muñeca le llevó la mano a su paquete. Se quedó inmóvil, sin reaccionar, notando la dureza de aquel pene.

Sus labios temblaban, sin poder articular palabras, cuando le bajó un tirante de su camisón, dejando uno de sus senos al descubierto. Sus ojos cada vez más cerca del llanto.

- Aún tienes unas buenas tetas, algo caídas, claro. Nunca he sobado unas así.

- No…Por favor…Para, no me hagas esto…

- ¿Qué te pasa? Las tienes muy sensibles. ¿Verdad? ¿Cuánto hace que no estás con un macho? ¿O solo has estado con maricones?

- Para…Para…Déjame, Vete, por favor.

- Vega ya, Terminemos con esto de una vez y para de lloriquear, si no quieres que la hostia te la de yo.

Le bajó el otro tirante y apartó su mano para que el camisón se deslizara hasta el suelo.

- ¡Ah!

- Vaya. ¿No te han pellizcado nunca los pezones? Mira que duros se te han puesto ¿No te gusta?

- Sí…sí…

Pasarón pocos minutos para que ella estuviera arrodillada frente a él, bajando aquellos bóxers, liberando aquella polla, tan deseada.

Ya no había vuelta atrás; babeaba notando como se hinchaba y se endurecía, aún más, dentro de su boca, mientras una lágrima resbalaba por su mejilla. Tragó toda su leche, nunca lo había hecho. Tragar la leche de un hombre, de un macho.

- Mira como has dejado el suelo guarra. Toma límpialo.

Frotó el suelo con aquel trapo de la cocina que le había tirado. Fue el primer acto de obediencia; le seguirán muchos.

- Venga vístete. Vamos a comprar algo adecuado para cuando te saque a pasear.

La dueña de la tienda los miraba con curiosidad y con una sonrisa nada disimulada. Un hombre joven con una madura. Se preguntaba si sería su madre, si la perversión de aquella pareja había llegado a este punto, porque perversión había seguro, solo hacía falta ver el vestido que él le indico que adquiriera, sin darle ninguna opción a escoger: Un vestido rojo, que dejaba su espalda al descubierto, con un exagerado escote delantero y un corte lateral que dejaba medio muslo a la vista. Ella parecía avergonzada, sin embargo, no se opuso a adquirir aquel atrevido atuendo.

Aquella misma noche la usó, porque esto es lo que hacía, usarla como se usa a una ramera. La follaba con dureza, como nunca nadie lo había hecho. Ella gemia, gemia de placer, buscando su boca para besarlo.

-¿Qué coño haces? Las putas no besan, perra.

Aquello aún la excitaba más, estaba totalmente entregada. Se corrió dos veces antes de que el vaciara en su interior. Cuando se dio por satisfecho se levantó de su cama.

- ¿No vas a dormir conmigo?

- No duermo con rameras. Mañana ven a despertarme.
Voy a dejarte algunas cosas claras: Si quieres mi polla deberás merecerla, te pondré en tu sitio. Durante el tiempo que esté aquí quiero que estes a mi disposición ¿Lo entiendes?’

- Sí…sí.

- Mejor que sea así y también que sepas que me follaré a quien quiera, cuando quiera. ¿O crees que no tengo derecho a ello?

- Si…perdóname…

- No vuelvas a montar numeritos. Metete en esta cabeza que vas a ser mi perra, mi perra sumisa.

Estas fueron sus últimas palabras antes de irse.

Se quedó sola, llorando, llorando por ella, sabiendo en lo que se iba a convertir.

Y ahora, pocos días antes de que él se fuese, recordaba aquellos meses: Los primeros azotes y cuán caliente se sentía cuando él la premiaba con ellos. El día en que le puso el collar, aquel collar que debía llevar siempre en su presencia incluso, para su vergüenza cuando aparecía con alguna mujer, siempre maduras, pero siempre más jóvenes que ella con las que se retiraba a su habitación. Mujeres que la miraban burlonamente, mujeres a las que debía tratar con respeto. Mujeres a las que él tenía derecho, a las que oiría reír y gemir.

Había hecho de ella una perra sumisa y así lo asumió. Podía hacer cualquier cosa con ella. Cosas que nunca hubiera imaginado que aceptaría. No le importaba ser humillada, vejada, meada, castigada, obligada a bailar con aquel vestido y su collar de perra, que hacía evidente su condición.

La llevaba a una pequeña discoteca del centro de la ciudad para que bailara mientras él contemplaba cómo los hombres y no solo los hombres, se arrimaba a su cuerpo, adivinando su condición, pensando que estaba allí esperando ser usada. Luego ya de vuelta a casa, comprobaba sus humedades.

- Estás chorreando puta. Si yo no hubiese estado cuidando de ti te hubieses dejado follar por cualquiera. ¿Verdad perra?

- Lo siento…Lo siento…Señor.

Siempre tendría presente el dolor que le produjeron sus primeras enculadas. No podía evitar las lágrimas. Mordía la almohada para no chillar de dolor y pensar que ahora estaba completamente viciada a aquello, como lo estaba a la cera, a las pinzas en sus pezones…

Sentía vergüenza y a la vez orgullo de ser suya. Su perra. Su puta. ¿Qué haría sin él? Ya no podía tener sexo si no era de aquella manera.

- Arréglate puta. Te quiero maquillada, con el vestido rojo y el collar. Vamos a salir.

- ¿A esta hora señor? Es muy temprano aún. ¿Puedo saber dónde vamos, señor?

- Voy a presentarte a alguien. Espero que sepas comportarte.

- Sí, sí señor.


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El sobrino I es un relato escrito por Lena publicado el 07-09-2022 22:14:11 y bajo licencia de Creative Commons.

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