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La guarra se emputece (2)
Escrito por Pandora

Estaba en mi horario de trabajo pero eso a mi Amo no le importaba, pues siempre tenia que estar disponible para él, las 24 horas del día, los siete días de la semana. La noche anterior, me había despertado varias veces para cumplir una orden que me había dado, y es que cada dos horas tenía que follarme el coño intensamente durante quince minutos sin llegar a correrme.

Me sentía completamente frustrada, llevaba toda la noche castigando mi coño con una buena polla de plástico, y no me había podido correr, pero para colmo, mi Amo me había dado la orden esta mañana antes de salir de casa, de meterme unas bolas en el coño, que me mantenían completamente excitada constantemente. Tanta era la excitación, que a veces había tenido que ir al baño a limpiarme los fluidos que empezaban a resbalar por mis piernas, y que con la falda, se verían mucho.

El día pasaba más lento de lo normal y encima ese día tenía que ir de un lado para otro, notando a cada uno de mis movimientos las bolas moverse. Menudos juegos se traía entre manos mi Amo, pues tenía cara de estar excitada y creo que mis compañeros de trabajo lo estaban notando bastante.

A la hora de comer, según bajaba en el ascensor apretada entre mis compañeros de la oficina, vi que tenía una llamada perdida de mi Amo, ni me había dado cuenta de ella. Mi cara se tornó a una cara de pánico, pues odiaba que no le cogiera el teléfono a la primera, pero en cuanto me bajase del ascensor, lo primero que haría sería llamarle, y así hice. Sonaba el teléfono.

- Hola perra, has tenido el descaro de no cogerme el teléfono a la primera, así que ya sabes lo que te espera luego. Las excusas no me valen y eso ya lo sabes.
- Sí mi Amo.
- Bien, ahora quiero que vayas a nuestros restaurante de siempre, y te sentarás en nuestra mesa, donde se te sentará un hombre al cual follarás en los baños, y al acabar te pagará como la puta que eres. ¿Me has comprendido? (Podía notar su seriedad en la voz, aquello no era ninguna broma).
- Sí mi Amo, todo claro.
- Deberías estar de vuelta en tu empresa a la hora del fin de la comida, así que más vale que te des prisa. ¡Ah! Y tiene permiso para hacer todo lo que quiera contigo. Adiós.

Colgó la llamada sin decir ninguna palabra más, mientras yo estaba con la boca abierta por esa situación que me había puesto mi Amo, pero no podía perder tiempo si no quería llegar tarde después a la oficina, pues a mi jefe no le gustaban los retrasos.

Salí apresurada de la empresa, si corría podía llegar al autobús que me dejaría en diez minutos en el restaurante. Pensaréis por qué no voy andando, pues porque con los tacones tan altos que le gustaban a mi Amo que llevara, me sería imposible llegar en menos de veinte minutos, y ahora el tiempo era crucial.

Conseguí llegar al autobús, y pronto estaba enfrente de la puerta de nuestro restaurante, donde se me cruzan muchos recuerdos en mi mente con mi Amo. Paso al restaurante y llamo a uno de los camareros que me conoce por la frecuencia con la que vengo, que me lleva a la mesa que me indicó mi Amo, nuestra mesa.

Sin tener que hacerse mucho de esperar, entró un hombre por la puerta que se sentó delante de mí, poniéndome algo nerviosa bajo su intensa mirada, pero que no tardó en ir al baño que estaba en una zona poco visible. Minutos después estaba entrando por la puerta del baño de hombres, en el que nada más entrar, aquel tipo me cogió por el cuello y me tiró al suelo, haciéndome un poco de daño en las manos y en las rodillas.

- Las perras no son personas, sólo saben ir a cuatro patas, no lo olvides puta.
- Sí Señor.
- Métete en la cabina tres, tengo una sorpresa para ti perra, tu Amo me ha dado una buena recomendación sobre ti.
- Sí Señor.

Sin que levantarme fui a la cabina número tres a cuatro patas, que tenía la puerta cerrada, pero por debajo de la puerta vi un par de pies, por lo que sabía que dentro había alguien.

- Entra ahí perra y hazle correr con la boca, como la buena mamadora que eres, o eso dice tu Amo.
- Sí Señor.

Tenía que hacerlo bien, pues no podía dejar a mi Amo en mal lugar, o el castigo que ya tenía pendiente sería mucho peor de lo que ya sería. Entré al cubículo y el hombre ya tenía la polla dura y fuera de la ropa, el cual se relamía los labios al verme entrar.

- Puta, ponte a mamar, no tengo todo el maldito día.
- Sí Señor. (Empecé a mamarle la polla).
- Joder, menuda puta succionadora estás hecha, creo que no hay nadie más puta y más guarra que tú.

Según me decía aquellas palabras, y viéndome en la situación que estaba, lejos de sentirme ofendida, hacía que me pusiera aun más cachonda y perra de lo que ya estaba. Tenía un buen trabajo en mi empresa, y sin embargo aquí estaba como una puta cualquiera chupando pollas y disfrutando como pocas veces lo he hecho.

Succionaba con fuerza la polla, pasando mi lengua por las venas bien marcadas de aquella polla que se me clavaba constantemente en la garganta tras cada estocada. Cansado aquel hombre, agarró mi pelo, y tomó las riendas de la situación.

- Mamas muy bien puta, pero como perra obediente ahora voy a follarte la boca, como queréis las cerdas como tú.
- Sí mmm.

Ya no podía articular palabra, pues me follaba la boca con violencia una y otra vez, atragantándome varias veces, y escurriendo mi saliva por la comisura de mi boca. Debía tener una pinta horrible, pero me daba igual, estaba disfrutando como la perra que soy.

- Dios puta, prieta esos labios, ¡chupa! Joder, perra, tienes una buena boca.
- Mmmm.
- Me corro cerda.

Me sacó la polla de la boca y se corrió en toda mi cara, varios chorros que me embadurnaron la cara, y que incluso alguno pude saborear, pues me cayó en la boca abierta deseosa de su semen. Guardándose la polla entro del pantalón me apartó de su camino con un empujón, y sin decir nada salió del baño, pero segundos después se repetía la situación, pues otro hombre entraba y se paraba en la puerta del cubículo con la polla fuera y dura.

No sé cuantos hombres pasaron por mi boca, me dolía la mandíbula horrores, y tenía el coño encharcado de flujos, pues todo aquello me había puesto como una auténtica perra, recordándome cual era mi lugar. Tras muchos hombres apareció el hombre que se había secado delante de mí en la mesa del restaurante, por lo que volví a abrir mi boca y sacar la lengua esperando deseosa otra polla más.

- Ni pienses que soy como los demás, no meteré mi polla en tu boca, pues yo me quedo el coño puta.
- Sí Señor.
- ¡No te he dicho que habrás perra! (Me soltó varias hostias en las tetas). Ponte para que folle tu sucio coño perra, ahora verás lo que es una buena polla cerda.

Sin decir más palabras, le abrí mi coño con las manos para que tuviera pleno acceso a él. Me follaba con fuerza, tanto que me dolía lo que estaba haciendo, nadie me había follado con tanta fuerza, ni siquiera mi Amo. Tardé un poco en acostumbrar mi coño a esas embestidas, pero aun así había una mezcla de dolor y placer.

Sentí como su polla se hinchaba dentro de mí, estaba a punto de explotar, podía sentirlo, pero yo todavía no tenía el orgasmo, pues el dolor lo alejaba de mí. Se corrió dentro de mi coño en gran cantidad, podía sentir cómo me rellenaba por completo todo mi interior, pero tras acabar, dejó que mi cuerpo cayera al suelo.

- Menuda puta, desde luego tu Amo tiene razón sobre la perra que eres. Bueno cerda, chao.
- Mmmm.

No tenía fuerzas para articular palabra, sólo podía ver por la ventana como ya estaba oscureciendo, no había podido ir a la empresa, mi jefe estaría muy cabreado. Las lágrimas afloraron en mis ojos, aquel hombre me había destrozado por dentro, sentía todo mi cuerpo dolorido, como si me hubiera dado golpes mientras me follaba.

Pude oír la puerta del baño abrirse, pero no tuve fuerzas ni para volverme a ver quién era, pues ya me daba igual. Sentí una caricia en mi pelo, y su fragancia envolvió el ambiente, sabía que era él, no tenía la más mínima duda, y cerré los ojos.

- Duerme perrita, ya estás a salvo.

Cuando desperté estaba en una cama, y al principio no reconocía el lugar, pero fijándome en los detalles, me di cuenta de que era la habitación de mi Amo. Los colores aparecieron en mis mejillas, pocas veces había estado en esta habitación, por lo que me reconfortó mucho estar ahí. Le oí entrar.

- Hola perrita, ¿cómo te encuentras?
- Hola mi Amo, bien. Estoy mejor. (Intenté moverme pero me dieron unas punzadas de dolor en el coño, que se me quitaron todas las intenciones de moverme).
- No te muevas, ese cabrón te ha hecho mucho daño, sabía cuales eran los límites y los ha sobrepasado, pero tranquila mi perrita, ya no volverás a verlo.
- Gracias mi Amo. (Volví a sentir sus caricias).
- Cuéntame todo. (Se tumbó a mi lado y me abrazó acariciándome el pelo).

Se lo conté todo, no tenía secretos con él, haciéndole saber que la primera parte sí me había gustado, pero que no podía con la follada de aquel hombre. Además le conté que no me había podido correr, pues el dolor impedía que llegara al orgasmo.

- Bueno, es hora de que duermas perrita.
- Sí mi Amo.

Tras un beso de buenas noches, cerré los ojos y me quedé dormida profundamente, pues mi Amo me daba una tranquilidad y una paz que no encontraba en ningún otro lado.


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La guarra se emputece (2) es un relato escrito por Pandora publicado el 24-01-2021 22:06:12 y bajo licencia de Creative Commons.

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