Culos enrojecidos
Escrito por Erothica90
Estaba terminando de cargar una pesada caja en la furgoneta, en el interior del almacén, cuando desde atrás, una voz femenina me preguntó:
- ¿Y eso es todo lo que sabes hacer Miguel, con esas manos tan grandes y esos brazos tan fuertes?
No reconocí la voz, pero me era familiar. Deposité la caja y me giré para ver a esa chica. La conocía, pero no la reconocía. Era joven, 17-18 años, alta, más de 175, con unos pechos desarrollados y unas caderas poderosas. Rubia natural, pelo largo y unos ojos maravillosamente verdes. Una boca preciosa de labios muy besables y me sonreía. Y al ver que yo no la reconocía, hizo algo totalmente inesperado: Se giró, se levantó la microfaldita hasta su cintura, y me enseñó su culo desnudo, y entonces la reconocí ¡era Merche! Mi antigua amiga, eterna novia infantil, María de las Mercedes Ibáñez.
Al ver ella en mi cara de sorpresa que la había reconocido, soltó su faldita, se acercó a mí, yo me acerqué a ella, nos miramos fijamente a los ojos y una ciclogénesis sexual explosiva apareció de repente. No dijimos nada, no nos importó nada ¡nos habíamos encontrado! Nuestros labios se aplastaron, nuestras manos lo acariciaron todo, mi polla salió de su escondite y en unos segundos, yo agarré su mano, ella agarró mi polla, y nos fuimos hasta un pequeño y discreto hueco del almacén con un camastro, y no me hizo falta quitarle las bragas, no las llevaba, y por lo tanto, mi polla tardó solo unos segundos en penetrarla hasta el fondo.
Nuestras bocas eran inmensas ventosas que se pegaban desesperadamente, solo despegadas para dejar paso a nuestras lenguas. Mi polla penetraba hasta lo más profundo de su ser. No me quité los pantalones ni calzoncillos. No le quité la camiseta que tapaba sus pechos ni la faldita que llevaba. No nos importaba nada, excepto calmar nuestra sed de sexo. Dios mío, ¡me estaba follando a Merche!, ¡mi Merche!
No sé cuanto rato después nos calmamos. Yo me había corrido dos veces sin sacarla y ella no sabía cuántas pero tampoco me importaba, sabía que eran varias y que los dos lo habíamos disfrutado. Cuando empezamos a relajarnos, los dos estábamos sonrientes, cansados, sudados, verdaderamente agotados pero felices, muy felices. Uno junto al otro, abrazados, dándonos tiernos y cariñosos besitos y recordando nuestro juramento infantil de ser eternamente el uno del otro.
Sin decir palabra alguna, mirándonos sin parar, sonriendo como en una inagotable sesión fotográfica, recordé: Hacía siete años que su madre, en proceso de divorcio, nos encontró a los dos desnudos en su cama ¿y qué hizo con esos dos críos que solo se acariciaban y se besaban? Pues coger la regla de madera, "la rompeculos" como ella la llamaba y darle a Merche una soberana paliza en sus glúteos y muslos ¡una más! Yo intenté dos veces impedirlo y no solo mi culo lo puso también rojo rojísimo, sino que además, me llevé un formidable reglazo en mis huevitos.
Al día siguiente, Merche no fue a clase. Yo fui bastante lastimado. Mi calzoncillo y pantalones me oprimían y rozaban mis nalgas inflamadas, pero el roce de mis huevecitos juveniles al andar, me producían un intenso dolor. Pero nada comparable al que tuve por la tarde, cuando llegué a mi casa y ya mi madre se había enterado "de lo nuestro", por la siempre bienaventurada madre de Merche ¿qué hizo? Pues lo mismo que la otra, solo que mi madre, en lugar de una regla de madera, cogió unas zapatillas tipo chancla y durante dos semanas, me bajaba los pantalones al llegar a casa del cole, me hacía tumbarme en la cama y golpeaba los glúteos acompasadamente, derecha, izquierda... No repetía dos veces en la misma nalga. Me dejaba luego ir desnudo por casa para no rozarme la ropa, pero o me sentaba bien en las sillas, o me volvía a pegar. Según ella, los hombres no temen al dolor, el sufrimiento templa.
Merche también fue castigada a ser golpeada en sus glúteos y la paliza fue tan fuerte esa tarde, que por eso no pudo ir al cole. Pero a ella también le pegaba en sus muslos. Y no fueron dos semanas, sino una larga temporada. Merche no se podía acercar a mí ni en el cole, pero para eso hay amigas. Y por eso me enteré de todo. Y nos comíamos a besos cuando podíamos. Ahora sí deseábamos ser sexualmente adultos. Estar desnudos, sentir el calor de la piel del otro, besarnos sin fin, follarnos sin limitaciones horarias no temporales. Nuestras madres estaban fabricando, sin saberlo, dos máquinas sedientas de sexo y experiencias, más sedientas con cada golpe.
La madre de Merche la acompañaba cada día al colegio para que yo no me acercase a ella. Y yo la esperaba detrás de la tapia de una obra, con materiales de construcción y contenedores de basura. Merche lo sabía y por eso, al pasar cada día por ese lugar y rebasarlo, se levantaba la falda y me mostraba su rojo culo. Y al juntarnos en alguna ocasión y para comprobar el dolor del otro, mientras nos besábamos, nos agarrábamos el uno al otro nuestros culos y lo apretábamos con ambas manos. Muchas veces nuestros ojos de tiernos infantes se llenaban de lágrimas por el dolor, pero buscábamos compartir el dolor como si fuese parte de nuestro placer.
¿Comprendéis ahora el porqué la reconocí al girarse y levantarse la falda? Merche y solo Merche lo había hecho durante semanas. Y el mismo día que terminó el curso, vino un abuelo suyo y se la llevó lejos del pueblo. Un par de meses después, su madre cerró la casa y se marchó del pueblo a otra delegación de su empresa. Nunca pude saber dónde estaba y nunca la olvidé. El día de su primera comunión nos habíamos jurado amor eterno y que ella sería la madre de mis hijos. Iba de blanco, como una novia y yo la acepté para siempre ¡ya hacía casi ocho años de su desaparición!
De repente, Merche abandonó mis brazos, se levantó y se desnudó totalmente. Bueno, en realidad solo se quitó la faldita y la camiseta, mientras me decía:
- ¡No te acuerdas que siempre tenemos que estar piel con piel! -mientras seguía sonriendo-
Yo también reí y no solo me desnudé, sino que me quité las sandalias que todavía llevaba puestas. Encendió dos cigarrillos de un paquete que había en una caja que hacía de mesita, y cogió el cenicero que puso entre nosotros. Estábamos tumbados casi pegados el uno al otro. La parte superior de nuestros cuerpos estaba ligeramente doblada hacia el otro, y de cintura abajo, estábamos "con el culo al aire". Más que hablar, nos mirábamos, sonreíamos, fumábamos. Los dos pensábamos en los años pasados, en los juegos de infancia, en nuestras travesuras, nuestras promesas de amor eterno...
De repente, aplastó Merche el cigarrillo en el cenicero, puso su brazo derecho bajo su cabeza, su brazo izquierdo empezó lentamente a acariciar mi cuerpo y de improviso, en voz baja, casi en un susurro, me dijo:
- Pégame Miguel, pégame fuerte, pon mi culo más rojo que me lo ponía mi madre.
Yo la miré con sorpresa. Tenía frente a mí la más maravillosa mujer del mundo. De no verla desde niños, hacía ya más de siete años de eso, nos acabábamos de follar con la mayor intensidad que jamás había puesto ¡y ahora me pide que le pegue fuerte y en su culo! Tenía los ojos brillantes y su labio inferior temblaba ligeramente.
- Por favor, por todo nuestro amor, por los años de obligada separación, pégame, rompe mis nalgas, destroza mi culo si quieres... ¡pero pégame por Dios! -volvió a repetir-
Yo pasé mi mano sobre su culo, miraba sus ojos brillantes, su labio trémulo ¡y le di una fuerte palmada sobre su nalga izquierda! Y luego otra, y otra.
- ¿Es que no sabes pegar, maricón de mierda? ¿No te acuerdas de cómo nos ponían los culos, especialmente mi madre el mío?, pues quiero que lo pongas más rojo aún, quiero que me lo destroces - me dijo gritando y un poco incorporada-
Y yo, mecánicamente empecé a golpear sus glúteos con mucha más intensidad. Yo tenía 19 años, medía 185, acababa de terminar 2º de ADE en la universidad y como vivía solo en la ciudad, dedicaba mucho tiempo a los deportes, especialmente balonmano y al gimnasio. Y en el verano, como ahora, ayudaba a mis padres en los almacenes a distribuir cajas. Era por lo tanto, un hombrecito alto, de brazos y manos fuertes. Y mi mano empezó a caer sobre su culo. Y su culo, empezó a tomar un color rojizo, un color que conocía de memoria y no me traía buenos recuerdos. Y que me hizo aumentar la fuerza de mis golpes. E incluso el ritmo.
Pero momentos más tarde y golpeando su culo, un estremecimiento sacudió, no demasiado intensamente, el cuerpo de Merche ¡se había corrido! Me quedé sorprendido y durante unos instantes dejé de golpearla.
- ¡Cabrón, hijo de puta, no dejes de pegarme, sigue, rómpeme el culo, hazlo sangrar!
Comprendí en pocos segundos su necesidad de ser golpeada durante largo rato e intensamente, porque yo mismo deseé, cuando me hice mayor y mi madre dejó de castigarme, que alguien me golpease el culo e incluso más. Y su madre, le daba unas palizas brutales, sobre todo, desde que nos encontró jugando desnudos en la cama.
Miré sus nalgas y estaban rojas intensas pero sentí la necesidad de provocarle más dolor. Le di un beso en su mejilla y le dije que volvía enseguida. Sabía que mi abuela guardaba material de cocina en el almacén y de un armario saqué una pala de madera con mango, algo más grande que una pala de ping-pong, rectangular, gruesa, de esas que se usan para aplastar la masa del pan, de tortas e incluso para aplastar carne. Por una cara era lisa y por la otra, llena de pequeñas pirámides. La miré pensando el daño que podía hacerle y cogiéndola por el mango, fui hasta el camastro.
Me senté a su lado y sin advertirle, dejé caer la pala por la parte lisa con bastante fuerza. El ruido del golpe sobre su ya maltratada carne me excitó, pero aún me excitó mucho más el grito de dolor de Merche, que giró su cabeza, me miró con ojos llorones y asintió. Y volví a golpear, una vez, otra vez, nalga derecha, nalga izquierda. Y cuanto más se quejaba, con más fuerza la golpeaba. Su culo iba de un rojo granate, a un rojo morado. Pero su piel estaba cogiendo un efecto de sequedad, de pequeñas pielecitas, de pequeñas grietas. Y mientras pensaba si seguir o parar, un brutal estremecimiento que me sorprendió, sacudió todo su cuerpo.
¡Había tenido un orgasmo salvaje! Jamás en mi vida había visto correrse a una chica como ello lo había hecho. Su cuerpo se estremecía convulsivamente, como si ese orgasmo fuese seguido de otros. O de descargas eléctricas constantes. Estuvo así más de un minuto y después se desplomó. Lógicamente no se desplomó de la cama al suelo, sino su cuerpo sobre la cama. Merche se había convertido en un cuerpo muerto que pesaba toneladas.
Los ojos cerrados, los puños cerrados, su boca abierta intentando tragar la mayor cantidad de aire posible, su pecho se levantaba y volvía a caer casi sin reposo, la pierna izquierda la movió un poco doblando su rodilla... pero ella no estaba consciente, tampoco estaba desmayada, ni durmiendo, estaba en otra dimensión.
Dos veces la vi así de niña, cuando su madre la golpeaba con toda su fuerza y más tarde, cuando ella y yo, estrechamente abrazados, y agarradas con nuestras manos las nalgas del otro, yo se las estrujaba con toda mi fuerza produciéndole un inmenso dolor. Pero ella se corría una y otra vez, hasta que en dos ocasiones, se corrió casi como ahora, pesadamente, en una dimensión de éxtasis sexual. Como ella mismo me dijo luego:
- No puedo explicarte lo que me ha pasado. Sentía tanto dolor, placer y felicidad, que me ha venido una sucesión de placeres constantes, que me han dejado totalmente agotada y fuera de todos los sentidos humanos normales. Me has transformado, mi querido Miguel, en una mujer de otra dimensión. Dimensión en la que me gustaría vivir y no me gustaría salir, dimensión en el que el placer y el dolor, se unan hasta convertirme en lo que ahora soy, inmensamente feliz sintiendo el placer de mis orgasmos y el intenso dolor de los golpes.
Y si amig@s, recordaba que los golpes en el culo de Merche y en el mío, propinados por nuestras maravillosas y siempre bienaventuradas madres, tenían el propósito de separarnos. Y nosotros, teníamos una forma de burlar los golpes que tanto enrojecian nuestros culos; abrazarnos, agarrar con nuestras manos los glúteos del otro y aplastarlos con la máxima fuerza, como si amasáramos masa para hacer pan. Eso incrementaba nuestro dolor y era nuestra forma de decirnos, desde niños, que por mucho dolor que nos provocaran nuestras madres, nunca nos separaríamos, porque nosotros podríamos aumentar ese dolor si lo deseábamos. Era una forma de burlarnos de ellas.
Y eso nos había pasado ahora. Merche recibió unos golpes fuertes, incluso violentos. Primero con mis manos y luego con la paleta. Ella quería recibirlos y yo se los quise dar. Rompí mi primera disposición a hacerle daño, pero sus golpes me devolvieron a ocho años antes. Y mientras pensaba esto, ella abrió los ojos, sonrió y me dijo:
- ¿No se te olvida una cosa, Miguel?
Y no tengo más remedio que asentir. También yo le sonreí, me agaché un poco y le di un beso en la mejilla al mismo tiempo que mi mano, grande y fuerte, agarraba la nalga izquierda y la apretaba con todas mis fuerzas. La apreté con rabia, moviendo mis dedos por toda su superficie, cambiando mi mano de posición, de lugar, apretando, estirando, pellizcando incluso. Y Merche se quejaba intensamente, se movía constantemente, hacía esfuerzos para no gritar con más decibelios que Tarzán, hasta que un nuevo y brutal orgasmo volvió a sacudirla, y nuevamente su cuerpo se hundió.
Miré su culo, admiré todo ese color rojizo-granate-morado y me vino a la cabeza una cosa que jamás habíamos hecho ¡penetrarla analmente! Mi polla estaba, casi desde el principio de los golpes, más dura que nunca. Creo que jamás había estado tan empalmado y no solo eso, sino que estaba a punto de correrme. Sentía como mi leche deseaba salir de mis huevos e invadir ese cuerpo, como una hora antes. Me puse entre sus piernas, le levanté su culo un poco, apoyé mi glande en su hoyito anal, empujé con todas mis fuerzas y mi polla penetró hasta los cojones dentro de sus intestinos.
Si antes me había dado cuenta de lo sencillo que fue follarla por la vagina, ahora, el penetrarla analmente tan fácil, me demostró que mi amada, que mi amor de toda la vida, la niña con la que comparaba siempre a las demás, que el sueño de mi vida, era una mujercita muy follada. Pero nada de eso me importó, simplemente estaba follando analmente a mi Merche siempre amada y eso fue todo. Y tampoco tardé mucho en vaciar mis huevos, ya que antes de dos minutos descargué toda mi leche en su interior. Descansé un poco sin sacarla y luego de hacerlo, me tumbé a su lado. Cara a cara.
Mi amor me sonreía, nos dimos unos besitos en los labios y me pidió un cigarrillo. Salté de la cama, cogí el paquete y el encendedor con el cenicero y volví en la cama a su lado. Encendí dos cigarrillos, le di uno a ella que giró un poco su cuerpo y nos volvimos a mirar, como una hora antes. Pero ahora no nos sonreíamos, nos miramos a los ojos y nuestra expresión era bastante seria. Los dos habíamos disfrutado de nuestros cuerpos después de tantos años, pero ¿y ahora? ¿qué iba a pasar ahora?
- Miguel, he venido a por ti. Sé que has terminado 2º de ADE y ahora estás de vacaciones ayudando a tus padres. He madurado lo suficiente y he crecido lo suficiente para decidir por mí misma mi vida y mi futuro. Desde que cumplí los 16 años, mis padres me concedieron la emancipación legal y soy mayor de edad. Pero no quiero vivir sola. He hecho burradas para poder agotar totalmente a mis padres y lo he hecho porque quiero vivir contigo, quiero ser tuya tal y como nos juramos miles de veces. Eres mi sueño y quiero compartir mi vida salvaje contigo:
** Pero también quiero que sepas que ya no soy la niña que conociste. La niña que juró casarse contigo y ser la madre de tus hijos. No soy virgen desde los 12 años. Cobro por follar desde los 13 años. A los 14 años me quedé preñada por primera vez. He abortado dos veces y ahora vuelvo a estar preñada. Me han ofrecido mucho dinero por hacer un porno muy especial en este embarazo. Y he querido saber si serás capaz de venirte conmigo, de vivir conmigo, de compartir tus vicios con los míos.
** Gano mucho dinero, puedo mantenerte de sobra y por supuesto podrás seguir estudiando. Pero ya no aguanto más sin ti, sin saber si quieres vivir a mi lado. Mi madre me entregó a mis abuelos y ellos me llevaron al norte, lejos de ti. Me he escapado muchas veces, me entregué a todo el que quiso follarme, quería que mi familia se apartara de mi para poder ir yo a buscarte. Nos separaron por la fuerza y como ves, ahora estoy voluntariamente a tu lado y me ofrezco a ti como tu esclava de por vida.
**No puedo entregarte mi virginidad, ni siquiera ser tu quien primero me preñe, ni posiblemente puedas ser tu quien, en el futuro, sea el padre de todos mis hijos. Pero puedo entregarte todo lo que soy ¡una puta de superlujo entregada al sexo depravado y al masoquismo! Como te he dicho, quiero que para siempre, seas tú mi amo, mi dueño y entregarme a ti como tu sierva, sumisa, esclava... Puedes hacer con mi cuerpo todo lo que quieras, incluso marcarme a fuego, yo solo te quiero a ti y haré lo que me ordenes.
Merche estuvo hablando largo rato mientras consumía tres, cuatro o cinco cigarrillos. Yo nuevamente me empalmé con una fuerza extraordinaria. Estaba oyendo la confesión de una puta depravada, de una masoca degenerada, pero ¡era mi Merche! Y a pesar de todo lo que me contaba, mi mano seguía acariciando su cuerpo, a veces acariciaba su teta, otras la ponía en su culo de donde salía un calor enorme. Y por otra parte, un enorme deseo de follarla sin descanso me invadía. Y tanto fue así, que separé sus piernas, me puse atrás, levanté un poco su culo y mi polla penetró de nuevo dentro de su vagina, mientras ella seguía hablando y fumando.
Fue la follada más rara de mi vida. Ella hablaba y hablaba contando algunas de sus experiencias y planteando como podría ser nuestra vida futura. Incluso insinuó que yo mismo, aprovechando mi cuerpo y polla, hiciese porno con ella. Y yo pensaba en aquella niña, tal y como había crecido hasta ahora siendo follada y violada centenares de veces. Mientras, mi polla entraba y salía suavemente, sin pasión alguna, hasta que me descargué dentro de ella, la saqué, me tumbé a su lado, cogí un cigarrillo y lo encendí.
Por supuesto, Merche no se corrió. Aplastó la colilla en el cenicero y su mano acarició mi rostro. Nuestros ojos estaban milimétricamente emparejados con los ojos del otro. Los dos estábamos en un profundo silencio, hasta que yo lo rompí tiempo después y le pregunté:
- Entonces ¿me estás ofreciendo ser tu AMO, tal y como se es en el bdsm y te ofreces a ser mi esclava y puta sumisa?
- Si
- ¿Sin ningún tipo de limitaciones físicas y sexuales? ¿Voy a tener también yo, que pegarte y castigarte con las manos, paletas, látigos...?
- Si
- ¿Y quieres seguir trabajando de puta y de masoquista, sufrir folladas y palizas, seguir con el porno duro y mantenerme también a mí y a mis estudios?
- Si
- ¿Te das cuenta Merche que me estás ofreciendo algo así como que yo sea tu chulo, tu mantenido y tú ser la puta sufriente y doliente, que además me alimenta y paga todos mis gastos? Y por otra parte, yo no sé nada de ese mundo bdsm ¿me enseñarás tú?
- Siiiiiii -dijo mientras sonreía traviesamente-
- ¿Eres realmente consciente de cual será tu papel y el mío en esta función?
- Por supuesto Miguel. Llevo años pensándolo y si no estuviese segura no estaría aquí ¿tienes idea de la cantidad de amos y amas reales que desean ser mi pareja y agentes? Quiero que lo seas tú y así, de una forma distinta a lo que soñábamos, estaremos juntos para siempre ¡para siempre Miguel! ¿no es perfecto?
Yo me quedé pensativo durante un rato. No sé cuánto rato. Mi cabeza era un caos. Pero de repente se me apareció en el baúl de mis recuerdos infantiles, los gritos de su madre cuando nos vio a los dos desnudos en la cama, jugando y acariciando nuestros cuerpos, tal y como estábamos ahora, y le pregunté:
- ¿Te dolió mucho que tu madre nos pillara y por esa pillada nos separaran todos estos años? A mí nunca me dolieron fuerte los golpes de mi madre, ni la bofetada de mi padre, pero interrumpieron una parte muy importante de mi vida y eso aún me sigue doliendo y produciendo una rabia nunca calmada ¿realmente quieres mi amor, que empecemos hoy mismo a vivir los años que nos han robado? Empezar nuestra vida desde aquel día, como dos niños que se aman y se prometen amor eterno, y el futuro lo haremos siempre juntos ¿Te parece bien... es eso lo que quieres?
- Siiiiiiiiiii
- Pues entonces sea, y si quieres que tu cuerpo pague la rabia que me ha inundado durante años, pegaré fuerte. Y si quieres ser la puta pervertida y masoquista que me dices, sea también. Estoy seguro que me enseñarás a ser tu amo y también estoy seguro, que sabes de sobra lo que es ser una esclava sometida totalmente a su amo. Esta misma noche la pasaremos juntos y que sea lo que el destino nos depare.
Casi no me dejó Merche terminar lo que quería decirle. Se abalanzó sobre mí como una tigresa en busca de su pieza, me abrazó con una intensidad desconocida para mí, mientras sus labios se aplastaban contra los míos, y lo que en un principio parecía ser un humilde sollozo, se convirtió en un lloro potente que hacía estremecer su cuerpo. Pero también el mío.
Nunca había visto hasta entonces, ni tampoco después de esa tarde, a una persona llorar como Merche estaba llorando. Luego supe y he sido testigo de ello, lo poco que es capaz de llorar por mucho daño físico o moral que se le haga. Muy posiblemente, eran lágrimas contenidas durante tantos años. Yo me sentía feliz por tenerla a mi lado y ella también lo sentía y lo expresaba.
Tenía entre mis manos a una joven enamorada de mí y a mí, completamente enamorado de ella. Si amig@s, los dos sentíamos verdadero amor, a pesar de la distancia y el tiempo. Pero todos sabemos que en el amor, también hay dolor, y no lo digo por la vida masoca de Merche, sino por la potente voz que sacudió el almacén y garaje:
- ¡Miguel, Migueeeellllllllll!
Era la potente voz de mi madre llamándome. Mis casi tres horas con Merche se habían pasado en un suspiro, y yo, ni había entregado las cajas a nuestros clientes, ni había aparecido por mi casa, ni respondido al móvil, y mis padres me andaban buscando y además preocupados, puesto que esto yo nunca lo había hecho.
Apenas me puse los pantalones, entró mi madre con cara desencajada al habitáculo y al verme abrochándome el cinturón y sin camisa, se imaginó el resto. Me apartó y vio a Merche, ya puesta de pie, totalmente desnuda, sonriente. Y claro, exclamó:
- ¿Y quién coño es esta puta que no conozco del pueblo?
Merche, sin dejar de sonreír, se dio la vuelta, se agacho levemente enseñando a mi madre su culo superenrojecido, y mi madre enmudeció. De repente, con una enorme cara de sorpresa, su mano derecha se la llevó a la boca como tapándola, mientras exclamaba con voz enroquecida por la sorpresa:
- Merche... ¡eres Merche!
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Y estamos de acuerdo con la libertad. Libertad para escribir, libertad para opinar, pero ¿libertad para defender a estas alturas a nuestro querido mundo bdsm?
Y por mi parte, no entraré en más debates. No quiero follones es una web que me abre las puertas y que estoy encontrando gente maravillosa.
Si lees bien "Después del libro de grey ese lleno de clichés, aquí tenemos otro (libro o relato) que gasta las mismas ideas trasnochadas [...]"
No se refiere a la persona. Por favor por ahí no. Tengo mucho respeto por la persona y jamás me pondría a juzgar a una persona por una parte. Este apartado es de relatos y los comentarios es sobre ellos y no sobre la persona independientemente de su condición, género pensamiento, etc. Rompamos todas y todos en unión con las cadenas que influyen para no alcanzar una verdadera sociedad libre.
Y mal andamos si esto hace daño al mundo bdsm. Por cierto, Grey es en mayúsculas y no soy otrO, sino otrA ¿Es que el género no importa en el bdsm? Paciencia amigas.
Un besazo de Erothica90